CAPÍTULO 7
Yoochun
observaba comer a Junsu. Ver su boca moverse sobre el tenedor era la cosa más
deseable que alguna vez hubiera visto. Por otra parte, no había mucho en Junsu
que no fuera sexy. Su dulce, compacto cuerpo y el asesino culo le volvían loco.
Los atisbos que continuó captando del tatuaje en la base de su columna le
acabarían por llevar al manicomio si no conseguía ver hasta dónde llegaba
debajo de sus pantalones vaqueros. Y el contraste entre el personaje de niño
malo con pelo en punta que había usado la primera vez que lo conoció, y su lado
más suave, más vulnerable de la persona que estaba viendo ahora era la clase de
cosa que alimentaba las fantasías de un hombre. Era todas las clases de personas
que alguna vez había querido, todo en uno. Incluso esa veta independiente que
tenía lo encendía.
Todos
los Amaterasu sin compañero en Castillo Matsumoto iban a quererlo. No podía
correr el riesgo de que le gustara uno de ellos. Debía aventurar su reclamo
antes de llevarlo a su casa y lograr que Junsu se coloque su luceria. Así todos
los hombres sabrían que estaba fuera de sus límites.
Deslizó
otro panqueque en su plato con la esperanza de que le dejara verlo comer un
poco más.
Junsu
se limpió la boca con una servilleta y se recostó en su silla.
— ¿Cuánto
tiempo nos llevará volver a tu casa? —preguntó.
Yoochun
consideró mentirle, haciéndole pensar que tendría más tiempo para pasar a solas,
pero no era así como quería que las cosas comenzaran entre ellos. La honestidad
era importante para él. Si lo quería de Junsu, le parecía justo si se la
ofrecía en primer lugar.
—Cerca
de nueve horas, pero no estoy listo para irme todavía.
— ¿Por
qué no?
Tomó
un sorbo de café para ganar tiempo para pensar. No quería estropearlo. Junsu ya
tenía algunas ideas erróneas acerca de su mundo, y no estaba seguro de lo bien
que se tomaría lo que tenía que decir.
Por
último, se le ocurrió:
—No
quiero compartir.
—Um.
Está bien. ¿Compartir qué?
—A
ti.
Junsu
parpadeó rápidamente un par de veces, pero aparte de eso, su rostro era
estoico.
—Por
favor, dime que significa algo distinto a lo que creo que significa.
—Los
otros hombres en mi casa, en el Castillo Matsumoto, todos te querrán.
Sus
dedos retorcieron la servilleta de papel hasta hacerla trizas.
— ¿Para
qué?
Tenía
miedo. Había visto la mirada suficientes veces como para saber que, a pesar de
su erguida columna y la barbilla alta, estaba temblando por dentro.
—Nunca
te lastimaríamos, Junsu. Ninguno de los hombres lo haría, no importa lo que
pudieras pensar. Todos queremos lo mismo, tenerte a nuestro lado por un largo
tiempo.
Junsu
soltó un gruñido, pero sonaba más a desahogo que a confianza.
—No
lo creo. E incluso si éste fuera el caso, no estoy buscando ninguna… relación
en éste momento.
—No
la estarás buscando, pero una te encontró.
— ¿Qué
se supone que significa eso?
Yoochun
trató de alcanzar su mano, queriendo tocarlo, pero se apartó antes de que
pudiera hacerlo.
Cruzó las manos sobre el regazo, intentando demostrar que no
le acababa de rechazar.
La
decepción acuchilló a través de él, pero lo dejó ir. Ahora no era el momento de
presionar. La delicadeza le llevaría mucho más lejos.
—Te
necesito, Junsu. Nunca te he ocultado ese hecho. Incluso después de que me
apuñalaste.
—Creí
que era una locura temporal —dijo—, o que simplemente estabas mintiendo.
