sábado, 19 de abril de 2014

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 9



Taemin apenas se las había ingeniado para conseguir llevar la pesada bandeja a través de la puerta de la suite sin tirarla. Había bastante comida para alimentar al menos a tres Amaterasu, pero sólo estaba preocupado por conseguir que uno de ellos comiera.

Changmin.

Había dejado de comer hacía más de una semana y, ni apelar a la lógica ni rogarle, había servido para que cambiara de opinión. Iba a emplearse a fondo. No había forma de que fuera a observarle morir de hambre sólo porque quería morir.

Taemin no estaba listo para eso todavía, y probablemente nunca lo estaría.

Kim YoungWoon, el líder de los Caballeros de la Luz, estaba allí con él cuando entró, hablando en voz baja. Ninguno de los hombres advirtió su entrada.



—No —dijo YoungWoon, su voz dura e inflexible—. Es demasiado pronto.

—Es mi vida. Mi elección. Si mis piernas todavía funcionaran, habrías respetado mis deseos —la rabia de Changmin hacía que el estómago de Taemin se encogiera con fuerza.

—No voy a enviarte a los Cazadores para ser asesinado. Todavía tienes bastantes hojas para que te queden dos o tres años.

—Dos o tres años inútiles. No puedo pelear. Estoy drenando preciosos recursos que no tenemos para malgastarlos. ¿Tienes idea de cuánta sangre han desperdiciado en mí los Susano?

—No es un desperdicio, maldición. Encontrarán una cura para esta cosa. Sólo dale más tiempo.

Changmin se quedó en silencio durante un largo momento.

—Estoy demasiado herido, YoungWoon. Crees que porque estoy paralizado esto ya no duele, pero la presión sigue construyéndose en mi interior, ni siquiera puedo ejercitarme a mí mismo lo bastante para aliviarlo.

— ¿Qué hay de la meditación? —preguntó YoungWoon.

—Lo he intentado. Ya no ayuda.

Taemin oyó el dolor chocando en él desde el otro lado de la sala y tuvo que morderse el labio para evitar precipitarse hacia él y ofrecerle cualquier comodidad que pudiera darle.

—Te enviaré a Siwon —dijo YoungWoon—. Puede inyectarte con su sangre y ayudar a disminuir el dolor, tan sólo por un momento.

Changmin sacudió ligeramente la cabeza.

—No. No puedo ir por ese camino. Voy a morir sobrio para que todo el mundo sepa que estoy en perfectas facultades.

—Tú no vas a morir en absoluto. Te ordeno que comas hasta que encontremos una cura.

Changmin forzó una mordaz risa.

—Eres realmente insistente, hombre. Ya déjalo. Lo tengo.

YoungWoon colocó una mano sobre el hombro de Changmin, incluso aunque Changmin no podía sentirlo.

—No voy a rendirme contigo. Necesitas saber eso.

Taemin decidió que ese era el momento para hacer notar su presencia antes de que oyese algo que no debería.

—Yo tampoco voy a rendirme con él.



YoungWoon lo miró y se apresuró a ayudarlo con la puerta. A Changmin, le dijo:

—Ves, ya no soy el único que piensa en tu bienestar —le dedicó una galante inclinación de cabeza—. Buenas tardes, Taemin.

Taemin advirtió su mirada, sintiendo la repentina urgencia de hacer una reverencia. Por supuesto, de haberla hecho, habría tirado la bandeja repleta de comida, así que ladeó la cabeza.

—Señor Kim.

—YoungWoon. Puedes llamarme YoungWoon al igual que todo el mundo.

No, no podía. El hombre se había ganado un lugar como cabeza de este todo poderoso grupo de gente. Si alguien se merecía respeto, ese era él.

—Gracias —susurró, manteniendo los ojos bajos, mirando sus manos.

Sabía que nunca lo golpearía, pero algunos hábitos eran más difíciles de romper que otros.

Aprender a esquivar los puños era uno de ellos.

YoungWoon sostuvo la puerta mientras entraba, para salir él por ella.

—Ya que tú estás aquí, voy a hacer mi trabajo. Gracias por cuidar de él.

