martes, 18 de marzo de 2014

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 8


YoungWoon levantó la vista de su escritorio para ver a Lee Jinki llenando el marco de la puerta. Sus ojos negros destellaban bajo las brillantes luces de la oficina, pero su rostro era una máscara en blanco, impasible. Esperaba en silencio, incluso después de que YoungWoon se hubiera fijado en él.

— ¿Necesitas algo? —preguntó YoungWoon.

Sus ojos ardieron, y sabía que no iba a dormir de nuevo esa noche. Había demasiadas cosas por hacer y demasiados sueños para atormentarle cuando cerraba los ojos.

Todo el mundo contaba con él para ser un gran líder. ¿No sabían todos que él era sólo un hombre? ¿Uno no más capaz de mantener vivo a su pueblo que cualquier otro Amaterasu?

Por lo que parecía ser la millonésima vez, maldijo su posición incluso mientras lo aceptaba. No fracasaría. Las vidas de innumerables almas dependían de él.



—Oí un rumor —dijo Jinki.

Su profunda voz era sosegada, pero llegaba fácilmente a través de la oficina.

—Parece que hay muchos de esos dando vueltas estos días.

—No como éste.

Genial. Más problemas.

—Escúpelo, Jinki. Estoy ocupado.

— ¿Hay Yokai con caras de niños humanos?

Sin andarse por las ramas allí. Lástima, también. YoungWoon no estaba dispuesto a reconocer públicamente el giro que las noticias habían dado a la guerra. Todavía no estaba completamente seguro de que los Caballeros de la Luz no hubieran perdido ya y simplemente no quería saberlo todavía. Entre eso, el muro roto y las lentas reparaciones, las noticias de que la fortaleza europea se estaba desmoronando por la política interna, y el constante y fuerte dolor en la cabeza que le estaba haciendo difícil concentrarse en el mejor de los días, las cosas parecían bastante sombrías.

—Sí. Es cierto —dijo YoungWoon—, pero realmente me gustaría mucho que no ayudaras a difundir el rumor más lejos de lo que ya lo ha hecho.

— ¿Dónde? —preguntó Jinki.

— ¿Dónde qué?

— ¿Dónde encontraron esas cosas?

—Sólo había una —dijo YoungWoon.

—Me voy a asegurar que no haya más.

—No quiero dejarte ir. Te necesito aquí, al menos hasta que el muro esté alzado.

—Si espero, será demasiado tarde —dijo Jinki.

— ¿Demasiado tarde para qué? Hyesung y Eric ya se encargaron de la amenaza.

—Sabes tan bien como yo que los Yokai no se detendrán con uno. Voy a averiguar cómo están haciendo esto y detenerlos.

YoungWoon se frotó las sienes, respirando profundamente mientras el dolor empeoraba.

— ¿Solo?

—Es mejor así. La mayoría de los hombres aquí se negarían cuando vieran lo que tendrían que destruir.

— ¿Y tú no?

—No. Yo no.

—Entonces, ¿sólo vas a marchar hacia un nido y comenzar a matar cosas que se parecen a nuestros hijos?

—No son nuestros hijos. Seré capaz de recordarlo cuando alguien como tú no podría.
Tal vez tenía razón. YoungWoon no estaba seguro de poder obligarse a hacer lo que era necesario, pero Jinki parecía que sí. Nadie más se había ofrecido voluntario para el trabajo.

—De acuerdo. Compruébalo tú mismo. Habla con Eric si necesitas más detalles. Él estaba allí. —YoungWoon desenrolló el mapa de los nidos y ataques Yokai conocidos.

Jinki se acercó a la mesa y miró donde YoungWoon señalaba. El punto que identificaba ese incidente era bastante fácil de detectar. Era el único en el mapa de color rosa bebé.
Que jodidamente bien le iba.

YoungWoon apartó la vista del mapa. Había demasiados puntos para contar, y se estaban acercando más a Castillo Matsumoto cada noche.
Eso tenía que parar. Tenía que hacer algo, alzar algún gran plan, o nada más de lo que hiciera iba a importar.