—Cada
palabra que alguna vez te haya dicho es la desnuda, honesta verdad. Te
necesito, y no voy a compartirte.
Levantó
la taza de café, y Yoochun vio vibrar el líquido oscuro bajo sus temblorosos
dedos. Genial. Lo había asustado más o cabreado. Supuso que asustado, ya que si
la hubiera cabreado, probablemente le habría tirado el café caliente a la cara.
—Muy
bien. Voy a empezar desde el principio. Párame si te pierdes.
Junsu
asintió con la cabeza, pero no lo miró. Definitivamente asustado.
—No
estoy seguro de cuánto sabes de los Amaterasu.
—No
mucho. Sólo lo que mi mamá me dijo, y lo que escribió en su diario.
Eso
era algo, al menos.
—Somos
una de las razas de los Caballeros de la Luz. ¿Has oído hablar de los Caballeros
de la Luz?
—Sí.
Desde antes de que pudiera caminar.
—Bien,
entonces puedo omitir la parte donde hacemos todo lo posible para salvar a la
humanidad y proteger el portal de acceso a otro mundo. Esto es lo que puede no
sepas. La pareja Amaterasu la forma un equipo puede ser del mismo sexo o de
diferente sexo. Uno puede recoger la energía del aire y la almacena, y la otra
parte tiene la habilidad de canalizar ese poder, pero no puede almacenarlo por
su cuenta. ¿Me sigues hasta ahora?
—Creo
que sí.
No
estaba seguro de lo que eso significaba, pero siguió adelante, con la esperanza
de acabar con eso lo más rápidamente posible.
—Nosotros
formamos parejas, pero cuando lo hacemos, es una especie de unión permanente.
— ¿Al
igual que el matrimonio?
—A
veces, pero no siempre. Ha habido casos raros en nuestro pasado, cuando
miembros familiares se emparejaban, pero para que funcione, tiene que haber
algún tipo de estrecho vínculo. Cuanto más tiempo una pareja está junta, más
fuertes se hacen.
—Es
por eso que Hyukjae quería a Donghae, ¿verdad? ¿Porque era una de esas parejas?
Él
asintió con la cabeza.
—Y
tú también.
Sus
oscuros ojos se entornaron y una clase de amotinada cólera apretó su boca.
—No,
no lo soy.
Por
lo tanto, no le gustaba la idea. Fantástico. Eso haría las cosas mucho más
difíciles, y no tenía tiempo para eso. Incluso con el goteo de energía que le
había absorbido a través de su contacto, Yoochun seguía sufriendo. Tenía una
gigantesca ola de presión esperando para salir, y no mucho tiempo para que
ocurriera.
Había
comprobado su hoja más temprano y estaba marchita y marrón, apenas adherida a
su árbol.
—Puedo
demostrarlo —le dijo.
Yoochun
envolvió sus dedos alrededor de su muñeca. Junsu se sintió tan bien en su toque
que casi se olvidó de lo que estaba haciendo. Un mar de remolinos azules y
verdes se batía dentro de la banda alrededor de su dedo.
— ¿Ves
la forma en que cambian los colores en mi anillo cuando te toco?
Junsu
se lamió los labios y asintió.
—Hay
más verde y azul que cualquier otro color. Además, sientes esas pequeñas
chispas de energía arqueándose entre nosotros, ¿verdad?
Una
vez más, asintió con la cabeza, aunque no había apartado los ojos del anillo.
—Esas
son señales de que eres como yo. Eres un Amaterasu.
—No.
No lo soy. —Había más que una ardiente negativa en su voz.
Había
algo más, una especie de frenética desesperación, como si le hubiera dicho que
sólo tenía una semana de vida.
No
podía aceptar lo que era todavía, pero él entendía eso. Al igual que Donghae y Jaejoong,
había sido criado como un ser humano. Una vez que le mostrara su mundo, lo
aceptaría todo pronto, al igual que las otras parejas habían hecho.
