CAPÍTULO
8
YoungWoon levantó la
vista de su escritorio para ver a Lee Jinki llenando el marco de la puerta. Sus
ojos negros destellaban bajo las brillantes luces de la oficina, pero su rostro
era una máscara en blanco, impasible. Esperaba en silencio, incluso después de
que YoungWoon se hubiera fijado en él.
— ¿Necesitas algo?
—preguntó YoungWoon.
Sus ojos ardieron, y
sabía que no iba a dormir de nuevo esa noche. Había demasiadas cosas por hacer
y demasiados sueños para atormentarle cuando cerraba los ojos.
Todo el mundo contaba
con él para ser un gran líder. ¿No sabían todos que él era sólo un hombre? ¿Uno
no más capaz de mantener vivo a su pueblo que cualquier otro Amaterasu?
Por lo que parecía ser
la millonésima vez, maldijo su posición incluso mientras lo aceptaba. No
fracasaría. Las vidas de innumerables almas dependían de él.
—Oí un rumor —dijo Jinki.
Su profunda voz era
sosegada, pero llegaba fácilmente a través de la oficina.
—Parece que hay muchos
de esos dando vueltas estos días.
—No como éste.
Genial. Más problemas.
—Escúpelo, Jinki.
Estoy ocupado.
— ¿Hay Yokai con caras
de niños humanos?
Sin andarse por las
ramas allí. Lástima, también. YoungWoon no estaba dispuesto a reconocer
públicamente el giro que las noticias habían dado a la guerra. Todavía no
estaba completamente seguro de que los Caballeros de la Luz no hubieran perdido
ya y simplemente no quería saberlo todavía. Entre eso, el muro roto y las
lentas reparaciones, las noticias de que la fortaleza europea se estaba desmoronando
por la política interna, y el constante y fuerte dolor en la cabeza que le
estaba haciendo difícil concentrarse en el mejor de los días, las cosas
parecían bastante sombrías.
—Sí. Es cierto —dijo YoungWoon—,
pero realmente me gustaría mucho que no ayudaras a difundir el rumor más lejos
de lo que ya lo ha hecho.
— ¿Dónde? —preguntó Jinki.
— ¿Dónde qué?
— ¿Dónde encontraron
esas cosas?
—Sólo había una —dijo YoungWoon.
—Me voy a asegurar que
no haya más.
—No quiero dejarte ir.
Te necesito aquí, al menos hasta que el muro esté alzado.
—Si espero, será
demasiado tarde —dijo Jinki.
— ¿Demasiado tarde
para qué? Hyesung y Eric ya se encargaron de la amenaza.
—Sabes tan bien como
yo que los Yokai no se detendrán con uno. Voy a averiguar cómo están haciendo
esto y detenerlos.
YoungWoon se frotó las
sienes, respirando profundamente mientras el dolor empeoraba.
— ¿Solo?
—Es mejor así. La
mayoría de los hombres aquí se negarían cuando vieran lo que tendrían que
destruir.
— ¿Y tú no?
—No. Yo no.
—Entonces, ¿sólo vas a
marchar hacia un nido y comenzar a matar cosas que se parecen a nuestros hijos?
—No son nuestros
hijos. Seré capaz de recordarlo cuando alguien como tú no podría.
Tal vez tenía razón. YoungWoon
no estaba seguro de poder obligarse a hacer lo que era necesario, pero Jinki parecía
que sí. Nadie más se había ofrecido voluntario para el trabajo.
—De acuerdo.
Compruébalo tú mismo. Habla con Eric si necesitas más detalles. Él estaba allí.
—YoungWoon desenrolló el mapa de los nidos y ataques Yokai conocidos.
Jinki se acercó a la mesa
y miró donde YoungWoon señalaba. El punto que identificaba ese incidente era
bastante fácil de detectar. Era el único en el mapa de color rosa bebé.
Que jodidamente bien
le iba.
YoungWoon apartó la
vista del mapa. Había demasiados puntos para contar, y se estaban acercando más
a Castillo Matsumoto cada noche.
Eso tenía que parar.
Tenía que hacer algo, alzar algún gran plan, o nada más de lo que hiciera iba a
importar.