Quinientas treinta y siete personas. Esos eran cuantos estaban, contándole a él, justo allí bajo su propio techo. Eso no incluía a los humanos fuera de esos muros que eran víctimas de hostigamiento todas las noches, o los otros Caballeros de la Luz esparcidos por todo el planeta. No incluía a aquellos que sabía cuánta gente estaba en Izanami ahora que no tenían ni idea de cuán cerca estaban los Caballeros de la Luz de perder la guerra. La puerta de entrada a su mundo les protegía, pero sólo mientras él y sus hombres la guardaran y la mantuvieran a salvo. Una vez que se hubiesen ido, no quedaría nada para detener a los Yokai de inundar ese mundo, también, nada para detenerlos de matar a todos y dirigirse al siguiente planeta.
Sin presión.

Jinki se dio media vuelta para marcharse sin decir una palabra. YoungWoon se sintió obligado a decir algo, pero no tenía idea de qué. El hombre iba a hacer algo que YoungWoon sabía que él nunca podría hacer. Iba a capturar la más grande arma que los Yokai nunca hubieran creado, monstruos con los rostros de niños. Y después los iba a matar.


—Ten cuidado —fue todo lo que a YoungWoon se le ocurrió decirle.

Jinki se detuvo en la puerta y se volvió.

—Esto no es acerca de ser cuidadoso y lo sabes.

—No. Es sobre tener un estómago fuerte y recordar lo que está en juego.

—No te preocupes. Soy tu hombre.

Algo sobre la manera en que Jinki lo dijo molestó a YoungWoon. Sonaba vacío. Hueco. Sin emoción.

Tal vez a Jinki se le había acabado el tiempo, y ese era su último acto heroico. YoungWoon no se atrevía a preguntar. No quería decirle adiós a su viejo amigo.

— ¿Estás diciendo que puedes hacer esto y todavía dormir al final del día?

— ¿Quién dijo que duermo? —dijo Jinki, después se había ido.

YoungWoon ni siquiera podía escuchar sus fuertes pasos resonando en el silencioso pasillo.








Junsu tenía sus dudas cuando se detuvieron en el aparcamiento de grava del destartalado restaurante. Estaba al final de un largo camino de tierra, a kilómetros de la carretera, y completamente fuera del paso, pero el aparcamiento estaba lleno por las prisas por la cena, lo que tenía que significar algo en esa parte casi desierta del mundo.

—Voy a ir a usar el aseo—le dijo Junsu.

Él miró hacia su muñeca para asegurarse que el brazalete todavía estaba en su lugar, encadenándolo a él. Cuando vio que no había encontrado una manera de quitárselo, le dijo:

—Voy a conseguirnos una mesa. No tardes.

Junsu volvió por la puerta que conducía a los aseos y el teléfono público. Tenía un montón de cambio en su bolsillo por las propinas de la noche pasada, y comenzó a meterlo en el teléfono. Marcó el número de Ahn Niel, que se sabía de memoria, rezando que estuviera para no tener que dejar un mensaje.

—Hola —dijo él, sonando desconfiado con esa sola palabra de saludo.

—Soy Junsu. No tengo tiempo.

— ¿Estás bien?

—Sí. Bueno. Sólo quería hacerte saber dónde dejar mi coche. Yoochun va a hacerlo reparar y traérmelo una vez que llegue al complejo.

—Hemos estado vigilándolo, y alguien lo arrastró al lugar del mecánico hoy temprano. Hablé con el dueño y dijo que todo había sido pagado por adelantado, lo que quiera que necesitara ser hecho. Se supone que llamará cuando esté arreglado.

—Yoochun ya debe tener a sus hombres en ello. —Junsu se inclinó, y miró por la puerta, comprobando para asegurarse que Yoochun no se dirigiera hacia allí.
No vio ni rastro de él.

— ¿Estás seguro que estarás bien con esto? —preguntó Niel.
Sonaba preocupado, y quería abrazarlo por su preocupación. De todos los Kotama, era el único que parecía preocuparse por lo que le pasara. Los otros, todo lo que veían era alguna clase de herramienta para ser usado y desechado según fuera necesario.

