CAPÍTULO 4
Kim
YoungWoon miró alrededor de su oficina a los hombres en los que más confiaba.
No
les iba a gustar lo que tenía que decirles. Pero, de nuevo, esa era la hermosa
historia de sus vidas durante esos días.
Como
los únicos Amaterasu enlazados cercanos, Eric, Hyukjae y Yunho eran los hombres
más estables en el grupo. Su dolor se había ido, y confiaba en ellos para
pensar correctamente y asegurarse de que él no tomara ningún riesgo
innecesario. Los tres tenían demasiado que perder para permitirle a YoungWoon
hacer algo estúpido. Los otros no eran tan afortunados. Kang Baekho estaba
aguantando muy bien. Había pasado a través de algunas asquerosas luchas, lo
cual podían atestiguar las múltiples cicatrices que cruzaban su cara. Pero
incluso así, parecía estar manteniéndose a sí mismo de una pieza. Quizás fuera
el rompecabezas de todos esos artilugios tecnológicos que adoraba lo que le
ayudaban a bloquear el dolor.
Lee
Jinki era otra historia completamente diferente. YoungWoon no tenía ni una
pista de lo que había detrás de aquellos oscuros ojos, pero sabía que cada vez
que YoungWoon lo había necesitado, Jinki había estado allí, espada en mano. El
hombre era más que letal. Hacía que asesinar pareciera hermoso —algún tipo de
arte exótico. Una vez que su marca de vida fuese estéril, todos ellos estarían
en problemas. Le necesitaban demasiado para perderle.
Y,
luego, allí estaba Siwon —un Susano. Al igual que todos los miembros de su
raza, estaba hermosamente constituido. Alto y delgado, con helados ojos que YoungWoon
se cuidaba de no mirar durante demasiado tiempo. Sólo por si acaso. YoungWoon
no confiaba en Siwon igual que lo hacía en los otros en la habitación, pero
confiaba en que mantuviese su verdadera forma.
Siwon
miraba por sí mismo, y a causa de eso —porque todos ellos estaban en peligro— YoungWoon
lo necesitaba a bordo.
— ¿Va
a llevar mucho tiempo? —Preguntó Hyukjae—. Tengo que volver con Donghae.
— ¿Cómo
está? —preguntó YoungWoon.
—Exhausto.
Él y Hyesung han estado trabajando en reparar el muro durante casi una semana
hasta ahora y están perdiendo el ímpetu.
—Eso
es verdad —dijo Eric, el marido de Hyesung—. Sólo estamos a medio terminar la
sección rota y el progreso se hace más lento cada día. Las parejas no pueden
recuperar sus fuerzas lo bastante rápido para mantener la marcha de esta
manera.
— ¿Qué
hay de Jaejoong? —preguntó YoungWoon, mirando a Yunho.
Yunho
sacudió la cabeza. Su pelo se veía como si estuviese pasando las manos a través
de él, haciendo un desastre.
—Jaejoong
es fantástico si quieres hacer volar algo, pero no es bueno volviendo a unir
las cosas. Todavía es nuevo con sus poderes, y aunque lo ha estado intentando,
todo ese trabajo de reparación lo que hace es frustrarlo y dejarlo exhausto.
—De
acuerdo —dijo YoungWoon—. Sácalo del muro. Ponlo a custodiar el perímetro con
los hombres. Si algo viene hacia nosotros antes de que el muro esté levantado,
podrá volar todo lo que quiera.
—Gracias.
Eso ayudará. De esa manera quizás sea capaz de pasar más tiempo con Kibum.
Kibum
era el hermano menor de Jaejoong. Durante un ataque cuando era un niño, la
conciencia de Kibum había sido fragmentada y puesta en las mentes de docenas de
orochi, criaturas que los Yokai utilizaban para cazar a sus presas. Ninguno de
los Susano’s había visto antes nada igual a eso y no sabían cómo sanarlo. Lo
que sabían era que Kibum era capaz de salvar la vida de uno de sus hombres.
