domingo, 13 de octubre de 2013

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 10

Yunho se sintió como un dios. Ni siquiera estaban completamente unidos y ya le había cambiado la vida. El dolor se había ido. Desvanecido. La fuerza le atravesaba el cuerpo con cada latido del corazón. Claro, no tenía tanta sangre como se suponía, pero difícilmente eso le importaba. Jaejoong estaba entre sus brazos, y él se sentía invencible, como si pudiera derribar un nido entero de Yokai sin ayuda de nadie y sin empezar a sudar.
Su cuerpo se sentía bien contra él y no quería que le dejara. Nunca. Podía sentir la elegante firmeza de los músculos de su espalda y muslos, mientras que sus manos calzaban perfectamente en su estrecha cintura. Su corto pelo le hacía cosquillas en la nariz, finas como el de un bebé y tan suaves como una pluma. Y olía tan bien.
Un hombre podía perderse en alguien como él y nunca sentirse privado, nunca faltarle nada.
Tenía que establecer su reclamo y hacerlo definitivo. Una pequeña punzada de culpa le hizo detenerse, pero la desestimó como no importante. Él no tenía ni idea de en lo que se estaba metiendo, pero no podía permitirse detenerlo. Ya no. Había aceptado su luceria por propia voluntad, y no iba a dejar que ese milagro pasara de largo. No ahora, y probablemente, nunca. Lo necesitaba demasiado. Tenía que quedarse con él. Ser suyo. Pertenecerle a él y sólo a él. Debía asegurarse de que nunca lo lamentara.
Algo en esa línea de pensamientos estaba mal, pero no importaba. Era la hora.
Yunho le recostó en el sofá, se arrodilló a su lado y se quitó la camisa por la cabeza.
Jaejoong sonrió y se inclinó hacia él, ronroneando. Le pasó las manos por los hombros y hacia abajo, por la marca de vida. Las ramas se balanceaban reaccionando a su tacto, y la única hoja que quedaba se estremeció. Sus dedos eran cálidos y se ensortijaron contra la carne, amasándole los músculos.
El cuerpo de Yunho respondió predeciblemente ante las caricias de Jaejoong. La piel se le enrojeció y la polla se puso dura, haciéndole desear poder perder los vaqueros, también. Estaba tan hermoso allí tendido, acariciándolo, mirándolo fijamente, como si fuera el único hombre en la faz de la tierra. Todo lo que él quería hacer era quitarle la ropa y extender esas largas piernas para poder tocarlo, saborearlo y hacerlo correrse sólo para él.
Oh, sí. Ese era definitivamente un buen plan.



Pero no hasta que sus vínculos fueran completos. Irrompibles. No como había hecho con Tiffany. Una vez Jaejoong fuera suyo, él lo haría todo y más.
Su espada estaba justo a su lado, lista y esperando como siempre. Él cogió sus manos y las sostuvo inmóviles, para que no pudiera cortarse accidentalmente cuando llegara a la hoja.
Mi vida por la tuya le dijo mientras se hacía un delgado corte sobre el pecho, lo que significaba la disposición a derramar su sangre por él.
La promesa le colmó, haciéndole sentir más fuerte y completo. Haría cualquier cosa para protegerlo, y porque había aceptado su luceria, podría vivir lo suficiente para cumplir ese propósito.
Presionó el dedo contra el corte y manchó con un poco de sangre la luceria. Esta, se redujo para ajustarse a la piel y los colores se agitaron otra vez frenéticamente. Azul. Había más azul ahora que ningún otro color.
Una incredulidad nerviosa le atravesó, congelándole en el lugar, haciéndole mirar fijamente.
Estaba funcionando. Jaejoong era realmente su caballero. Incluso viéndolo, todavía no podía creer su buena fortuna. Extendió la mano, con la intención de abrazarlo contra él en agradecimiento, pero el mundo se disolvió para ambos.


La vista le falló durante un momento antes de volver de nuevo, pero cuando lo hizo, ya no estaba en la casa Pami, en Hokkaido. Estaba en una pequeña habitación cubierta de carteles de jugadores de Hockey. Un stick (palo de hockey) colgaba sobre la cama y una pila de libros se encontraba apiñada al pie de la cama. Un muchacho adolescente estaba tendido sobre su estómago, apoyado sobre los codos, leyendo una revista en la cama. Sus piernas desnudas se agitaban en el aire, su cabello tenía mechones de colores y sus pies se balanceaban al ritmo de la música que bombardeaba desde la radio.


El muchacho levantó la mirada de su revista como si hubiera oído un ruido, y Yunho pudo ver ahora que era una versión mucho más joven de Jaejoong. Tenía, quizás, diecinueve o veinte años. Estaba delgado, menos musculado, y tan hermoso que le hizo sonreír.