—Por supuesto. Trataré de llamar de nuevo cuando pueda, pero éste fue el primer teléfono al que tuve acceso que no perteneciera a Yoochun. No quiero que sea capaz de rastrear tu número.

—Si estás en problemas, no te preocupes por eso, ¿de acuerdo? Sólo llámame.

—Tengo que irme antes de que venga a buscarme. Quédate tranquilo y estaré en contacto.

—Ten cuidado, Junsu. Mantente a salvo.

—Gracias, Niel. Tu, también. —Junsu colgó y fue a encontrar su mesa.

A medida que se acercaba, Yoochun le sonrió, como si estuviera feliz de verlo. Como si fuera su amigo.

El estómago de Junsu se retorció de vergüenza. Él no tenía ni idea de lo que estaba planeando. Por supuesto, ese era el punto, pero de alguna manera diciéndoselo a sí mismo no la hacía sentir nada mejor que un gran zorro mentiroso.

Ellos tratan de engañarte. Usan poderes mentales para absorberte. Entonces absorberán tu cuerpo hasta dejarlo seco y dejarán tu cadáver descomponerse.
Las palabras de advertencia de mamá. Había cientos más como ellos, también. Junsu tenía que recordar eso y endurecerse contra cualquier culpa que pudiera sentir. Eso era un trabajo. Estaba haciendo lo correcto, salvando innumerables vidas humanas. Si le gustaba o no el trabajo era irrelevante. Alguien tenía que hacerlo, y Junsu era el mejor candidato.

Así pues, alejó cualquier culpabilidad residual y fingió que todo estaba bien. Quería estar allí, teniendo un almuerzo agradable con Yoochun. Quería que lo llevara a casa. Quería que fueran amigos.

Fingir era más fácil si olvidaba por qué lo estaba haciendo, así que eso fue lo que hizo. Noventa minutos después, estaba lleno y más a gusto con Yoochun de lo que hubiera pensado posible.
No la había acribillado sobre su decisión de convertirse en su compañero, o hablar de nada serio durante la cena. En su lugar, habló sobre cosas pequeñas, como la forma en que había encontrado ese lugar tan lejos del camino transitado una noche cuando su coche se había averiado, y cómo él, y sus amigos, habían hecho un concurso para encontrar los mejores lugares para comer en el país.

Decía que era el campeón reinante, y Junsu tenía que estar de acuerdo.
Pero una vez que salieron por la puerta del restaurante, su encantadora actitud casi juguetona cambió de repente. Sus pálidos ojos estaban brillantes y atentos y maniobró casualmente a Junsu para ponerse en medio entre Junsu y las tierras de cultivo abiertas a su alrededor.

Yoochun se acercó lo suficiente como para que pudiera sentir el calor de su piel fluyendo entre ellos, la tensión acordonando su musculoso cuerpo. Él tomó una profunda inspiración por la nariz, como si estuviera olfateando el aire.



— ¿Todo bien? —preguntó Junsu.

La ansiedad le secó la boca, y estaba seguro que todo no estaba definitivamente bien.

—No —dijo Yoochun mientras lo agarraba por el brazo y lo lanzaba hacia la camioneta, prácticamente llevándolo para apresurarlo.

Estaba estacionado en el lado opuesto del aparcamiento. La hora de la cena se había terminado y todos los coches que habían ocupado el estacionamiento antes se habían ido ahora, dejando el lugar casi desierto. El fresco aire de la noche de repente se sintió helado contra su piel, y sólo el calor de los fuertes dedos de Yoochun alrededor de su brazo le impedía temblar.

—Creo que podríamos tener visitantes —dijo Yoochun con la voz tensa.

— ¿Visitantes?

—Yokai.
— ¿Tus mascotas están aquí? —soltó antes de poder detenerse.

Yoochun le dio una mirada afilada.

—No son nuestras mascotas, Junsu. No sé dónde has oído eso, pero los Yokai son cualquier cosa menos amistosos perros leales. Son nuestro enemigo, y nos matarán si nos encuentra. No puedo arriesgarte así.

