jueves, 20 de febrero de 2014

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 7




Yoochun observaba comer a Junsu. Ver su boca moverse sobre el tenedor era la cosa más deseable que alguna vez hubiera visto. Por otra parte, no había mucho en Junsu que no fuera sexy. Su dulce, compacto cuerpo y el asesino culo le volvían loco. Los atisbos que continuó captando del tatuaje en la base de su columna le acabarían por llevar al manicomio si no conseguía ver hasta dónde llegaba debajo de sus pantalones vaqueros. Y el contraste entre el personaje de niño malo con pelo en punta que había usado la primera vez que lo conoció, y su lado más suave, más vulnerable de la persona que estaba viendo ahora era la clase de cosa que alimentaba las fantasías de un hombre. Era todas las clases de personas que alguna vez había querido, todo en uno. Incluso esa veta independiente que tenía lo encendía.

Todos los Amaterasu sin compañero en Castillo Matsumoto iban a quererlo. No podía correr el riesgo de que le gustara uno de ellos. Debía aventurar su reclamo antes de llevarlo a su casa y lograr que Junsu se coloque su luceria. Así todos los hombres sabrían que estaba fuera de sus límites.

Deslizó otro panqueque en su plato con la esperanza de que le dejara verlo comer un poco más.
Junsu se limpió la boca con una servilleta y se recostó en su silla.

— ¿Cuánto tiempo nos llevará volver a tu casa? —preguntó.

Yoochun consideró mentirle, haciéndole pensar que tendría más tiempo para pasar a solas, pero no era así como quería que las cosas comenzaran entre ellos. La honestidad era importante para él. Si lo quería de Junsu, le parecía justo si se la ofrecía en primer lugar.

—Cerca de nueve horas, pero no estoy listo para irme todavía.

— ¿Por qué no?

Tomó un sorbo de café para ganar tiempo para pensar. No quería estropearlo. Junsu ya tenía algunas ideas erróneas acerca de su mundo, y no estaba seguro de lo bien que se tomaría lo que tenía que decir.

Por último, se le ocurrió:
—No quiero compartir.
—Um. Está bien. ¿Compartir qué?
—A ti.

Junsu parpadeó rápidamente un par de veces, pero aparte de eso, su rostro era estoico.

—Por favor, dime que significa algo distinto a lo que creo que significa.
—Los otros hombres en mi casa, en el Castillo Matsumoto, todos te querrán.

Sus dedos retorcieron la servilleta de papel hasta hacerla trizas.
— ¿Para qué?

Tenía miedo. Había visto la mirada suficientes veces como para saber que, a pesar de su erguida columna y la barbilla alta, estaba temblando por dentro.

—Nunca te lastimaríamos, Junsu. Ninguno de los hombres lo haría, no importa lo que pudieras pensar. Todos queremos lo mismo, tenerte a nuestro lado por un largo tiempo.

Junsu soltó un gruñido, pero sonaba más a desahogo que a confianza.
—No lo creo. E incluso si éste fuera el caso, no estoy buscando ninguna… relación en éste momento.

—No la estarás buscando, pero una te encontró.
— ¿Qué se supone que significa eso?

Yoochun trató de alcanzar su mano, queriendo tocarlo, pero se apartó antes de que pudiera hacerlo. 
Cruzó las manos sobre el regazo, intentando demostrar que no le acababa de rechazar.

La decepción acuchilló a través de él, pero lo dejó ir. Ahora no era el momento de presionar. La delicadeza le llevaría mucho más lejos.



—Te necesito, Junsu. Nunca te he ocultado ese hecho. Incluso después de que me apuñalaste.
—Creí que era una locura temporal —dijo—, o que simplemente estabas mintiendo.
—Cada palabra que alguna vez te haya dicho es la desnuda, honesta verdad. Te necesito, y no voy a compartirte.

Levantó la taza de café, y Yoochun vio vibrar el líquido oscuro bajo sus temblorosos dedos. Genial. Lo había asustado más o cabreado. Supuso que asustado, ya que si la hubiera cabreado, probablemente le habría tirado el café caliente a la cara.

—Muy bien. Voy a empezar desde el principio. Párame si te pierdes.

Junsu asintió con la cabeza, pero no lo miró. Definitivamente asustado.
—No estoy seguro de cuánto sabes de los Amaterasu.
—No mucho. Sólo lo que mi mamá me dijo, y lo que escribió en su diario.

Eso era algo, al menos.
—Somos una de las razas de los Caballeros de la Luz. ¿Has oído hablar de los Caballeros de la Luz?

—Sí. Desde antes de que pudiera caminar.

