lunes, 29 de julio de 2013

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 2

 
A Yoochun le gustaba un poco de carácter en sus parejas, pero esto era ridículo. Había visto al pequeño camarero sexy salir de una esquina con un cuchillo. Después del truco con el que había salido con ese punzón, no dudó ni por un segundo que lo usaría. Sabía que lo haría. El rastro de sangre que bajaba por su brazo era prueba de ello.
— ¿Quieres jugar, pequeñito? —Le preguntó, acercándose al acecho. Era tan malditamente hermoso que solo quería devorárselo. Los grandes ojos marrones eran oscuros, igual que el chocolate amargo, lo cual suponía que pegaba bien con su personalidad. Había sido todo azúcar y sonrisas cuando les había tomado los pedidos y llevado las cenas, pero tan pronto como pensó que sus amigos estaban en peligro, toda esa dulzura voló, dejando a la verdadera persona que había debajo. Feroz. Adorable. Su encantadoramente acentuada barbilla no lo engañaba. Era todo espíritu y oscuridad, y eso le encantaba.
Junsu no era muy grande, pero eso no era culpa suya. Estaba muy bien constituido, ese erizado pelo de chico malo y el breve vistazo del tatuaje que tenía bajando la espalda realmente a él le funcionaba. Yoochun no estaba seguro de qué imagen era –sólo tuvo una impresión de las sinuosas curvas – pero no le importaba. Le gustaba que fuera lo bastante resistente como para aceptar el dolor, que tuviera la voluntad de hacer ese pequeño sacrificio por algo que encontraba hermoso.
Este vicioso borde que mostraba ahora sólo era un bonus añadido.
Ahora, si pudiera conseguir que bajase el cuchillo, podrían tener una encantadora, larga charla, y quizás si le dejara hacer su trabajo, le dejaría ver cuán lejos llegaba ese tatuaje en sus pantalones bajos.
Por el rabillo del ojo, Yoochun vio que la pequeña anciana había recuperado su andador y se estaba dirigiendo al teléfono. La última cosa que necesitaban era que ella llamase a una dotación de policía humana para rematar las cosas.
Lo que había hecho Eunhyuk era suficiente diversión para una noche.
Eunhyuk ahora estaba sentado, lo cual era una buena señal, pero la puesta del sol sería en menos de un minuto, y una vez sucediera eso, las cosas irían de feo a jodidamente feo en un latido de corazón. Esos demonios eran igual que famélicos bichos que salían de las oscuras y húmedas madrigueras y empezaban a cazar. El olor de la sangre que bajaba por el brazo de Yoochun sería uno de los primeros lugares en los que harían una parada.
Junsu estaba rodeándolo a su derecha, hacia la anciana, como para protegerla. Como si alguno de los Caballeros de la Luz fuera a herir a alguna anciana. Por supuesto, el camarero no podía saber eso.
—Baja el arma, cariño. Ha habido bastante sangre derramada por esta noche.
—Te diré cuando haya tenido bastante sangre. —Escupió.
Yoochun quería besar esa violenta boca suya. Antes, cuando había sido “Junsu el Camarero”, había pensado que era bastante bonito aún para ser un chico, pero ahora que era Junsu el vengador, era glorioso. Apabullante.
Se movió hacia delante, manteniendo la mirada sobre el cuchillo mientras reunía una pequeña porción de energía del aire. El añadido poder hería como el infierno, pero necesitaba marcarlo. No podía dejarlo ir, no sin asegurarse que tenía una manera de mantener las marcas sobre él. Un pequeño toque y dejaría una marca que sería capaz de seguir en cualquier lado. Todo lo que tenía que hacer era acercarse lo bastante para tocarle sin hacerlo abiertamente. Kyuhyun no apreciaría tener que prescindir de él antes de que la noche hubiese siquiera empezado realmente.
Junsu no se volvió. No cedió una pulgada. El cuchillo brilló en su agarre y Yoochun se sintió a sí mismo sonriendo. Él realmente era sorprendente y encantador.
Se acercó, contando los segundos que le llevaría a la anciana alcanzar el teléfono. Quizás quince. Era suficiente para desarmar a Junsu y dejar la marca.
Yoochun se abalanzó hacia Junsu, pateando el cuchillo cuando éste se deslizó ante él a un escaso segundo de ser demasiado tarde para hacer algún daño. Le agarró la muñeca para mantener el cuchillo al borde, y tiró del cuerpo contra el suyo, su espalda contra su pecho. Bajó el brazo que tenía cruzando sobre su cuerpo para sostenerlo, podía sentir la rápida elevación y caída de su pecho y el frenético latido de su corazón.
Durante un breve segundo, vaciló. Él le tenía miedo. No quería eso.
Dejó ir la energía que había reunido y sintió una ardiente acometida de poder saltando de su mano a través del índice, el cual presionó ligeramente contra el antebrazo de Junsu. Él jadeó aterrado y se dejó ir.
