20 Julio, Kagawa, Shikoku.
El hombre iba a quedarse y observar mientras Donghae se calcinaba igual que
su café negro.
Donghae alzó la mirada de su menú y, cruzando el pequeño comedor, le vio
allí sentado, ni a seis metros de distancia. Era el tipo de sus sueños -o mejor
dicho, de sus visiones. Técnicamente, sólo era una visión. Se lo repetía una y
otra vez. Donghae estallaba en llamas mientras él observaba. Sonriéndole.
— ¿Ves algo que te guste? —Preguntó Junsu, el único camarero de servicio en
el comedor.
Sólo llevaba trabajando en el Kona Beans un par de meses, pero había algo
en el chico que hacía que Donghae confiara lo bastante como para compartir
cosas que ninguna otra persona viva sabía, incluyendo las visiones de Donghae
sobre su propia muerte.
—El cocinero tiene el día libre, así que todo lo que tenemos es estofado,
pollo asado y carne asada. Elige tu porción.
Al otro lado de Donghae, su compañera de comedor, la señorita Boa, se
alzaba sobre sus botas de vinilo rojo. Sus ancianos hombros apenas sobrepasaban
la mesa. Sus agarrotadas manos agarraban la lámina del menú, la cual se sacudía
tanto que Donghae no estaba seguro de cómo podía leerlo sin que se moviera más
lentamente.
— ¿Qué tal está el estofado? —Preguntó la señorita Boa.
Junsu era un chico bajito, veinteañero, al quién llamó Su; un apodo que
nació de la hermandad compartida. Con un cuerpo de muerte y un cerebro a juego.
Qué estaba haciendo sirviendo mesas en Kagawa, Shikoku, y viviendo en su coche,
era un total misterio para Donghae - uno que Su se negaba a resolver sin
importar cuántas veces se lo preguntara. Le había ofrecido vivir con él hasta
que encontrara un lugar, pero Su dijo que prefería no traer problemas al hogar
de Donghae cuando obviamente ya tenía bastantes con los suyos propios.
Junsu se inclinó hasta que los mechones de su cabello rubio platino
amenazaron con quitarle un ojo a la señorita Boa.
—Se salvaría de comer la res atropellada hace dos días, lo cual es lo que
supongo que está usando Typhoon para hacer el estofado. Se marchó antes de que
empezara a preguntar sobre ello. Es un hombre escurridizo.
La señorita Boa palideció un poco.
—Definitivamente el estofado no. Tomaré la carne asada.
Junsu hizo un guiño y lo escribió en su libreta de apuntar las órdenes.
— ¿Qué hay de ti, Donghae? ¿Qué puedo traerte hoy?
Donghae intentó centrarse en su menú mientras lo sostenía en alto para esconder
su rostro de modo que el tipo de la Visión no pudiera verlo. Sus manos
temblaban, haciendo que las palabras le resultaran borrosas. Ya estaba al borde
del pánico. Si él le pillaba observándolo, estaba seguro de que sería su
completa perdición.
Donghae quería gritar a Junsu que lanzara la cafetera de café humeante en
su regazo y huyera. En vez de eso, luchó contra su creciente pánico por una
oportunidad de aprender algo más acerca de él con la esperanza de escapar de la
visión.
Se hundió en su asiento e intentó fingir que todo estaba bien, lo cual
hacía de maravilla. Donghae tenía un montón de práctica en fingir que todo
estaba bien.
—Aún no lo sé —dijo Donghae para obtener más tiempo, esperando que sus
manos dejaran de temblar con tanta fuerza para que pudiera leer el menú.
Contra su mejor juicio, hizo el menú a un lado de modo que pudiera echar un
rápido vistazo. Quizás se había imaginado que era él.
No. Era el tipo de la Visión. En carne y hueso.
Atendía a lo que el hombre sentado frente suyo le estaba diciendo mientras
sorbía su café. Tenía un delgado brazo extendido a través del respaldo de la
cabina y todo lo que pudo ver fue algún tipo de tatuaje bajo la camiseta del
Hombre de la Visión. ¿Hebras de pelo, quizás?
No podía estar seguro a esa distancia y no pensaba quedarse mirándolo el
suficiente tiempo como para adivinar lo que era en un corto movimiento. No
quería que se diese cuenta de que lo estaba contemplando.
Tenía el fino pelo castaño un poco rizado. Y eso era la única cosa en él
que parecía suave. Tenía los pómulos hundidos, la mirada perdida con profundos
ojos café. Su boca estaba presionada en una dura y delgada línea mientras
escuchaba a su amigo, su expresión era tensa, casi enfadada. Los músculos en su
mandíbula se abultaban como si estuviese apretando los dientes, y Donghae tuvo
la distinta impresión de que sentía dolor. Montones de dolor.
Bien. Se lo merecía por verlo morir. No es que hubiese cometido ese crimen
en particular aún, pero lo haría. Lo sabía cómo sabía que el sol se pondría en
algunos minutos. No había nada borroso o distorsionado en su visión. Había
intentado durante años encontrar alguna pista, algún indicio de duda de que lo
que veía fuera real. Lo intentó y falló. Y ahora sabía que su momento estaba
cerca.
El tipo en su visión era ese
hombre, no una vieja versión de él.
Donghae iba a morir pronto. Quizás esta noche.
El alivio y el miedo se instalaron en su pecho y luchó por echarlos fuera.
Centrándose en su respiración fue relajando cada pequeño músculo empezando por
sus dedos. Había aprendido la técnica de su terapeuta, el cual estaba
convencido de que estaba sufriendo algún tipo de alucinación. Todo lo que tenía
que hacer era afrontarlo y eso se marcharía. Bueno, ahora lo estaba afrontando
y no se iba a ningún lado.