—Bien, entonces puedo omitir la parte donde hacemos todo lo posible para salvar a la humanidad y proteger el portal de acceso a otro mundo. Esto es lo que puede no sepas. La pareja Amaterasu la forma un equipo puede ser del mismo sexo o de diferente sexo. Uno puede recoger la energía del aire y la almacena, y la otra parte tiene la habilidad de canalizar ese poder, pero no puede almacenarlo por su cuenta. ¿Me sigues hasta ahora?

—Creo que sí.

No estaba seguro de lo que eso significaba, pero siguió adelante, con la esperanza de acabar con eso lo más rápidamente posible.

—Nosotros formamos parejas, pero cuando lo hacemos, es una especie de unión permanente.
— ¿Al igual que el matrimonio?
—A veces, pero no siempre. Ha habido casos raros en nuestro pasado, cuando miembros familiares se emparejaban, pero para que funcione, tiene que haber algún tipo de estrecho vínculo. Cuanto más tiempo una pareja está junta, más fuertes se hacen.

—Es por eso que Hyukjae quería a Donghae, ¿verdad? ¿Porque era una de esas parejas?
Él asintió con la cabeza.

—Y tú también.
Sus oscuros ojos se entornaron y una clase de amotinada cólera apretó su boca.

—No, no lo soy.

Por lo tanto, no le gustaba la idea. Fantástico. Eso haría las cosas mucho más difíciles, y no tenía tiempo para eso. Incluso con el goteo de energía que le había absorbido a través de su contacto, Yoochun seguía sufriendo. Tenía una gigantesca ola de presión esperando para salir, y no mucho tiempo para que ocurriera.

Había comprobado su hoja más temprano y estaba marchita y marrón, apenas adherida a su árbol.
—Puedo demostrarlo —le dijo.

Yoochun envolvió sus dedos alrededor de su muñeca. Junsu se sintió tan bien en su toque que casi se olvidó de lo que estaba haciendo. Un mar de remolinos azules y verdes se batía dentro de la banda alrededor de su dedo.

— ¿Ves la forma en que cambian los colores en mi anillo cuando te toco?
Junsu se lamió los labios y asintió.

—Hay más verde y azul que cualquier otro color. Además, sientes esas pequeñas chispas de energía arqueándose entre nosotros, ¿verdad?

Una vez más, asintió con la cabeza, aunque no había apartado los ojos del anillo.
—Esas son señales de que eres como yo. Eres un Amaterasu.
—No. No lo soy. —Había más que una ardiente negativa en su voz.

Había algo más, una especie de frenética desesperación, como si le hubiera dicho que sólo tenía una semana de vida.

No podía aceptar lo que era todavía, pero él entendía eso. Al igual que Donghae y Jaejoong, había sido criado como un ser humano. Una vez que le mostrara su mundo, lo aceptaría todo pronto, al igual que las otras parejas habían hecho.

Junsu trató de tirar de su mano, pero Yoochun apretó su agarre. Necesitaba que ese contacto le recordara que todavía había esperanza. Que aún había tiempo.

Hizo que su voz sonara casual cuando continuó.

—Por lo tanto, ésta conexión que tenemos permite que el poder fluya entre nosotros. Cuanto más larga y más fuerte sea ésta conexión, más poder fluirá a la vez.

— ¿No se agota? —preguntó.

—Puede bajar el nivel, seguro, pero hay más a nuestro alrededor, en el aire, en la tierra, en todas partes. Cala en mi interior lo quiera o no, que es por lo que te necesito. Ya he absorbido más energía de la que pueda contener. Me está matando.

Junsu seguía mirando a su anillo y el movimiento hipnótico de los colores en su interior.

— ¿Y crees que puedo detenerlo?

—Puedes desviar lo suficiente para reducir la presión. Lo suficiente como para mantenerme vivo. Es por eso que te necesito.

Junsu guardó silencio por un momento, y él le dio el tiempo para asimilar lo que había dicho.

— ¿Y si no coopero? —preguntó.

—Entonces moriré, o al menos mi alma. Ya no seré uno de los chicos buenos nunca más. No me preocuparé por el bien o el mal, sólo por lo que quiera.

Su voz era apenas un susurro.

—Nunca he oído hablar de eso antes.

—No es algo que enseñen en las escuelas.

—Sí, bueno, nunca fui a la escuela. Mi educación fue un poco más… práctica que la mayoría. Aprendí todo sobre los Caballeros de la Luz y nunca escuché nada de esto.

Eso le hizo preguntarse lo que le habían enseñado y cuánto de eso era una completa mierda.

—No te miento, cariño. Estoy poniéndolo todo al descubierto. Quiero que sepas lo que te pido.