Sólo que no habían adivinado a cuál. Cada hombre libre aquí había ido al lado
de su cama y buscaba una señal de que quizás fuera compatible con ellos.
Ninguno había visto o sentido nada. YoungWoon miró a Siwon, el cual era uno de
los más dotados sanadores que tenían.
— ¿Cómo
está Kibum?
—Todavía
no ha recuperado la conciencia —dijo Siwon—. Pero ya no parece estar
debilitándose. Si encontramos a su Amaterasu, es posible que él ayudara a que
su mente sanara lo suficiente para que pudiera despertar.
Si
lo encontraban. Por ahora, no habían tenido nada de suerte. Él rogaba que uno
de los Amaterasu de fuera de esas paredes pudiera salvarlo. Necesitaban
desesperadamente que Kibum dejara de dormir.
—Lo
estamos buscando —dijo YoungWoon—. He enviado aviso de que está aquí a todos
los guerreros. Es sólo cuestión de tiempo antes de que los Amaterasu empiecen a
aparecer en tropel.
—Diles
que se den prisa —dijo Siwon—. No sé cuánto tiempo más podré mantener su cuerpo
vivo con su mente en su actual estado.
A YoungWoon
no le gustaba la idea de un puñado de hombres extraños entrando en tropel en la
habitación de Kibum, pero si esa era la manera que tenían de salvarlo, entonces
lo harían. Él todavía tenía hombres en el campo que todavía no habían sido
capaces de volver y ver si Kibum podía salvar alguno de ellos. Quería que ellos
tuvieran primero su oportunidad antes de que empezaran a llegar Amaterasu de
otros países. Si ninguno de ellos era compatible, entonces enviaría aviso más
allá de los mares a las fortalezas de allí.
—Taemin
ha estado ayudándonos a vigilarlo y está haciendo un gran trabajo —dijo Yunho.
—Mientras
tanto —dijo YoungWoon—, teniendo en cuenta la advertencia de Siwon, daré
órdenes a todos los Amaterasu que rastreen a los orochi y los maten. Si parte
de su mente está en los orochi, matarlos puede ayudar a liberarlo.
—Minho
ha estado haciendo eso durante días hasta ahora y parece estar ayudando —dijo Siwon—.
El tiempo lo dirá.
YoungWoon
quería hacer más preguntas. Quería ir a Kibum para ver si podría salvarle a él,
pero no se atrevía. Él era el líder de los Amaterasu. Sus necesidades vendrían
al final, después de las de todos sus hombres. Se había prometido a sí mismo
que antes de llamar a los líderes de más allá de los mares, iría a Kibum.
— ¿Y
los que fueron heridos en el ataque? —preguntó YoungWoon, esperando distraerse
a sí mismo con trabajo.
Los
ojos de Siwon se iluminaron con un helado brillo durante un rápido segundo —tan
breve que YoungWoon no estaba seguro de haberlo visto.
—Junjin
está todavía inconsciente. Kyuhyun, Hangeng y yo estamos haciendo todo lo que
podemos, pero no se ve esperanzador. Hay algunos humanos heridos, todos los
cuales se recuperarán. Pero se han perdido dos. Minam y Taekyun han muerto
protegiendo a su hijo.
El
peso de esa pérdida pesaba con fuerza en el corazón de YoungWoon. Se suponía
que Castillo Matsumoto era un lugar de seguridad y refugio. Había prometido a
todos los humanos que estarían a salvo allí.
Se
había equivocado, lo cual le hacía preguntarse en qué más se estaría
equivocando. ¿Cuántos otros errores habría cometido? ¿Y cuántos de esos errores
iban a significar el sufrimiento y la muerte de aquellos que él había nacido
para proteger?
—Si
necesitas algo, házmelo saber —dijo YoungWoon.
Siwon
le dio un formal asentimiento de cabeza.
—Por
supuesto.
—Ahora,
sobre el por qué os he reunido a todos vosotros aquí. No son buenas noticias.
Hyukjae
rodó los ojos y bufó.