Junsu
trató de tirar de su mano, pero Yoochun apretó su agarre. Necesitaba que ese
contacto le recordara que todavía había esperanza. Que aún había tiempo.
Hizo
que su voz sonara casual cuando continuó.
—Por
lo tanto, ésta conexión que tenemos permite que el poder fluya entre nosotros.
Cuanto más larga y más fuerte sea ésta conexión, más poder fluirá a la vez.
— ¿No
se agota? —preguntó.
—Puede
bajar el nivel, seguro, pero hay más a nuestro alrededor, en el aire, en la
tierra, en todas partes. Cala en mi interior lo quiera o no, que es por lo que
te necesito. Ya he absorbido más energía de la que pueda contener. Me está
matando.
Junsu
seguía mirando a su anillo y el movimiento hipnótico de los colores en su
interior.
— ¿Y
crees que puedo detenerlo?
—Puedes
desviar lo suficiente para reducir la presión. Lo suficiente como para
mantenerme vivo. Es por eso que te necesito.
Junsu
guardó silencio por un momento, y él le dio el tiempo para asimilar lo que
había dicho.
— ¿Y
si no coopero? —preguntó.
—Entonces
moriré, o al menos mi alma. Ya no seré uno de los chicos buenos nunca más. No
me preocuparé por el bien o el mal, sólo por lo que quiera.
Su
voz era apenas un susurro.
—Nunca
he oído hablar de eso antes.
—No
es algo que enseñen en las escuelas.
—Sí,
bueno, nunca fui a la escuela. Mi educación fue un poco más… práctica que la
mayoría. Aprendí todo sobre los Caballeros de la Luz y nunca escuché nada de
esto.
Eso
le hizo preguntarse lo que le habían enseñado y cuánto de eso era una completa
mierda.
—No
te miento, cariño. Estoy poniéndolo todo al descubierto. Quiero que sepas lo
que te pido.
— ¿Y
qué es exactamente lo que pides?
Le
puso su dedo bajo la barbilla y le alzó la cara hasta que Junsu lo miró. Quería
que supiera que hablaba en serio.
—Quiero
que te pongas mi luceria. Quiero que seas mi compañero. Para siempre.
Su
cabeza se movió ligeramente. Yoochun no estaba seguro de que supiera siquiera
lo que hacía.
—Apenas
te conozco.
—Lo
entiendo. Entiendo que esto es alarmante para ti. Todo es nuevo y extraño, pero
no es del todo un acuerdo unilateral. Conseguirás algunos beneficios
adicionales.
—No
me importa.
—Eso
es porque no sabes lo que te pierdes. Si estás de acuerdo en hacer esto,
tendrás la capacidad de usar la magia.
Junsu
tiró de su mano y movió su silla hacia atrás para ponerse fuera de su alcance.
Ni siquiera tuvo la cortesía de mirarle.
—No
lo quiero. No quiero ser parte de tu mundo.
Yoochun
ignoró el insulto y continuó.
—Apenas
envejecerás con el paso de los siglos. Vivimos un tiempo muy largo, a menos que
muramos en combate.
—No
quiero pelear.
Bueno,
a él tampoco le entusiasmaba esa parte, pero era necesario. Por lo menos tenía
un propósito.
Se
estrujó el cerebro, con la esperanza de encontrar algo que le gustara, algo
para convencerlo a salvarlo.
—Nunca
estarás solo de nuevo. Tendrás una familia. Una casa.
Con
sus últimas palabras, sus ojos se dispararon a su cara como si estuviera
buscando algún tipo de truco.
— ¿Qué
te hace pensar que me gustaría ser parte de tu familia?
—No
me crees. —Podía verlo en sus ojos, en la forma en que se entornaban con
desconfianza.
—No
sé qué creer.
—No
tienes que decidir en éste mismo segundo. —Él lo quería, quería que el
demoledor dolor desapareciera, pero podía esperar hasta que estuviera seguro—.