¿No podía arriesgarlo? ¿Qué pasaba con él?

Abrió la camioneta y lo empujó sobre el asiento del conductor.

—Toma las llaves —le dijo—. Necesito mantener las manos libres para pelear.

Le agarró el brazo, el que llevaba la pulsera de cadena de oro, y cerró los ojos durante un breve segundo. Una caliente chispa de poder se disparó a través de su muñeca y el brazalete cayó abierto. 

Lo cogió y se lo guardó en el bolsillo.
Junsu le dio un gesto interrogatorio.

—No quiero que te quedes atrapado a mi lado si las cosas se ponen feas —dijo él.

El miedo se deslizó girando dentro de su vientre, amenazando con empujar su comida fuera todo el camino.

— ¿Feas?

Un espeluznante aullido quebró la noche, silenciando a los grillos cercanos.

—Hay un mapa en la guantera. En él hay un punto de tinta roja al noreste de Shikoku City. Eso es Castillo Matsumoto. Ve allí. Diles quién eres y te dejarán entrar. Me encontraré contigo.

— ¿Quieres que te deje aquí? —preguntó.

Sentándose en la parte alta en la camioneta, tenía una buena vista del campo de maíz. Altos tallos de maíz se separaron mientras algo grande se acercaba. Varios algo.

—No puedo dejar a ésta gente aquí a su suerte. Tengo que quedarme y luchar.

— ¿Tu solo?

Él le guiñó un ojo.

—No estás dispuesto a ayudarme, sin embargo desearía como el infierno que lo hicieras. Vete ahora. No hay más tiempo.

Yoochun lo encerró en el interior de la camioneta y sacó una espada que había sido invisible hacía sólo un momento. Se alejó, hacia el borde del campo de maíz, su paso seguro y estable.

La mano de Junsu tanteó la llave, tratando de separar lo que necesitaba del resto. La metió en el encendido al tercer intento, y la camioneta arrancó fácilmente. Nada que ver con su antiguo Honda.

Lo que quisiera que estuviera allí fuera en el maíz se acercaba rápidamente, estaba a sólo unos cuarenta y cinco metros de distancia ahora. Yoochun se había movido hasta el borde de los altos tallos, colocándose entre la gente del restaurante y lo que quisiera que se dirigiera en su dirección. Alzó su mano preparándose, y se quedó allí, esperando.
Junsu no quería dejarle allí solo. Dijo que esas cosas no eran sus mascotas. La forma en que actuaba demostraba que no mentía.

Otro profundo aullido hizo saltar a Junsu. Un espeso miedo aceitoso se cerró alrededor de su garganta hasta que sólo pudo respirar entrecortado y superficialmente.

Tenía que salir de allí. Yoochun podría cuidar de sí mismo. No se habría quedado allí solo si no pudiera. ¿Podría?

Sus pies no podían tocar los pedales, así que se deslizó hacia delante en el asiento. El primer Yokai irrumpió a través del campo, entrando a la vista.

Era una enorme bestia descomunal, tan ancha como alta. Largos colmillos estallaban de su mandíbula, chorreando saliva. Tenía un hocico grueso y cubierto de largas púas de arriba abajo. Su espinosa piel brillaba húmedamente en la penumbra, y todas esas púas se sacudían a medida que la cosa posaba sus ojos sobre Yoochun.

El cuerpo de Junsu se agarrotó de terror. Nunca había visto algo así antes.
Un alto sonido siseante salió de la cosa, y Yoochun cayó al suelo, aplastándose contra la tierra seca. Decenas de púas salieron disparadas de la piel del monstruo y algunas de ellas se incrustaron en un árbol cercano. Sólo una fracción de un par de centímetros de las largas púas sobresalía de la dura corteza.

Junsu no quería pensar qué le habría sucedido al cuerpo de Yoochun si le hubieran dado. Era duro, pero un infierno mucho más blando que ese árbol.
Antes de tener tiempo siquiera para darle sentido a lo que estaba viendo, Yoochun estaba de nuevo de pie, espada en mano, acercándose al monstruo. Su espada brilló mientras atacaba, pero Junsu no lo vio. Un movimiento más lejos en el campo demandaba su atención.