—De nada —dijo Taemin.

YoungWoon se marchó, dejando a Taemin a solas con Changmin.

— ¿Cómo estás esta noche? —le preguntó.

—Márchate —llegó su brusca voz desde la sala de estar.

Estaba de espaldas. Estaba mirando a la noche, observando el lento proceso de la reconstrucción del muro derruido en la distancia.

—Te traje la cena —le dijo, manteniendo su voz cuidadosamente neutral.

—Que se joda.

Taemin ignoró su rudeza y agarró una bandeja de televisión para poner la comida.

Él ni siquiera se dignó a echarle un vistazo.

Tae caminó frente a su silla de ruedas y cruzó los brazos sobre el pecho. Su largo cuerpo estaba atado con correas, aguantándole derecho. No parecía sano en absoluto. Estaba un poco delgado, por supuesto, pero eso no era nada que le preocupara. Eran los círculos oscuros bajo sus ojos y la flojedad en su piel y pelo lo que le habían preocupado. Él no había estado así anteriormente esa mañana, cuando había venido a echarle un vistazo antes de trabajar. Realmente había desistido de la vida.

Sus ojos ámbar se deslizaron sobre su cuerpo de la cabeza a los pies. Todo lugar que tocaba su mirada se calentaba un poco. Tanto como odiara admitirlo, le gustaba la manera en que él lo miraba como si fuera algo que hundir en chocolate y lamer hasta limpiarlo.

Viniendo de otro hombre, eso quizás le habría intimidado, pero no de Changmin. Él no podía herirlo. Ni siquiera podía moverse, y se sintió completamente a salvo con él.

— ¿Lasaña, pollo Alfredo o pizza pepperoni? —le preguntó.

Él tenía debilidad por la comida Italiana y Taemin no había dudado en utilizar esa debilidad desvergonzadamente.

Él no dijo nada, pero sus ojos se deslizaron pasando de él, despidiéndolo para ir a mirar por la ventana otra vez. Un rastrojo de barba sombreaba su mandíbula e hizo nota mental de darle una afeitada antes de que se marchara por la noche. La idea de tener una razón para tocarle era demasiado difícil de resistir.

Un impaciente suspiro se construyó en su pecho, pero se negó a dejarlo escapar y hacerle saber que le estaba afectando. Paciencia y terquedad eran aquí la clave y Taemin estaba armado con bastante de ambas.

Alcanzó una silla frente a él y levantó la tapa del primer plato. El vapor de la lasaña flotó por el aire, llenando la habitación con el fresco aroma del ajo asado. Tae tomó una porción con el tenedor, pero antes de llevárselo a los labios como en incontables ocasiones antes, se lo comió.

Changmin parpadeó en sorpresa, pero no dijo nada. Tae oyó rugir su estómago bajo sus sueltos pellejos y eso fue todo lo que pudo hacer para no llorar.

Él se estaba dejando morir a sí mismo —el único hombre que lo había hecho sentir a salvo. Una rareza como él no aparecía más que una vez en la vida, y no iba a dejarle ir sin luchar.

— ¿Algo nuevo sobre la reconstrucción del muro? —preguntó para romper el silencio, entonces tomó otro mordisco.

—No. Aunque deberían haberlo hecho ya.

—No hay bastante poder de ninguno de los dos lados, como puede ser el caso. Sólo pueden ir tan rápido como Donghae y Hyesung son capaces.

La boca de Changmin se estiró y su mandíbula se apretó. Tae podía prácticamente sentirle doliéndose por ir ayudar a sus hermanos y deseaba que hubiese algo que pudiera hacer para facilitárselo. No importaba cuánto tiempo o con qué fuerza pensara en ello, nada se le ocurría. No podía sanar su columna, o hacer que volviera a caminar, y esa era la única cosa que él quería.

Tomó otro mordisco, aunque tragar era lo difícil. Su garganta estaba cerrada, y tenía que luchar con las lágrimas que parecían emerger cada vez que veía el dolor de Changmin.

Él miró la bandeja, entonces le dedicó una conocida mirada.

—Eso no va a funcionar. He tomado mi decisión. YoungWoon no va a darme una muerte honorable, así que estoy eligiendo una.