Cincuenta mil dólares y muchos años después, todavía se engañaba, pero al
menos podía mantener el temor a raya. Respirando y relajándose era la única
manera que sabía para controlar el pánico.
La única manera para evitarse a sí mismo el gritar de terror.
Quemado vivo. Que jodido y asqueroso destino.
Había intentado prepararse para ello pero, obviamente, había fallado. Era
demasiado pronto. No estaba listo para morir todavía. Tenía aún tanto trabajo
por hacer. Tantas personas que necesitaban su ayuda.
— ¿Estás bien? —Preguntó Su, su pálida frente fruncida con un ceño.
Echó una mirada sobre su hombro a donde Donghae estaba intentando no mirar.
El Tipo de la Visión y otros dos estaban sentados tomándose un café y comiendo
tarta como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Hombre, no era eso encantador.
— ¿Esos tíos te preocupan? —Preguntó Su, sonando más preocupada por la
falta de respuesta de Donghae.
—Uh, no —sólo respira. Eso era todo lo que tenía que hacer. Dentro. Fuera—.
También tomaré la carne asada.
Su se volvió.
—Ahora sé que algo no va bien. ¿Qué ocurre? Tú nunca comes carne roja.
—Sí, bueno, no se puede vivir para siempre —dijo Donghae.
El menudo cuerpo de Su se enderezó y Donghae casi pudo oír el ligero click
resonando en su cabeza.
— ¡Mierda Santa! Es él, ¿verdad? —Preguntó Su en un cercano susurro.
Donghae deseó por millonésima vez haber mantenido la boca cerrada, o que
Junsu no fuera tan intuitivo. Su debería haber sido forense o interrogador en
vez de camarero, por la forma en la que era capaz de que una persona hablará de
sus secretos.
Los labios escarlata de la señorita Boa se curvaron hacia abajo en un
desaprobador ceño.
—Pensé que había tenido suficiente de oír esa clase de conversaciones
cuando me retiré de enseñar en el Instituto.
—Lo siento, señorita Boa —dijo Su, palmeando la mano de la anciana—. La
tarta es mi pago por mi asqueroso vocabulario esta noche.
—Olvida la tarta, háblame acerca del hombre.
La señorita Boa giró su cuerpo inclinado alrededor de su asiento de modo
que pudiera ver hacia dónde estaba mirando Su. No es que los hombres fueran
difíciles de pasar por alto, viendo que eran los únicos clientes en la cena
-mucho después de la apresurada cena.
Donghae sintió una frenética burbuja de temor elevarse en su interior.
— ¡No mires!
—Nunca me dijiste que tuvieras novio —dijo la señorita Boa como si fuese el
crimen del siglo. Una enorme traición para su amistad el que hubiese guardado
un secreto.
—No es mi novio. ¡Deje de mirar!
Estaba empezando a bordear el pánico. ¿Y si los pillaban mirándole? ¿Qué
ocurriría si se acercaba a su mesa en ese momento y le miraba con aquella media
sonrisa en la cara -la que llevaba cuando le veía morir?
Estos podrían ser sus últimos pocos minutos sobre la tierra y el único
consuelo que podía encontrar era el que su testamento estaba al día y todo el
dinero que había heredado de su madre ayudaría a las víctimas pediátricas de
quemaduras.
Su –bendito él- deslizó sus delgadas caderas de modo que estaba entre los
hombres y la atenta y obvia mirada de la señorita Boa. Donghae sabía que si los
hombres se molestaran en mirar hacia allí, un vistazo al culo de Su sería
suficiente distracción para que cualquier hombre con sangre en las venas,
olvidara lo que estaba pensando.
La señorita Boa luchó para conseguir que su frágil columna cooperara, pero
no pudo arreglárselas para esquivar a Su -no con sus reflejos de camarero. La
anciana dejó escapar un frustrado suspiro.
—Uno de ustedes va a decirme lo que está pasando o cogeré mi andador e iré
allí y lo descubriré por mí misma.
Su le dedicó una mueca de disculpa.
—Debería mantener mi boca cerrada. Si quieres, los echaré fuera.
—Eso realmente no ayudaría a todo eso de “intentar-no-llamar-la-atención”
que estoy intentando obtener aquí —dijo Donghae.
— ¿Por qué no quieres que esos hombres te vean? ¿Son asaltantes? ¿Debería
llamar a la policía? —Preguntó la señorita Boa—. Sé que debería haber comprado
uno de esos teléfonos móviles.
—No —dijo Donghae, intentando pensar lo bastante rápido para burlar a una
mujer que había estado en la escuela pública durante treinta años.
—Es sólo es un tipo al que tengo echado el ojo. No quiero que él lo sepa.
— ¿Por qué no? Eres un chico adorable y deberías ir allí mismo y pedirle
salir. Así es como se hace estos días, y si yo no soy demasiado vieja para
saberlo, entonces tú tampoco.
—No puedo hacer eso —Donghae se deslizó hundiéndose en el asiento y alzó el
menú para escudar de nuevo su rostro.
—Bueno, entonces, lo haré yo. Necesitas un hombre, Donghae. No voy a dejar
que acabes viejo y sin hijos como yo.
Y con esa declaración, la señorita Boa alcanzó su andador puesto al otro
lado del asiento colocándolo de modo que pudiera levantarse.