Esa era una visión del pasado de él, algo importante que la luceria había elegido para mostrarle. Yunho recorrió la escena, absorbiéndola.
Era hermoso, pero de algún modo infantil. Prefería la manera en que se veía ahora, confiado, maduro y listo para todo lo que él tenía que darle. Sin embargo, hubiera dado casi cualquier cosa por haberle conocido entonces, cuando todavía tenía tiempo para ser paciente con él y facilitarle la entrada a su mundo cuidadosamente. Lentamente.
Pero eso no era posible ahora. Le necesitaba demasiado para ralentizarlo. La única cosa que podía hacer ahora era aprender lo que pudiera sobre él para ayudarlo a hacer su transición de la forma más fácil posible.
Un ruido de cristales rotos llenó el aire. Un gritó agudo le siguió y, entonces, finalizó abruptamente, como si se cortara. Jaejoong saltó de la cama y corrió fuera de su habitación. Yunho le siguió, sin ser visto. Tres pasos en el pasillo, y se paró en seco enfrente de una puerta. La puerta estaba abierta. Sangre fresca recorría la brillante pintura blanca y goteaba por la parte inferior de la puerta, empapando la alfombra. Dio un tentativo paso adelante y el pie desnudo se hundió en la alfombra. La sangre se escurrió entre los dedos.
Sacudió el pie hacia atrás y parecía que podría vomitar.
¿Mamá? susurró. Oh, Dios —la mano se extendió hacia algo en el suelo justo cuando otro grito sonó desde una habitación al final del pasillo.
Jaejoong se volvió y corrió hacia el chillido.
Yunho pasó por la ensangrentada puerta y vio los restos de la madre de Jaejoong yaciendo sobre el suelo de la habitación. El Yokai había dejado la cabeza y se había llevado el resto. Los ojos sin vida de la mujer le miraban, la boca abierta congelada en un silencioso grito. Un gran rastro de sangre marcaba el camino por donde habían arrastrado el cuerpo hasta la ventana. Por los sonidos guturales que provenían de fuera en la oscuridad, Yunho estaba seguro de que seguían allí, alimentándose del cadáver.
Esa había sido la madre de Jaejoong. Probablemente, la persona más importante de su vida. Y ahora estaba muerta.
Jaejoong abrió la puerta al final del corto pasillo. Otra ventana había sido rota allí, también. Pero esta vez, el trabajo del Orochi no había terminado aún. Uno de ellos se arrastraba a través de la abertura, los ojos relucían con un color verde brillante. La negra lengua bífida asomó por delante, y dejó escapar un silbido salvaje.


Jaejoong quedó paralizado de miedo. Él podía ver el sutil temblor del delgado cuerpo, oír la respiración demasiado rápida y áspera.
¡Mamá! ¡Jaejoong! ¡Ayuda! Gritó un niño desde dentro de la habitación. ¡Ren, vuelve!
El Orochi se lanzó hacia delante y agarró a un pequeño niño por la cintura. No podía tener más de ocho años. Tenía el mismo pelo oscuro y ojos azules que Jaejoong, sólo que su pelo estaba enredado en una salvaje maraña. El infantil pijama azul se amontonaba en el brazo peludo de la cosa mientras luchaba para liberarse.
Otro muchacho, tal vez de doce o trece años, agarró la pata del Orochi en un esfuerzo para liberar a su hermano menor. El Orochi hizo un giro extraño y le rasgó con las garras el muslo. Él gritó y se soltó, cayendo contra la pared.
Era Kibum. Yunho estaba seguro de ello, su pelo era igual de oscuro y era también años más joven.



