CAPÍTULO 10
Yunho se sintió como un dios. Ni siquiera
estaban completamente unidos y ya le había cambiado la vida. El dolor se había
ido. Desvanecido. La fuerza le atravesaba el cuerpo con cada latido del
corazón. Claro, no tenía tanta sangre como se suponía, pero difícilmente eso le
importaba. Jaejoong estaba entre sus brazos, y él se sentía invencible, como si
pudiera derribar un nido entero de Yokai sin ayuda de nadie y sin empezar a
sudar.
Su cuerpo se
sentía bien contra él y no quería que le dejara. Nunca. Podía sentir la
elegante firmeza de los músculos de su espalda y muslos, mientras que sus manos
calzaban perfectamente en su estrecha cintura. Su corto pelo le hacía
cosquillas en la nariz, finas como el de un bebé y tan suaves como una pluma. Y
olía tan bien.
Un hombre
podía perderse en alguien como él y nunca sentirse privado, nunca faltarle
nada.
Tenía que
establecer su reclamo y hacerlo definitivo. Una pequeña punzada de culpa le
hizo detenerse, pero la desestimó como no importante. Él no tenía ni idea de en
lo que se estaba metiendo, pero no podía permitirse detenerlo. Ya no. Había
aceptado su luceria por propia voluntad, y no iba a dejar que ese milagro
pasara de largo. No ahora, y probablemente, nunca. Lo necesitaba demasiado.
Tenía que quedarse con él. Ser suyo. Pertenecerle a él y sólo a él. Debía
asegurarse de que nunca lo lamentara.
Algo en esa
línea de pensamientos estaba mal, pero no importaba. Era la hora.
Yunho le
recostó en el sofá, se arrodilló a su lado y se quitó la camisa por la cabeza.
Jaejoong
sonrió y se inclinó hacia él, ronroneando. Le pasó las manos por los hombros y
hacia abajo, por la marca de vida. Las ramas se balanceaban reaccionando a su
tacto, y la única hoja que quedaba se estremeció. Sus dedos eran cálidos y se
ensortijaron contra la carne, amasándole los músculos.
El cuerpo de Yunho
respondió predeciblemente ante las caricias de Jaejoong. La piel se le
enrojeció y la polla se puso dura, haciéndole desear poder perder los vaqueros,
también. Estaba tan hermoso allí tendido, acariciándolo, mirándolo fijamente,
como si fuera el único hombre en la faz de la tierra. Todo lo que él quería
hacer era quitarle la ropa y extender esas largas piernas para poder tocarlo,
saborearlo y hacerlo correrse sólo para él.
Oh, sí. Ese
era definitivamente un buen plan.
Pero no hasta
que sus vínculos fueran completos. Irrompibles. No como había hecho con Tiffany.
Una vez Jaejoong fuera suyo, él lo haría todo y más.
Su espada
estaba justo a su lado, lista y esperando como siempre. Él cogió sus manos y
las sostuvo inmóviles, para que no pudiera cortarse accidentalmente cuando
llegara a la hoja.
—Mi vida por la
tuya —le dijo
mientras se hacía un delgado corte sobre el pecho, lo que significaba la disposición
a derramar su sangre por él.
La promesa le
colmó, haciéndole sentir más fuerte y completo. Haría cualquier cosa para
protegerlo, y porque había aceptado su luceria, podría vivir lo suficiente para
cumplir ese propósito.
Presionó el
dedo contra el corte y manchó con un poco de sangre la luceria. Esta, se redujo
para ajustarse a la piel y los colores se agitaron otra vez frenéticamente.
Azul. Había más azul ahora que ningún otro color.
Una
incredulidad nerviosa le atravesó, congelándole en el lugar, haciéndole mirar
fijamente.
Estaba
funcionando. Jaejoong era realmente su caballero. Incluso viéndolo, todavía no
podía creer su buena fortuna. Extendió la mano, con la intención de abrazarlo
contra él en agradecimiento, pero el mundo se disolvió para ambos.