— ¿Cuándo
lo son?
YoungWoon
odiaba pronunciar las palabras, pero no tenía elección.
—Todos
nosotros creímos que nuestros muros eran seguros, que los Yokai no podrían
acceder a ellos a menos que viniesen a través del puente en el frente.
Obviamente, estábamos equivocados.
Los
hombres se movieron incómodos. Excepto Jinki, quien se sentaba inmóvil, su cara
sin expresión.
YoungWoon
sabía que todos ellos estaban pensando lo mismo. No había manera de mantener a
los humanos a salvo aquí si esas paredes no resistían. No había suficientes de
ellos para dejarlos como guardia y con todo librar una guerra. Si los muros
caían, no tendrían juramento que mantener —proteger a los humanos, o matar a
los Yokai y proteger la puerta.
—Las
buenas noticias son que el muro no se cayó porque fuese débil o porque la magia
que lo imbuye haya fallado.
— ¿Entonces
por qué? —preguntó Hyukjae.
Un
amargo sabor flotaba en la boca de YoungWoon.
—Alguien
dentro de Castillo Matsumoto los dejó entrar. Sabotearon las piedras
protectoras y crearon una abertura.
Un
espeso y sofocante silencio llenó el cuarto. A YoungWoon le había llevado
cuatro horas digerir las noticias que le había dado Baekho. Se imaginó que les
debía a sus hombres al menos unos pocos segundos.
— ¿Quién?
—preguntó Jinki, enfatizando la pregunta con el sonido siseante de acero contra
acero cuando extrajo su espada.
YoungWoon
alzó una mano reteniéndolo.
—Cálmate,
Jinki. No lo sabemos. Aún.
— ¿Cómo
lo has descubierto? —preguntó Eric.
Las
líneas de su rostro se profundizaron con temor. Él tenía más que perder que
ninguno de ellos –ambos, un esposo e hija. La única niña Amaterasu que les
dejaron.
YoungWoon
miró a Baekho y le dedicó un ligero asentimiento.
Baekho
se puso graciosamente en pie.
—Revisé
el vídeo de vigilancia del ataque. La brecha sucedió en un punto cubierto por
dos cámaras. Ambas habían sido deshabilitadas.
— ¿Estás
seguro de que no fue alguna clase de problema técnico? —preguntó Yunho.
—Sí.
Volví a través del vídeo al punto donde las cámaras dejaron de funcionar.
Fueron deshabilitadas una por una. Quien quiera que lo haya hecho habría sido
visible para alguna de las cámaras ocultas, pero sabían bastante de nuestra
seguridad para mantener el rostro apartado.
— ¿Quién
era? —preguntó Jinki en una voz tranquila.
—No
puedo decírtelo. Era un hombre que llevaba una camisa de trabajo con capucha.
Conseguí algunas capturas de la parte de atrás de su cabeza.
—Muéstramelas
—dijo Jinki.
Baekho
lanzó una nerviosa mirada a YoungWoon. La espada de Jinki estaba todavía
desenfundada, brillando con letal intención.
—Baja
la espada, Jinki —le ordenó YoungWoon.
—Voy
a matarlo —dijo Jinki.
Su
voz más fría y tranquila, al igual que su oscura mirada.
—Nadie
va a matar a nadie hasta que estemos seguros de quién es y los interroguemos.
Ahora, baja la espada.
Jinki
enfundó su espada.
Baekho
abrió su portátil y escribió algunos comandos.
Giró
el aparato dándole la vuelta de modo que el resto de la habitación pudiera ver
las capturas del video.
La
imagen era clara, pero no había mucho sobre lo que ir —sólo algunos flashes de
la parte de atrás de la encapuchada cabeza de un hombre. Un vislumbre de una
mano enguantada.
— ¿Alguien
lo reconoce? —preguntó Baekho.
Nadie
habló.
— ¿Estás
seguro de que es alguien que vive aquí? —Le preguntó Yunho—. ¿Podría haber sido
un intruso?
Baekho
sacudió la cabeza.