—Te rindes demasiado pronto —le dijo—. Han pasado sólo unas pocas semanas.

—Si los Susano’s fueran a encontrar una cura para mí, a estas alturas ya lo habrían hecho. Todo lo que estoy haciendo es malgastar valiosa sangre cuando es necesaria en otros lados. Le he estado ofreciendo a Siwon que beba de mí hasta drenarme, así al menos tendría alguna utilidad, pero se ha negado.

—Vale la pena salvarte.

Esta vez, no pudo evitar que las lágrimas le picaran en los ojos. Se giró de modo que Changmin no tendría que ver su debilidad.

—Ya he tenido bastante, Taemin.

Su nombre sobre sus labios envió un temblor a través de su cuerpo. Su voz era baja y gentil, desprovista de la mordaz cólera a la que se había acostumbrado.

— ¿Pero qué hay del resto de nosotros? Nosotros no estamos listos para dejarte ir.

— ¿Lo estarías alguna vez? Es más fácil tener esperanza cuando no eres el único encadenado a esta silla día y noche. No sabes lo que es esto.

—No, pero ocuparía tu lugar si pudiera.

Su voz se endureció con rabia.

—No permitiría eso. Nadie se merece ese destino. Especialmente, no tú.

Taemin sorbió silenciosamente e intentó limpiarse sutilmente los ojos con la manga. Tenía que recomponerse. Sólo le estaba haciendo las cosas más difíciles y no quería eso. Él tenía bastante que sobrellevar.

Fue a él y se arrodilló frente a su silla.

—Por favor, Changmin. Dale algo más de tiempo.

Él bajó la mirada, sus ojos deslizándose sobre su rostro en una manera casi palpable.

—Yo he vivido mucho más tiempo que tú. Me he pasado la vida luchando contra el mal y siendo útil. Es hora de dejarlo ir.



—Pero ahí fuera puede haber una pareja que pueda salvarte, una como Donghae o Jaejoong.

La sola idea era suficiente para hacer que el estómago de Taemin se anudara con los celos, pero ignoró esa egoísta acción. Quería que se pusiera mejor, incluso si eso significaba no verle nunca más.

—Si está allí, nunca lo encontraré. E incluso si lo hiciera, ¿quién dice que eso haría algún bien? Fui envenenado, Taemin. Mi médula espinal se ha derretido prácticamente donde ese Gaki se unió. Simplemente no se arregla algo como eso.

—No lo sabes. Sólo lo supones.

Su boca se convirtió en una línea.

— ¿Por qué te importa tanto?

Taemin tuvo que apartar la mirada. No podía dejarle ver la verdad en su rostro. Lo fácilmente que se había enamorado de él. Lo mucho que lo amaba.

—Ayudaste a salvarme la vida.

—No veo que estés holgazaneando alrededor de Jinki o Hangeng, y ambos estaban también allí esa noche.

—Pero ellos no me necesitan —susurró.

—Ni yo tampoco, Taemin —sus palabras lo golpearon como un puño y apenas oyó el resto de lo que decía—. Yo ya no necesito a nadie. Todo lo que quiero ahora es que me dejéis morir en paz.

Tae agarró su mano y la presionó contra su mejilla. Estaba fría, inerte y sin vida, pero la sostuvo allí, necesitando que lo tocara, incluso si él no podía sentirlo.

—Sólo date otras pocas semanas. Por mí.

Taemin lo vio tragar, su garganta moviéndose como si estuviese repentinamente seca.

—No necesitas sentirte culpable. Mis heridas no son culpa tuya.

—Lo son al menos en parte. Si no nos hubieses salvado a mí y a mi hermano, nunca habrías estado en posición de ser envenenado por esa cosa.

—Yo no te culpo.

—Por supuesto que no. Eres bueno, un hombre noble. Eres mejor que eso.

—No soy tan noble como piensas que soy —le dijo.

No lo creyó ni por un segundo.

—Sigue diciéndote eso a ti mismo si quieres, pero no vas a convencerme.

— ¡Maldición, Taemin! No soy ningún héroe.