La vista le
falló durante un momento antes de volver de nuevo, pero cuando lo hizo, ya no
estaba en la casa Pami, en Hokkaido. Estaba en una pequeña habitación cubierta
de carteles de jugadores de Hockey. Un stick (palo de hockey) colgaba sobre la
cama y una pila de libros se encontraba apiñada al pie de la cama. Un muchacho
adolescente estaba tendido sobre su estómago, apoyado sobre los codos, leyendo
una revista en la cama. Sus piernas desnudas se agitaban en el aire, su cabello
tenía mechones de colores y sus pies se balanceaban al ritmo de la música que
bombardeaba desde la radio.
El muchacho
levantó la mirada de su revista como si hubiera oído un ruido, y Yunho pudo ver
ahora que era una versión mucho más joven de Jaejoong. Tenía, quizás,
diecinueve o veinte años. Estaba delgado, menos musculado, y tan hermoso que le
hizo sonreír.
Esa era una
visión del pasado de él, algo importante que la luceria había elegido para
mostrarle. Yunho recorrió la escena, absorbiéndola.
Era hermoso,
pero de algún modo infantil. Prefería la manera en que se veía ahora, confiado,
maduro y listo para todo lo que él tenía que darle. Sin embargo, hubiera dado
casi cualquier cosa por haberle conocido entonces, cuando todavía tenía tiempo
para ser paciente con él y facilitarle la entrada a su mundo cuidadosamente.
Lentamente.
Pero eso no
era posible ahora. Le necesitaba demasiado para ralentizarlo. La única cosa que
podía hacer ahora era aprender lo que pudiera sobre él para ayudarlo a hacer su
transición de la forma más fácil posible.
Un ruido de
cristales rotos llenó el aire. Un gritó agudo le siguió y, entonces, finalizó
abruptamente, como si se cortara. Jaejoong saltó de la cama y corrió fuera de
su habitación. Yunho le siguió, sin ser visto. Tres pasos en el pasillo, y se
paró en seco enfrente de una puerta. La puerta estaba abierta. Sangre fresca
recorría la brillante pintura blanca y goteaba por la parte inferior de la
puerta, empapando la alfombra. Dio un tentativo paso adelante y el pie desnudo
se hundió en la alfombra. La sangre se escurrió entre los dedos.
Sacudió el pie
hacia atrás y parecía que podría vomitar.
— ¿Mamá? —susurró—. Oh, Dios —la mano se
extendió hacia algo en el suelo justo cuando otro grito sonó desde una
habitación al final del pasillo.
Jaejoong se
volvió y corrió hacia el chillido.
Yunho pasó por
la ensangrentada puerta y vio los restos de la madre de Jaejoong yaciendo sobre
el suelo de la habitación. El Yokai había dejado la cabeza y se había llevado
el resto. Los ojos sin vida de la mujer le miraban, la boca abierta congelada
en un silencioso grito. Un gran rastro de sangre marcaba el camino por donde
habían arrastrado el cuerpo hasta la ventana. Por los sonidos guturales que
provenían de fuera en la oscuridad, Yunho estaba seguro de que seguían allí,
alimentándose del cadáver.
Esa había sido
la madre de Jaejoong. Probablemente, la persona más importante de su vida. Y
ahora estaba muerta.
Jaejoong abrió
la puerta al final del corto pasillo. Otra ventana había sido rota allí,
también. Pero esta vez, el trabajo del Orochi no había terminado aún. Uno de
ellos se arrastraba a través de la abertura, los ojos relucían con un color
verde brillante. La negra lengua bífida asomó por delante, y dejó escapar un
silbido salvaje.
Jaejoong quedó
paralizado de miedo. Él podía ver el sutil temblor del delgado cuerpo, oír la
respiración demasiado rápida y áspera.