Kibum se puso de pie y se miró la herida con horror, después de nuevo a su hermano.
Se va a llevar a Ren.
Yunho no estaba seguro de cómo Kibum lo supo, pero parecía estar convencido. No tenía ni idea de los planes del Orochi para el niño, pero estaba claro que tenía algún otro propósito que usarlo como comida.
El olor de la sangre de Kibum estaba en el aire ahora. Otro Orochi gateó a través de la ventana rota.
Jaejoong salió del estado de conmoción y buscó frenéticamente un arma. Agarró una lámpara de la mesilla de noche cercana. Con un furioso rugido, se lanzó a través de la habitación y golpeó al Orochi que sostenía a Ren.
Por supuesto, la lámpara no hizo nada al Orochi. Se rompió contra la cabeza de la cosa y cayó en un inútil montón de piezas.
La sangre se acumulaba a los pies de Kibum, goteando en gran medida de su herida. El veneno de las garras del Orochi ya corría por su sistema, provocándole que el rostro enrojeciera de fiebre. Yunho no tenía ni idea de cómo había sobrevivido a esa herida ‑el veneno del Orochi era normalmente fatal si no se trataba inmediatamente‑ pero él le había visto en el futuro y sabía que de alguna manera se había obligado a pasar a través de aquello.
El monstruo que tenía a Ren se volvió para irse, y Jaejoong saltó sobre su espalda.
Yunho le gritó que se mantuviera alejado. No era seguro. Alargó la mano hacia su espada, sólo para encontrar que no tenía ninguna. No tenía cuerpo aquí. Tampoco la voz tenía sonido, era sólo un observador y no podía hacer nada para ayudar. Todo lo que iba a pasar ya había ocurrido, y no podía cambiar nada.
Jaejoong se aferró a la espalda del Orochi con las piernas y le clavó los dedos en los ojos. Aquello aulló de dolor y movió la cabeza violentamente para lanzarlo fuera de su espalda.
Jaejoong continuó apretando, clavando y excavando. El Orochi se encabritó y lo tiró contra una pared. La cabeza golpeó fuertemente. El yeso se aplastó bajo el impacto, y Jaejoong dejó salir un quejido ronco de dolor. Aflojó el agarre y el Orochi se apartó, dejando que el cuerpo se deslizara hasta el suelo en un flojo montón.
Yunho le gritó que se levantara, pero ningún sonido le salió de la boca.
En el otro extremo de la habitación, un Orochi se agachó a los pies de Kibum. Este temablaba, pero era incapaz de moverse. La lengua del Orochi salió, lamiendo la sangre a medida que se filtraba del muslo de él. Sus ojos estaban pesados y vidriosos, pero sus labios se estaban moviendo y miró a Ren, ignorando completamente al Orochi que se alimentaba.
No te dejaré susurraba a su hermano, una y otra vez. No te dejaré.
Ren estaba gritando y luchando, pero el pequeño cuerpo no era rival para el Orochi. Se lo llevó por la ventana hacia la noche. La última cosa que Yunho vio fue un pequeño brazo estirándose hacia sus hermanos en busca de ayuda.


Jaejoong se puso de pie. Apenas podía mantenerse. El cuerpo la temblaba cuando cogió una silla de madera del escritorio y se dirigió a Kibum. El Orochi estaba demasiado ocupado alimentándose como para darse cuenta de su acercamiento. Estampó la silla sobre la cabeza de la cosa.
Aquello lanzó un grito y se volvió para atacar.
Un hombre armado entró en la habitación. Podría haber sido un oficial de policía vestido de civil o, tal vez, sólo un vecino con un arma. Quienquiera que fuese, vio a la cosa y abrió fuego. Algunas balas más tarde, el Orochi decidió irse, saltó por la ventana y salió corriendo.
Jaejoong cayó de rodillas junto la ventana.
¡Ren! gritó. ¡Ren! —su grito se convirtió en un sollozo y Yunho pudo oír rompérsele el corazón.
Hubo una extraña mancha de movimiento alrededor de Kibum, pero a Yunho no le importó. Su necesidad de dar testimonio del dolor de Jaejoong era demasiado fuerte. Había perdido a su familia esa noche. Su madre y su hermano habían muerto, y Kibum se había vuelto loco por el veneno o el trauma. No era de extrañar que Jaejoong fuera tan protector hacia Kibum. Era la única familia que a Jaejoong le quedaba con vida.
Yunho se afligía por él y deseó de nuevo haberle encontrado antes. A tiempo de salvarle.
Te ayudaré a mantener a Kibum seguro dijo Yunho. Esta vez oyó sus palabras y supo que había vuelto al presente. Nunca estarás solo.
Pero Jaejoong no pareció oírle. Estaba perdido dentro de su propia visión, lo que fuera que la luceria había elegido para que viera.


La energía pulsaba alrededor de Jaejoong, vibrando en el aire. Podía sentir el poder fluyendo del collar, pero aún no podía tocarlo. Faltaba algo, pero no tenía ni idea de qué.
Ese poder que había estado suspendido allí, esperándolo, estalló en una ola de electricidad. El pelo se le puso de punta y la piel se calentó cuando brillantes chispas volaron sobre los miembros. Los ojos se la calentaron y sintió que podría explotar.