—Es
posible, pero comprobé todas las entradas a través de la puerta frontal durante
los diez días encaminándome hacia el ataque y no encaja con ninguna de las
personas que vinieron.
—Podría
ser un humano —dijo Jinki.
—Quizás.
Es difícil de decir sólo por su constitución bajo la holgada camiseta de
trabajo, pero podría haberse disfrazado, hacer que pareciera más grande de modo
que pensáramos que era uno de los nuestros.
Siwon
había estado silencioso mientras, pero YoungWoon vio el ligero ceño estropeando
su entrecejo.
— ¿En
qué estás pensando, Siwon? —preguntó YoungWoon.
—Puedo
averiguar si alguno de los humanos sabe acerca de esto. Todo lo que tengo que
hacer es alimentarme de ellos y buscar en sus recuerdos.
—Eso
quizás parezca sospechoso —dijo Baekho.
—No
ahora. No cuando hay tantos todavía heridos y en necesidad de asistencia.
Ponlos al tanto de una llamada por sangre, y eso ayudará a enmascarar nuestra
verdadera tarea.
—No
quiero que nadie más nos ayude con esto. No quiero que nadie fuera de esta
habitación sepa lo que está pasando.
La
boca de Siwon se apretó.
—Entonces
te sugiero que no dejes que ninguno de los otros Susano te sanen. Si lo
necesitas, sólo llámame, o los otros descubrirán lo que estás intentando
ocultar.
A YoungWoon
no le gustaba eso ni un poco. Ni tampoco a ninguno de sus hombres, a juzgar por
sus miradas de disgusto.
—No
tenemos privacidad con esos chupasangres alrededor —dijo Jinki.
— ¿Pero
las docenas de cámaras y cerraduras electrónicas que rastrean nuestras idas y
venidas son agradables? —preguntó Siwon.
—Esas
no han jodido con nuestras cabezas —dijo Baekho.
Siwon
alzó las manos. Sus dedos eran largos y elegantes, igual que si hubiese nacido
para ser un artista o cirujano.
—Todo
lo que quiero decir es que un secreto como ese no permanecerá oculto por mucho
tiempo. No en un lugar como este. Tenemos que descubrir quién es ese hombre
rápidamente o se habrá ido antes de que podamos hacerlo. Suponiendo que no lo
haya hecho ya.
—Estoy
de acuerdo —dijo YoungWoon—. Baekho, quiero que recopiles todo lo que puedas de
ese tipo.
—Ya
lo he hecho. También estoy trabajando en un programa que intentará
identificarle basándose en sus apariciones comparando sus movimientos en este
video con imagen actuales que hayan recogido las cámaras.
— ¿Puedes
hacer eso? —preguntó Eric.
—Claro.
No al cien por cien, pero ayudará a reducir el número de gente que posiblemente
no pudiera ser nuestro tipo. Me imagino que si puedo reducir nuestra lista a un
par de posibles docenas, hará las cosas mucho más fáciles.
—Bien
—dijo YoungWoon—. Mientras tanto, quiero que mantengáis vuestros ojos y oídos
abiertos y vuestras bocas cerradas. Eric, Yunho y Hyukjae, intentad ocultar
esto de las parejas si podéis. Ya tienen bastante en sus platos ahora mismo sin
tener que preocuparse por esto también.
Los
tres Amaterasu vinculados asintieron en acuerdo.
—Y
cuando lo encontremos —dijo Jinki en un frío tono sin emoción—, todos vosotros
podréis divertiros con él y hacerle las preguntas que queráis, pero cuando lo
hayáis hecho, él es mío para matarlo.
Yoochun
no llevó a Junsu al complejo como había esperado. En vez de eso, tiró por el
camino de una modesta granja al norte de la frontera entre Chugoku y Chubu,
bien alejada del trillado camino.
— ¿Qué
estamos haciendo aquí? —preguntó, mirando la casa.
El
interior estaba oscuro, pero la luz del porche delantero ardía brillando a modo
de bienvenida. No había forma de que esto fuese lo suficientemente grande para
ser el complejo tras los que él y los Kotama estaban.