Quinientas treinta y
siete personas. Esos eran cuantos estaban, contándole a él, justo allí bajo su
propio techo. Eso no incluía a los humanos fuera de esos muros que eran
víctimas de hostigamiento todas las noches, o los otros Caballeros de la Luz
esparcidos por todo el planeta. No incluía a aquellos que sabía cuánta gente
estaba en Izanami ahora que no tenían ni idea de cuán cerca estaban los Caballeros
de la Luz de perder la guerra. La puerta de entrada a su mundo les protegía,
pero sólo mientras él y sus hombres la guardaran y la mantuvieran a salvo. Una
vez que se hubiesen ido, no quedaría nada para detener a los Yokai de inundar
ese mundo, también, nada para detenerlos de matar a todos y dirigirse al
siguiente planeta.
Sin presión.
Jinki se dio media
vuelta para marcharse sin decir una palabra. YoungWoon se sintió obligado a
decir algo, pero no tenía idea de qué. El hombre iba a hacer algo que YoungWoon
sabía que él nunca podría hacer. Iba a capturar la más grande arma que los Yokai
nunca hubieran creado, monstruos con los rostros de niños. Y después los iba a
matar.
—Ten cuidado —fue todo
lo que a YoungWoon se le ocurrió decirle.
Jinki se detuvo en la
puerta y se volvió.
—Esto no es acerca de
ser cuidadoso y lo sabes.
—No. Es sobre tener un
estómago fuerte y recordar lo que está en juego.
—No te preocupes. Soy
tu hombre.
Algo sobre la manera
en que Jinki lo dijo molestó a YoungWoon. Sonaba vacío. Hueco. Sin emoción.
Tal vez a Jinki se le
había acabado el tiempo, y ese era su último acto heroico. YoungWoon no se
atrevía a preguntar. No quería decirle adiós a su viejo amigo.
— ¿Estás diciendo que
puedes hacer esto y todavía dormir al final del día?
— ¿Quién dijo que
duermo? —dijo Jinki, después se había ido.
YoungWoon ni siquiera
podía escuchar sus fuertes pasos resonando en el silencioso pasillo.
Junsu tenía sus dudas
cuando se detuvieron en el aparcamiento de grava del destartalado restaurante.
Estaba al final de un largo camino de tierra, a kilómetros de la carretera, y
completamente fuera del paso, pero el aparcamiento estaba lleno por las prisas
por la cena, lo que tenía que significar algo en esa parte casi desierta del
mundo.
—Voy a ir a usar el
aseo—le dijo Junsu.
Él miró hacia su
muñeca para asegurarse que el brazalete todavía estaba en su lugar,
encadenándolo a él. Cuando vio que no había encontrado una manera de quitárselo,
le dijo:
—Voy a conseguirnos
una mesa. No tardes.
Junsu volvió por la
puerta que conducía a los aseos y el teléfono público. Tenía un montón de
cambio en su bolsillo por las propinas de la noche pasada, y comenzó a meterlo
en el teléfono. Marcó el número de Ahn Niel, que se sabía de memoria, rezando
que estuviera para no tener que dejar un mensaje.
—Hola —dijo él,
sonando desconfiado con esa sola palabra de saludo.
—Soy Junsu. No tengo
tiempo.
— ¿Estás bien?
—Sí. Bueno. Sólo
quería hacerte saber dónde dejar mi coche. Yoochun va a hacerlo reparar y
traérmelo una vez que llegue al complejo.
—Hemos estado
vigilándolo, y alguien lo arrastró al lugar del mecánico hoy temprano. Hablé
con el dueño y dijo que todo había sido pagado por adelantado, lo que quiera
que necesitara ser hecho. Se supone que llamará cuando esté arreglado.
—Yoochun ya debe tener
a sus hombres en ello. —Junsu se inclinó, y miró por la puerta, comprobando
para asegurarse que Yoochun no se dirigiera hacia allí.
No vio ni rastro de
él.
— ¿Estás seguro que
estarás bien con esto? —preguntó Niel.
Sonaba preocupado, y
quería abrazarlo por su preocupación. De todos los Kotama, era el único que
parecía preocuparse por lo que le pasara. Los otros, todo lo que veían era
alguna clase de herramienta para ser usado y desechado según fuera necesario.
