lunes, 11 de noviembre de 2013

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 13



Minho estaba listo para salir como un rayo de la habitación y dejar que Kibum se alimentara por sí mismo.
El temeroso polluelo lunático casi le había escaldado las pelotas con un tazón de sopa, y ahora tenía puesta la mirada en la cuchara como si también tuviese planes para utilizarla.
—Ni se te ocurra —la advirtió.
Kibum lo fulminó con la mirada.
—No vas a obligarme a beber tu sangre sin importar lo bien que la disfraces.
Hasta ahora, había sido el señor Tío Encantador ‑o al menos encantador según él‑,  pero eso no estaba funcionando, así que era hora de pasar al plan B.
—No es mi sangre. Los Susano no pueden tenerla y tú menos aún. Ahora baja esa jodida cosa y come algo.
Kibum apretó los labios. Probablemente no habría querido a desafiarle así, pero por desgracia para el niño. Lo había hecho.
Minho observó su frágil cuerpo. Odiaba manipularlo. Se veía como si fuera a partirse en dos si le rozaba la piel, lo cual era por lo que había tenido cuidado de no hacerlo, ni siquiera por accidente.
¿Pero qué elección tenía ahora? Tenía que conseguir que comiera algo o iba a caer muerto, y eso no podía suceder. Ese niño quizás fuera capaz de salvar la vida de uno de sus hermanos.
Quizás incluso la de él.
Minho se miró el anillo otra vez, por billonésima vez en los últimos diez minutos. Nada. Nada de remolinos de colores, ni vibraciones. Ninguna jodida cosa. Todo lo que veía era el poco color que quedaba y que se había desvanecido incluso más desde ayer, los colores morían al tiempo que lo hacía su alma.
Una salvaje llamarada de rabia lo inundó hasta que quiso gritar, romper los muebles y darle de puñetazos a las paredes hasta que solo quedara polvo y sangre. No era justo. Después de todos aquellos siglos de leal servicio, de trabajar, sudar y sangrar para cumplir con su juramento, no era justo que aquel niño no pudiera ser el único que lo salvara. Liberarle de su dolor.
Esta era una enfermiza broma del Izanagi, no había duda. Alguien tenía que atravesar el portal y pegarle una fuerte patada en el culo al rey de Kami no michi. A Minho no le importaba si él era descendiente del Izanagi.
El jodido se merecía una buena paliza.
Un suave jadeo atrajo su atención de vuelta a Kibum. Él había estropeado la cuchara que había estado sujetando, doblándola hasta que ya no servía para nada.
Mierda. Al menos no le había tocado a él. Habría hecho lo mismo con sus dedos o su brazo.
Minho lanzó la cuchara a través de la habitación. Los ojos azules de Kibum se abrieron desmesuradamente e intentó apartarse de él cruzando la cama.
No más. Ya estaba cansado de ese juego.