Donghae tenía que conseguir detener a la señorita Boa antes de que el Tipo
de la Visión la viera. Quizás si Donghae salía de allí sin que le viese, habría
tiempo antes de que muriese. Incluso si sólo eran unos pocos días más, o
incluso horas, Donghae quería cada uno de ellos.
—No puedes. Está casado.
La mentira se deslizó tan suavemente de su boca que sorprendió a Donghae.
Era la primera vez en su vida que había mentido a una profesora, y ya su
estómago se estaba revolviendo por ello.
La cabeza de la señorita Boa se giró más rápido de lo que Donghae habría
creído posible, considerando su frágil cuello y el peso del gigante moño que
mantenía sujeto por un simple lápiz amarillo del nº 2.
— ¿Estás tras un hombre casado?
—Susurró como si decir las palabras fuera un pecado—. Oh, pequeño, ¿no sabes
que eso sólo puede acabar mal?
Gracias a Dios, la señorita Boa se tragó la mentira.
—Lo sé —dijo Donghae, manteniendo la cabeza todavía estratégicamente
colocada detrás del menú—. Eso es por lo que me mantengo apartado de él. No
puedo evitar sentirme así por él, así que me mantengo a distancia.
—Nos encargaremos de que lo hagas —dijo la señorita Boa, deslizándose a su
voz de lectura—. Quizás deberíamos irnos y cenar en otro lado.
¡Aleluya!
—Buena idea. Podemos ir a cualquier sitio que quiera —le dijo Donghae a la
señorita Boa.
Siempre salían a comer los martes por la noche. Había pasado los últimos
diez años intentando hacer algo significativo con su vida. No era lo bastante
inteligente como para encontrar una cura para el cáncer ni lo bastante fuerte
como para unirse a los militares o lo bastante valiente como para unirse a la
policía o a los bomberos, pero marcaba una diferencia para algunos pocos,
llevándoles comida y compañía o sólo manteniéndolos fuera de casa durante unas
pocas horas. Para él no suponía mucho, pero sí para ellos. Lo veía en sus ojos
cada vez que aparecía en sus puertas y cada vez que se marchaba. Para algunas
de esas personas, era todo lo que ellos tenían y eso era suficiente. Tenía que
serlo.
—Creo que es demasiado tarde para escapar —dijo Su—. Está mirando hacia
aquí.
Donghae bajó el menú lo suficiente como para echar un vistazo por encima y
asegurarse, Su tenía razón.
Eunhyuk vio al precioso jovencito intentando ocultarse de él. Bajo normales
circunstancias, no habría mirado dos veces a un humano -hermoso o no- pero algo
en él atrajo su atención. Cada vez que le miraba, algo de la presión en su
interior se aliviaba. El hecho de que estuviese intentando pasar desapercibido
sólo aumentaba su curiosidad.
— ¿Alguno de vosotros ha visto a aquel jovencito sentado junto a la
anciana? —Preguntó a sus compañeros, Yong Ha y Yoochun.
Yong Ha se giró, inclinándose de
modo que pudiera vez más allá de Yoochun. Encogió sus enormes hombros.
—No que yo pueda recordar.
—Lo siento, tío —dijo Yoochun, con una apreciativa sonrisa en su oscuro
rostro.
—Estás mirando al camarero —bufó Eunhyuk.
—Sí, lo estoy.
Sin disculparse como siempre, Yoochun se frotó una mano sobre la mandíbula
y miró al camarero con el nombre en la etiqueta de identificación que decía
Junsu.
Eunhyuk pensó en recordarle a Yoochun lo mucho que se distraía, pero sabía
que no serviría de nada. Además, nada era demasiado importante para Yoochun.
Podía distraerse con quién quisiera y si las cosas se iban al infierno, todavía
tendría su espada en la mano más rápido que cualquiera de los otros hombres en
la mesa. Lo cual era bueno, considerando su misión.
Él, Yoochun y Yong Ha estaban tras
el rastro caliente de los Demonios Yokai que habían cogido la espada de Eli
después de haberlo matado, y lo último que necesitaban ahora era una
distracción.
Esta ciudad suburbana de Shikoku estaba infestada de demonios.
Literalmente. O al menos, sería así una vez se pusiera el sol.
Eunhyuk miró su reloj. Las ocho y treinta y dos. Nueve minutos para la
puesta de sol. Entonces Kyuhyun aparecería y todos ellos volverían al trabajo.
Eso le dejaba ocho minutos para descubrir quién era aquel jovencito y por qué
se ocultaba de él.
Eunhyuk se levantó y fue a hacer justo eso.
El camarero se interpuso en su camino como si realmente pudiera detenerle.
Que mono. Dudaba que midiese más de metro y medio, incluyendo esos ridículos
mechones rubios puntiagudos saliendo de su cabeza.
— ¿Puedo traerte más café? —Preguntó con una alegre y falsa sonrisa.
—No. Aunque mis amigos podrían querer uno más —Yoochun había estado mirando
al camarero toda la noche y en lo que a Eunhyuk concernía, podía tenerlo. Era
sólo un chico desechable -demasiado frágil para la verdadera diversión.
El tímido jovencito por otro lado… tenía potencial. Le había visto entrar
en el comedor con la anciana, siendo muy cuidadoso en ayudarla a caminar sin
dañar el orgullo de la mujer mayor.
Era todo suaves formas y brillante calor. Su cabello castaño claro brillaba
y enmarcaba su hermoso rostro, atrayendo su mirada directamente a sus labios.
Como si necesitara ayuda para encontrarlos. Todo en él era curvilíneo y suave,
y Eunhyuk odiaba haberse dado cuenta.