—Por supuesto. Trataré
de llamar de nuevo cuando pueda, pero éste fue el primer teléfono al que tuve
acceso que no perteneciera a Yoochun. No quiero que sea capaz de rastrear tu
número.
—Si estás en
problemas, no te preocupes por eso, ¿de acuerdo? Sólo llámame.
—Tengo que irme antes
de que venga a buscarme. Quédate tranquilo y estaré en contacto.
—Ten cuidado, Junsu.
Mantente a salvo.
—Gracias, Niel. Tu,
también. —Junsu colgó y fue a encontrar su mesa.
A medida que se
acercaba, Yoochun le sonrió, como si estuviera feliz de verlo. Como si fuera su
amigo.
El estómago de Junsu
se retorció de vergüenza. Él no tenía ni idea de lo que estaba planeando. Por
supuesto, ese era el punto, pero de alguna manera diciéndoselo a sí mismo no la
hacía sentir nada mejor que un gran zorro mentiroso.
Ellos tratan de
engañarte. Usan poderes mentales para absorberte. Entonces absorberán tu cuerpo
hasta dejarlo seco y dejarán tu cadáver descomponerse.
Las palabras de
advertencia de mamá. Había cientos más como ellos, también. Junsu tenía que
recordar eso y endurecerse contra cualquier culpa que pudiera sentir. Eso era
un trabajo. Estaba haciendo lo correcto, salvando innumerables vidas humanas.
Si le gustaba o no el trabajo era irrelevante. Alguien tenía que hacerlo, y Junsu
era el mejor candidato.
Así pues, alejó
cualquier culpabilidad residual y fingió que todo estaba bien. Quería estar
allí, teniendo un almuerzo agradable con Yoochun. Quería que lo llevara a casa.
Quería que fueran amigos.
Fingir era más fácil
si olvidaba por qué lo estaba haciendo, así que eso fue lo que hizo. Noventa
minutos después, estaba lleno y más a gusto con Yoochun de lo que hubiera
pensado posible.
No la había acribillado
sobre su decisión de convertirse en su compañero, o hablar de nada serio
durante la cena. En su lugar, habló sobre cosas pequeñas, como la forma en que
había encontrado ese lugar tan lejos del camino transitado una noche cuando su
coche se había averiado, y cómo él, y sus amigos, habían hecho un concurso para
encontrar los mejores lugares para comer en el país.
Decía que era el
campeón reinante, y Junsu tenía que estar de acuerdo.
Pero una vez que
salieron por la puerta del restaurante, su encantadora actitud casi juguetona
cambió de repente. Sus pálidos ojos estaban brillantes y atentos y maniobró
casualmente a Junsu para ponerse en medio entre Junsu y las tierras de cultivo
abiertas a su alrededor.
Yoochun se acercó lo
suficiente como para que pudiera sentir el calor de su piel fluyendo entre
ellos, la tensión acordonando su musculoso cuerpo. Él tomó una profunda
inspiración por la nariz, como si estuviera olfateando el aire.
— ¿Todo bien?
—preguntó Junsu.
La ansiedad le secó la
boca, y estaba seguro que todo no estaba definitivamente bien.
—No —dijo Yoochun
mientras lo agarraba por el brazo y lo lanzaba hacia la camioneta,
prácticamente llevándolo para apresurarlo.
Estaba estacionado en
el lado opuesto del aparcamiento. La hora de la cena se había terminado y todos
los coches que habían ocupado el estacionamiento antes se habían ido ahora,
dejando el lugar casi desierto. El fresco aire de la noche de repente se sintió
helado contra su piel, y sólo el calor de los fuertes dedos de Yoochun alrededor
de su brazo le impedía temblar.
—Creo que podríamos
tener visitantes —dijo Yoochun con la voz tensa.
— ¿Visitantes?
—Yokai.
— ¿Tus mascotas están
aquí? —soltó antes de poder detenerse.
Yoochun le dio una
mirada afilada.
—No son nuestras
mascotas, Junsu. No sé dónde has oído eso, pero los Yokai son cualquier cosa
menos amistosos perros leales. Son nuestro enemigo, y nos matarán si nos
encuentra. No puedo arriesgarte así.
¿No podía arriesgarlo?