—Basta de esos jodidos rodeos, Kibum. Vas a comer y a ponerte fuerte y descubriremos a cuál de los hombres puedes salvar una vez que volvamos a Castillo Matsumoto. ¿Entendido? No voy a permitir que mueras de hambre.
Kibum todavía tenía los ojos muy abiertos y temblaba, y el conocimiento de que él había sido quien lo había provocado hacía que cada porción de su alma se estremeciera con repugnancia.
Minho respiró profundamente y reunió cada pedacito de paciencia que pudo encontrar. Lo que realmente necesitaba era pasar algunas horas machacando hierro, después unas pocas más bombeando en una puta. No necesitaba jugar a las enfermeras.
Pero lo era, y estaba atrapado, así que se estiró lentamente y envolvió con la mano su muñeca, que era tan gruesa como dos de sus dedos y mucho más frágil. Kibum se congeló en su aprehensión y los ojos se le pusieron en blanco. Todo su cuerpo comenzó a sacudirse y dejó escapar un grito de dolor.
Minho lo dejó ir como si estuviera en llamas.
—Oh, dios. Lo siento. —se oyó diciendo a sí mismo, esperando que la sangre empezara a manar de su brazo donde le había tocado. Debía haberle roto un hueso o algo, pero no veía signo alguno de rotura. Ni siquiera una marca roja.
El pequeño se lanzó al otro lado de la cama, haciendo volar la comida por todos lados. Cuando empezó a deslizarse de lado, Minho se apresuró a rodear la cama y a cogerlo antes de que cayese.
Quizás había tenido algún tipo de ataque y no tenía nada que ver con él.
Sí, claro. Y él iba a vivir feliz para siempre, rodeado de conejitos, gatitos y perritos y todo el algodón de azúcar que pudiera comer.
Si no hacía algo, iba a hacerse daño a sí mismo, así que lo arrastró a la cama y envolvió su cuerpo con las mantas, usando los brazos y piernas para tirar de la tela, poniendo cuidado en no tocarlo de nuevo.
Lentamente, el temblor se detuvo y su cuerpo quedó inmóvil. Él todavía no podía asegurar si estaba respirando y el pánico lo cubrió hasta que se puso a sudar por todos los poros.

Minho presionó el oído sobre su corazón, desesperado por oír un latido, sentir su pecho elevándose con la respiración. Algo.
Pasaron los segundos y pensó que había sentido algo, pero no estaba seguro. Entonces oyó un tenue latido y su pequeño turgente pezón se presionó contra la mejilla cuando respiró.
Minho cerró los ojos de alivio. No lo había matado.
Kibum cambió de posición contra la sujeción de las mantas, así que él se incorporó, montando todavía sus piernas a horcajadas, pero sin posar ningún peso sobre él.
Su piel estaba pálida y sus ojos estaban vidriosos, pero el pequeño lo miró, y por primera vez esa noche, parecía lúcido.
—Sed —susurró con voz seca—. ¿Puedo tomar algo de agua?
Minho asintió y saltó de la cama. Recogió la taza que estaba en el suelo, la lavó y la llenó en el lavabo del baño. Cuando volvió, vio a Kibum intentando sentarse sin conseguirlo. Sus brazos no eran lo bastante fuertes para soportar incluso su insignificante peso.
Lo cual quería decir que tendría que tocarlo otra vez. Sagrada mierda, no quería hacerlo. No es que lo que él quisiera hubiese realmente importado alguna vez en el esquema de las cosas.
Él bajó la taza y deslizó el brazo detrás de sus hombros para incorporarlo. Estaba tan huesudo como el infierno y pesaba tan poco como su alegre disposición. Él le sostuvo la taza de modo que no la derramara, no es que fuera a importar con el desastre de comida que ya cubría la cama.
Él vació la taza y cayó como si ese pequeño esfuerzo le hubiese drenado.
—Gracias —le dijo, y todavía parecía cuerdo.
Eso lo acojonaba más que sólo un poco.
— ¿Puedo tomar alguna tostada o galleta?
— ¿Quieres comer? —preguntó Minho, incapaz de ocultar la sorpresa.
—Si no es demasiado problema.
¿Problema? ¿Y qué mierda pensaba que había sobre toda la cama? A él eso le parecía un enorme infierno de problemas.
— ¿Vas a lanzármelo o intentar cortarme el pene con el borde de la galleta?
Esta vez fue Kibum el que lo miró como si fuese él el loco.
—Esa no es mi primera elección, no. Prefiero comérmela.
Había llegado un paquete de galletas junto con toda la otra comida. Minho lo encontró bajo un bol de macarrones con queso y limpió la mayoría del desastre con su camiseta, añadiéndolo a la mezcla de comida que ya estaba seca en ella. Rompió el plástico para abrirlo y se lo tendió.
Kibum se estiró por él, pero le temblaba tanto la mano, que Minho lo hizo a un lado.
—Lo haré yo —le dijo, sonando disgustado.
Sacó una galleta salada y se la acercó a la boca. El niño le dio un mordisco, masticó, y sus ojos se cerraron con un dichoso gemido.
—Dios, esto está bueno.
Minho frunció el ceño ante el paquete y lo miró, buscando el ingrediente secreto que le había hecho tan feliz. Fuera lo que fuera, le habría gustado cubrirse él mismo con ello y dejarlo lamerlo…
Sagrado infierno. No iba a ir por ese camino con Kibum. Ni en un millón de años. Ni siquiera si todas las putas sobre la faz de la tierra caían redondas y él no tenía a nadie con quien joder.
Kibum era puro. Precioso. Frágil. Y no era suyo.
Además, no le gustaban los polluelos huesudos. Al menos, creía que no le gustaban. El pene pensaba de forma diferente, pero es que siempre había tenido una mente propia.
— ¿Más? —pidió él.
Minho le alimentó con otro mordisco y le observó comer. Era bastante bonito, aunque se imaginaba que con unos nueve o trece kilos más sería realmente maravilloso. Quedando fuera de su alcance.
Además, incluso si Kibum estuviera fuerte, probablemente todavía sería demasiado frágil para la clase de sexo que le gustaba tener: duro, rápido y a menudo. Infiernos, probablemente era el tipo de chico que querría que después se pegara a él y lo abrazara, también. No podía soportar esa mierda. Él solo quería meterla y sacarla.
La línea de pensamientos hizo que su pene palpitara y los restos de la galleta se convirtieron en polvo en el puño. Él cambió de posición las caderas de modo que no pudiera ver su erección y cogió otra galleta.
Después de comer seis galletas, suspiró como si estuviera lleno.
— ¿Crees que podría convencerte de darme un baño? —Preguntó, mirando las manchas de comida de la ropa—. Estoy hecho un desastre.
— ¿Estás seguro que te mantendrás en pie?
—Lo que sé, es que no dormiré con esta inmundicia toda la noche.
—Sí, lo que digas.
—Si no tienes tiempo, estoy seguro de que Jaejoong me ayudará.
Como el infierno. Este era su trabajo por esta noche y lo estaba haciendo malditamente bien.
—Jaejoong está ocupado.
Kibum le dedicó un ceño herido que le hizo querer besarlo para borrarlo.
Whoa. Realmente estaba perdiendo la cabeza. ¿Desde cuándo quería besar a alguien? Ni siquiera podía soportar besar a la puta que jodía.
Una esperanzada sospecha se iluminó en él y bajó la mirada hacia su anillo otra vez buscando algún tipo de señal. Nada. Ni una jodida cosa.
La esperanza murió con rapidez, que era exactamente como debería ser.