Tenía cosas más importantes en las que pensar -como matar una ciénaga de
demonios- y era bastante difícil centrarse en el trabajo cuando el dolor se
hacía peor cada día. Seguro como el infierno que no necesitaba ninguna suave y
curvilínea distracción.
El camarero no había cogido la indirecta y todavía se interponía en su
camino. No era una buena idea considerando que nunca dejaba que nada se
interpusiera en el camino de lo que quería -ciertamente no. No algo que pesaba
tanto como una semana de lavandería.
— ¿Qué hay de un poco más de tarta? —Preguntó.
—No, gracias.
Le levantó por debajo de los brazos, igual que a un niño, y le hizo a un
lado.
— ¡Hey! —Le oyó farfullar detrás de él y casi esperaba que le saltara a la
espalda.
—Le tengo —dijo Yoochun, su voz profunda y satisfecha con la tarea de
mantener al camarero a un lado.
Eunhyuk echó un vistazo por encima de su hombro y vio al camarero mirando
fijamente a Yoochun como si estuviese a punto de comérselo entero. Quizás lo
estaba. A Yoochun le iban los jovencitos humanos. Tan a menudo como podía.
Eunhyuk sintió una media sonrisa tironeando en su boca.
—Apuesto a que lo harás.
El castaño se había vuelto a esconder detrás del menú y había empezado a
recoger su monedero y gafas de sol para irse. Ni remotamente. Al menos no hasta
que estuviera listo para dejarlo ir.
Eunhyuk cubrió la distancia entre ellos y colocó una mano sobre el respaldo
de la cabina y la otra sobre la mesa, enjaulándolo dentro. Él se deslizó al
borde del asiento, pero con Eunhyuk en su camino, no tenía ningún sitio a donde
ir. Se inclinó, haciéndole saber con su lenguaje corporal que estaba atrapado.
Examinó su cara, la liza curva de su mejilla y la plenitud de su boca. Aquel
jovencito había permanecido bajo el sol a lo largo del día y su nariz y la cima
de sus mejillas estaban rosadas. No era mortalmente magnífico, pero era
adorable. Desde aquí, era fácil ver el miedo en sus claros ojos marrones,
resaltando las virutas de oro y verde.
Le tenía miedo. No tenía idea del por qué, y seguro como el infierno que no
le gustaba.
—Por favor déjame ir —dijo.
Su voz era baja. Suave, igual que el resto de él, y se deslizaba sobre sus
sentidos como una caricia.
Un ingrávido calor centelleó a través de él, lavando décadas de tensión y
tormento. Por primera vez en más de un siglo, Eunhyuk no sentía el agonizante
dolor. Dejó salir una lenta respiración de alivio. Incluso la inagotable
presión del poder que contenía no golpeó en su interior buscando una salida,
intentando abrirse camino a través de la carne y el hueso. Cada desenfrenado
pedacito de energía en su interior se aquietó ante el sonido de su voz como si
lo escuchara.
Sin el dolor que había sido su constante compañero durante más años de los
que la mayoría de las personas vivían, una ola de aturdidora revelación amenazó
con ponerlo de rodillas. Agarró el asiento y la mesa para mantenerse en pie,
pero no podía evitar que sus ojos se cerraran, sólo por un momento. El disfrute
de simplemente no estar dolorido era tan intenso que era casi como una propia
clase de dolor. No estaba seguro de cuanto le tomó recuperar sus sentidos, pero
cuando lo hizo, él jovencito estaba allí mirándole, los ojos abiertos
desmesuradamente y temblando.
— ¿Quién eres? —Exigió.
Él parpadeó como si se sorprendiera por la pregunta.
—Por favor. Déjame ir. No quiero morir.
¿Morir? ¿Qué infiernos?
—No voy a hacerte daño —le dijo, su tono fue un poco más rudo de lo que
había pensado.
Había pasado demasiado tiempo de su larga vida en el infierno defendiendo a
los humanos de los Yokai con un gran coste personal. No había manera de que
aquel hermoso jovencito pudiese haber sabido eso, pero todavía le jodía que
saltara a la conclusión de que estaba aquí para lastimarlo.
Lo que realmente quería era tocarlo y ver si se sentía tan suave como se
veía. Todas esas curvas lisas y formas redondeadas lo volvían un poco loco. Y
la locura era la única explicación de lo que estaba sintiendo -esa
incontrolable necesidad de tocar a aquel hombre que ni siquiera conocía. Un
hombre humano. Quizás él era sangre pura -un descendiente de los Izanagi- y ese
era el por qué de su reacción tan fuerte. Nunca había experimentado nada igual
a eso antes, incluso con un humano sangre pura, y no estaba completamente
seguro de que le gustara. La parte de liberarse del dolor era fantástica,
realmente fantástica, pero nada que fuera bueno venía sin un precio.
—Tengo que llevar a la señorita Boa a casa. Se está haciendo tarde —su boca
tembló un poquito y maldito fuera si no quería inclinarse y besarlo para hacer
que parara.
Esto era una locura. Eunhyuk respiró profundamente, pero sólo consiguió
llenar sus pulmones con su esencia.
Lilas. Olía a lilas.
Eunhyuk no tenía ni una aterradora oportunidad de resistir. Se estaba
acercando, completamente, al borde de la locura.
Se inclinó hasta que su nariz estuvo en la curva de su cuello, y la inspiró
hacia su interior. No había nada que pudiera hacer para detenerse a sí mismo, y
el hecho de que él no retrocediera apartándose simplemente lo volvía mucho más
loco. La flexible banda de luceria alrededor de su cuello tarareó feliz,
enviando un temblor bajando por su espalda. Sentía algo mutando en su interior.