Se
suponía que habría docenas de esos tíos vigilando los alrededores.
—Esta
es una de nuestras casas Pami. Aquí estamos a salvo así que podremos descansar
un poco —dijo Yoochun—. No sé tú, pero yo estoy molido.
Estaba
cansado, pero sólo porque había estado trabajando cada momento disponible
durante la última semana. Sabía que después de su llamada telefónica a Yoochun,
no tendría mucho tiempo, y necesitaba bastante dinero para mantenerse a sí
mismo y a Donghae a salvo una vez estuvieran libres.
—Puedo
turnarme conduciendo. Sólo dime a dónde vamos.
Yoochun
le lanzó una sospechosa mirada.
— ¿Quieres
mis llaves de modo que puedas huir otra vez?
Junsu
alzó su brazalete y lo movió ante él.
— ¿Cómo
puedo huir cuando llevo esta cosa?
—No
lo sé, pero si alguien puede encontrar una manera, ese eres tú. No dudo de que
royeras tu propia mano si eso es todo lo que te costaría.
—No
confías en mí, ¿verdad?
—Infiernos,
no. He pasado demasiadas semanas cazándote como para cometer el mismo error dos
veces. Pero en caso de que encuentres una manera, quiero que tengas esto —sacó
la billetera de su bolsillo trasero y le entregó una pila gruesa de billetes.
Billetes
de cien dólares.
Junsu
contempló el dinero, mirándolo fijamente. Allí habría cerca de dos mil dólares.
¿Qué demonios?
—Si
vas a irte otra vez —si algo me sucede—, no quiero que tengas que coger un
trabajo en un lugar sórdido como aquel. Apuesto a que los hombres como esos se
toman demasiadas libertades con tu trasero y, simplemente, no puedo soportarlo.
No
sabía que decir. Nunca había tenido tanto dinero en toda su vida.
—No
puedo aceptarlo —se las ingenió finalmente para farfullar.
Le
tendió el dinero.
Yoochun
lo tomó, lo dobló a la mitad y lo deslizó en el bolsillo delantero de su
delantal.
—Quizás
lo necesites. Yo no. Sólo considéralo un pago por toda la gasolina que hice que
quemaras alejándote de mí.
Antes
de que pudiera encontrar una respuesta a eso, él salió del vehículo y agarró su
maletín de la parte de atrás. Junsu lo observó deslizar las llaves
profundamente en el bolsillo delantero del pantalón. Quería saber dónde estaban
en caso de que tuviera que salir de aquel lío. No es que eso fuese probable. A
menos que hubiese alguna cizaña o cortador de alambre en aquella casa. El oro
era tan delgado que quizás pudiera obtener incluso unas tijeras robustas en
alguna parte.
E
incluso si conseguía liberarse, ¿entonces qué? Esta era su oportunidad para
salvar a Donghae —para derribar a un puñado de peligrosos maníacos antes de que
pudieran secuestrar a alguien más. No huiría de eso. No podía dejar que Donghae
se las arreglara por sí mismo.
Yoochun
le abrió la puerta y le ofreció una mano para bajar. Tenía manos encantadoras.
Fuertes y amplias manos con sólo bastante rugosidad para hacer su piel más
sensible cuando lo tocaba.
Cuando.
No sí. Había estado con él durante tres horas completas y ya había perdido eso.
A este paso, le estaría besando el culo al amanecer.
Lo
cual no sonaba como una cosa completamente mala. Si su trasero era tan
agradable bajo sus vaqueros como parecía, realmente podría disfrutarlo.
Junsu
respiró profundamente, buscando su resolución —su jodida cordura. No podía
dejar que él lo consiguiera, sin importar cuánto apelara al paquete.
No
podía dejar que lo abrazara nunca más. No podía dejar que lo tocara. No podía
dejarle hacerle cosas que sabía no eran reales.