Yoochun abrió la boca para tranquilizarlo, pero antes que pudiera decir una sola palabra, una gigante columna de fuego salió de la cocina y barrió a través del techo, haciendo un agujero en la azotea.
Se habían quedado sin tiempo, los demonios estaban allí y estaban cabreados.
—Cambio de planes —gritó Yong Ha. Eunhyuk apenas pudo oírle por encima del sonido de los platos explotando por el calor del fuego en la cocina del comedor. Con lo rápido que se estaba propagando el fuego, no había manera de que aquello fuera natural.
Alguno de los demonios que cazaban, tenía el poder de llamar al fuego. Lo usaban para crear pánico, de modo que pudieran reunirlos en grupos y asediarlos cuando huyeran.
Los Yokai que habían causado ese fuego debían estar cerca de ellos, quizás incluso acechando en el exterior, esperando a que los últimos resquicios de sol se desvanecieran.
Eunhyuk tenía que poner a todos a salvo. Especialmente a Donghae.
Tiró de Donghae apretándole contra él, asegurándose de que la cabeza estaba inclinada para protegerle de las brasas de fuego voladoras. Una vez había visto el fuego, se había congelado con una mirada de rígido terror en el rostro. Estaba pálido, temblando, y ya no se resistía a él. No era una buena señal.
Yong Ha todavía estaba junto a Eunhyuk incluso aunque Junsu agitaba un cuchillo alrededor, pareciendo alguna especie de débil orden, y la Señorita Boa avanzaba a pasitos hacia el teléfono.
—Salgamos de aquí —gritó Yong Ha —. Kyuhyun tendrá que alcanzarnos. ¿Puedes caminar?
—No hay problema —dijo Eunhyuk. Lo que quiera que hubiese sucedido cuando su poder interno lo hizo sentirse mal, ahora estaba bien. Mejor que bien. Estaba listo para echarse sobre toda la jerarquía de Yokai él mismo y recuperar la espada de Eli con una sola mano si fuera necesario.
Todavía estaba agarrando la muñeca de Donghae y se aseguraría malditamente de no dejarle ir. Esa marea de agónico dolor que se había precipitado sobre él cuando lo había apartado había sido suficiente. No era una lección que necesitara una segunda vez para aprenderla.
—Encárgate de él —dijo Yong Ha —. Yo cogeré a la anciana y dejaremos que Yoochun se las arregle con Rambo.
Eunhyuk asintió y se puso de pie, tirando de Donghae con él. Donghae apenas respondía, parecía que tenía los ojos pegados al fuego.
Había dejado caer su mochila en algún sitio, el cual se detuvo a recoger junto con el bolso de la Señorita Boa.
No tenía sentido dejar obvias pistas de ellos en la escena de lo que podría haber sido un incendio provocado. Los incendios como ese a menudo eran reportados como provocados porque nadie podría imaginarse cómo empezaron. Suponía que probablemente no habría un pequeño archivo donde apareciera la palabra magia en la mayoría de los informes de incendios.
Eunhyuk levantó el obediente cuerpo de Donghae en sus brazos y se dirigió a su Chevy Tahoe. Los últimos rayos de la luz del sol parpadearon entre las largas sombras, previniendo a los demonios que habían empezado el fuego para que retrasasen el obvio ataque por unos segundos más.
Tomó varios de esos segundos conseguir llevarlo al asiento trasero del SUV y ponerle el cinturón de seguridad alrededor de su cintura. Ni una sola vez dejó de tocar su piel, lo cual no era en absoluto difícil.
Para el momento en que hubo hecho aquello, Yong Ha  había dejado a Señorita Boa en el asiento delantero y su andador en el de atrás, pero a Yoochun no se lo veía por ningún lado.
Las llamas ya habían irrumpido a través de la azotea y la pared de atrás del comedor. Una pequeña muchedumbre de espectadores se estaba formando al otro lado de la calle.
Las sirenas ululaban en la distancia y cuando estuvieran allí, Eunhyuk y sus compañeros tenían que haberse marchado hace tiempo. Tratar con las autoridades no era algo para lo que tuvieran tiempo esta noche. La espada de Eli estaba ahí fuera, capaz de hacer serio daño si los humanos se topaban con ella –capaz de hacer un daño mucho más infernal en manos de uno de los Yokai.
— ¿Dónde está Yoochun? —Preguntó Yong Ha, escaneando el pequeño aparcamiento atestado.
Los neumáticos rechinaron sobre el asfalto y Eunhyuk vio a Yoochun corriendo tras un viejo Honda con Junsu tras el volante. Yoochun era rápido, pero no tan rápido, y no tenía ninguna posibilidad de alcanzarla con su rutina salir–disparado–del–infierno. A Yoochun le tomó unos diez segundos darse cuenta de que no iba a alcanzarle y cambió de dirección en un rápido giro hacia el SUV.