Profundo y duro, casi dolorosamente. Este hombre lo había cambiado de alguna
manera, con su mera presencia, y nunca sería el mismo otra vez.
Quienquiera que fuera él, lo conservaría, para siempre.
Donghae no se atrevió a moverse. No con el tipo de la Visión estando tan
cerca, casi tocándole. Sintió su caliente respiración resbalando sobre su
cuello, girando alrededor de su oído.
Estaba ronroneando -un bajo y profundo sonido de satisfacción- y el ronroneo
resonó en su interior.
Todo lo que podía ver era el lado de su grueso cuello donde se unía a su
hombro, los rizos de su oscuro cabello y una sección de ese collar que llevaba
-algún tipo de iridiscente gargantilla de dos centímetros y medio de ancho.
Cada color imaginable giraba en el interior de la flexible venda como las luces
del comedor jugando en esa superficie. Sintió la urgencia de tocarlo para ver
si era tan resbaladizo como parecía, si era tan cálido en su piel.
En vez de eso, abrazó su billetera con más fuerza contra su pecho, todavía
sosteniéndole, rogando que se apartara de él antes de que perdiera la cabeza y
pasara sus dedos sobre la banda.
Estaba respirando demasiado rápido, haciéndole marearse. Cerró los ojos
para bloquear la visión de aquel tipo de modo que pudiera calmarse, pero en vez
de eso la visión destelló en su cabeza, alejándolo todo.
Él estaba de pie a unos pocos pasos. Todo estaba oscuro alrededor de ellos
y la única razón por la que podía casi ver su cara era que el fuego que
consumía su cuerpo reflejaba los agudos planos de sus mejillas, la sombría
línea de su mandíbula, los fuertes tendones de su cuerpo y la amplia extensión
de sus hombros.
Las llamas bailaban reflejadas en sus ojos marrón dorado y una media
sonrisa orgullosa inclinaba su boca. Podía sentir su carne quemándose, sentir
el calor consumiéndole. El dolor de su piel llena de ampollas cuando se
ennegrecía era demasiado para soportarlo. Gritó, rogando que la muerte viniese
a reclamarle.
La realidad se encajó a presión nuevamente en su lugar, alejando la visión.
Donghae jadeó en una desesperada respiración. No estaba muerto. Al menos no
todavía. Las brillantes luces del comedor hirieron sus retinas y el olor de
carne quemada fue reemplazado por el de cebollas y patatas fritas. Un rastro de
la salida del aire acondicionado refrescó su piel, haciéndole temblar. Obligó a
su cuerpo a relajarse, a recordar dónde estaba. Sólo respira. Sus pulmones se expandieron, absorbiendo la esencia
del hombre que le tenía atrapado. Jabón. Café. Limpia piel masculina. Olía
bien. Seguro. Y si eso no era la cosa más ridícula que nunca había pensado,
entonces no sabía lo que era. Si había una persona en el planeta en cuya
cercanía no estaba seguro, era aquel tipo, sin importar como oliese.
Estaba todavía sólo unos centímetros alejado de Donghae, emitiendo ese bajo
ronroneo en su pecho. Donghae no estaba seguro de si quería empujarlo lejos o
frotar ligeramente su dedo sobre la curva de esa intrigante gargantilla que
usaba. Algo en su interior tiró de sus recuerdos, aunque estaba seguro que
nunca había visto algo así antes.
Aquel tipo no la llevaba en su visión. La revelación brotó dentro sí. Su
camisa había sido diferente -no la negra de algodón que llevaba ahora, sino
luminosa. Curtida. Con algún tipo de árbol pintado encima.
Los detalles de su visión no hacían juego con lo que estaba sucediendo
ahora mismo, lo cual quería decir que estaba a salvo, al menos por el momento.
Algo del pánico que sentía se drenó fuera de sí, haciéndole sentir débil,
líquido. Sabía que debía hacerlo a un lado, gritar o hacer algo. Incluso si no
estaba aquí para verlo morir esta noche, todavía estaba demasiado cerca.
Él se inclinó acercándose una fracción de centímetro más y rodeó sus largos
dedos alrededor de cuello.
Sobre su dedo llevaba un anillo que hacía juego con su collar y este
destellaba en un intrigante patrón de remolinantes colores que hacía que
quisiera mirarlo. Un insistente tirón en su cuello le hizo inclinarse hacia
atrás, estaba seguro de que sentía sus labios pasando a lo largo de su cuello y
su mejilla.
Donghae se estremeció y oyó un pequeño gemido abandonando su boca. Cada
célula en su cuerpo permanecía atenta a
ese único pequeño toque. Su piel se volvió más caliente y su abdomen se
encogió contra un salto de calor. Quería algo que no podía nombrar. Lo
necesitaba. No era sólo deseo. Era más profundo que eso. Profundo hasta el
hueso. Profundo hasta el alma. Él tenía algo que le pertenecía y Donghae lo
quería, ahora, inmediatamente.
Incluso si eso lo mataba.
Sus labios se deslizaron sobre su mejilla, sin tocarlo apenas. Quizás, ni
siquiera tocándolo, sólo acariciando el fino vello de su piel. Lo que fuera que
estuviese haciendo, era maravilloso, aterrador o no. Se sentía como si
estuviese siendo llenado de energía. Se sentía más vivo incluso que antes.
Todo procedente del toque del hombre que le vería morir…
Asombrosamente irónico.
Desde algún lejano lugar apagado, Eunhyuk oyó a la anciana jadear en estado
de shock y luchó con el impulso de ir hacia ella.