No digas que no te lo advertí.
Jaejoong estaba teniendo serios pensamientos acerca de seducir a Yunho, persuadirlo para que se atreviese a tener sexo con él. Algo en él había cambiado en el momento en que le había dado esa advertencia. Lo veía en sus ojos era un tipo de brillo depredador que encendía las virutas doradas. Incluso su postura había cambiado. Ya no le estaba ofreciendo comodidad. Su agarre sobre él era caliente y duro. Posesivo.

Jaejoong intentó cambiar de posición, solo para que su apretón se hiciera más fuerte. Su grueso brazo le envolvía y le sostenía en el lugar. Tenía la otra mano todavía enterrada en el pelo, sosteniéndolo tan fuerte que casi le lastimaba. Probablemente habría podido escaparse si realmente hubiese puesto la mente en ello, pero no estaba seguro de que su huída pudiera durar. Él emitía con fuerza esa predatoria ansiedad, advirtiéndole de que si huía, iría tras él. Y esas piernas largas y poderosas no tendrían problemas en alcanzarlo.
— ¿Qué estás haciendo? —le preguntó.
Su voz fue baja, así que tuvo que esforzarse en oírle sobre los cantos de los grillos.
—Dándote lo que quieres. El poder para ayudar a Kibum.
—Bueno. Vale. Puedo encargarme de eso.
— ¿Lo que quiera que conlleve? —dijo él, y le acarició la oreja con la boca, sus palabras vertiéndose igual que una oscura seducción.
El estómago de Jaejoong se encogió y se le secó la boca. Asintió.