Jaejoong cerró fuertemente los ojos contra la presión, y su visión se llenó con escenas de la vida de Yunho. Le vio como un chico aprendiendo a usar su espada, sus miembros desgarbados mientras se acostumbraba a su cada vez mayor longitud. Le vio como un adolescente combatiendo cuerpo a cuerpo con media docena de demonios. Le vio como un hombre más joven de pie, ante las tumbas de su madre y hermano.
Le oyó jurar ese día que haría todo lo posible para librar al mundo de los Yokai. Daría su libertad, su poder, su vida –todo‑ para proteger a aquellos a los que los Yokai cazaban.
Entonces vio a una mujer. Tiffany. Estaba de pie sobre una exuberante colina, su largo pelo rubio y ondulante falda flotaba tras ella en el viento. Sus profundos ojos verdes hacían juego con el color del bosque circundante, y cuando Yunho se acercó a ella, sintió su resignación. Su aceptación. Él la había amado, pero Tiffany amaba a otro. Él había intentado obligarla a quedarse con él, y ella le había rechazado.
Nunca seré tuya le dijo a él.
Jaejoong vio como se quitaba la luceria y la volvía a poner alrededor del cuello de él. Yunho cayó de rodillas y se agarró el pecho desnudo mientras ella le miraba, con la cara calmada e impasible. Las hojas cayeron de las ramas del tatuaje hasta que estuvieron casi desnudas, y él estuvo sudando y retorciéndose de dolor en el suelo.
También Tiffany vio su sufrimiento, pero después de mirar durante un largo momento, le dio la espalda y se alejó. Hacia otro hombre.
Horas más tarde, dos hombres jóvenes le encontraron yaciendo en el suelo. Ellos llevaron su cuerpo desmadejado de vuelta a un pueblo y le tendieron en el sucio suelo del interior de una tosca cabaña. Un hermos hombre con una túnica gris se arrodilló a su lado. Él le puso las manos sobre el pecho e inclinó la cabeza como si estuviera rezando.
Poco a poco, pequeños brotes comenzaron a formarse en las ramas de su árbol tatuado.
El hombre se desplomó sobre él y otro con el rostro surcado por las arrugas le cogió entre los brazos antes de que pudiera caer.
El adolescente Yunho abrió los ojos y vio lo que el tipo de la túnica gris había hecho. Jaejoong no conocía el lenguaje en el que hablaban, pero entendía las palabras de todos modos.
No has terminado de crecer aún, Amaterasu dijo el hombre con una voz débil. Eso salvó tu vida. Eso y el hecho de que no estuviste con ella demasiado tiempo. Afortunadamente, te recuperarás esta vez.
El anciano le disparó una mirada de advertencia.
No habrá una próxima vez. No voy a permitir a Hyesung hacer esto por ti de nuevo. Le cuesta demasiado. ¿Entiendes?
Sí, señor.
El hombre mayor miró a uno de los chicos que había llevado a Yunho allí.
Encuentra a Tiffany. Tráela aquí para que responda por sus actos.
El muchacho se inclinó y huyó de la casa.
Ve ahora, Yunho, y asegúrate que vales la pena por los problemas que has causado este día.
Yunho se puso en pie y se dirigió con paso vacilante hacia la puerta. Jaejoong podía sentir su ira y su vergüenza como si fueran propias. También podía sentir su determinación a hacer el bien y enorgullecer a ese hombre mayor.
Los años se precipitaron en la cabeza de Jaejoong. Vio pequeños atisbos de su vida. Sus luchas para vivir a la altura de sus expectativas. Sus batallas. Había luchado y matado a miles de monstruos, salvado cientos de vidas, y sin duda había hecho valer la pena por todos los problemas que había causado.
¿Por qué, entonces, no sentía que había hecho lo suficiente?
Cuando volvió a la realidad, preguntó:
¿Qué infiernos fue eso?
¿Qué viste?
A ti como un muchacho. Lo que Tiffany te hizo. No entiendo qué pasó, pero estuvo cerca de matarte, ¿no?
Él apartó la mirada.
Eso fue el pasado. Lo que importa es lo que hagamos ahora.
Kyuhyun dijo que tú podrías ser capaz de hacerme lo suficientemente fuerte para ayudar a Kibum.
Fragmentos dorados de esperanza iluminaron los ojos de él.
¿Eso es lo que quieres?
Sí.
Entonces debemos completar nuestra unión.
¿Cómo hacemos eso? preguntó.
Se inclinó hacia él, mirándole la boca.

Te he dado mi promesa de mantener tu sagrada vida por encima de la mía, y ahora, para sellarnos juntos, tendrás que darme una promesa a cambio.



Este fic es una adaptación, no es mío, yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: ENCONTRANDO LO PERDIDO  - SHANNON K. BUTCHER. PAREJA PRINCIPAL: YUNJAE

1 comentario:

  1. kkkkkkkkkk....no me pueden dejar asi en esta parte tan cortada necesito mas ...
    gracias unnie por subir los capitulos

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