Dio un respingo ante su duro tono, pero se mantuvo en el sitio.

—Sí, lo eres.

Sus mejillas se oscurecieron y sus ojos se iluminaron con algo que nunca había visto antes, algo peligroso e hipnótico.

—No, no lo soy. Y si pudiera moverme, de hecho, lo sabrías porque ya te habría tenido en mi cama.

La sorpresa llenó sus pulmones, haciendo que se mareara. Se agarró a sus rodillas para estabilizarse a sí mismo y levantó la mirada hacia él, agitándose por anclarse a la realidad.

—Quieres decir… —no podía acabar la frase.

La idea de que él lo deseara era demasiado ridícula siquiera para considerarla.

—Sexo. Quiero decir sexo, Taemin. Habría utilizado tu conveniente caso de adoración como tu héroe para conseguir meterme entre tus piernas. Te habría follado y me habría ido a librar una nueva batalla —a encontrar la próxima conquista— antes incluso de que hubieses tenido tiempo de despertarte y saber que me había ido.

Taemin sacudió la cabeza, haciendo que sus rizos se esparcieran alrededor de su cara.

—No te creo. Sólo lo dices para asustarme y que me vaya, de modo que te deje solo.

— ¿Quieres apostar? —le preguntó él—. Ya no soy un verdadero hombre, pero apuesto a que si somos creativos, todavía podría hacer que te corrieras sólo con mi boca. Eso quizás sea lo único que me quede de valor.

Oh, Dios. Los interiores de Taemin vibraron y su piel se sintió como si hubiese sido arrasado por una corriente eléctrica. Tenía que mantenerse alejado, poner algo de distancia entre ellos.

Estaba a mitad de la puerta cuando se dio cuenta de lo que él había hecho, y se detuvo en seco. Había estado intentando asustarlo para que se marchara. Había querido que huyera y casi lo había conseguido.

Taemin cerró los ojos y rogó en busca de fuerza. No sabía si quería decir nada de lo que había dicho, o si había sido todo un juego, pero se iba a tragar su camelo.

Cerró la puerta y pasó el cerrojo, de modo que nadie pudiera entrar, entonces cruzó la habitación y tiró de las cortinas sobre los raíles.

— ¿Qué estás haciendo? —preguntó Changmin.

Su cuerpo estaba temblando por dentro, y un fino sudor había erupcionado sobre su espalda, pero iba a hacerlo. No podía dejarle morir.

Sus dedos fueron a los botones de su camiseta.



—Voy a darte lo que quieres —dijo, orgulloso de cómo su voz sonaba segura y estable.

— ¿Qué demonios se supone que quiere decir eso?

El primer botón se soltó libre y ella vio como los ojos de él se cerraban sobre sus manos.

—Quiere decir que voy a dejarte… hacerme eso —ni siquiera podía pronunciarlo. No era lo bastante fuerte—. Me quitaré una prenda de ropa por cada bocado de comida que tomes.

— ¿Qué es esto, alguna clase de broma?

—Ninguna broma.

—Para, Taemin.

Otro botón abierto.

— ¿No quieres jugar? —había intentado sonar seductor, pero no tenía ni idea de si lo estaba consiguiendo.

Nunca se había desvestido antes para un hombre.

—No —fue débil y menos enfático que antes.

Sus manos dudaron.

— ¿Eso significa que no quieres verme desnudo? —preguntó.

Su mandíbula se apretó, pero no apartó la mirada. Ni tampoco lo negó.

Taemin deslizó los dedos bajando al siguiente botón. Este saltó libre y abrió la camiseta lo suficiente para que el pudiera verse un poco de su torso. No es que él tuviera un cuerpo fornido o atlético era más bien sólo delgado, pero a Changmin no parecía importarle. Parecía estar más interesado en ver lo que cubría.

Tae se acercó más y se inclinó hacia delante. Podía verse un poco más de lo que su camiseta dejaba ver. Nunca le había gustado tanto como ahora mismo el ser delgado y no tener  nada de vello en el cuerpo, viendo cómo las pupilas de Changmin se expandían y sus mejillas se oscurecían con deseo.