— ¿Y qué es exactamente lo que pides?

Le puso su dedo bajo la barbilla y le alzó la cara hasta que Junsu lo miró. Quería que supiera que hablaba en serio.

—Quiero que te pongas mi luceria. Quiero que seas mi compañero. Para siempre.

Su cabeza se movió ligeramente. Yoochun no estaba seguro de que supiera siquiera lo que hacía.

—Apenas te conozco.

—Lo entiendo. Entiendo que esto es alarmante para ti. Todo es nuevo y extraño, pero no es del todo un acuerdo unilateral. Conseguirás algunos beneficios adicionales.

—No me importa.

—Eso es porque no sabes lo que te pierdes. Si estás de acuerdo en hacer esto, tendrás la capacidad de usar la magia.

Junsu tiró de su mano y movió su silla hacia atrás para ponerse fuera de su alcance. Ni siquiera tuvo la cortesía de mirarle.

—No lo quiero. No quiero ser parte de tu mundo.

Yoochun ignoró el insulto y continuó.

—Apenas envejecerás con el paso de los siglos. Vivimos un tiempo muy largo, a menos que muramos en combate.

—No quiero pelear.

Bueno, a él tampoco le entusiasmaba esa parte, pero era necesario. Por lo menos tenía un propósito.
Se estrujó el cerebro, con la esperanza de encontrar algo que le gustara, algo para convencerlo a salvarlo.

—Nunca estarás solo de nuevo. Tendrás una familia. Una casa.



Con sus últimas palabras, sus ojos se dispararon a su cara como si estuviera buscando algún tipo de truco.

— ¿Qué te hace pensar que me gustaría ser parte de tu familia?
—No me crees. —Podía verlo en sus ojos, en la forma en que se entornaban con desconfianza.
—No sé qué creer.
—No tienes que decidir en éste mismo segundo. —Él lo quería, quería que el demoledor dolor desapareciera, pero podía esperar hasta que estuviera seguro—. Es una gran decisión. Pídeme lo que quieras y te diré la pura verdad.

— ¿Es esto lo que hizo Donghae?
—Sí.
— ¿Está a salvo?

—Más a salvo que antes de que estuviera con Hyukjae. Nuestros trabajos son peligrosos, pero cuidamos de nuestras parejas. Vosotros sois raros, casi imposible de encontrar y hasta hace poco creíamos que ya no existían y que moriríamos. Tomamos todas las precauciones para mantenerlos fuera de peligro.

— ¿Así que los mimáis?

—No. Donghae va a la batalla contra los Yokai junto a los hombres. Lo necesitamos allí, pero nos aseguramos de que haya un montón de espadas entre él y los dientes y garras. Eso es todo.
—¿Y crees que soy como Hae?
—Sé que lo eres.
—Vamos a asumir que lo soy. Si hago esto, dijiste que era permanente, ¿no?

—Algo así. La intención es ser permanente. Tú me haces una promesa, que tradicionalmente significa que una pareja luchará al lado de su hombre para siempre. Pero no tiene por qué ser tanto tiempo.

— ¿Si no es así?
—Una vez que la promesa se haya cumplido, la luceria se cae y vuelves donde estaba antes.
— ¿Y tú también?

Odiaba contarle esa parte, pero le había prometido decirle la verdad, por lo que lo haría.
—Si no nos hemos unido por completo, sí.
—¿Qué pasa si lo hacemos?
—Entonces estaré fuera.
—Morirás —supuso ella a través de su eufemismo.
—Sí.
— ¿Quieres darme el poder para matarte?
—No. El poder para salvarme.

Él tenía las manos extendidas sobre la mesa, donde las había estado manteniendo a la vista para no asustarlo más. No quería que tuviera miedo de él. No quería que tuviera miedo, y punto.
Sus ojos volvieron a su anillo, que, sin el contacto con Junsu, había vuelto a un remolino lento de reluciente iridiscencia.

—¿Qué pasa si digo que no? —preguntó.

Mierda. Allí estaba la parte problemática. Tenía que tener cuidado de ser honesto sin ahuyentarla con sus intenciones. Independientemente de lo que pasara entre ellos, no lo dejaría ir.

—Si te niegas a ayudarme, te llevaré de vuelta a Castillo Matsumoto y veré si hay otros hombres que sean compatibles contigo, hombres que podrías salvar. Puedes elegir, por supuesto, asumiendo que haya otros como yo.

— ¿Qué te sucederá?
—Tengo unos días más en el mejor de los casos. Luego iré a mi batalla final.
— ¿Quieres decir que te dejarás matar?
— ¿En lugar de convertirme en aquello con lo que lucho? Sí. Pero déjame ser claro, Junsu. No es lo que quiero. Quiero vivir. Contigo.
—Ni siquiera me conoces.