— ¡Mamá! ¡Jaejoong!
¡Ayuda! —Gritó un niño
desde dentro de la habitación—. ¡Ren, vuelve!
El Orochi se
lanzó hacia delante y agarró a un pequeño niño por la cintura. No podía tener
más de ocho años. Tenía el mismo pelo oscuro y ojos azules que Jaejoong, sólo
que su pelo estaba enredado en una salvaje maraña. El infantil pijama azul se
amontonaba en el brazo peludo de la cosa mientras luchaba para liberarse.
Otro muchacho,
tal vez de doce o trece años, agarró la pata del Orochi en un esfuerzo para
liberar a su hermano menor. El Orochi hizo un giro extraño y le rasgó con las
garras el muslo. Él gritó y se soltó, cayendo contra la pared.
Era Kibum. Yunho
estaba seguro de ello, su pelo era igual de oscuro y era también años más
joven.
Kibum se puso
de pie y se miró la herida con horror, después de nuevo a su hermano.
—Se va a llevar
a Ren.
Yunho no
estaba seguro de cómo Kibum lo supo, pero parecía estar convencido. No tenía ni
idea de los planes del Orochi para el niño, pero estaba claro que tenía algún
otro propósito que usarlo como comida.
El olor de la
sangre de Kibum estaba en el aire ahora. Otro Orochi gateó a través de la
ventana rota.
Jaejoong salió
del estado de conmoción y buscó frenéticamente un arma. Agarró una lámpara de
la mesilla de noche cercana. Con un furioso rugido, se lanzó a través de la
habitación y golpeó al Orochi que sostenía a Ren.
Por supuesto,
la lámpara no hizo nada al Orochi. Se rompió contra la cabeza de la cosa y cayó
en un inútil montón de piezas.
La sangre se
acumulaba a los pies de Kibum, goteando en gran medida de su herida. El veneno
de las garras del Orochi ya corría por su sistema, provocándole que el rostro
enrojeciera de fiebre. Yunho no tenía ni idea de cómo había sobrevivido a esa
herida ‑el veneno del Orochi era normalmente fatal si no se trataba
inmediatamente‑ pero él le había visto en el futuro y sabía que de alguna
manera se había obligado a pasar a través de aquello.
El monstruo
que tenía a Ren se volvió para irse, y Jaejoong saltó sobre su espalda.
Yunho le gritó
que se mantuviera alejado. No era seguro. Alargó la mano hacia su espada, sólo
para encontrar que no tenía ninguna. No tenía cuerpo aquí. Tampoco la voz tenía
sonido, era sólo un observador y no podía hacer nada para ayudar. Todo lo que
iba a pasar ya había ocurrido, y no podía cambiar nada.
Jaejoong se
aferró a la espalda del Orochi con las piernas y le clavó los dedos en los
ojos. Aquello aulló de dolor y movió la cabeza violentamente para lanzarlo fuera
de su espalda.
Jaejoong
continuó apretando, clavando y excavando. El Orochi se encabritó y lo tiró
contra una pared. La cabeza golpeó fuertemente. El yeso se aplastó bajo el
impacto, y Jaejoong dejó salir un quejido ronco de dolor. Aflojó el agarre y el
Orochi se apartó, dejando que el cuerpo se deslizara hasta el suelo en un flojo
montón.
Yunho le gritó
que se levantara, pero ningún sonido le salió de la boca.
En el otro
extremo de la habitación, un Orochi se agachó a los pies de Kibum. Este temablaba,
pero era incapaz de moverse. La lengua del Orochi salió, lamiendo la sangre a
medida que se filtraba del muslo de él. Sus ojos estaban pesados y vidriosos,
pero sus labios se estaban moviendo y miró a Ren, ignorando completamente al Orochi
que se alimentaba.
—No te dejaré —susurraba a su
hermano, una y otra vez—. No te
dejaré.