Es una gran decisión. Pídeme lo que quieras y te diré la pura verdad.
— ¿Es
esto lo que hizo Donghae?
—Sí.
— ¿Está
a salvo?
—Más
a salvo que antes de que estuviera con Hyukjae. Nuestros trabajos son
peligrosos, pero cuidamos de nuestras parejas. Vosotros sois raros, casi
imposible de encontrar y hasta hace poco creíamos que ya no existían y que
moriríamos. Tomamos todas las precauciones para mantenerlos fuera de peligro.
— ¿Así
que los mimáis?
—No.
Donghae va a la batalla contra los Yokai junto a los hombres. Lo necesitamos
allí, pero nos aseguramos de que haya un montón de espadas entre él y los
dientes y garras. Eso es todo.
—¿Y
crees que soy como Hae?
—Sé
que lo eres.
—Vamos
a asumir que lo soy. Si hago esto, dijiste que era permanente, ¿no?
—Algo
así. La intención es ser permanente. Tú me haces una promesa, que
tradicionalmente significa que una pareja luchará al lado de su hombre para
siempre. Pero no tiene por qué ser tanto tiempo.
— ¿Si
no es así?
—Una
vez que la promesa se haya cumplido, la luceria se cae y vuelves donde estaba
antes.
— ¿Y
tú también?
Odiaba
contarle esa parte, pero le había prometido decirle la verdad, por lo que lo
haría.
—Si
no nos hemos unido por completo, sí.
—¿Qué
pasa si lo hacemos?
—Entonces
estaré fuera.
—Morirás
—supuso ella a través de su eufemismo.
—Sí.
— ¿Quieres
darme el poder para matarte?
—No.
El poder para salvarme.
Él
tenía las manos extendidas sobre la mesa, donde las había estado manteniendo a
la vista para no asustarlo más. No quería que tuviera miedo de él. No quería
que tuviera miedo, y punto.
Sus
ojos volvieron a su anillo, que, sin el contacto con Junsu, había vuelto a un
remolino lento de reluciente iridiscencia.
—¿Qué
pasa si digo que no? —preguntó.
Mierda.
Allí estaba la parte problemática. Tenía que tener cuidado de ser honesto sin
ahuyentarla con sus intenciones. Independientemente de lo que pasara entre
ellos, no lo dejaría ir.
—Si
te niegas a ayudarme, te llevaré de vuelta a Castillo Matsumoto y veré si hay
otros hombres que sean compatibles contigo, hombres que podrías salvar. Puedes
elegir, por supuesto, asumiendo que haya otros como yo.
— ¿Qué
te sucederá?
—Tengo
unos días más en el mejor de los casos. Luego iré a mi batalla final.
— ¿Quieres
decir que te dejarás matar?
— ¿En
lugar de convertirme en aquello con lo que lucho? Sí. Pero déjame ser claro, Junsu.
No es lo que quiero. Quiero vivir. Contigo.
—Ni
siquiera me conoces.
Yoochun
se encogió de hombros.
—Tendremos
años para llegar a conocernos. Tú ya me gustas. Con el tiempo, llegaré a
amarte.
—No
lo sé. No puedes predecir a quién amarás.
—Claro
que puedo. Lo he visto pasar decenas de veces en mi vida. ¿No crees que haya
una razón para que no todas las parejas Amaterasu sean compatibles con otros?
Me imagino que la magia utilizada para alimentar la luceria es suficientemente
inteligente para saber quiénes serán adecuados compañeros y quiénes no.
—Lentamente, así realmente le oiría, dijo—: Tú y yo estábamos destinados a
estar juntos.
Anhelaba
tocarlo de nuevo, pero se había quedado fuera de su alcance y estaba haciendo
todo lo posible para respetar sus elecciones en ese momento. Llegaría el
momento en que no podría dejarla elegir, cuando la vida de su familia tuviera
prioridad y la obligara a volver a casa con él, pero todavía no había llegado a
ese punto.