Yoochun se encogió de hombros.
—Tendremos años para llegar a conocernos. Tú ya me gustas. Con el tiempo, llegaré a amarte.
—No lo sé. No puedes predecir a quién amarás.

—Claro que puedo. Lo he visto pasar decenas de veces en mi vida. ¿No crees que haya una razón para que no todas las parejas Amaterasu sean compatibles con otros? Me imagino que la magia utilizada para alimentar la luceria es suficientemente inteligente para saber quiénes serán adecuados compañeros y quiénes no. —Lentamente, así realmente le oiría, dijo—: Tú y yo estábamos destinados a estar juntos.

Anhelaba tocarlo de nuevo, pero se había quedado fuera de su alcance y estaba haciendo todo lo posible para respetar sus elecciones en ese momento. Llegaría el momento en que no podría dejarla elegir, cuando la vida de su familia tuviera prioridad y la obligara a volver a casa con él, pero todavía no había llegado a ese punto.

—No puedo hacer esto ahora mismo. No puedo decidirme.



La decepción casi le aplastó, dificultándole respirar. En todas sus fantasías, Junsu siempre le había querido. Había corrido a sus brazos y reclamado su lugar junto a él voluntariamente. Nunca se había parado a pensar que no lo quería hasta ahora.

Yoochun quería presionar, pero era una decisión muy importante para Junsu. Tenía que hacerlo con los ojos abiertos. Sin engaños. Sin mentiras.

Si Yoochun le daba toda la verdad, y ella todavía no lo quería, encontraría una manera de lidiar con ello. Mientras estuviera a salvo en Castillo Matsumoto, tendría que ser suficiente para satisfacerlo.

—Te daré todo el tiempo que pueda.

Dos días, quizás tres. No era mucho tiempo para convencer a una persona para pasar el resto de su vida con él, pero tenía que intentarlo.

—Pensaré mejor en el coche. Deberíamos ponernos en movimiento.

Hacia Castillo Matsumoto y todos los otros hombres de allí que, sin duda, también lo querrían. Nunca había deseado ningún mal a sus hermanos, y el hecho de que el pensamiento cruzara por su mente, incluso ahora le demostraba el poco tiempo que le quedaba.

Junsu se sabía casi de memoria los diarios de su madre y no había ni una sola palabra en ellos que apoyara nada de lo que Yoochun había dicho.

Los Caballeros de la Luz quieren tu sangre. Lo usan para alimentar su magia. Se alimentan de sus mascotas.

Y sin embargo, había pasado la noche con Yoochun, había estado completamente vulnerable, y él no había derramado ni una gota. Tal vez la engañaba, calmándola en una falsa sensación de seguridad, pero no se sentía de esa manera.

Por supuesto, sus instintos siempre habían estado cerrados cuando se refería a Yoochun. Nada nuevo. Desde el momento en que la había tocado esa noche en el Restaurante Kona Beans, su mundo se había puesto del revés, y nada tenía sentido.

Habían estado conduciendo durante horas y todavía no sabía qué pensar acerca de su propuesta. Pasar la eternidad con él. Nunca envejecer. Nunca solo.

Tendría una casa. Después de tantos años de correr, podría detenerse. Tendría su propia cama, tal vez incluso pudiera coleccionar algunas cosas a parte de las simplemente necesarias. Parecía demasiado bueno para ser verdad, y eso era realmente lo que más le preocupaba. Cualquier cosa que fuera demasiado buena para ser verdad, probablemente no lo fuera.

Junsu observaba el paisaje deslizarse por la ventana mientras se dirigían hacia el norte. Habían dormido hasta tarde, y no habían salido a la carretera hasta después del mediodía. Ahora el sol comenzaba a ponerse. Muy pronto, los monstruos que los Caballeros de la Luz mantenían como mascotas saldrían a jugar.

Al menos había dormido mucho, estaba bien descansado y en mejor forma para hacerles frente de lo que había estado en las últimas semanas. Eso era algo por lo que alegrarse.

— ¿Quieres comer algo? —Preguntó Yoochun—. Nos estamos acercando a Wichita y hay mucho para elegir.
—Claro que sí. Está bien.
— ¿Algo que te apetezca?

Cualquier lugar con mucha gente y las brillantes luces.
—Lo que sea estará bien.

Yoochun suspiró.
—Realmente te he asustado ¿verdad?
—Un poco. —Era el eufemismo del año.