Él estaba metiéndose en el papel, y el cielo lo ayudara, Taemin también. Sintió un poco de poder atravesándolo, pero más que eso, era una sensación de victoria. Podía verlo en su cara. Tae había ganado.

—Un mordisco y el resto de la camiseta se irá —le coaccionó.

—Jódete —gruñó Changmin—. No puedes hacerme esto.

—Puedo y lo haré —troceó un poco de lasaña y se lo llevó a los labios—. Abre.

Él le lanzó otra furiosa mirada antes de que sus ojos se deslizaran de vuelta lo poco que dejaba ver su camiseta. Entonces abrió la boca y comió la comida que le ofrecía.

Fiel a su palabra, Taemin liberó el resto de los botones y deslizó la tela por sus hombros.

Pensó que esto le haría sentirse sucio, o alguna clase de puto, pero en vez de eso, todo lo que sintió fue alivio. Había conseguido que comiera y eso era lo que realmente importaba.

Changmin lo observó moverse, su cara una mezcla de rabia y lujuria, y algún desesperado tipo de hambre que nunca antes había visto.

Indicó con un gesto de la barbilla la bandeja de comida y entonces fijó sus ojos sobre ella.

—Más Taemin. Quiero más.

Taemin se había quedado en bóxers para cuando Changmin finalmente entró en razón. No fue fácil, sin embargo, porque estaba constituido igual que su favorito sueño húmedo. Su pecho era lechoso con un vientre plano y marcado, así como sus caderas y, con todo, tenía todavía una cintura pequeña que hacía que deseara que funcionaran sus manos sólo lo suficiente para sentir su piel. Todas esas suaves curvas le recordaron a la persona que había anhelado en su juventud, hacía siglos, antes de que las revistas dictaran como se suponía que debería verse una persona. Sus piernas eran largas, eran justo correctas para rodear sus caderas y sostenerlo firmemente mientras se enterraba muy dentro de él.

No es que fuera a tener esa suerte. Tae estaba casi desnudo, de pie frente a él y su polla no parecía siquiera advertirlo, mucho menos reaccionar. Su mente estaba totalmente embotada y lista para ir, pero su inservible cuerpo sólo permanecía allí, mofándose de su inhabilidad para actuar.

La ira le golpeó con fuerza, y deseó tanto que su fantasía funcionase —dejar que acabase lo que había empezado y le hiciera sentir igual, o incluso una fracción, al hombre que había sido una vez.

Pero no podía hacerle eso. Tae era demasiado dulce y tierno. No se merecía convertirse en su puto.

Y eso era exactamente lo que le estaba haciendo. Le estaba obligando a desvestirse, pagándole con pobres bocados de comida. Todo porque no quería que se muriese.

—Basta —le dijo cuando se estiró detrás de sí mismo para sacarse los bóxers—. Para.

Taemin se detuvo en aquella torpe posición.

—No voy a retractarme de mi palabra, Changmin.

—Lo sé. Quiero que te detengas.

Un precioso sonrojo se deslizó por su piel, elevándose a sus mejillas. Intentó cubrirse con sus brazos, como si de repente estuviese avergonzado por su belleza.

— ¿Por qué?

—No puedo dejarte hacer esto por algún sentido del deber —le dijo él—. No es justo para ti.

— ¿Deber?

—Te sientes como si me lo debieras. No es así. Por favor, vuelve a ponerte la ropa. Comeré.

Changmin nunca había visto a nadie vestirse tan rápido como lo había hecho Taemin. Si él se había hecho alguna pregunta de si quería o no haberlo hecho, ahora sabía que no era así. No es que le sorprendiera. ¿Por qué demonios alguien querría desnudarse con un guiñapo como él? Taemin se merecía un hombre real —uno que pudiera darle todo lo que necesitaba. Uno que pudiera mantenerlo a salvo de los Yokai que querían su sangre.

Se sentó entre él y la bandeja de comida. Todavía estaba sonrojado y no encontraba su mirada. No es que lo culpara después de humillarlo de esa manera.

— ¿Qué es lo que te gustaría a continuación? —preguntó en tono vacilante.

—Helado —le dijo.