—No
puedo hacer esto ahora mismo. No puedo decidirme.
La
decepción casi le aplastó, dificultándole respirar. En todas sus fantasías, Junsu
siempre le había querido. Había corrido a sus brazos y reclamado su lugar junto
a él voluntariamente. Nunca se había parado a pensar que no lo quería hasta
ahora.
Yoochun
quería presionar, pero era una decisión muy importante para Junsu. Tenía que
hacerlo con los ojos abiertos. Sin engaños. Sin mentiras.
Si Yoochun
le daba toda la verdad, y ella todavía no lo quería, encontraría una manera de
lidiar con ello. Mientras estuviera a salvo en Castillo Matsumoto, tendría que
ser suficiente para satisfacerlo.
—Te
daré todo el tiempo que pueda.
Dos
días, quizás tres. No era mucho tiempo para convencer a una persona para pasar
el resto de su vida con él, pero tenía que intentarlo.
—Pensaré
mejor en el coche. Deberíamos ponernos en movimiento.
Hacia
Castillo Matsumoto y todos los otros hombres de allí que, sin duda, también lo
querrían. Nunca había deseado ningún mal a sus hermanos, y el hecho de que el
pensamiento cruzara por su mente, incluso ahora le demostraba el poco tiempo
que le quedaba.
Junsu
se sabía casi de memoria los diarios de su madre y no había ni una sola palabra
en ellos que apoyara nada de lo que Yoochun había dicho.
Los Caballeros
de la Luz quieren tu sangre. Lo usan para alimentar su magia. Se alimentan de
sus mascotas.
Y
sin embargo, había pasado la noche con Yoochun, había estado completamente
vulnerable, y él no había derramado ni una gota. Tal vez la engañaba,
calmándola en una falsa sensación de seguridad, pero no se sentía de esa
manera.
Por
supuesto, sus instintos siempre habían estado cerrados cuando se refería a Yoochun.
Nada nuevo. Desde el momento en que la había tocado esa noche en el Restaurante
Kona Beans, su mundo se había puesto del revés, y nada tenía sentido.
Habían
estado conduciendo durante horas y todavía no sabía qué pensar acerca de su
propuesta. Pasar la eternidad con él. Nunca envejecer. Nunca solo.
Tendría
una casa. Después de tantos años de correr, podría detenerse. Tendría su propia
cama, tal vez incluso pudiera coleccionar algunas cosas a parte de las
simplemente necesarias. Parecía demasiado bueno para ser verdad, y eso era
realmente lo que más le preocupaba. Cualquier cosa que fuera demasiado buena
para ser verdad, probablemente no lo fuera.
Junsu
observaba el paisaje deslizarse por la ventana mientras se dirigían hacia el
norte. Habían dormido hasta tarde, y no habían salido a la carretera hasta
después del mediodía. Ahora el sol comenzaba a ponerse. Muy pronto, los
monstruos que los Caballeros de la Luz mantenían como mascotas saldrían a
jugar.
Al
menos había dormido mucho, estaba bien descansado y en mejor forma para
hacerles frente de lo que había estado en las últimas semanas. Eso era algo por
lo que alegrarse.
— ¿Quieres
comer algo? —Preguntó Yoochun—. Nos estamos acercando a Wichita y hay mucho
para elegir.
—Claro
que sí. Está bien.
— ¿Algo
que te apetezca?
Cualquier
lugar con mucha gente y las brillantes luces.
—Lo
que sea estará bien.
Yoochun
suspiró.
—Realmente
te he asustado ¿verdad?
—Un
poco. —Era el eufemismo del año.
Él
se rió y el sonido se envolvió alrededor de sus oídos, haciéndole sonreír,
justo hasta que él dijo:
—No
hay nada más sexy que un hombre que pueda hacerme reír. Sólo pensé que deberías
saberlo.