Había tres cosas más acercándose rápidamente. No sabía si eran las mismas cosas que la que estaba peleando con Yoochun o no, pero estaba bastante seguro que en realidad no importaba. Cuatro contra uno no era el tipo de probabilidades contra las que un hombre sobrevivía.

Trató de auto convencerse que no le importaba si sobrevivía. No lo necesitaba más. Tenía su camioneta, dinero, un mapa, a Donghae y su coche en camino. Tenía todo lo que necesitaba para llegar a Castillo Matsumoto y reventarlo. Incluso lo había desencadenado, liberándolo para que huyera sin enfermarse.



¿Por qué había hecho eso? ¿Porque no quería hacerle daño? ¿O porque sabía que iba a morir?
Junsu no lo sabía. No comprendía por qué lo había liberado cuando había estado claro que tenía la intención de aprisionarlo de por vida.

Lo que sabía era, hasta que separara la verdad de las mentiras, que no podía dejar morir a Yoochun.
Puso la camioneta en marcha y pisó el acelerador. La grava salió disparada de las ruedas, pero la camioneta se echó a andar a toda prisa. Se inclinó hacia el campo, y se dirigió hacia los dos monstruos que estaban entre el maíz seco. Eran los dos únicos lo suficientemente cerca para poder llegar a los dos a la vez.

Una rápida mirada en dirección a Yoochun le dijo que se había ocupado del primer monstruo, dejándolo en sangrientos pedazos en el suelo. Un segundo saltó desde el maíz, disparando sus púas al pasar. El cuerpo de Yoochun se arqueó mientras esquivaba la rociada, pero su hombro se tambaleó hacia atrás cuando una de los pinchos dio en el blanco.
Oh, mierda. Eso no podía ser bueno.

Junsu se echó hacia atrás conduciendo justo cuando el parachoques delantero golpeaba al primer monstruo, seguido de cerca por el segundo. La camioneta saltó en el aire casi un metro, y oyó un silbido estallar de al menos dos neumáticos cuando las púas los pincharon.

Un fuerte ruido, como granizo golpeó el techo de la camioneta, rebotó desde abajo. Tres de esas desagradables púas se dispararon a través de las tablas del suelo a sólo unos centímetros de sus pies, pasando cerca de él y alojándose en la cabecera de la camioneta.

Junsu gritó, e instintivamente se apartó del ataque. Sin su pie sobre el acelerador, la camioneta desaceleró rápidamente, barriendo un amplio sector de plantas de maíz por debajo.

Miró por el espejo retrovisor, buscando señales de movimiento de los dos a los que había aplastado. Estaban tumbados en húmedos montones, retorciéndose, pero no levantándose.
Empujó el acelerador, tirando con fuerza del volante, y volviendo la camioneta para otro pase. Frenéticamente, examinó la zona donde había visto por última vez a Yoochun y no vio nada, ni siquiera el movimiento en el maíz o la punta de la hoja brillando sobre los tallos.
El pánico se apoderó de su cuerpo, vaciándolo, como si estuviera flotando justo por encima de su cuerpo. Parecía que había tardado una eternidad poner al camioneta en marcha por el camino correcto.

¿Estaba Yoochun herido? ¿Muerto?

La idea lo dejó helado y temblando.

Se armó de valor contra lo que iba a hacer a continuación mientras las ruedas desinfladas crujían sobre los cuerpos de los monstruos. Si se levantaban ahora, sabía que era el momento de correr.
Junsu detuvo la camioneta, preocupado de que Yoochun estuviera oculto en el maíz. Yaciendo herido y sangrando. Si le golpeaba, nunca sería capaz de vivir consigo mismo.

Salió de la camioneta en marcha y saltó de la cabina. Un húmedo sonido chorreante salió de debajo del camioneta, pero se dijo a sí mismo que era sólo condensación del aire acondicionado, no pedacitos blandos de tripas de monstruo.

Desarmado y desesperado, Junsu se abrió paso de vuelta a donde había visto por última vez a Yoochun. Los cadáveres de dos monstruos yacían allí, goteando lentamente espesa sangre negra sobre el suelo.