¿Qué pasaba con él?
Abrió la camioneta y lo
empujó sobre el asiento del conductor.
—Toma las llaves —le
dijo—. Necesito mantener las manos libres para pelear.
Le agarró el brazo, el
que llevaba la pulsera de cadena de oro, y cerró los ojos durante un breve
segundo. Una caliente chispa de poder se disparó a través de su muñeca y el
brazalete cayó abierto.
Lo cogió y se lo guardó en el bolsillo.
Junsu le dio un gesto
interrogatorio.
—No quiero que te
quedes atrapado a mi lado si las cosas se ponen feas —dijo él.
El miedo se deslizó
girando dentro de su vientre, amenazando con empujar su comida fuera todo el
camino.
— ¿Feas?
Un espeluznante
aullido quebró la noche, silenciando a los grillos cercanos.
—Hay un mapa en la
guantera. En él hay un punto de tinta roja al noreste de Shikoku City. Eso es Castillo
Matsumoto. Ve allí. Diles quién eres y te dejarán entrar. Me encontraré
contigo.
— ¿Quieres que te deje
aquí? —preguntó.
Sentándose en la parte
alta en la camioneta, tenía una buena vista del campo de maíz. Altos tallos de
maíz se separaron mientras algo grande se acercaba. Varios algo.
—No puedo dejar a ésta
gente aquí a su suerte. Tengo que quedarme y luchar.
— ¿Tu solo?
Él le guiñó un ojo.
—No estás dispuesto a
ayudarme, sin embargo desearía como el infierno que lo hicieras. Vete ahora. No
hay más tiempo.
Yoochun lo encerró en el interior de la camioneta y sacó
una espada que había sido invisible hacía sólo un momento. Se alejó, hacia el
borde del campo de maíz, su paso seguro y estable.
La mano de Junsu
tanteó la llave, tratando de separar lo que necesitaba del resto. La metió en
el encendido al tercer intento, y la camioneta arrancó fácilmente. Nada que ver
con su antiguo Honda.
Lo que quisiera que
estuviera allí fuera en el maíz se acercaba rápidamente, estaba a sólo unos
cuarenta y cinco metros de distancia ahora. Yoochun se había movido hasta el
borde de los altos tallos, colocándose entre la gente del restaurante y lo que
quisiera que se dirigiera en su dirección. Alzó su mano preparándose, y se
quedó allí, esperando.
Junsu no quería
dejarle allí solo. Dijo que esas cosas no eran sus mascotas. La forma en que
actuaba demostraba que no mentía.
Otro profundo aullido
hizo saltar a Junsu. Un espeso miedo aceitoso se cerró alrededor de su garganta
hasta que sólo pudo respirar entrecortado y superficialmente.
Tenía que salir de
allí. Yoochun podría cuidar de sí mismo. No se habría quedado allí solo si no
pudiera. ¿Podría?
Sus pies no podían
tocar los pedales, así que se deslizó hacia delante en el asiento. El primer Yokai
irrumpió a través del campo, entrando a la vista.
Era una enorme bestia
descomunal, tan ancha como alta. Largos colmillos estallaban de su mandíbula,
chorreando saliva. Tenía un hocico grueso y cubierto de largas púas de arriba
abajo. Su espinosa piel brillaba húmedamente en la penumbra, y todas esas púas
se sacudían a medida que la cosa posaba sus ojos sobre Yoochun.
El cuerpo de Junsu se
agarrotó de terror. Nunca había visto algo así antes.
Un alto sonido
siseante salió de la cosa, y Yoochun cayó al suelo, aplastándose contra la
tierra seca. Decenas de púas salieron disparadas de la piel del monstruo y
algunas de ellas se incrustaron en un árbol cercano. Sólo una fracción de un
par de centímetros de las largas púas sobresalía de la dura corteza.
Junsu no quería pensar
qué le habría sucedido al cuerpo de Yoochun si le hubieran dado. Era duro, pero
un infierno mucho más blando que ese árbol.
Antes de tener tiempo
siquiera para darle sentido a lo que estaba viendo, Yoochun estaba de nuevo de
pie, espada en mano, acercándose al monstruo. Su espada brilló mientras
atacaba, pero Junsu no lo vio. Un movimiento más lejos en el campo demandaba su
atención.