—Aclaremos
algo ahora mismo —le dijo—. Incluso si decido ayudarte, y estoy bastante seguro
que no lo haré, no habrá asuntos sexuales de ningún tipo entre nosotros.
Él
le lanzó una breve y divertida mirada.
— ¿Por
qué no?
—Porque
no me acuesto con hombres en quienes no confío.
—Podrías
aprender a confiar en mí si quisieras.
Cuando
el infierno se congelara, tal vez.
—Ni
en sueños.
Envolvió
su mano alrededor de la suya, sujetándolo contra su muslo. Un enjambre de
hormigueos eléctricos se deslizó en su interior, haciendo a su cuerpo zumbar.
Su cabeza cayó hacia atrás contra el reposacabezas y dejó que la vertiginosa
sensación barriera sobre su cuerpo.
—Tendremos
que trabajar en eso —dijo él, pero Junsu apenas podía dar sentido a las
palabras—. Tengo una meta ahora, y soy el tipo de hombre muy orientado a
cumplir con mi objetivo.
Junsu
apostaba que lo era. Dudaba que hubiera mucho que hubiera dejado en el camino
de lo que quisiera, y ahora mismo, lo consideraba su meta. Una parte chillona,
loco de sí mismo estaba animado con la noticia, por lo que se calló disparándolo
al infierno.
Junsu
necesitaba una distracción. Algo, cualquier cosa, para impedirse imaginar qué
tipo de amante sería. Orientado a un objetivo, de hecho. Era suficiente para
hacerle retorcerse en su asiento.
— ¿Qué
pasa con mi coche? Poniéndonos a correr y apartándolo de mis manos no es la
mejor manera de que confíe en ti.
Una
lenta sonrisa calentó la cara de Yoochun. Era demasiado guapo cuando sonreía.
Demasiado tentador.
—Ya
se han encargado. Dejé tus llaves en la casa Pami, y en estos momentos,
nuestros hombres probablemente puedan reparar el motor. Una vez que hayan
terminado, lo conducirán a Castillo Matsumoto y recuperarás tu coche.
A
menos que encuentren los explosivos escondidos en su maletero.
No
estaban a la vista, y alguien tendría que buscar a través de sus escasas
pertenencias para encontrar la caja cerrada llena de C-4. Y entonces tendrían
que romper la cerradura y ver lo que había dentro.
La
buena noticia era que si lo hacían, sabría que los Caballeros de la Luz no eran
tan confiados y serviciales como Yoochun lo indujo a creer. Sabría con
seguridad que no estaban de su lado, y no tendría ningún problema volándolos a
todos ellos al infierno si tuviera la oportunidad.
Al
menos eso era lo que se decía a sí mismo.
Yoochun
le daba una divertida mirada.
— ¿Qué?
¿No es eso lo que querías?
—Sí.
— ¿Entonces
por qué de repente pareces enfermo?
—No
estoy enfermo. Tengo hambre. Quiero un bistec —exclamó, con la esperanza de
distraerlo.
— ¿Qué?
—Quiero
un bistec. —No lo había comido en años, y gracias a él, aún tenía el dinero
suficiente para pagar por una buena comida.
Junsu
firmemente se negó a pensar en esa como su última comida. Iba a salir de ese
lío vivito y coleando, arrastrando a Donghae y a la señorita Boa.
Él
entrelazó sus gruesos dedos con los suyos y dijo:
—Entonces
será bistec. Conozco exactamente el lugar. Está un poco fuera del camino, pero
el viaje vale la pena.
Y
una vez que llegaran allí, llamaría a Ahn Niel, su contacto en los Kotama, y le
haría saber que no había abandonado su misión.
Este fic es una adaptación, no es mío,
yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: HUYENDO DEL MIEDO-
SHANNON K. BUTCHER. PAREJA PRINCIPAL: YOOSU.