Sabía que no tenía ninguno en la bandeja y quería darle una excusa para que se marchara. Suponía, también, que ya no regresaría. Enviaría a alguien más y no volvería a verlo.

Eso probablemente fuera lo mejor. Si volvía a andar a su alrededor, no sería capaz de pensar en nada excepto en lo hermoso que estaba frente a él, casi desnudo. Habría pensado en eso, y lo vería, y se volvería a avergonzar. Todo lo que dejaría entre ellos sería incomodidad y no quería eso para el chico.

De una manera u otra, no iba a vivir mucho tiempo. Eventualmente, YoungWoon vería que no había esperanza y le entregaría su muerte. Cuanto menos atado estuviese Changmin a Taemin cuando muriese, mejor sería.

—De acuerdo —dijo—. Yo, uh, volveré ahora.

—Estaré aquí —dijo Changmin, sabiendo que no tenía intención de volver otra vez.











El hombre que Hyukjae había enviado para curar a Yoochun estaba esperando a Junsu cuando salió de la diminuta casa. Si Hyukjae no hubiese estado al teléfono, dándole indicaciones de por dónde girar, nunca habría sabido que alguien vivía en esa granja alejada del camino.



La casa era de planta baja, diminuta, quizás de seis metros de largo de cada pared y ya brillantemente iluminada. Al lado, había una furgoneta negra y, sobre los peldaños de cemento que dirigían a la casa, un alto y delgado hombre. Cuando Junsu giró, y las luces de la camioneta iluminaron su rostro, tuvo un buen vistazo de él.

Era maravilloso —el tipo de hombre que hacía que cualquier persona dejara de pensar y empezara a desvestirse. Sus pálidos ojos parecían lanzar trozos de helada luz azul cuando lo alcanzaron los faros. Su pelo castaño estaba apartado de su amplia frente en una ingeniosa onda, y su largo abrigo de cuero negro se mecía lentamente en la veraniega brisa. Él se dirigió hacia la camioneta antes de que acabara de aparcar, y sus movimientos eran llanos, casi elegantes.

Junsu apagó el motor justo cuando él abrió la puerta de Yoochun.

—Soy SeungHyun —anunció, cuando presionó su pálida mano contra la cabeza de Yoochun y otra contra su pecho desnudo. El tatuaje del árbol que cubría a Yoochun desde el hombro izquierdo a algún lugar bien debajo de su cinturón se balanceaba mientras él respiraba. Las ramas estaban desnudas por lo que Junsu podía ver, y el diario de su madre la había advertido que tuviera cuidado con los hombres marcados de esa manera. Ellos eran peligrosos depredadores —asesinos que caminaban con apariencia humana.


—Soy Junsu —le dijo a SeungHyun cuando bajó de la camioneta para ayudar.

Tan pesado como era Yoochun, SeungHyun iba a necesitar su ayuda ahora que él estaba totalmente inconsciente.

SeungHyun deslizó el cuerpo de Yoochun hacia la orilla del asiento.

—Hyukjae dijo que el Yokai que le había herido tenía púas. ¿Es así?

—Sí.

— ¿Sabes cuantas veces le golpeó?

—Solo una, creo. No sé si esto está todavía allí dentro.

SeungHyun asintió.

—Vamos a llevarlo a dentro y lo comprobaremos.

Entonces, sacó a Yoochun de la camioneta como si no pesara nada.

El enfermizo miedo se elevó por la garganta de Junsu, haciéndolo jadear. SeungHyun no era humano.

Esa gente no eran sus amigos. Ellos habían matado a su madre. Habían secuestrado a Donghae. Querían su sangre.

SeungHyun arqueó una perfecta ceja ante él.

— ¿Me abres la puerta? —pidió él.

Junsu se sacudió a sí mismo y asintió. Tenía que seguirle el juego. Fingir ser la presa agradable y confiada. Justo hasta el momento en que apretaría el detonador.

Entonces, otra vez, quizás sólo con sacar a Donghae y la señorita Boa fuera suficiente. Junsu no era un asesino o un soldado. No quería participar en esta guerra. Todo lo que quería era que lo dejaran en paz.