Había tres cosas más
acercándose rápidamente. No sabía si eran las mismas cosas que la que estaba
peleando con Yoochun o no, pero estaba bastante seguro que en realidad no
importaba. Cuatro contra uno no era el tipo de probabilidades contra las que un
hombre sobrevivía.
Trató de auto
convencerse que no le importaba si sobrevivía. No lo necesitaba más. Tenía su
camioneta, dinero, un mapa, a Donghae y su coche en camino. Tenía todo lo que
necesitaba para llegar a Castillo Matsumoto y reventarlo. Incluso lo había
desencadenado, liberándolo para que huyera sin enfermarse.
¿Por qué había hecho
eso? ¿Porque no quería hacerle daño? ¿O porque sabía que iba a morir?
Junsu no lo sabía. No
comprendía por qué lo había liberado cuando había estado claro que tenía la
intención de aprisionarlo de por vida.
Lo que sabía era,
hasta que separara la verdad de las mentiras, que no podía dejar morir a Yoochun.
Puso la camioneta en marcha
y pisó el acelerador. La grava salió disparada de las ruedas, pero la camioneta
se echó a andar a toda prisa. Se inclinó hacia el campo, y se dirigió hacia los
dos monstruos que estaban entre el maíz seco. Eran los dos únicos lo
suficientemente cerca para poder llegar a los dos a la vez.
Una rápida mirada en
dirección a Yoochun le dijo que se había ocupado del primer monstruo, dejándolo
en sangrientos pedazos en el suelo. Un segundo saltó desde el maíz, disparando
sus púas al pasar. El cuerpo de Yoochun se arqueó mientras esquivaba la
rociada, pero su hombro se tambaleó hacia atrás cuando una de los pinchos dio
en el blanco.
Oh, mierda. Eso no
podía ser bueno.
Junsu se echó hacia
atrás conduciendo justo cuando el parachoques delantero golpeaba al primer
monstruo, seguido de cerca por el segundo. La camioneta saltó en el aire casi
un metro, y oyó un silbido estallar de al menos dos neumáticos cuando las púas
los pincharon.
Un fuerte ruido, como
granizo golpeó el techo de la camioneta, rebotó desde abajo. Tres de esas
desagradables púas se dispararon a través de las tablas del suelo a sólo unos
centímetros de sus pies, pasando cerca de él y alojándose en la cabecera de la
camioneta.
Junsu gritó, e
instintivamente se apartó del ataque. Sin su pie sobre el acelerador, la
camioneta desaceleró rápidamente, barriendo un amplio sector de plantas de maíz
por debajo.
Miró por el espejo
retrovisor, buscando señales de movimiento de los dos a los que había
aplastado. Estaban tumbados en húmedos montones, retorciéndose, pero no
levantándose.
Empujó el acelerador,
tirando con fuerza del volante, y volviendo la camioneta para otro pase.
Frenéticamente, examinó la zona donde había visto por última vez a Yoochun y no
vio nada, ni siquiera el movimiento en el maíz o la punta de la hoja brillando
sobre los tallos.
El pánico se apoderó
de su cuerpo, vaciándolo, como si estuviera flotando justo por encima de su
cuerpo. Parecía que había tardado una eternidad poner al camioneta en marcha
por el camino correcto.
¿Estaba Yoochun
herido? ¿Muerto?
La idea lo dejó helado
y temblando.
Se armó de valor
contra lo que iba a hacer a continuación mientras las ruedas desinfladas
crujían sobre los cuerpos de los monstruos. Si se levantaban ahora, sabía que
era el momento de correr.
Junsu detuvo la
camioneta, preocupado de que Yoochun estuviera oculto en el maíz. Yaciendo
herido y sangrando. Si le golpeaba, nunca sería capaz de vivir consigo mismo.
Salió de la camioneta
en marcha y saltó de la cabina. Un húmedo sonido chorreante salió de debajo del
camioneta, pero se dijo a sí mismo que era sólo condensación del aire
acondicionado, no pedacitos blandos de tripas de monstruo.
Desarmado y desesperado,
Junsu se abrió paso de vuelta a donde había visto por última vez a Yoochun. Los
cadáveres de dos monstruos yacían allí, goteando lentamente espesa sangre negra
sobre el suelo.