Lo habría hecho de no haber sido por la manera en la que el jovencito
estaba aferrando su mochila contra su pecho igual que un escudo. Todavía le
tenía miedo. Mierda.
—Dime tu nombre —le ordenó, sin importarle lo ruda que sonara su voz.
Necesitaba su nombre. Maldición, necesitaba mucho más que eso, pero con la
audiencia que tenía, iba a tener que conformarse con pequeños fragmentos.
—Lee Donghae.
Dios, amaba el sonido de su voz, tan suave y dulce. Cerró nuevamente los
ojos, dejando que el sonido de Donghae y su olor, se hundieran en él. Podría
pasarse medio año sólo escuchándole hablar, dejando que el apacible barrido de
su voz lo calmara.
Estaba demasiado concentrado en ver cómo podía acortar el pequeño espacio
entre ellos cuando oyó un grito de advertencia de Yong Ha medio segundo demasiado tarde. El andador de
la señorita Boa se deslizó sobre su cabeza, enviando un aguijoneador dolor por
su cráneo.
— ¡Vuelva a su esposa, usted… usted, mujeriego! —Gritó la anciana, elevando
su andador para otro golpe.
— ¿Mujeriego? ¿Esposa?
Eunhyuk no tenía idea de qué estaba hablando, pero no se quedó allí lo
bastante como para preguntar. Ya podía sentir un chichón alzándose en la parte
de atrás de su cráneo. La anciana quizás se viera frágil, pero se las ingenió
para darle de puñetazos.
Eunhyuk se estiró hacia la señorita Boa, intentando sacarle cuidadosamente
el arma de aluminio de sus manos antes de que se hiriera a sí misma. O a él.
Llegó demasiado tarde. Yong Ha ya se
había hecho cargo y tenía a la anciana dama en sus corpulentos brazos,
sosteniéndola cuidadosamente a pesar de sus esfuerzos.
Donghae se levantó, rodeando a Eunhyuk para llegar hasta la anciana.
— ¡Déjala ir!
Yong Ha le ignoró, sosteniendo
todavía a la anciana, intentando calmarla con suaves palabras:
—No voy a hacerle daño, señora. Ninguno de nosotros va a herir a ninguna
persona aquí. ¿No es cierto, Chun?
A metro y medio de distancia, Yoochun tenía a Junsu aprisionado contra la
parte de arriba de la caja registradora, casi inclinado sobre su espalda. Junsu
estaba peleando con él, pegándole y arañándole, pero Yoochun aceptaba sus
golpes, haciendo una mueca como si le hicieran cosquillas.
—Hey, el camarero es el único que está intentando herirme. Yo sólo quería
hablar —la voz de Yoochun se hizo más baja y su sonrisa se amplió—. Pero estoy
dispuesto a jugar si tú quieres, cariño. No me importa si te gusta la rudeza.
Junsu gruñó y azotó a Yoochun con sus puños.
Desde la esquina de su ojo, Eunhyuk vio a Donghae empezar a hacer un
movimiento hacia Yong Ha y la anciana, pero Eunhyuk fue más rápido. Le sujetó
rodeando su cintura con un brazo y tirando de Donghae contra su pecho. Eso fue
un error. Tan pronto como tuvo su suave y curvilíneo cuerpo contra el suyo, su
cerebro empezó a venirse abajo. Desde una vaga, borrosa distancia, podía
sentirle luchando para liberarse, empujando y tirando de su brazo. Podía oírlo
asustado, pronunciando los nombres de sus amigos. Podía sentir el pánico en su
interior, la frenética fuerza incrementándose con cada latido de su corazón. No
podía imaginarse qué significaba todo aquello o qué debería hacer. Todo lo que
sabía era que no podía dejarle ir. Lo necesitaba.
Toda aquella situación se había salido completamente fuera de control, pero
eso no le importaba. Tenía a Donghae en sus brazos, reacio como estaba, y no
quería lastimar a nadie. Por primera vez en décadas, se sentía bien. Era tan sorprendente que lo dejó
vacilante, contemplando estúpidamente su hermoso cuello. Quería inclinar la
cabeza y besar la cremosa piel de la nuca de su cuello con tanta desesperación
que temblaba.
Eunhyuk se dobló para hacer justo eso cuando su sujeción se aflojó y Donghae
se deslizó de su agarre.
El dolor impactó dentro de él con una palpable fuerza que lo dobló de
rodillas allí mismo, sobre el suelo de azulejo. El poder lo inundaba y
atravesaba sus venas, martilleando sus huesos con profunda agonía.
Estaba seguro de que se había roto en alguna parte y que sus órganos habían
sido pulverizados. Nada podría explicar tanto dolor. No podía mantenerse en
pie. No podía ver. No podía respirar.
El poder que hospedaba en el interior de su cuerpo había crecido
lentamente, firme, a lo largo de los años. La presión se había incrementado a
lo largo de las décadas, dándole una oportunidad de conseguir controlar y
acostumbrarse a soportar el dolor que causaba eso. Pero ahora todo lo había
vuelto a inundar en el espacio de un instante y su cerebro no podía ajustarse.
Su cuerpo no podía funcionar. En los grisáceos bordes de su mente, se oyó
gritar a sí mismo, un terrible y agudo sonido. Sabía que se estaba muriendo,
pero ahora mismo eso era algo bueno. Todo terminaría pronto, pero no parecía
ser lo bastante pronto.