Donghae
era real. El peligro era real. El resto de esto —las enmarañadas sensaciones
que tenía cuando él lo tocaba— eran solo fingidas. Un truco de la mente.
Ignoró
la mano que le ofrecía y saltó de la camioneta, aterrizando sobre los dedos de
sus pies. Él ni siquiera parpadeó. En vez de eso, le dedicó una conocedora
sonrisa.
— ¿Te
estoy consiguiendo, cariño? ¿Quizás rayando contra esa vena de independencia
tuya?
—No
sabes nada acerca de mí. No finjas que lo sabes.
Él
lo siguió a la puerta, alcanzando la luz del porche y sacando una pequeña caja
magnética que contenía una llave.
—Te
conozco en abundancia. Donghae me ha dicho todo acerca de ti.
—Donghae
no me conoce tan bien. Sólo lo he conocido durante unos pocos meses.
—No
dirías eso por la forma en la que habla. Juro que actúa como si hubieseis
crecido juntos.
Yoochun
abrió la puerta y miró detenidamente al interior antes de dejar entrar a Junsu.
—Donghae
se preocupa mucho por ti, ¿sabes?
Junsu
se negó a dejarle ver lo mucho que eso lo molestaba. Donghae era quién estaba
en un problema, ¿y todavía se preocupaba por Junsu? No había una persona más
cariñosa sobre la faz del planeta, y se sentía honrado de haber conocido a Donghae,
incluso por un breve espacio de tiempo como el que había tenido. Con algo de
suerte, tendrían mucho tiempo para llegar realmente a conocerse el uno a l otro.
—Deberías
llamarlo y decirle que estoy llegando. Mejor aún, déjame usar tu teléfono y se
lo diré yo mismo.
Yoochun
la contempló durante un largo momento, haciéndolo querer retorcerse bajo su
pálida mirada.
—Nada
gracioso —le advirtió él.
— ¿Cómo
qué?
—Como
llamar a la policía. No tengo tiempo para tratar con ellos, y juro que si lo
haces, te pondré sobre mis rodillas y te azotaré.
Junsu
se rió. No podía evitarlo. Él estaba loco si pensaba que iba a dejar que eso
sucediera. Lo mataría antes.
—Podrías
intentarlo. Pero te prometo que no lo intentarías una segunda vez.
— ¿Una
cosita pequeña como tú haciéndome daño? No puedo creerlo.
— ¿Deberíamos
comprobar la teoría? —le desafió.
Él
sonrió y le dedicó un guiño.
—Quizás
más tarde. Después de que haya comido. Tengo el presentimiento de que
necesitaré conservar mis fuerzas contigo, ¿no es cierto?
—Definitivamente.
Yoochun
dejó la habitación, encendiendo las luces mientras se dirigía a la cocina. Junsu
esperó hasta que su cabeza estuvo en el frigorífico antes de marcar el número
de Donghae.
— ¿Lo
encontraste, Yoochun? —respondió Donghae. Su voz vacilante con la fatiga,
haciendo que Junsu se preguntara por cuánto había estado pasando—. ¿Está Junsu a
salvo?
—Hey,
hola, Donghae. Soy Junsu.
La
exhalación de alivio de Donghae llenó la línea.
—Gracias
a dios, estás bien. ¿Qué pasó?
Yoochun
no le estaba prestando atención, pero suponía que estaría escuchando cada
palabra que decía. No podía decirle realmente a Donghae que la aterrada llamada
de teléfono que le había hecho la pasada semana había sido un truco —una manera
de hacer que Yoochun viniese a su lado.
Y
había funcionado. Mejor de lo que había esperado.
—Te
lo diré después —dijo Junsu—. Todo lo que tienes que saber ahora es que estoy
yendo hacia ti.
— ¡Eso
es fantástico! Realmente te he extrañado. Como también la Señorita Boa.
— ¿Ella
también está ahí?
—Sí.
Los Caballeros de la Luz no podían eliminarle los suficientes los recuerdos
para hacer que fuera seguro devolverla a su casa, así que la trajeron aquí.