Yoochun no estaba por
ningún lado.
— ¡Yoochun! —gritó.
Ni siquiera le
importaba que alguna de las personas que quedaban en el asador lo oyera. Los Kotama
y su madre siempre le habían dicho que tenían que mantener todo ese tema de
monstruos en silencio, pero le importaba una mierda eso ahora. Necesitaba
encontrar a Yoochun.
Le llamó por el nombre
otra vez, pero no obtuvo respuesta. Entonces le pareció oír algo. Un profundo
gemido.
Junsu se detuvo en
seco, dejando que los susurros de las plantas se detuvieran a su alrededor.
Ahí estaba de nuevo.
Definitivamente un gemido.
Se acercó hacia él,
coreando el nombre de Yoochun, rogando que estuviera bien, mejor de lo que
sonaba.
No lo estaba. Su gran
cuerpo estaba tendido en el suelo, su espada yaciendo a pocos metros de
distancia. La sangre goteaba del hombro de su camiseta. No podía ver la púa, y
no sabía si estaba incrustada en él, o si le había travesado. Su piel morena
estaba brillando de sudor, aún cuando su cuerpo se estremecía con escalofríos.
—Yoochun —exhaló
mientras iba a su lado.
Él abrió los ojos y
las pupilas eran pequeños puntitos de color negro. No era una buena señal.
—Vete, Junsu. Pueden
oler mi sangre. Vendrán más.
—Estás loco si crees
que te voy a dejar aquí. Nos vamos juntos.
Tiró de su brazo sano,
tratando de levantarlo y ponerlo de pie. Hombre, era pesado, pero se las
arregló para poner su hombro bajo él y, con su ayuda, lo levantó. Estaba
tembloroso y apretó los dientes contra el dolor de mantenerlo levantado. El
hombre estaba lleno de pesados músculos y probablemente pesaba el doble que él.
Si no lo metía en la
camioneta mientras él todavía podía ayudar, nunca lo haría.
—Espada —dijo él,
sonando casi en pánico.
—Déjalo. Puedes
conseguir otra.
— ¡No! —Viró hacia la
cosa y Junsu no tuvo otra opción que ayudarle a llegar allí o dejarle caer.
Aparentemente era
demasiado importante para dejarla atrás.
Le sostuvo con una
mano mientras cogía el arma, pero no tenía dónde ponerla. Frustrado, se la
metió bajo el brazo y la prendió a su costado, rezando para no cortar a uno de
ellos con la perversa hoja.
Satisfecho, Yoochun
cooperó de nuevo y se dirigieron hacia la camioneta.
—Eso es —dijo jadeando
bajo su peso, agradecida de no ser una blanda—. Casi llegamos.
—No voy a durar mucho
más —le dijo a ella—. Veneno.
—Infiernos que no.
Sólo dime qué hacer.
Llegaron a la
camioneta y lo apoyó contra ella mientras manoseaba para abrir la puerta del
acompañante. Consiguió abrirla, él entró de cabeza, desplomándose contra el
asiento, pero era lo suficientemente bueno.
Junsu arrojó la espada
a las tablas del suelo a sus pies, cerró la puerta y corrió alrededor de la
camioneta. Iba a conducir con las llantas, pero eso era demasiado malo. De
ninguna manera se iba a quedar el tiempo suficiente para arreglar los
neumáticos y ver qué más se presentaba.
—Cinta adhesiva
—susurró Yoochun.
No tenía ni idea de
por qué la quería, pero no se detuvo a hacer preguntas estúpidas.
— ¿Dónde está?
—Caja. Bajo el
asiento.
La encontró y ya
estaba tirando del extremo.
— ¿Qué hago con ella?
—Tapa mi herida. Lanza
la camiseta fuera como distracción. La sangre.
Correcto. Ellos podían
olerla.
Junsu se puso de
rodillas sobre el asiento y tiró con fuerza de la camiseta de Yoochun. Él siseó
de dolor, revolviéndole el estómago, pero no se ralentizó o trató de ser más
suave. Ahora no era el momento de ser suave. O lento.