Por supuesto, para conseguir esa paz —para ganarla para todos esos humanos de ahí fuera que no tenían ni idea de lo que estaba pasando realmente— tendría que matar a aquellos que lo cazaban. Si quería ser libre para dejar de huir, tendría que aguantar. No debería importar que sus enemigos fueran hombres maravillosos que fingían que querían mantenerlo a salvo. Eso era solamente todo una actuación.

¿Y si no lo era?

Sólo creo que quizás tengas algunas ideas equivocadas de la gente de ahí fuera a este lado de la línea.

Eso es lo que le había dicho Donghae. Parecía estar seguro de que Junsu era el único que estaba equivocado, y había estado viviendo con ellos durante más de un mes.

Pero, ¿y qué pasaba con el diario de mamá? ¿Qué había de todas aquellas lecciones acerca de cómo los Caballeros de la Luz utilizaban a los humanos para deporte y comida? Mamá también parecía segura de eso.

Junsu deseó poder decir lo mismo.

— ¿Eres delicado? —preguntó SeungHyun.

Él tenía voz profunda, rica y culta, igual que si se hubiese criado fuera de los Estados Unidos, o en algún colegio exclusivo.

—No particularmente.

—Bien. Voy a necesitar tu ayuda —tendió a Yoochun sobre la única cama en la casa.

—Claro. ¿Quieres que te traiga algo de tu camión? ¿Material médico? —preguntó.

Todo lo que necesitaba eran sus llaves y se largaría de allí.

SeungHyun lo miró, su mirada tan intensa que sintió como si le hubiese sujetado la cara y no lo dejara ir.

— ¿Realmente piensas que soy tonto?

— ¿Porque me estoy ofreciendo a ayudarte?

Él se levantó, cerniéndose sobre él. Junsu estaba acostumbrado a eso y se negaba a sentirse intimidado. En lo que le concernía, ser más bajo sólo quería decir que era más fácil alcanzarle y retorcerle las pelotas, dejándole en un montón sobre el suelo.

—Sé quién eres, Kim Junsu. Todo el mundo lo sabe. Yoochun te ha estado persiguiendo durante semanas. No voy a dejar que te largues y tenerlo a él tras de mí cuando se despierte.

Quebrado. Hora del plan B. Todo lo que tenía que hacer venía con ello.



—Así que se despertará.

—Eso depende.

— ¿De qué?

—De si eran una o dos las púas que le golpearon.

Esas noticias dejaron a Junsu tambaleante.

— ¿Estás diciendo que esa es toda la diferencia entre que viva o muera?

—Eso, y mi intervención.

—Entonces ¿a qué diablos estás esperando? Atiéndelo ya.

—No hasta que sepa que te quedarás mientras lo hago —le dedicó una pequeña sonrisa, una que lo hacía tan atractivo, que se olvidó de respirar—. ¿Te ato físicamente o prefieres darme tu juramento de que te quedarás aquí?

Junsu dio un involuntario paso atrás. La idea de que él lo atara y lo encerrara en un armario lo enfermaba.

—No dejaré que me toques.

—Entonces, dame tu palabra de que te quedarás aquí hasta que yo me haya ido, y no intentarás huir.

—Claro —mintió, solo para sacárselo de encima—. Me quedaré.

Cuando sintió una repentina presión caer una vez sobre su cuerpo, fijándolo en el lugar, se dio cuenta de su error.

Nunca les hagas ninguna promesa. Pueden atarte a su voluntad.

Su madre le había advertido y no le había escuchado. Ahora era demasiado tarde.

La sonrisa de SeungHyun se amplió.

— ¿La primera vez que haces una promesa a uno de nosotros? —le preguntó.

Junsu no podía responder. Se sentía atrapado e indefenso. No era como ellos. Era humano.

—No te preocupes —le dijo SeungHyun—. Será fácil.

Junsu realmente lo dudaba.

—Cúralo —le dijo entre dientes.

Él le dedicó una formal inclinación de cabeza.

—Por supuesto, mi señor.




Este fic es una adaptación, no es mío, yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: HUYENDO DEL MIEDO- SHANNON K. BUTCHER. PAREJA PRINCIPAL: YOOSU.