—Tenemos que alcanzarle —dijo Yoochun, respirando con dificultad.
—Deje en paz a ese pobre chico —ordenó la Señorita Boa—. Ya han hecho bastante para una noche. Prenderle fuego al comedor. ¿En qué estaban pensando?
Ese fuego no era exactamente parte de su plan, habían planeado salir fuera del comedor antes de que los demonios despertaran, pero ninguno se molestó en explicarle esa parte. Las sirenas se oyeron con más intensidad y Yong Ha  ya estaba tras el volante, encendiendo el motor. Yoochun se deslizó dentro y cerró la puerta de golpe. Con fuerza.
— ¿Viste cual fue el camino que tomó? —Le preguntó.
—Este. Intentaré encontrarlo —Yong Ha  condujo el vehículo al interior del tráfico y cogió el primer semáforo.
— ¡Mierda! —Gritó Yoochun—. Atraviesa la intersección.
— ¿Quieres decir pasar por encima de esa encantadora joven pareja del convertible frente a nosotros? —Preguntó Yong Ha, mirando con fijeza a Yoochun por el espejo retrovisor.
—Si eso es lo que tienes que hacer.
—Creo que no. Le encontraremos, Yoochun. Relájate.
Yoochun golpeó el asiento cercano con frustración.
—No puedo creer que se haya escapado.
A Eunhyuk también le costaba creerlo, pero ahora mismo su prioridad principal era Donghae y descubrir por qué no había dicho una palabra u ofrecido resistencia alguna desde el momento en que había visto aquellas llamas.
No era en absoluto buena señal.


Junsu aferró el volante con tanta fuerza que sus manos se crisparon. Odió dejar a Donghae y a la Señorita Boa detrás, pero no había nada que pudiera hacer por ellos ni por Yoochun. Debería haber sido más consciente, no permitirse acercarse lo suficiente para importarle lo que le sucediera a los regulares clientes del Kona Beans. Ya debería haber aprendido la lección.
Encariñarse tanto de alguien era estúpido.
Donghae y la Señorita Boa se habían ido. Los Caballeros de la Luz les habían atrapado, y una vez que cogían a alguien, nunca lo dejaban ir. Su madre había grabado esa lección en él desde antes de que fuera lo suficiente mayor para caminar.
Había estado demasiado cerca de ser secuestrado ahora mismo. Demasiado cerca. Yoochun le había abrumado con su tamaño, lo cual era algo que podía manejar. Pero también le había abrumado con su personalidad. Era una inquietante mezcla de encantador humor y mortal cazador y no había estado preparado para la manera en que le miraba. La manera en que le sonreía.
Le había parecido un ligón inofensivo durante la cena, lo cual era por qué no había dejado que los hombres con tatuajes y collares le alarmaran. Mientras pensaran que era humano, estaba a salvo, así que hizo su parte. Incluso le devolvió el flirteo, aceptando el número de teléfono cuando se lo ofreció.
Quedarse había sido un error.
Cuando le atacó, supo que había descubierto su secreto. Volvió a luchar con tanta fuerza como podía, pero era demasiado fuerte. Lo apuñaló y él sonrió. ¿Quién diablos hacía algo así? Sólo un lunático. Quién sino.
Un lunático cuya marca tintineaba en su brazo. Tenía que hacer algo tan pronto como fuera posible.
Maldito fuera. Adoraba su trabajo. Amaba la gente que veía cada día. Era casi como tener una familia, y Yoochun le había robado todo eso, solo apareciendo e inmiscuyéndose en su vida.
Junsu dejó escapar un enfurecido grito, haciendo que las ventanas de su Honda vibraran. Odiaba eso, odiaba estar asustado, odiaba estar solo, odiaba tener que reconstruir su vida cada pocos meses, pero era hora de que se moviera. De nuevo. El daño estaba hecho y ya no estaría a salvo allí.
Todo lo que poseía era este viejo y vibrante coche. Dejaba el pago de una semana atrás, pero no había nada que pudiera hacer. Tenía suficiente dinero ahorrado para alejarse y mantenerse en movimiento durante un par de semanas, lo cual era exactamente lo que iba a hacer.
Su madre le había advertido que nunca dejara que los Caballeros de la Luz se le acercarán demasiado o lo encontraran. Eran hombres peligrosos que esclavizaban humanos, obligándoles a hacer cosas horribles. Su madre nunca había estado completamente cuerda, pero en los días en que estaba lúcida, esa era la única cosa con la que perforaba la cabeza de Junsu una y otra vez, y se había tomado esa advertencia a pecho. Sabía que sucedería si descubrían siquiera su secreto, si descubrían que no era completamente humano.