Donghae no estaba seguro de qué había hecho al tipo de la Visión para
ponerlo de rodillas, pero no se detuvo a preocuparse por ello. La señorita Boa
todavía estaba intentando alejarse del enorme boxeador que la sostenía, y se
veía como si estuviese corriendo una maratón.
Junsu, por otro lado, estaba aguantando contra el tercer hombre. Él le había
empujado hacia abajo, de modo que casi estaba tendido sobre el mostrador
cercano a la caja registradora.
—Deja de luchar conmigo antes de que te hagas daño a ti mismo —le dijo.
Junsu golpeó el dispensador de chicles al suelo, haciendo que se esparciera
por todas partes.
Puso una rodilla entre ellos y empujó, pero no funcionó.
El hombre simplemente presionaba la parte baja de su cuerpo con más fuerza
contra el suyo hasta que no tuvo sitio para maniobrar.
— ¿Vas a seguir?
Su mano palpó sobre el mostrador hasta que encontró el pincho de metal que
usaba para reunir los tickets de los pedidos y hundió el afilado pincho en el
brazo de su captor.
Él bajó la mirada hacia el aguijón de metal saliendo de su piel y sonrió.
Realmente sonrió.
—Buen disparo, hombre —sonaba como si estuviese orgulloso de Junsu, lo cual
era completamente una locura, pero al menos todavía era capaz de luchar.
La señorita Boa no, y Donghae no estaba seguro de cómo iba a conseguir
liberarla. El hombre que la sostenía era enorme. Alto, pesado y musculoso.
Probablemente les superara en fuerza a él y a la señorita Boa.
—Déjala ir —exigió Donghae, hurgando en su cerebro buscando algo que hacer.
Donghae se estaba quedando sin ideas, así que se arrojó con lo mejor que
tenía. Agarró el azucarero, pero antes de que pudiera lanzarlo, el gigante dio
un paso adelante y simplemente le entregó a la señorita Boa a Donghae. No
estaba seguro de qué lo había hecho cambiar de opinión, pero no iba a
cuestionar su buena fortuna.
Agradecido, se tomó la tarea de sujetar a la señorita Boa. Fue cuidadoso
con su frágil cuerpo, gentil. Se tomó su tiempo en hacer la transferencia y
entonces, cuando ella estuvo libre, se lanzó hacia el suelo, donde el tipo de
la Visión estaba retorciéndose de dolor.
— ¡Yoochun! —Le gritó—. Necesito un poco de ayuda aquí con Eunhyuk cuando hayas terminado de jugar con el camarero.
El hombre que había cogido a Junsu –Yoochun- le dejó ir, arrancándose el
estilete de su brazo y dejándolo sobre el mostrador, ensangrentando los tickets
que quedaban en el lugar. Junsu apenas consiguió ponerse de pie antes de que él
también fuese hacia el tipo de la Visión. Yoochun se volvió hacia Donghae,
fulminándole con la mirada. Sus pálidos ojos verdes destacaban en agudo
contraste contra su bronceada piel, viéndose casi como si estuvieran iluminados
desde dentro.
— ¿Qué le has hecho a Eunhyuk?
Donghae sostuvo a la señorita Boa un poco más cerca, volviéndola hacia la
salida. Tenían que salir de allí tan rápido como fuera posible.
—Nada. Él fue quien me atacó a mí.
—No estaba haciendo otra cosa más que intentar hablar contigo. Tú eres el
único que alucina. ¿Qué le has hecho? —Exigió.
El tipo de la Visión -Eunhyuk, como le llamaban- estaba todavía
convulsionándose en el suelo, su cuerpo doblado en un poderoso arco. Había
estado gritando un momento antes, pero ahora hacía esos horribles sonidos
ahogados, como si no pudiera respirar. Las venas en su cuello y sienes estaban
hinchadas y algo extraño estaba sucediéndole a la brillante gargantilla que
llevaba. Los colores que se veían, giraban en una mezcla de rojos, naranjas y
amarillos. Delgadas hebras de humo se filtraban desde el collar y el anillo a
juego en su mano derecha.
Donghae podía oler el aroma de la carne quemada -igual que en su visión.
El hombre que había sostenido a la señorita Boa comprobó su reloj, con
expresión arrugada.
—Tres minutos hasta la puesta de sol. Kyuhyun no va a llegar a tiempo para
salvarlo.
Yoochun se levantó y dio un paso hacia Donghae. Junsu había recobrado su
movilidad y encontró un enorme cuchillo en algún lugar detrás del mostrador. Y
lo sostenía como si supiera lo que estaba haciendo. ¿Podría ser esta noche más
extraña?
Yoochun debió haber visto a Junsu moviéndose hacia él, porque se volvió y
apuntó un delgado dedo en su dirección.
—Mantente fuera de esto. No es asunto tuyo.
—Maldita sea si no lo es. Ellos son mis amigos.
—Y Eunhyuk es el mío —Yoochun se volvió a Donghae—. Deja a la anciana y ven
aquí —aquello no era una petición y Donghae estaba seguro de que si no hacía lo
que le había dicho, alguien iba a salir herido cuando le obligara a hacerlo, probablemente la señorita Boa.
La cosa estaba así. Donghae estaba bastante seguro que había alcanzado el
final de la línea. No iba a llevar a la señorita Boa con ella, así que dejó a
la frágil mujer sentada en un asiento. La señorita Boa apretó el brazo de Donghae
con unos débiles y retorcidos dedos.
—No vayas cariño.
—Estaré bien —mintió.