Ren estaba
gritando y luchando, pero el pequeño cuerpo no era rival para el Orochi. Se lo
llevó por la ventana hacia la noche. La última cosa que Yunho vio fue un
pequeño brazo estirándose hacia sus hermanos en busca de ayuda.
Jaejoong se
puso de pie. Apenas podía mantenerse. El cuerpo la temblaba cuando cogió una
silla de madera del escritorio y se dirigió a Kibum. El Orochi estaba demasiado
ocupado alimentándose como para darse cuenta de su acercamiento. Estampó la
silla sobre la cabeza de la cosa.
Aquello lanzó
un grito y se volvió para atacar.
Un hombre
armado entró en la habitación. Podría haber sido un oficial de policía vestido
de civil o, tal vez, sólo un vecino con un arma. Quienquiera que fuese, vio a
la cosa y abrió fuego. Algunas balas más tarde, el Orochi decidió irse, saltó
por la ventana y salió corriendo.
Jaejoong cayó
de rodillas junto la ventana.
— ¡Ren! —gritó—. ¡Ren! —su grito se
convirtió en un sollozo y Yunho pudo oír rompérsele el corazón.
Hubo una
extraña mancha de movimiento alrededor de Kibum, pero a Yunho no le importó. Su
necesidad de dar testimonio del dolor de Jaejoong era demasiado fuerte. Había
perdido a su familia esa noche. Su madre y su hermano habían muerto, y Kibum se
había vuelto loco por el veneno o el trauma. No era de extrañar que Jaejoong
fuera tan protector hacia Kibum. Era la única familia que a Jaejoong le quedaba
con vida.
Yunho se
afligía por él y deseó de nuevo haberle encontrado antes. A tiempo de salvarle.
—Te ayudaré a
mantener a Kibum seguro —dijo Yunho.
Esta vez oyó sus palabras y supo que había vuelto al presente—. Nunca
estarás solo.
Pero Jaejoong
no pareció oírle. Estaba perdido dentro de su propia visión, lo que fuera que
la luceria había elegido para que viera.
La energía
pulsaba alrededor de Jaejoong, vibrando en el aire. Podía sentir el poder
fluyendo del collar, pero aún no podía tocarlo. Faltaba algo, pero no tenía ni
idea de qué.
Ese poder que
había estado suspendido allí, esperándolo, estalló en una ola de electricidad.
El pelo se le puso de punta y la piel se calentó cuando brillantes chispas
volaron sobre los miembros. Los ojos se la calentaron y sintió que podría
explotar.
Jaejoong cerró
fuertemente los ojos contra la presión, y su visión se llenó con escenas de la
vida de Yunho. Le vio como un chico aprendiendo a usar su espada, sus miembros
desgarbados mientras se acostumbraba a su cada vez mayor longitud. Le vio como
un adolescente combatiendo cuerpo a cuerpo con media docena de demonios. Le vio
como un hombre más joven de pie, ante las tumbas de su madre y hermano.
Le oyó jurar
ese día que haría todo lo posible para librar al mundo de los Yokai. Daría su
libertad, su poder, su vida –todo‑ para proteger a aquellos a los que los Yokai
cazaban.
Entonces vio a
una mujer. Tiffany. Estaba de pie sobre una exuberante colina, su largo pelo
rubio y ondulante falda flotaba tras ella en el viento. Sus profundos ojos
verdes hacían juego con el color del bosque circundante, y cuando Yunho se
acercó a ella, sintió su resignación. Su aceptación. Él la había amado, pero Tiffany
amaba a otro. Él había intentado obligarla a quedarse con él, y ella le había
rechazado.
—Nunca seré
tuya —le dijo a él.
Jaejoong vio
como se quitaba la luceria y la volvía a poner alrededor del cuello de él. Yunho
cayó de rodillas y se agarró el pecho desnudo mientras ella le miraba, con la
cara calmada e impasible. Las hojas cayeron de las ramas del tatuaje hasta que
estuvieron casi desnudas, y él estuvo sudando y retorciéndose de dolor en el
suelo.