Tendría que tomar un nuevo nombre, variar su apariencia, y encontrar una nueva ciudad. Se estaba volviendo cada vez más difícil cambiar su identidad, y los papeles costaban cada vez más, pero no había nada que hacer. Era libre y seguiría de esa manera o moriría intentándolo. No podía dejarse caer en las manos del enemigo. La vida de demasiadas personas, especialmente personas especiales como Junsu, estaban en peligro.


Donghae ni siquiera podía gritar. Estaba demasiado aterrado para conseguir que entrara el aire suficiente. Viendo ese pilar de llamas mientras Eunhyuk llevaba esa media sonrisa en su rostro… Era tan parecido a su visión que simplemente esperaba que sucediera.
Pero no llegó. Y aunque había similitudes entre la realidad y su visión, no era exactamente lo mismo. Podía ver demasiado de sus alrededores, el interior era brillante, no oscuro, y el fuego estaba detrás de Eunhyuk, no engulléndoselo. Esa era la enorme diferencia, la única que realmente importaba. No estaba ardiendo vivo.
Respira. Sólo respira. Eso era todo lo que tenía que hacer.
Todavía no podía abrir los ojos. Podía sentir la vibración de un coche bajo los muslos y la ligera inclinación de su cuerpo como cuando giraban en las esquinas. Alguien lo estaba sosteniendo. Podía sentir el enormemente pesado y cálido brazo de un hombre alrededor de los hombros. Fuertes dedos dibujando confortables círculos sobre su desnudo brazo. La cabeza estaba apoyada contra su hombro y podía oler el humo anclado a su camiseta, un sutil tinte de jabón escapando de su piel. Hilos de energía que sentía igual que burbujeante agua caliente, goteaban en su carne donde la otra mano rodeaba su muñeca.
Eunhyuk. Era él quién le sujetaba, evitando que saliera volando. Lo había sacado del edificio en llamas. No lo había observado morir. Por ahora.
Quizás su visión estaba equivocada. O quizás era sólo que todavía no era su hora de morir. De todas formas, estaba agradecido de estar todavía con vida.
—Gira ahí —oyó decir a un hombre, y obligó a sus ojos a abrirse lo bastante para echar un vistazo a los alrededores.
Estaba en la parte de atrás de algún enorme auto y aunque las ventanas eran polarizadas, podía ver que el cielo tenía un profundo naranja rosado. La Señorita Boa estaba a salvo y se la oía en el asiento delantero, y Yoochun estaba casi en el regazo del conductor, ayudándole a conducir el coche.
—Hola allí, otra vez —dijo Eunhyuk. Su cabeza estaba inclinada y no había manera de que pudiera haber visto como abría los ojos, pero sabía que estaba nuevamente consciente.
Donghae se sentó derecho, lo cual se le permitió, entonces intentó escurrirse y poner un par de pulgadas entre ellos, lo cual no le dejaron hacer. Le puso el brazo firmemente sobre los hombros, manteniéndolo derecho contra su cuerpo. Su muy cálido, firme y masculino cuerpo.
— ¡Aquí, Yong Ha! ¡Gira aquí! —Gritó Yoochun. Estaba frenético por algo, pero Donghae no podía siquiera preguntarle qué era lo que lo tenía tan frenético. Tenía problemas peores, por ejemplo, cómo iba a sacar a la Señorita Boa fuera de éste lío y volver a la seguridad de sus tapetes y la gigante colección de libros antiguos.
— ¿Estás bien? —Le preguntó, inclinándose un poco más cerca de modo que pudiera oírle por encima de las exaltadas direcciones de Yoochun.
Donghae tragó, esperando que su voz no saliese en un chillido infantil.
—Estaré bien una vez me lleves de vuelta a mi coche.
—No puedo hacerlo. Los bomberos y la policía probablemente ya están congregándose en el restaurante. Quién sabe cuánto les llevará apagar el fuego.
Fuego. Cierto. Podían quedarse con su coche. No iba a ir a las inmediaciones de ningún fuego, no mientras él estuviera alrededor.
—A casa, entonces. Puedes llevarnos a la Señorita Boa y a mí a casa.
— ¡Maldición! Lo he perdido —Yoochun se pasó una frustrada mano a través del corto y ondulando pelo, arrastrando las pequeñas hebras al final de su cabello. Desesperado.
—Pensé que dijiste que habías puesto una marca en él —dijo Yong Ha, el conductor.
¿Él? Junsu. Oh no.
—Lo hice —asintió Yoochun—. También pensé que sería fuerte, pero aparentemente no lo es. ¿Cómo puede haberse escurrido tan fácilmente? No tiene sentido.
—Dime que Junsu consiguió salir del incendio —dijo Donghae, alzando la mirada a la sombreada cara de Eunhyuk.
—Lo hizo. Y el cocinero ya había pedido el día, lo cual fue una suerte para él.
—Eso no fue suerte, solo holgazanería —se quejó Donghae. Typhoon siempre se iba temprano, haciendo que Junsu limpiase el comedor la mayoría de las noches.