Yoochun no estaba por ningún lado.

— ¡Yoochun! —gritó.

Ni siquiera le importaba que alguna de las personas que quedaban en el asador lo oyera. Los Kotama y su madre siempre le habían dicho que tenían que mantener todo ese tema de monstruos en silencio, pero le importaba una mierda eso ahora. Necesitaba encontrar a Yoochun.
Le llamó por el nombre otra vez, pero no obtuvo respuesta. Entonces le pareció oír algo. Un profundo gemido.

Junsu se detuvo en seco, dejando que los susurros de las plantas se detuvieran a su alrededor.
Ahí estaba de nuevo. Definitivamente un gemido.
Se acercó hacia él, coreando el nombre de Yoochun, rogando que estuviera bien, mejor de lo que sonaba.

No lo estaba. Su gran cuerpo estaba tendido en el suelo, su espada yaciendo a pocos metros de distancia. La sangre goteaba del hombro de su camiseta. No podía ver la púa, y no sabía si estaba incrustada en él, o si le había travesado. Su piel morena estaba brillando de sudor, aún cuando su cuerpo se estremecía con escalofríos.

—Yoochun —exhaló mientras iba a su lado.

Él abrió los ojos y las pupilas eran pequeños puntitos de color negro. No era una buena señal.

—Vete, Junsu. Pueden oler mi sangre. Vendrán más.



—Estás loco si crees que te voy a dejar aquí. Nos vamos juntos.

Tiró de su brazo sano, tratando de levantarlo y ponerlo de pie. Hombre, era pesado, pero se las arregló para poner su hombro bajo él y, con su ayuda, lo levantó. Estaba tembloroso y apretó los dientes contra el dolor de mantenerlo levantado. El hombre estaba lleno de pesados músculos y probablemente pesaba el doble que él.

Si no lo metía en la camioneta mientras él todavía podía ayudar, nunca lo haría.

—Espada —dijo él, sonando casi en pánico.

—Déjalo. Puedes conseguir otra.

— ¡No! —Viró hacia la cosa y Junsu no tuvo otra opción que ayudarle a llegar allí o dejarle caer.

Aparentemente era demasiado importante para dejarla atrás.
Le sostuvo con una mano mientras cogía el arma, pero no tenía dónde ponerla. Frustrado, se la metió bajo el brazo y la prendió a su costado, rezando para no cortar a uno de ellos con la perversa hoja.

Satisfecho, Yoochun cooperó de nuevo y se dirigieron hacia la camioneta.

—Eso es —dijo jadeando bajo su peso, agradecida de no ser una blanda—. Casi llegamos.

—No voy a durar mucho más —le dijo a ella—. Veneno.

—Infiernos que no. Sólo dime qué hacer.

Llegaron a la camioneta y lo apoyó contra ella mientras manoseaba para abrir la puerta del acompañante. Consiguió abrirla, él entró de cabeza, desplomándose contra el asiento, pero era lo suficientemente bueno.

Junsu arrojó la espada a las tablas del suelo a sus pies, cerró la puerta y corrió alrededor de la camioneta. Iba a conducir con las llantas, pero eso era demasiado malo. De ninguna manera se iba a quedar el tiempo suficiente para arreglar los neumáticos y ver qué más se presentaba.

—Cinta adhesiva —susurró Yoochun.
No tenía ni idea de por qué la quería, pero no se detuvo a hacer preguntas estúpidas.

— ¿Dónde está?

—Caja. Bajo el asiento.

La encontró y ya estaba tirando del extremo.

— ¿Qué hago con ella?

—Tapa mi herida. Lanza la camiseta fuera como distracción. La sangre.

Correcto. Ellos podían olerla.

Junsu se puso de rodillas sobre el asiento y tiró con fuerza de la camiseta de Yoochun. Él siseó de dolor, revolviéndole el estómago, pero no se ralentizó o trató de ser más suave. Ahora no era el momento de ser suave. O lento.