También Tiffany
vio su sufrimiento, pero después de mirar durante un largo momento, le dio la
espalda y se alejó. Hacia otro hombre.
Horas más
tarde, dos hombres jóvenes le encontraron yaciendo en el suelo. Ellos llevaron
su cuerpo desmadejado de vuelta a un pueblo y le tendieron en el sucio suelo
del interior de una tosca cabaña. Un hermos hombre con una túnica gris se
arrodilló a su lado. Él le puso las manos sobre el pecho e inclinó la cabeza
como si estuviera rezando.
Poco a poco,
pequeños brotes comenzaron a formarse en las ramas de su árbol tatuado.
El hombre se
desplomó sobre él y otro con el rostro surcado por las arrugas le cogió entre
los brazos antes de que pudiera caer.
El adolescente
Yunho abrió los ojos y vio lo que el tipo de la túnica gris había hecho. Jaejoong
no conocía el lenguaje en el que hablaban, pero entendía las palabras de todos
modos.
—No has
terminado de crecer aún, Amaterasu —dijo el hombre con una voz débil—. Eso salvó tu
vida. Eso y el hecho de que no estuviste con ella demasiado tiempo.
Afortunadamente, te recuperarás esta vez.
El anciano le
disparó una mirada de advertencia.
—No habrá una
próxima vez. No voy a permitir a Hyesung hacer esto por ti de nuevo. Le cuesta
demasiado. ¿Entiendes?
—Sí, señor.
El hombre
mayor miró a uno de los chicos que había llevado a Yunho allí.
—Encuentra a Tiffany.
Tráela aquí para que responda por sus actos.
El muchacho se
inclinó y huyó de la casa.
—Ve ahora, Yunho,
y asegúrate que vales la pena por los problemas que has causado este día.
Yunho se puso
en pie y se dirigió con paso vacilante hacia la puerta. Jaejoong podía sentir
su ira y su vergüenza como si fueran propias. También podía sentir su
determinación a hacer el bien y enorgullecer a ese hombre mayor.
Los años se
precipitaron en la cabeza de Jaejoong. Vio pequeños atisbos de su vida. Sus
luchas para vivir a la altura de sus expectativas. Sus batallas. Había luchado
y matado a miles de monstruos, salvado cientos de vidas, y sin duda había hecho
valer la pena por todos los problemas que había causado.
¿Por qué,
entonces, no sentía que había hecho lo suficiente?
Cuando volvió
a la realidad, preguntó:
— ¿Qué
infiernos fue eso?
— ¿Qué viste?
—A ti como un
muchacho. Lo que Tiffany te hizo. No entiendo qué pasó, pero estuvo cerca de
matarte, ¿no?
Él apartó la
mirada.
—Eso fue el
pasado. Lo que importa es lo que hagamos ahora.
—Kyuhyun dijo
que tú podrías ser capaz de hacerme lo suficientemente fuerte para ayudar a Kibum.
Fragmentos
dorados de esperanza iluminaron los ojos de él.
— ¿Eso es lo
que quieres?
—Sí.
—Entonces
debemos completar nuestra unión.
— ¿Cómo hacemos
eso? —preguntó.
Se inclinó
hacia él, mirándole la boca.
—Te he dado mi
promesa de mantener tu sagrada vida por encima de la mía, y ahora, para
sellarnos juntos, tendrás que darme una promesa a cambio.
Este fic es una adaptación, no es mío,
yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: ENCONTRANDO LO
PERDIDO - SHANNON K. BUTCHER. PAREJA
PRINCIPAL: YUNJAE
kkkkkkkkkk....no me pueden dejar asi en esta parte tan cortada necesito mas ...
ResponderEliminargracias unnie por subir los capitulos