—Junsu no sólo salió —dijo Yoochun entre dientes—. También voló. ¿Sabes donde vive? —Le preguntó a Donghae.
—No tengo idea. —Lo cual no era exactamente la verdad. Sabía que Junsu vivía en su coche, sólo que no sabía dónde estaba ese coche—. Y si lo supiera, no te lo diría. —Lo que era exactamente la verdad.
—Creo que ya he tenido bastante de aventuras por un día —dijo la Señorita Boa—. Estoy lista para irme a casa.
Donghae estaba absolutamente de acuerdo con la parte de la aventura.
—Realmente me gustaría saber qué infiernos está pasando. ¿Quiénes sois, tíos, y qué queréis de nosotros?
—Nosotros somos los tipos buenos —dijo Eunhyuk—. Queremos manteneros a salvo. Eso es todo.
—Entonces déjanos salir de aquí. Podemos cuidarnos nosotros solos.
—Ni lo sueñes. —Dijo Eunhyuk—. No hasta que descubramos por qué tienes ese efecto en mí. Además, está oscuro. No estaréis a salvo corriendo por ahí una vez se ponga el sol.
—Bien. Al menos dejad ir a la Señorita Boa.
—No voy a dejarte con esos rufianes —dijo la Señorita Boa—. Estamos juntos en esto. Echaré un ojo a estos chicos.
—Tenemos que volver al trabajo —dijo Yong Ha. Era calmado donde Yoochun era frenético, moviendo el enorme vehículo a través del tráfico con experta pericia. Los anchos hombros sobresalían por ambos lados del asiento del conductor y la cabeza estaba a sólo unas pulgadas del techo del utilitario—. Kyuhyun debería haber acabado de alimentarse por ahora y necesitará saber dónde encontrarse con nosotros.
—En mi casa. —Dijo la Señorita Boa—. Tiene que encontrarse con vosotros en mi casa.
Oh, no. Donghae no iba a dejar que esos hombres supieran donde vivía la Señorita Boa. Era una indefensa anciana y esos hombres emulaban lo extraño e inexplicable. No eran una buena combinación.
—No creo que eso sea una buena idea. Solo llévenos a la estación. Algún lugar público. La Señorita Boa y yo podemos coger un autobús o un taxi.
— ¿No quieres que los horribles tipos malos sepan dónde vives? —Preguntó Eunhyuk. Sintió las palabras deslizarse por su sien en una cálida ola que contrastaba con la fría mofa en su tono.
—No soy idiota —le contesto.
—No, pero eres un misterio. Uno que voy a necesitar algún tiempo para descubrir.
—No tenemos mucho tiempo, aquí, Eunhyuk. —Dijo Yong Ha —. Tenemos un trabajo que hacer y sólo ocho horas y media para hacerlo.
Sintió el cuerpo de Eunhyuk tensarse a su costado. El agarre del brazo se hizo más duro y los dedos se tensaron sobre su muñeca como si no quisiera dejarle ir. Y eso sólo ponía a Donghae más nervioso.
Incluso esos agradables hilos de energía que flotaban alrededor de si mismo donde quiera que su piel se tocara con la suya, no estaba seguro que le gustara a donde estaba conduciendo su lenguaje corporal.
—Me doy cuenta de eso —dijo Eunhyuk—, pero también me doy cuenta que no voy a sobrevivir a otro ataque igual al último, así que haremos mejor en encontrar algún lugar para hacer una pequeña prueba. Y para eso, necesitamos a Kyuhyun. La casa de la Señorita Boa es un buen lugar para eso de todos modos.
—No —dijo Donghae, un poco demasiado rápidamente—. En vez de eso vayamos a mi casa. Está más cerca. —Estaba mucho mejor equipada para manejar a esos hombres de lo que estaba la Señorita Boa, incluso si eso no significara mucho. Al menos el hogar de treinta años de la Señorita Boa estaría a salvo. Quizás Donghae le pidiera mudarse juntos después de que todo esto terminase.
—Bien. ¿Por dónde? —Preguntó Yong Ha.
Donghae le dio las indicaciones, rogando que no hubiese cometido el mayor error de su vida.


Eunhyuk no podía dejar de tocar a Donghae. No estaba seguro si era porque temía que el dolor volviese si lo hacía, o porque su piel era increíblemente suave en cada lugar que tocaba. De cualquier modo, estaba indefenso en una pelea a menos que descubriera la manera de estar separados.
Y luchar estaba definitivamente en la agenda de esta noche. No iba a ser fácil hacer la ruptura, pero no tenía elección. Tenían que recuperar esa espada, y si no lo hacían antes de la salida del sol, toda la horda de demonios la localizaría y no podía decir cuando encontrarían otro que los condujese a su localización.