La camiseta cayó, empapada de sangre y sudor. La usó para limpiar el hilillo de sangre que manaba de la fruncida herida. No podía ver si la púa había traspasado o no, pero necesitaba detener el sangrado, así que usó una tira de la cinta para vendarlo, cubriendo tanto la parte trasera como la delantera de su hombro. Le iba a doler como el infierno cuando se la quitara, pero tratarían con eso más tarde. Asumiendo que vivieran lo suficiente.

—Tira la camiseta por la ventanilla. Si no van por ella, tírame.

Junsu aplastó la oleada de pánico que crecía dentro de sí.

—No va a pasar.

Él alargó la mano hacia el picaporte, pero Junsu golpeó el botón que lo bloqueaba para que no se abriera. Él trató de accionar el interruptor de su lado, pero sus dedos estaban temblando tanto, que no podía hacerlo funcionar. Se dejó caer en el asiento y su brazo cayó desmayado a su lado.

Junsu puso la camioneta en marcha y se dirigió a la carretera. La camiseta de Yoochun estaba al alcance de su mano, lista para ser lanzada, pero no iba a hacer eso tan cerca del restaurante. No quería atraer más monstruos allí a la agradable gente indefensa.
Ambos neumáticos delanteros estaban planos y tenía problemas de dirección, pero se las arregló para llevarlos más de cuatro kilómetros y medio camino abajo. Tiró la camiseta por la ventanilla y siguió adelante.

Yoochun estaba haciendo bajos ruidos de dolor, pero no le había dicho una palabra en varios minutos. Estaba tumbado lánguidamente en el asiento, deslizándose cada vez que daba un giro. Se acercó y presionó una mano contra su frente.

Estaba ardiendo.

Un enfermo miedo desvalido se levantó en su interior. Eso era como cuando mamá había muerto. La había encontrado demasiado tarde. No había nada que pudiera hacer. Junsu había sido un adolescente, perdido, solo y asustado.

No podía pasar a través de eso otra vez. Esa vez, tenía que hacer algo para detenerlo.
Manteniendo un ojo sobre la carretera, tanteó sobre la piel caliente de Yoochun hasta que encontró su cinturón y el teléfono móvil enganchado en él. Se sabía el número de Donghae de memoria. Lo marcó mientras comprobaba el indicador de la gasolina. Sólo quedaba un cuarto de tanque y no estaban haciendo un buen tiempo. El motor estaba gritando, pero los neumáticos estaban realmente ralentizándolos, haciendo difícil el avance, incluso con la dirección asistida.



Le tomó varios timbrazos a Donghae contestar.

—Hola. —Parecía sin aliento y su voz era débil por la fatiga.

—Donghae. Yoochun está en problemas. Ha sido envenenado.

—Oh no.

— ¿Qué hago?

Se oyó un ruido rayado en la línea.

Una voz de hombre salió por el teléfono, fuerte y confiada. Hyukjae.

—Junsu, ¿estás a salvo?

La pregunta la sorprendió. No había esperado estar hablando con Hyukjae, ni habría pensado que su seguridad iba a ser la primera cosa en su mente.

—Sí, pero Yoochun no.

—Dime que pasó.

Yoochun dejó escapar un profundo gemido y Junsu apretó más el volante.

—Fue alguna clase de cosa puercoespín. Una púa atravesó el hombro de Yoochun.

— ¿Sólo una? —preguntó Hyukjae.

—Creo que sí.

— ¿Está consciente?

Junsu tragó con dificultad para aliviar la opresión en la garganta.

—En realidad no. Está sudando y temblando.

—No te asustes, ¿de acuerdo? Vamos a arreglarlo, pero te necesito para detener la hemorragia.

—Ya lo hice. Me hizo ponerle cinta adhesiva sobre la herida.

—Eso funcionará —dijo Hyukjae. — ¿Dónde estás?

—Shikoku. En su camioneta.

— ¿Qué ciudad?

—No lo sé. Me llevó a un asador en medio de la nada. —No podía recordar el nombre y entró en pánico de nuevo.

Hyukjae debía haberlo percibido en su voz.

—De acuerdo, Junsu. Conozco el lugar, pero no puedes perder las formas. Tienes que mantenerte en movimiento.