La camiseta cayó,
empapada de sangre y sudor. La usó para limpiar el hilillo de sangre que manaba
de la fruncida herida. No podía ver si la púa había traspasado o no, pero
necesitaba detener el sangrado, así que usó una tira de la cinta para vendarlo,
cubriendo tanto la parte trasera como la delantera de su hombro. Le iba a doler
como el infierno cuando se la quitara, pero tratarían con eso más tarde.
Asumiendo que vivieran lo suficiente.
—Tira la camiseta por
la ventanilla. Si no van por ella, tírame.
Junsu aplastó la
oleada de pánico que crecía dentro de sí.
—No va a pasar.
Él alargó la mano
hacia el picaporte, pero Junsu golpeó el botón que lo bloqueaba para que no se
abriera. Él trató de accionar el interruptor de su lado, pero sus dedos estaban
temblando tanto, que no podía hacerlo funcionar. Se dejó caer en el asiento y
su brazo cayó desmayado a su lado.
Junsu puso la
camioneta en marcha y se dirigió a la carretera. La camiseta de Yoochun estaba
al alcance de su mano, lista para ser lanzada, pero no iba a hacer eso tan
cerca del restaurante. No quería atraer más monstruos allí a la agradable gente
indefensa.
Ambos neumáticos
delanteros estaban planos y tenía problemas de dirección, pero se las arregló
para llevarlos más de cuatro kilómetros y medio camino abajo. Tiró la camiseta
por la ventanilla y siguió adelante.
Yoochun estaba
haciendo bajos ruidos de dolor, pero no le había dicho una palabra en varios
minutos. Estaba tumbado lánguidamente en el asiento, deslizándose cada vez que
daba un giro. Se acercó y presionó una mano contra su frente.
Estaba ardiendo.
Un enfermo miedo
desvalido se levantó en su interior. Eso era como cuando mamá había muerto. La
había encontrado demasiado tarde. No había nada que pudiera hacer. Junsu había
sido un adolescente, perdido, solo y asustado.
No podía pasar a
través de eso otra vez. Esa vez, tenía que hacer algo para detenerlo.
Manteniendo un ojo
sobre la carretera, tanteó sobre la piel caliente de Yoochun hasta que encontró
su cinturón y el teléfono móvil enganchado en él. Se sabía el número de Donghae
de memoria. Lo marcó mientras comprobaba el indicador de la gasolina. Sólo
quedaba un cuarto de tanque y no estaban haciendo un buen tiempo. El motor
estaba gritando, pero los neumáticos estaban realmente ralentizándolos,
haciendo difícil el avance, incluso con la dirección asistida.
Le tomó varios
timbrazos a Donghae contestar.
—Hola. —Parecía sin
aliento y su voz era débil por la fatiga.
—Donghae. Yoochun está
en problemas. Ha sido envenenado.
—Oh no.
— ¿Qué hago?
Se oyó un ruido rayado
en la línea.
Una voz de hombre
salió por el teléfono, fuerte y confiada. Hyukjae.
—Junsu, ¿estás a
salvo?
La pregunta la
sorprendió. No había esperado estar hablando con Hyukjae, ni habría pensado que
su seguridad iba a ser la primera cosa en su mente.
—Sí, pero Yoochun no.
—Dime que pasó.
Yoochun dejó escapar
un profundo gemido y Junsu apretó más el volante.
—Fue alguna clase de
cosa puercoespín. Una púa atravesó el hombro de Yoochun.
— ¿Sólo una? —preguntó
Hyukjae.
—Creo que sí.
— ¿Está consciente?
Junsu tragó con dificultad
para aliviar la opresión en la garganta.
—En realidad no. Está
sudando y temblando.
—No te asustes, ¿de
acuerdo? Vamos a arreglarlo, pero te necesito para detener la hemorragia.
—Ya lo hice. Me hizo
ponerle cinta adhesiva sobre la herida.
—Eso funcionará —dijo Hyukjae.
— ¿Dónde estás?
—Shikoku. En su
camioneta.
— ¿Qué ciudad?
—No lo sé. Me llevó a
un asador en medio de la nada. —No podía recordar el nombre y entró en pánico
de nuevo.
Hyukjae debía haberlo
percibido en su voz.
—De acuerdo, Junsu. Conozco
el lugar, pero no puedes perder las formas. Tienes que mantenerte en
movimiento.