Eli había sido un fiero y valeroso guerrero. Había muerto con honor y Eunhyuk le había prometido recuperar la espada y colgarla en el Yahirodono (Hall de los Caídos). Para hacer eso, iba a necesitar ambas manos.
Mantuvo una cuidadosa sujeción sobre la muñeca de Donghae, reacio a romper el contacto hasta que fuera absolutamente necesario.
Quizás Kyuhyun supiese qué hacer para arreglar ese lío. Todos los Susano, incluido Kyuhyun, tenían extrañas y fuertes habilidades cuando se trataba de sanar. Sabían sanar lo que quiera que estuviese malditamente mal en los cuerpos de los humanos y en los de los Caballeros de la Luz por igual. Si alguien sabía qué hacer para separarlo de Donghae sin dolor, sería Kyuhyun o uno de los otros Susano.
Giraron por el camino de entrada de Donghae y se apearon en grupo fuera del auto. Era un vecindario encantador. Viejo, pero bien conservado, y aunque estaba seguro que los árboles habían sido talados cuando se construyó ese edificio, los nuevos árboles habían tenido tiempo para volver a crecer, sirviendo para dar sombra a las casa del abrasador sol de Shikoku durante el día. En la creciente oscuridad, esos mismos árboles dejaban parches de sombras a lo largo del camino de la acera y entre las casas.
Yoochun había estado sangrando, gracias a Junsu. No mucho, pero lo bastante para atraer a cada Yokai en el radio de una milla de distancia hasta la puerta principal de Donghae. Hasta que Kyuhyun lo curara, Yoochun era un blanco andante, haciendo de todo el mundo cercano a él un objetivo.
Incluyendo a Donghae.
Le echó un vistazo cuando se abrieron paso hasta su puerta principal. La curva de su mejilla brillaba rosa en la débil luz del sol y podía entrever un racimo de pecas sobre el hombro izquierdo. Los brazos eran lisos y firmes, bonito, pero no lo bastante fuerte para luchar con los demonios que se dirigían en esa dirección. Era demasiado suave para enfrentarse a los Yokai, y si su reacción al fuego era una pista, también era demasiado frágil. Parte de él deseaba no haberla visto nunca, pero el resto estaba haciendo una ridícula danza, aliviado de su estado de dolor.
No sabía qué iba a hacer con aquel jovencito más de lo que sabía qué iba a hacer Donghae con él.
Yong Ha  llevó a la Señorita Boa a la puerta principal de la casa de Donghae, lo bastante cerca para que tuviera que subir las escaleras con el andador. Ella se quejó, palmeando ineficazmente los musculosos brazos, pero Yong Ha  la ignoró.
Yoochun estaba echando un vistazo al grupo, guardándole las espaldas, escaneando las sombras en busca de demonios o alguno de los otros asquerosos Yokai que querían un trozo de ellos.
Donghae se quedó bajo la luz amarilla de su porche delantero, hurgando en su mochila con una sola mano, porque Eunhyuk no iba a dejarle ir la muñeca. Su terquedad le ganó un malhumorado ceño fruncido de su parte, pero era suficientemente hombre para afrontarlo.
—No va a matarte darme diez segundos para encontrar mis llaves —le dijo.
—Quizás sí. ¿Quieres aprovechar esa oportunidad?
Realmente se detuvo un momento como si considerara eso como una opción. Un breve destello de pena oscureció los ojos color avellana un segundo, entonces se fue, dejando la triste aceptación a su estela.
—Bien —dijo y movió la mochila contra sus costillas—. Puedes sostenerlo mientras yo busco.
Eunhyuk se quedó mirando la parte de arriba de su inclinada cabeza. El pelo castaño era brillante en la luminosa luz del porche, y aunque su cabello estaba bastante revuelto, todavía lo volvía loco, extrañamente lo hacía ver sexy.
Todo lo que podía pensar mientras lo veía era que la forma de su cuello estaba diseño para que un hombre pudiera agarrarlo y guiar la cabeza a donde quisiera que fuera. Seguramente se había dado cuenta de eso. Seguramente sabía lo que provocaba ese cabello, la forma de su cuello, y su suave y llena boca, había sólo un lugar al que su mente podía ir. Un maravilloso, malo, perverso lugar donde estaba desnudo y empezando a hacerle todas esas traviesas y deliciosas cosas. Y él haría cada una de ellas antes de dejarlo ir. Dos veces. Pero ahora mismo todo lo que realmente quería era agarrar la base de su cuello muy cerca de su clavícula, tirar de su cabeza hacia arriba y besarlo hasta olvidar todo acerca de la muerte de su amigo, la pérdida de la espada y el brazo sangrante de Yoochun, el cual estaba llamando a cada demonio que viniera a tener un mordisco del buffet Amaterasu.
—Las encontré. —Dijo Donghae, sacudiendo las llaves.
Gracias a Dios. Al menos ahora tendrían una puerta que poner entre ellos y los demonios. No haría mucho frente a un ataque, pero era mejor que quedarse allí a descubierto.