—Lo estoy, pero las dos ruedas delanteras de su camioneta están pinchadas, y estamos casi sin gasolina.

Le oyó pronuncias una vil maldición, pero amortiguada, como si hubiera cubierto el micrófono, no queriendo que lo oyera.

—Irá bien. Alguien estará cerca que pueda ayudar. Sólo quédate fuera de las carreteras principales para que no te pare la policía, ¿de acuerdo?

—Sí. Puedo hacer eso. —Esperaba—. ¿Puedes adivinar dónde está el hospital más cercano?

—Los médicos humanos no pueden ayudarle, pero dame dos minutos y encontraré a alguien que pueda.

Antes de poder responder, la voz de Donghae volvió a la línea, llena de alegría fingida.

—Hey, Junsu. Hyukjae fue a encontrarte ayuda, pero nos pondremos al día de los viejos tiempos mientras él está trabajando en ello.

Era difícil mantener el teléfono en la oreja mientras conducía la camioneta, pero Junsu necesitaba el sustento de la voz de su amigo para mantener el equilibrio. Demasiado estaba pasando demasiado rápido.

—Qué tal empezar por decirme por qué sonabas tan cansada cuando llamé. ¿No te dejan dormir?

—Estoy ayudando a reconstruir el muro. Es agotador, pero necesario.

—Pensé que había montones de hombres fornidos allí. Que hagan ellos el trabajo pesado.

—No estoy construyéndolo físicamente. Estoy empujando un montón de magia en él para hacerlo más fuerte. Muy chulo, ¿eh?

Junsu no estaba seguro de qué chulo fuera la palabra que usaría, pero no quería entrar en una discusión sobre su opinión ahora.

—Si tú lo dices. ¿Hiciste las maletas como te dije?

—No. Junsu, yo…

—Si no puedes hablar, lo entiendo. Sólo dime algo mundano y lo pillaré.

—No es eso. Soy libre de decir lo que quiera. Sólo creo que podrías haber obtenido algunas ideas equivocadas acerca de éstas personas en algún momento.

—Te están haciendo decir eso, ¿verdad?

—No. —Donghae dejó escapar un suspiro—. Escucha, sería más fácil hablarlo en persona una vez que estés aquí.

—Asumiendo que llegue tan lejos.



—Lo harás —dijo Donghae—. Veo al líder de los Caballeros de la Luz cruzar el patio. Ya está con su teléfono, llamando probablemente a hombres de todas partes para venir a ayudar. No te defraudarán.

La idea de un puñado de hombres como Yoochun acercándose era más que un poco desalentadora. Apenas podía mantener la cabeza con un grande y sexy Caballeros de la Luz. Más de uno iba a ser muy difícil de controlar.

—No. No quiero un puñado de gente cazándome.

—No van a cazarte, Junsu. Van a ayudar.

Junsu seguía sin estar convencido. Al menos si sabía lo que estaba en camino, podía dejar a Yoochun en algún lugar donde su gente iba a salvarlo. No tenía que quedarse.

—Oh, espera un segundo —dijo Donghae—. Hyukjae vuelve.

Él volvió a la línea, su profunda voz llenándole el oído de serena confianza.

—SeungHyun se va a reunir contigo en una casa Pami cerca de donde estás. Es como un médico. Puede ayudar a Yoochun, ¿de acuerdo?

Junsu no estaba seguro si confiar en nada que Hyukjae dijera, y estaba incluso mucho menos seguro de querer a esa persona SeungHyun cerca. Las buenas noticias eran que si sólo era un hombre, Junsu no tendría problemas para irse mientras estaba ocupado ayudando a Yoochun. Iba a encontrar una manera de quitarle las llaves al hombre y dirigirse a Castillo Matsumoto por sí mismo.

Junsu enderezó la columna, y esperó no estar cometiendo un enorme error.

—Sólo dime dónde ir.



Este fic es una adaptación, no es mío, yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: HUYENDO DEL MIEDO- SHANNON K. BUTCHER. PAREJA PRINCIPAL: YOOSU.