Él se rió y el sonido se envolvió alrededor de sus oídos, haciéndole sonreír, justo hasta que él dijo:

—No hay nada más sexy que un hombre que pueda hacerme reír. Sólo pensé que deberías saberlo.
—Aclaremos algo ahora mismo —le dijo—. Incluso si decido ayudarte, y estoy bastante seguro que no lo haré, no habrá asuntos sexuales de ningún tipo entre nosotros.



Él le lanzó una breve y divertida mirada.
— ¿Por qué no?
—Porque no me acuesto con hombres en quienes no confío.
—Podrías aprender a confiar en mí si quisieras.

Cuando el infierno se congelara, tal vez.
—Ni en sueños.

Envolvió su mano alrededor de la suya, sujetándolo contra su muslo. Un enjambre de hormigueos eléctricos se deslizó en su interior, haciendo a su cuerpo zumbar. Su cabeza cayó hacia atrás contra el reposacabezas y dejó que la vertiginosa sensación barriera sobre su cuerpo.
—Tendremos que trabajar en eso —dijo él, pero Junsu apenas podía dar sentido a las palabras—. Tengo una meta ahora, y soy el tipo de hombre muy orientado a cumplir con mi objetivo.

Junsu apostaba que lo era. Dudaba que hubiera mucho que hubiera dejado en el camino de lo que quisiera, y ahora mismo, lo consideraba su meta. Una parte chillona, loco de sí mismo estaba animado con la noticia, por lo que se calló disparándolo al infierno.

Junsu necesitaba una distracción. Algo, cualquier cosa, para impedirse imaginar qué tipo de amante sería. Orientado a un objetivo, de hecho. Era suficiente para hacerle retorcerse en su asiento.
— ¿Qué pasa con mi coche? Poniéndonos a correr y apartándolo de mis manos no es la mejor manera de que confíe en ti.

Una lenta sonrisa calentó la cara de Yoochun. Era demasiado guapo cuando sonreía. Demasiado tentador.
—Ya se han encargado. Dejé tus llaves en la casa Pami, y en estos momentos, nuestros hombres probablemente puedan reparar el motor. Una vez que hayan terminado, lo conducirán a Castillo Matsumoto y recuperarás tu coche.

A menos que encuentren los explosivos escondidos en su maletero.
No estaban a la vista, y alguien tendría que buscar a través de sus escasas pertenencias para encontrar la caja cerrada llena de C-4. Y entonces tendrían que romper la cerradura y ver lo que había dentro.

La buena noticia era que si lo hacían, sabría que los Caballeros de la Luz no eran tan confiados y serviciales como Yoochun lo indujo a creer. Sabría con seguridad que no estaban de su lado, y no tendría ningún problema volándolos a todos ellos al infierno si tuviera la oportunidad.

Al menos eso era lo que se decía a sí mismo.
Yoochun le daba una divertida mirada.

— ¿Qué? ¿No es eso lo que querías?
—Sí.
— ¿Entonces por qué de repente pareces enfermo?
—No estoy enfermo. Tengo hambre. Quiero un bistec —exclamó, con la esperanza de distraerlo.
— ¿Qué?
—Quiero un bistec. —No lo había comido en años, y gracias a él, aún tenía el dinero suficiente para pagar por una buena comida.

Junsu firmemente se negó a pensar en esa como su última comida. Iba a salir de ese lío vivito y coleando, arrastrando a Donghae y a la señorita Boa.

Él entrelazó sus gruesos dedos con los suyos y dijo:

—Entonces será bistec. Conozco exactamente el lugar. Está un poco fuera del camino, pero el viaje vale la pena.


Y una vez que llegaran allí, llamaría a Ahn Niel, su contacto en los Kotama, y le haría saber que no había abandonado su misión.



Este fic es una adaptación, no es mío, yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: HUYENDO DEL MIEDO- SHANNON K. BUTCHER. PAREJA PRINCIPAL: YOOSU.

martes, 18 de febrero de 2014

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 6




Yoochun estaba muerto. Sabía que tenía que estarlo, porque había estado vivo durante siglos y nada que hubiera experimentado antes había sido tan bueno.

Abrió los ojos apenas para ver la cabeza de Junsu. Su suave cabello marrón era un completo desastre, como si él hubiera estado frotando su cara sobre las finas hebras durante horas, revolviéndolos con su barba de tres días. Basándose en la brillante luz del día filtrándose por entre las cortinas, ese debía haber sido el caso.