Donghae desbloqueó la cerradura de la puerta y todos ellos se precipitaron al interior con Yoochun cerrando el grupo en la parte de atrás. Yong Ha  llevó a la Señorita Boa el medio tramo de escaleras que conducían al salón y la dejó en el suelo. La sostuvo hasta que agarró con fuerza el andador, el cual lo hacía un hombre más valiente que Eunhyuk. El andador era un arma peligrosa en sus manos, de lo cual hablaba el palpitante chichón en la parte de atrás de su cabeza, y Yong Ha  todavía estaba lo suficientemente cerca para ser un gigante objetivo.
Donghae encendió las luces, revelando una arreglada y escasa sala de estar. Estaba hecha en tonos neutrales, montones de pardos, beige y grises. Las paredes estaban desnudas y unas pocas cajas móviles estaban apiladas en una esquina. Donghae tenía que haberse mudado o estar listo para hacerlo. No podía decir cuál.
Un par de libros de la librería se amontonaban sobre la mesa de café de cristal. Ambos trataban de Combustión Espontánea.
Infierno de tópico, y uno por el que definitivamente le preguntaría tan pronto como tuvieran un momento de calma. Un par de zapatillas de correr se encontraban en medio del suelo como si los hubiese sacado allí mismo. Multitud de extintores estaban colocados en extraños lugares, tres en la sala de estar, dos colocados sobre el corazón de la chimenea que estaba totalmente llena de ladrillos. Otro frente a la puerta y podía ver un quinto sobre el mostrador de la cocina.
Aparentemente, a Donghae no le gustaba el fuego.
—Gracias por traernos a casa —dijo—. No quiero entretenerlos. —Una educada manera de echarlos. Una que hacía mirando significativamente los dedos que tenía envueltos alrededor de su muñeca.

—Buen intento —dijo Eunhyuk, y sólo para contrariarle, deslizó el pulgar a lo largo del sedoso interior de su muñeca. Era tan suave, tan cálido. Eunhyuk no era muy dado a relaciones largas o pasajeras, pero Donghae era un jovencito al que se estaba acostumbrando, rápidamente.
Miró a Yong Ha, quien todavía rondaba como una gallina clueca a la Señorita Boa, observándola como si temiese que se cayera en cualquier minuto. Por la manera en que se sacudía, quizás no fuese un movimiento tan estúpido después de todo.
—Necesitamos a Kyuhyun —dijo Eunhyuk. Sin él, esta noche iba a ir directamente al infierno junto con dos humanos detrás. No podían dejar que eso sucediese. Como una de las razas de la Luz, el único propósito de los Amaterasu en la vida, su razón de ser, era proteger a los humanos y guardar la puerta dentro del reino Izanagi, manteniendo a los Yokai alejados de ambos. Necesitaban salir de aquí y alejarlos de Donghae y la Señorita Boa antes que los demonios aparecieran.
Y no había ningún cuestionamiento en esa parte. Ellos aparecerían.
Yong Ha  sacó el teléfono móvil.
—Kyuhyun. Necesitamos que te encuentres con nosotros en la 40 de Kotohira Hwy. —Los brillantes ojos azules se demoraron sobre Eunhyuk, directamente donde estaba agarrando la muñeca de Donghae, y la expresión se volvió una mueca—. Yeah, tenemos un problema. Y Yoochun está sangrando, así que hazlo rápidamente.
Uh-oh. Ese tono exigente no iba a ir tan bien con Kyuhyun. No era un hombre al que presionar. Ninguno de los Susano’s lo eran. Actualmente había paz entre los Amaterasu y los Susano’s porque cada uno tenía algo que el otro necesitaba, pero esa paz era tenue y Yong Ha  se caracterizaba por ser cualquier cosa excepto diplomático. La muerte de Eli debía de haberlo alcanzado más de lo que Eunhyuk pensaba.
Yong Ha  había sido cercano a Eli como ninguno. Toda esa rabia hacía de Yong Ha  un infierno más mortal en una lucha. Desde que aceptaron esta misión, el hombre había sido una máquina de matar.
Los cuatro habían masacrado a través de tres jerarquías de Yokai en las pasadas semanas, lo cual era alguna clase de buen récord, y Yong Ha  había estado liderando la carga cada vez.
Pero cuando había que obtener algo de uno de los Susano’s, la delicadeza era la única manera de acercárseles.
Yong Ha  estaba aparentemente oyendo todo acerca de su insolencia, si la tensión de la mandíbula era alguna señal.
—No, por supuesto que no he querido decir eso, Kyuhyun. —Los nudillos se volvieron blancos cuando el agarre sobre el teléfono se hizo más fuerte—. Por favor, date prisa. —Escupió, apenas de forma audible.