Incluso se las arreglaron para sanar algo de su artritis así que ya no necesita
un andador. Increíble, ¿huh?
Junsu
se quedó mudo. ¿Habían sanado a la Señorita Boa? ¿Por qué harían eso? Era
demasiado vieja para pelear contra nada que ellos quisieran hacerle. Podrían
haberse alimentado de ella, bebido toda su sangre y dejarla morir en su casa.
Nadie siquiera habría sabido quién la había asesinado.
— ¿Junsu?
¿Estás todavía ahí?
Junsu
se aclaró la garganta.
—Sí,
estoy aquí.
— ¿Estás
bien?
—Bien.
Sólo… entendiendo algunas cosas.
Donghae
bajó la voz.
— ¿Yoochun
está bien? No lo estaba llevando muy bien la última vez que hablamos.
Junsu
miró hacia la cocina. Estaba cortando una manzana. Mirándolo.
Se
volvió y se alejó del umbral, bajando por el estrecho corredor.
—Él
está bien.
—Entonces
debe tener razón.
— ¿Sobre
qué?
—Él
es tu Hyukjae.
— ¿Qué?
—En
realidad es una larga historia, pero juro que tiene un gran final. Sólo escucha
tus instintos y estarás bien. Ambos lo estaréis.
—No
tiene ningún sentido lo que dices, Donghae.
Ahí
estaba de nuevo, ¿por qué debería? Le habían lavado el cerebro.
—Quizás
ahora no, pero lo hará con algo de tiempo. Él es un buen hombre. Se merece ser
feliz. Todos ellos se lo merecen.
¿Feliz?
Claramente, el Donghae que Junsu había conocido se había ido. Lo habían
convertido completamente, lavándole el cerebro para que creyera lo que estaba
diciendo. A Junsu le tomó cada gramo de fuerza no dejar que las lágrimas
cayeran de sus ojos. Era demasiado tarde. Incluso si sacaba a Donghae de allí,
no estaba seguro de que pudiera salvarlo.
Los Kotama
le habían advertido que quizás pasara esto, pero hasta ahora, Junsu no había
querido creerlo.
—Si
hay alguna cosa allí de la que no puedas separarte, empaquétala y estate listo
para irnos —dijo Junsu. Su voz rota, pero contuvo las lágrimas—. Ocúpate de que
la Señorita Boa haga lo mismo —no tenía idea de cómo iba a liberarlos a ambos,
pero tenía que intentarlo. No podía dejar a la Señorita Boa detrás.
— ¿Qué?
¿Por qué?
—Ahora
no puedo hablar. Te contaré todo cuando esté ahí —asumiendo que se las
ingeniara para conseguir apartar a Donghae de su captor el tiempo suficiente
para hablar en privado.
—No
sé de qué estás hablando, pero no voy a dejar a Hyukjae. Le amo.
Junsu
ya estaba listo para su resistencia. Sabía que no sería fácil sacar a Donghae
de sus captores.
—No
te haría eso —mintió Junsu—. No te preocupes.
— ¿Qué
estás maquinando? —Preguntó Donghae—. Sé que estás planeando algo. Puedo oír
girar los engranajes de tu cabeza desde aquí.
—No
estoy planeando nada —otra mentira, pero una necesaria—. Sólo olvida lo que he
dicho.
—Sé
que no confías en estos tíos, pero verás cuando llegues aquí lo equivocado que
estás. No son los monstruos que tú piensas. Lo juro. Yo estaba equivocado
acerca de mi visión. Acerca de Hyukjae. Nunca se quedó allí de pie y
observándome morir.
Por
supuesto que eso era lo que diría. Probablemente habían engañado a Donghae para
que creyera que su visión de muerte no era real. Ellos le hicieron creer esto,
al igual que le hicieron creer que la Señorita Boa estaba viva y bien cuando
probablemente estaría muerta sobre el suelo de su casa en Shikoku.
—Estoy
seguro de que estás bien —dijo Junsu, sólo para apaciguar a Donghae—. Yo tengo
mucho que aprender.