Su cuerpo estaba curvado sobre el suyo, tocando en tantos lugares como le era posible. Era cálido y flexible, y la sensación de tener su dulce trasero presionándose contra su polla dura era suficiente para hacerle creer en el cielo. Su brazo estaba enrollado con fuera a su alrededor, manteniéndolo en el sitio, y sus dedos se habían colado bajo su camisa para posarse sobre sus costillas. La sensación de la piel desnuda de Junsu bajo su mano era demasiado buena para ser cierta. Tenía que estar muerto, o soñando.

Lentamente, la niebla que llenaba su cabeza empezó a disiparse lo suficiente para reconocer lo que le rodeaba. No estaba muerto. Estaba tumbado en el suelo de la casa Pami con sólo la anticuada alfombra para amortiguar sus cuerpos. No era lo suficientemente suave para Junsu, pero no estaba muy seguro de cómo solucionar eso. Su cerebro todavía estaba agotado y su sangre hervía con una lenta llama de excitación sexual.

No habían tenido sexo. Lo sabía cierto porque no había manera de que hubiera olvidado algo así. Además, estaban ambos todavía vestidos y en el suelo. A Yoochun le gustaba pensar que era lo suficientemente cortés como para ponerlo en la cama antes de tomarlo.
Así que, si no lo había seducido, ¿cómo lo había llevado ahí?

Lo último que recordaba era el dolor. Montañas de dolor aplastándolo, exprimiéndole la vida. No estaba seguro de cómo había sobrevivido, pero tampoco le importaba. Mientras estuviera ahí, en sus brazos, merecía la pena sufrir.

Junsu se movió en sueños, palpando como si estuviera buscando una almohada. Yoochun movió su brazo para que hiciera de cojín para su mejilla, y se volvió a dormir.
Dijo que no confiaba en él. El destello de un gran cuchillo a sus pies demostraba que lo decía en serio. Entonces, ¿por qué estaba allí tumbado con él?

Yoochun no cuestionó su buena suerte. Junsu estaba ahí y eso era suficiente.
Bostezó, preparándose para pasar unas cuantas horas más descansando con el hombre de sus sueños. La expansión de su pecho le presionó aún más contra su espalda, y Junsu se puso rígido en sus brazos.

Mierda. Lo había despertado.

—Lo siento —susurró sobre su cabello—. No quería despertarte. Vuelve a dormir, cariño.

Aparentemente, Junsu tenía otros planes. Se impulsó hacia arriba y Yoochun lo dejó ir. Era demasiado temprano para un combate de lucha libre, y cada músculo de su cuerpo todavía le dolía por lo que fuera que le hubiera pasado la noche pasada.

Junsu se revolvió apartándose de él hasta que estuvo aplastado contra la pared. Instantáneamente, el cuerpo de él se tensó en una ola de dolor. Aspiró jadeando y trató de relajarse, dejar que pasara a través de él. Sabía cómo tratar con el dolor. Podía hacerlo.

En un intento para distraerse, miró a Junsu. Su pelo era un desastre y sus ojos estaban hinchados por dormir, pero todavía era la cosa más hermosa que había visto jamás. Podría despertarse con una visión como esa cada día durante el resto de la eternidad y todavía no tendría suficiente.

Junsu se frotó los ojos y lo miró de la cabeza a los pies. Su mirada de detuvo, y sus ojos se abrieron y se retiraron al ver su erección. Pero no había nada que él pudiera hacer al respecto. Así al menos sabría que lo quería. No era precisamente un gran secreto.

Una arruga frunció su frente y se frotó el punto bajo su pecho donde la mano de él había estado mientras dormían.

— ¿Qué me has hecho? —preguntó.

Sus músculos se inmovilizaron, tensos y doloridos, y su polla estaba aún peor. Pero podía manejar todo eso. Lo que no podía manejar era la mirada de miedo que Junsu lucía.

—No hice nada —dijo—. Todavía llevas los pantalones, ¿no?

Junsu tragó y sus dedos se movieron hasta la cinturilla de sus vaqueros, que estaban todavía abotonados. Mierda, todavía llevaba puesto ese corto delantal lleno de bolsillos de su trabajo. Varias de las monedas se habían caído en la alfombra mientras dormía, así que Yoochun las recogió y se las tendió.

Junsu no las cogió. Miró su mano y se quedó quieto, poniendo aún más distancia entre ellos.

Genial. De vuelta a la primera base.

—Junsu, no, por favor —le dijo.

Había un rastro de ruego en su voz y lo odió. Nunca había rogado por nada en su vida.


—Podía haberte hecho cualquiera de las cosas horribles de las que me crees capaz ésta noche si hubiera querido, pero no lo hice. ¿No te demuestra eso que no voy a hacerte daño?

—Es una trampa. Tu piel es venenosa. Narcótica. Por eso se siente tan bien.