Él soltó su pelo y movió la mano alrededor de su cuerpo hasta que le rodeó la garganta con los dedos, cubriendo la luceria. Las chispas saltaron de las yemas de los dedos y se hundieron en su interior, resbalando por su cuerpo hasta caer en la tierra. Todo su cuerpo se tensó ante la intensidad, pero Yunho le calmó con pequeños movimientos del pulgar.
—Shhh. Lo detendré si quieres, e iremos a dentro. Podemos intentarlo otro día.
A Kibum no le quedaban muchos días si las cosas no cambiaban.
—Sólo hazlo. Yo puedo con ello.
Él se rió entre dientes y pudo sentir la vibración hasta los dedos de los pies. Este hombre se le subía rápidamente a la cabeza y no estaba seguro como guardarse eso para si mismo.
Su pulgar continuó acariciándolo en una perezosa trayectoria sobre el cuello. Luchó con el impulso de retorcerse, para que de algún modo, él se moviera más abajo.
—Tan valiente en el exterior. Pero yo sé cómo te sientes realmente. Tu corazón está desbocado —le dijo—. Casi pensaría que tienes miedo.
El orgullo se elevó en su interior, haciéndole enderezar la espalda.
—No estoy asustado. Simplemente no sé lo que estás haciendo.
—Sí, lo sabes —dijo bajando la cabeza hacia la de él.
Este no fue un amable y engatusador beso como antes. Este era caliente y exigente, y le robó todo el aire de los pulmones. Él empujó la lengua en su interior y presionó el cuerpo sobre el suyo, obligándolo a separar las piernas para hacerse sitio.
Probablemente debería haberle empujado para que se detuviera, pero no quería, que dios lo ayudara. Quería lo que le daba y más aún.
Un momento después, una ola de energía acometió a través de él y lo dejó temblando a su paso. Sentía el cuerpo como si estuviera en llamas, ardiendo desde el interior hacia fuera. Un hambriento hoyo se asentó en su bajo vientre y necesitaba encontrar la manera de detenerlo. Al no estar acostumbrado a relaciones a largo plazo, Jaejoong conocía la frustración sexual, pero esto iba más allá de cualquiera cosa que hubiese sentido antes. Esto no era un deseo, sino una necesidad, como la de respirar.
No estaba seguro de si quería sentir esta desesperación por alguien, pero no tenía mucha elección. Ya no.
Se apretó a si mismo contra su muslo, intentando encontrar algún tipo de alivio, pero allí no había nada que hacer. Había demasiadas ropas bloqueando la piel. Necesitaba más contacto. Más fricción.
Un áspero quejido se elevó saliendo de si mismo, sobresaltándolo con el frenético sonido de necesidad.
—Eso está bien —murmuró Yunho contra su boca—. Ahora nos vamos acercando.
No sabía exactamente lo que quería decir con eso, pero la verdad es que no le importaba. Le necesitaba desnudo, duro y dentro de él. Ahora mismo.
Jaejoong tiró de su camiseta y oyó el desgarrón de la tela bajo la fuerza de su desesperación. La tela desapareció de su pecho, revelando el tatuaje del árbol que había visto antes, solo que ahora ya no estaba desnudo. Pequeños brotes se habían formado a lo largo de las ramas, haciéndolo parecer casi frondoso.
Pasó el dedo delicadamente sobre ello, distrayendo a su cuerpo del propósito principal.
— ¿Más magia? —preguntó.

—Nada comparado a lo que está almacenado para ti.

Este fic es una adaptación, no es mío, yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: ENCONTRANDO LO PERDIDO  - SHANNON K. BUTCHER. PAREJA PRINCIPAL: YUNJAE

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