—Lo estoy, pero las
dos ruedas delanteras de su camioneta están pinchadas, y estamos casi sin
gasolina.
Le oyó pronuncias una
vil maldición, pero amortiguada, como si hubiera cubierto el micrófono, no
queriendo que lo oyera.
—Irá bien. Alguien
estará cerca que pueda ayudar. Sólo quédate fuera de las carreteras principales
para que no te pare la policía, ¿de acuerdo?
—Sí. Puedo hacer eso.
—Esperaba—. ¿Puedes adivinar dónde está el hospital más cercano?
—Los médicos humanos
no pueden ayudarle, pero dame dos minutos y encontraré a alguien que pueda.
Antes de poder
responder, la voz de Donghae volvió a la línea, llena de alegría fingida.
—Hey, Junsu. Hyukjae
fue a encontrarte ayuda, pero nos pondremos al día de los viejos tiempos
mientras él está trabajando en ello.
Era difícil mantener
el teléfono en la oreja mientras conducía la camioneta, pero Junsu necesitaba
el sustento de la voz de su amigo para mantener el equilibrio. Demasiado estaba
pasando demasiado rápido.
—Qué tal empezar por
decirme por qué sonabas tan cansada cuando llamé. ¿No te dejan dormir?
—Estoy ayudando a
reconstruir el muro. Es agotador, pero necesario.
—Pensé que había
montones de hombres fornidos allí. Que hagan ellos el trabajo pesado.
—No estoy
construyéndolo físicamente. Estoy empujando un montón de magia en él para
hacerlo más fuerte. Muy chulo, ¿eh?
Junsu no estaba seguro
de qué chulo fuera la palabra que usaría, pero no quería entrar en una discusión
sobre su opinión ahora.
—Si tú lo dices.
¿Hiciste las maletas como te dije?
—No. Junsu, yo…
—Si no puedes hablar,
lo entiendo. Sólo dime algo mundano y lo pillaré.
—No es eso. Soy libre
de decir lo que quiera. Sólo creo que podrías haber obtenido algunas ideas
equivocadas acerca de éstas personas en algún momento.
—Te están haciendo
decir eso, ¿verdad?
—No. —Donghae dejó
escapar un suspiro—. Escucha, sería más fácil hablarlo en persona una vez que
estés aquí.
—Asumiendo que llegue
tan lejos.
—Lo harás —dijo Donghae—.
Veo al líder de los Caballeros de la Luz cruzar el patio. Ya está con su
teléfono, llamando probablemente a hombres de todas partes para venir a ayudar.
No te defraudarán.
La idea de un puñado
de hombres como Yoochun acercándose era más que un poco desalentadora. Apenas
podía mantener la cabeza con un grande y sexy Caballeros de la Luz. Más de uno
iba a ser muy difícil de controlar.
—No. No quiero un
puñado de gente cazándome.
—No van a cazarte, Junsu.
Van a ayudar.
Junsu seguía sin estar
convencido. Al menos si sabía lo que estaba en camino, podía dejar a Yoochun en
algún lugar donde su gente iba a salvarlo. No tenía que quedarse.
—Oh, espera un segundo
—dijo Donghae—. Hyukjae vuelve.
Él volvió a la línea,
su profunda voz llenándole el oído de serena confianza.
—SeungHyun se va a
reunir contigo en una casa Pami cerca de donde estás. Es como un médico. Puede
ayudar a Yoochun, ¿de acuerdo?
Junsu no estaba seguro
si confiar en nada que Hyukjae dijera, y estaba incluso mucho menos seguro de
querer a esa persona SeungHyun cerca. Las buenas noticias eran que si sólo era
un hombre, Junsu no tendría problemas para irse mientras estaba ocupado
ayudando a Yoochun. Iba a encontrar una manera de quitarle las llaves al hombre
y dirigirse a Castillo Matsumoto por sí mismo.
Junsu enderezó la
columna, y esperó no estar cometiendo un enorme error.
—Sólo dime dónde ir.
Este fic es una adaptación, no es mío,
yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: HUYENDO DEL MIEDO-
SHANNON K. BUTCHER. PAREJA PRINCIPAL: YOOSU.