Yoochun se quedó colgado en la parte de hacerlo sentir bien durante un segundo más de lo que debería. La idea de que podía hacerle eso hacía hervir su sangre. Involuntariamente le había contado cómo llegar a él, y tenía todas las intenciones de explotar esa debilidad.

Se suponía que Junsu era suyo, y ahora también sabía cómo convencerlo de que eso era cierto.
Trató de esconder su sonrisa de vencedor, pero teniendo en cuenta la manera en que sus ojos se abrieron, estaba seguro de que no lo había conseguido.

—No es veneno, cariño. Es química. Tú y yo estamos destinados a estar juntos y esa sensación es el modo que tiene la naturaleza de hacérnoslo saber.

—Mentiroso.

Yoochun ignoró el insulto y se incorporó. Junsu movió las caderas, advirtiendo de su intención de correr, pero él se movió rápido para bloquearlo. Estaba atrapado entre la pared y su cuerpo, y no lo dejaría marchar.

Lo enjauló con un brazo mientras deslizó el dedo con suavidad por su mejilla. Era demasiado suave para ser real, y sus ojos se cerraron para poder absorber más. Pequeñas chispas de poder saltaron entre ellos, sangrando una diminuta porción de energía que se agitaba dentro de Yoochun. Parte del dolor se fue con ellas. Su dedo se deslizó hacia abajo hasta que hizo camino sobre su garganta, donde su luceria estaría pronto.

Junsu dejó escapar un suave gemido, aunque él no sabría decir si era de placer o de miedo. Podía escuchar su agitada respiración, y sentía la tensión endureciendo sus miembros. Sus manos se abrieron sobre su cuello hasta que podía sentir las delicadas crestas de su clavícula bajo sus dedos.
Más chispas se retorcieron hacia su cuerpo, y Junsu jadeó agitado.



Yoochun bajo su vista para mirarlo. Su oscura piel destacaba en marcado contraste contra la palidez de Junsu. Incluso en la tenue luz, Yoochun habría sido capaz de ver sus propias manos deslizándose por su cuerpo, dándole placer.

A duras penas podía esperar.

Su cabeza estaba inclinada a un lado, y sus manos eran puños cerrados. Su cuerpo vibraba al compás de la débil corriente de poder que goteaba desde su palma hasta Junsu.

Quería besarlo, pero los instintos le decían que el control era la mejor manera de conseguir su objetivo final. Una vez que fuera suyo, tendría la eternidad para besarlo, para tocarlo.

— ¿Todavía crees que miento? —preguntó Yoochun.

Sus ojos eran del color del chocolate agridulce y, cuando elevó la mirada hacia él sólo durante un momento, pensó que había visto un destello de inseguridad.

—Para, por favor —susurró—. No puedo hacer esto.

— ¿Hacer qué, cariño?

Junsu rodeó su muñeca con los dedos. Sus manos eran pequeñas, pero sus dedos eran gráciles y fuertes. Trató de tirar de su mano y apartarla, pero Yoochun no cedió.

—No puedo dejar que me seduzcas —dijo.

— ¿Por qué no? Vamos a estar mejor juntos. Me aseguraré de que no te arrepientas.

Junsu cerró los ojos y negó con la cabeza.

—No.

Yoochun se inclinó sobre él y acercó los labios a su oído.

—Oh, sí. Tú y yo estamos hecho el uno para el otro. Cuanto antes lo aceptes, más tiempo tendré para hacerte disfrutar. Tú quieres eso, ¿o no?

Recalcó la pregunta con un pulso de energía tan poderoso que pudo oírlo crepitar.

—Oh, Dios.

Se mordió el labio inferior, y él podía sentir su corazón martilleando con fuerza bajo su mano.

—No luches contra mí. Déjame mostrarte lo bueno que puede ser para nosotros.

Deslizó la lengua por la curva de su oreja, haciéndolo temblar.

—Eso es —lo animó—. Déjate llevar.

—Yo... tengo que ir al baño.

Era una táctica de escape y lo sabía. Debería haber sabido que no se lo iba a poner fácil.
Yoochun suspiró y retrocedió a regañadientes. Junsu huyó de sus brazos, tropezando de camino al baño.

Su polla dolía de necesidad, pero iba a tener que seguir doliendo de momento.

Casi lo tenía. Estaba seguro de eso. Había sentido su determinación desmoronarse. De hecho, estaba sorprendido de que hubiera sido capaz de alejarse. Estaba seguro como el infierno que él no iría a ningún sitio durante un rato. No hasta que se hubiera controlado.

Se oyó sonar el baño, el grifo se abrió y ce cerró de nuevo. Pero todavía no salía.