Donghae se volvió hacia Yoochun y dio un paso hacia delante. El enorme tipo
estaba sosteniendo a Eunhyuk en el suelo de modo que no se hiciera daño a sí
mismo golpeando alrededor, pero no parecía un trabajo fácil. Eunhyuk era fuerte
-sus brazos y piernas estaban gruesamente torneadas de músculo. Podía ver toda
esa fuerza que apretaba su cuerpo contra las convulsiones. El grandullón se
llevó un codazo en el estómago por su esfuerzo, dejando escapar un dolorido
gruñido. Yoochun había sujetado a Eunhyuk por las piernas, pero no apartaba sus
ojos de Donghae. Estaba seguro de que si no seguía moviéndose hacia él, iría a
por Donghae.
Hombre, no quería estar aquí ahora mismo. No quería estar en medio de este
lío, completamente confundido por lo que estaba sucediendo y totalmente
aterrado por estar tan cerca de un hombre que le hacía sentir mejor con casi
una caricia que todas las verdaderas caricias de todos los hombres en su vida
juntos.
—Se va a poner bien —les dijo, dando otro medio paso hacia delante.
— ¿Cómo lo sabes? —Preguntó Yoochun.
Fantástico. Ahora iba y se arrinconaba a sí mismo en una esquina. No podía
decirles exactamente que sabía que él estaría bien porque viviría lo bastante
como para verle morir.
—Sólo lo sé.
Otro medio paso y estuvo lo bastante cerca para que Yoochun alzara su largo
brazo y le agarrara por la muñeca.
—Lo que quiera que hayas hecho, deshazlo.
— ¡No hice nada! Lo juro. Todo lo que hice fue apartar su brazo y él se
cayó.
El profundo ceño de Yoochun saltó durante un segundo; entonces esos pálidos
ojos verdes suyos se abrieron desmesuradamente como si simplemente acabase de
darse cuenta de qué estaba mal.
—Ven aquí —ordenó, tirando de Donghae hacia el suelo hasta que su mano
presionó directamente contra el estómago de Eunhyuk -su desnudo, duro y cálido
estómago que debería haber estado completamente cubierto por su camiseta, pero
no lo estaba.
Todo ese retorcido dolor trabajó sobre sus riñones y podía ver la mitad de
un largo tatuaje ascendiendo por su costado derecho. Era un árbol, entintado en
realistas colores y perfectamente detallado. Cada retorcido nudo, cada
retorcida raíz de árbol era tan real que estaba seguro de que casi podría
sentir la dureza de la rama debajo de sus dedos. Finas hebras de raíces bajaban
sobre su estómago y desaparecían debajo de la cintura de sus vaqueros. Se negó
a pensar hacia dónde conducían.
Sus dedos tocaron su piel, y no pasaron dos segundos completos para que Eunhyuk
se relajara. Ambos hombres le miraron atónitos, entonces, se miraron el uno al
otro, compartiendo algún secreto entre ellos. No tenía la menor pista de qué
estaba pasando, y a estas alturas, no estaba seguro de querer saberlo. Todo lo
que quería era llevar a la señorita Boa de vuelta a casa y sumergirse en un
profundo baño caliente durante una semana. Estaba completamente seguro de que
no podría arder vivo en una bañera, y esa era la única cosa que realmente le
relajaba.
—Vendrás con nosotros —dijo el grandullón.
Sus brillantes ojos azules escaneaban el cuerpo de Eunhyuk, la preocupación
tirando de sus cejas.
—No, no lo haré —dijo Donghae.
Yoochun dejó la muñeca de Donghae y se levantó. Debería haberse apartado y
dirigirse hacia la puerta, pero algo le detuvo. Estaba sucediendo algo bajo su
mano. La piel de Eunhyuk estaba caliente y se estaba inundado con ese extraño
murmullo de energía que había sentido antes. Este, le llenó interiormente,
igual que una luz cálida, encontrando todo el frío, las pequeñas y oscuras
grietas y agujeros en su interior. Había una sensación como de un leve fundido
y el sabor de la miel en su boca y el olor de la lluvia en su nariz. Se sintió
ligero. Radiante. Eso no estaba bien. Se sentía increíblemente bien, pero no
estaba bien. No se suponía que sucediera. No podía ser real.
Empezó a apartar sus dedos, pero la mano de Eunhyuk cogió la suya antes de
que si quiera acabara de alejarlo de su piel. Sus dedos se enroscaron alrededor
de su muñeca y pudo sentir esa extraña energía hundiéndose en su interior donde
cada uno de sus delgados dedos se encontraba con su piel.
Él se incorporó, pareciendo alerta y coherente, y sintió la suave sensación
de su camisa contra la muñeca.
Él mantuvo su mano en el sitio y se inclinó hacia delante hasta que apenas
hubo cinco centímetros entre ellos.
—No te dejaré hacerte a un lado. No, hasta que descubramos qué es esta cosa
que hay entre nosotros.
Eso era un juramento. Podía sentir su poder asentándose entre los dos,
apartándolos del resto del mundo.
Eso no era real. No podía estar sucediendo. Un montón de cosas extrañas le
habían sucedido a lo largo de su vida, pero esto era la guinda de las cosas
extrañas.
—No hay nada entre nosotros.
Le dedicó esa media sonrisa de su visión.
—Ahora sí.
Detrás de él, justo en el interior de la ventana que llevaba a la cocina
del comedor, se dispararon llamas naranjas, escupiendo hacia arriba igual que
un géiser.
Fuego. El olor de la carne quemada.
El mundo de Donghae se vino abajo, hacia un pico de pánico del que no podía
escapar. Se infiltró en su interior y le robó todo el oxígeno. Ni siquiera
podía recordar cómo respirar.
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