Yoochun miraba fijamente por la ventana entre las láminas de las persianas. La mano estaba presionada firmemente sobre el sangrante brazo.
— ¿Cuán cerca está? —Le preguntó.
Yong Ha  deslizó el teléfono de vuelta al bolsillo y deslizó la empuñadura de la espada para que quedara por fuera de la ropa. Todos los hombres llevaban espadas, pero gracias a un pequeño abracadabra, eran difíciles de ver siempre y cuando las llevaran envainadas.
—Cinco minutos. —Dijo Yong Ha.
Yoochun sacudió la cabeza.
—Es demasiado. Voy a salir, y alejarlos de aquí.
—Esa no es una buena idea —discutió Eunhyuk—. Vamos a necesitarte.
—No si todas las bestias me siguen a mí. Le daré algo de tiempo a Kyuhyun para que descubra lo que sea que esté sucediendo aquí contigo. —Señaló con un gesto hacia Donghae.
Eunhyuk no quería dejar a Yoochun solo ahí fuera. Era un Amaterasu jodidamente bueno, pero no era invencible.
—Vas a hacerlo de modo que puedas ir tras el camarero.
Yoochun le disparó una vibrante mirada verde.
— ¿Quieres lanzar esa piedra en particular, Eunhyuk?
Mierda. Yoochun tenía razón. Si Donghae se hubiese marchado, también habría querido ir tras él. Asumiendo que fuera capaz siquiera de caminar, lo cual dudaba.
—Sólo ten cuidado.
—Siempre. Las llaves, Yong Ha.
Yong Ha  le lanzó las llaves del auto a través de la sala y Yoochun salió del camino de entrada en quince segundos.
Yong Ha  miró a través de las persianas y escupió una cáustica palabra, la cual hizo que la Señorita Boa le lanzara una reprobatoria mirada.
—Baja la ventana —dijo Yong Ha. Así los demonios podrían oler la sangre y seguirlo—. No me gusta esto más que a ti, pero no dejaba mucha elección. No podía quedarse aquí y arriesgar a los demás.
—Estamos todos iguales —dijo Donghae—. ¿Nos dirás al menos qué infiernos está pasando? ¿Por qué Yoochun se ha largado corriendo y qué importancia tiene que haya bajado la ventana?
Oh, infiernos. ¿Cómo iba a explicarle todo eso? No había demasiado tiempo para empezar a contarle y pudiera entender por lo que estaban pasando. Era humano. Protegido. No le estaba permitido conocer la existencia de los Caballeros de la Luz. Uno de ellos iba a tener que borrarle los recuerdos.
—No vas a zafarte de mí. Casi nos consumimos en un incendio. Junsu está ahí fuera solo y ahora también lo está Yoochun. Algo está viniendo hacia aquí, pero aparentemente es demasiado horrible siquiera para hablar de ello. Por favor, dime que no me lo has dicho solo para no preocuparme.
Estaba en problemas. Podía oír en su tono, la rabia, el temor. Lo que le preocupaba no era tanto que estuviese asustado como el hecho de que él realmente no quería que se asustara. Debería haber sido capaz de distanciarse lo bastante para mantenerle seguro sin todo ese revuelo emocional.
Si no podía tener la cabeza clara, Donghae iba a estar más que asustado; iba a estar muerto.
Yoochun podría haber engañado a la mayoría de los demonios para alejarlos, pero no lo habría hecho con todos.
Eran como cucarachas. Siempre había más al acecho en la oscuridad.
—De acuerdo —dijo, respirando profundamente—. Sé que todo esto es bizarro para ti, pero necesito que confíes en mí.
Donghae lo miró como si acabara de decirle que era su medio tío largamente perdido.
— ¿Confiar en ti? Me has secuestrado.
—No. No lo he hecho. No tienes idea de qué está pasando aquí y no hay tiempo para explicarlo. Confía en mí.
—Ya está. —le respondió, sacando su as de la manga—. Lo hicimos aquí. Voy a llamar a la policía.
Se dirigió hacia la cocina y él se arrastró detrás, manteniendo el sólido agarre. Podía llamar a la Guardia Nacional, por lo que le importaba. Eso no iba a cambiar nada. No iba a dejar que lo hiciera.
—Sería mejor si no intentaras involucrarlos. —Le dijo.
—Mejor para ti, quizás. —Encendió las luces de la cocina y dio un paso hacia el teléfono, pero Eunhyuk se ancló en el suelo. Había alcanzado el cable, pero eso era todo lo lejos que podía llegar. Tropezó, habiendo esperado que él le siguiera.
— ¡Ouch! —Se frotó el hombro.

Su dolor fue el colmo. No iba a dejar que sucediera de nuevo. Eunhyuk tomó su cuerpo y lo presionó contra la pared de la cocina de modo que no tenía más elección que prestarle atención. Tenían algunas cosas que arreglar, y ahora era tan buen momento como cualquiera.


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