Yoochun suspiró. Aparentemente, su persecución no había llegado a su fin. Parte de él estaba emocionado con la idea de perseguirlo, pero el resto estaba sencillamente exhausto y demasiado dolorido como para querer continuar con eso.

Se frotó el pecho. La única hoja de su marca vital se había marchitado más desde ayer. Era el momento de que Junsu cesara de huir.

Se paró frente a la puerta y cruzó los brazos sobre el pecho. No había ventanas allí. Ninguna otra salida más que por la que había entrado.
No podía quedarse ahí para siempre y, cuando saliera, estaría esperándolo.







Junsu presionó la tela húmeda contra su cara, esperando refrescar su enfebrecida piel.

¿En qué demonios estaba pensando para permitirle tocarlo así? ¿Estaba loco?

Sí. Sin duda. Estaba comprobado.

Frotó con violencia su oreja, tratando de quitarse la sensación de su cálida lengua volando sobre su piel. Sólo el recuerdo hacía que sus rodillas flaquearan tanto que tuvo que asegurarlas para permanecer erguido. Cualquiera que fuera la magia que Yoochun estaba utilizando, era algo poderoso. No estaba seguro de cómo iba a ser capaz de resistirse el tiempo suficiente como para rescatar a Donghae, pero tendría que encontrar la manera.

Los Kotama lo habían precavido de que sería difícil, pero hasta ahora se había imaginado que no lo conocían lo suficientemente bien. Porque era menudo, la gente lo veía como alguien débil y frágil. Y era todo lo contrario.

Excepto a lo que Yoochun se refería.

Junsu gruñó de frustración, abriendo el agua fría para meter la cabeza bajo el grifo. El frío extrajo el aliento de sus pulmones, pero al menos lo ayudó a despejar la cabeza de la niebla con la que Yoochun le había llenado la cabeza.

Tenía que pensar. Organizar un plan. No era como si tuviera que resistirse a él durante todo un año o nada parecido. Sólo lo suficiente como para que lo llevara al recinto. Los Kotama estaban seguros de que estaba en alguna parte al oeste, así que no tendría que llegar tan lejos con Yoochun. Quizá un día en coche.

Sólo un día. Podía mantener la lengua fuera de sus orejas, o de cualquier otro lugar, durante ese tiempo.

— ¿Necesitas que alguien te frote la espalda, cariño? —se oyó la profunda voz de Yoochun a través de la puerta.

Incluso su voz hacía que su cuerpo se suavizara igual que su determinación. Necesitaba amordazarle, o quizá taponarse los oídos. Y definitivamente necesitaba llevar más ropa. Cuanta menos piel desnuda hubiera al alcance de su mano, mejor.

—Vete —le dijo.

—Eso no va a pasar. ¿Algo más que pueda hacer por ti?

Tener unos bóxers secos sería buena idea, pero no estaba dispuesto a decirle eso.
—Mi maleta.
—Por supuesto, cariño. Vuelvo enseguida.

No estuvo mucho tiempo fuera antes de que oyera sus fuertes nudillos tocando a la puerta.
—Aquí tienes.
—Sólo déjalo fuera de la puerta.

Una bochornosa diversión resonó en su voz.
— ¿Tienes miedo del que gran lobo malo te coma?

Ojalá tuviera esa suerte. Había pasado mucho tiempo desde que había estado con alguien, y lo que Yoochun acababa de hacerle le recordó lo mucho que se estaba perdiendo. Incluso la idea de tenerle besándolo y lamiéndolo era suficiente para marearlo.

Junsu se agarró al lavadero dispuesto a mantener el equilibrio frente al bombardeo de imágenes que él había puesto en su cabeza. Estaba seguro de que si hubiera llegado a desnudarlo, se habría sentido la persona viva más afortunada del mundo, justo hasta que él lo matara.

—Que te jodan —dijo, pero sonó más como una débil pregunta que como un insulto.
—Lo que tú quieras. Sólo abre la puerta y déjame el resto a mí.
—Ni lo sueñes, Yoochun.

Su voz bajó de tono tanto que tuvo que esforzarse por escucharlo.

—Sólo es cuestión de tiempo, cariño. Puedes luchar contra mí todo lo que quieras, pero los dos sabemos cómo serán las cosas al final.
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Sí, él y todos sus amiguitos iban a ser pequeños restos de carne sanguinolenta tintando el paisaje.

Por alguna razón, ese plan no parecía tan bueno como lo había sido la noche anterior.


Este fic es una adaptación, no es mío, yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: HUYENDO DEL MIEDO- SHANNON K. BUTCHER. PAREJA PRINCIPAL: YOOSU.