—No
te preocupes. Hyukjae es un gran profesor. Estoy seguro de que Yoochun también
lo será.
Por
encima del cadáver de Junsu.
Sintió
los ojos de Yoochun deslizándose sobre sí un momento antes de que el calor de
su cuerpo empapara su piel. No le había oído acercarse, pero estaba justo
detrás, casi tocándolo.
¿Durante
cuánto tiempo? ¿Qué había oído?
—Tengo
que irme, Donghae. Te veré pronto —Junsu colgó el teléfono y se lo devolvió.
Estaba
cerca. Demasiado cerca. Y parecía enfadado.
— ¿Vas
a ir a verlo, Junsu? —le preguntó—. ¿O estás planeando hacer algo más?
—Supongo
que eso depende de ti.
— ¿Eso
qué se supone que quiere decir?
—Quiere
decir que si me dejas vivir el tiempo suficiente, entonces sí, voy a ver a Donghae.
— ¿Si
te dejo vivir lo suficiente? —Yoochun se pasó una mano por la cara en
frustración—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no te voy a hacer daño?
Él
podría decirlo hasta que el sol parpadeara y todavía no le creería.
—Lo
que quede de mí que sea enterrado junto a mi madre en San Antonio. Ella es la
única familia que tengo. Me gustaría ser enterrada a su lado si eso no causa
demasiado problema.
Su
rostro se oscureció, y oyó claramente como rechinaban las muelas.
—Nadie
va a enterrarte en ningún lado. No mientras yo todavía respire.
—Sí.
Eso fue lo que los Caballeros de la Luz también le dijeron a mi madre.
—Mierda
—murmuró Yoochun—. Realmente has pasado por el infierno, ¿no es así?
Junsu
no podía siquiera obligarse a asentir. Él sabía la verdad. Probablemente había
sido parte del tormento que su madre había atravesado —parte de la razón por la
que Junsu había sido arrastrado de un lugar a otro desde que podía recordar.
La
rabia se mezcló con sus facciones y él le ahuecó el lado de la cara en la mano.
La preocupación guiñando su oscura frente y un destello iluminando sus pálidos
ojos, haciéndolos brillantes. Su pulgar raspó ligeramente el hueso de su
mejilla, acariciando su piel hasta que vibró.
Se
sentía demasiado bien para ser real. Intentó recordarlo, pero con todo, le
costaba cada onza de la voluntad que tenía no inclinarse a su toque. No
perderse a sí mismo en la agradable calidez de su caricia.
Él
susurró:
—Lo
siento mucho, cariño. Sé que has estado pasando por mucho. Todo lo que puedo
decir es que esa parte de tu vida ahora se ha acabado. No voy a dejar que nadie
te vuelva a hacer daño.
Junsu
dejó que la fuerza de su resolución lo bañara. Sus palabras eran una promesa
dada por un hombre con poderes sobrenaturales. El diario de su madre decía que
eso quería decir que él tenía que mantener esa promesa.
Pero
de nuevo, quizás eso era sólo una mentira más que habían inventado para volver
a los humanos confiables y manejables.
—Eso
no lo sabes —le dijo.
Quería
haber puesto más calor en sus palabras, pero estas habían salido con un susurro
sin aire.
Él
cambió su postura, cerrando la distancia entre ellos. El intoxicante calor de
su cuerpo lo empapaba a través de sus ropas y entraba en su piel. Su especiada
esencia se abrigaba a su alrededor, haciendo que le diera vueltas la cabeza.
Tintineantes chispas de energía salían de su mano donde ahuecaba su cara. La
urgencia de frotarse a sí mismo contra él para absorber más de esa energía lo
estaba volviendo loco.
No
podía pensar correctamente cuando estaba usando esas armas en su contra.
Todo
en lo que podía pensar era en lo cerca que estaba él.
Junsu
se lamió los labios secos. Los ojos de Yoochun siguieron ese pequeño
movimiento. Sus pupilas dilatadas, se tragaban el pálido verde hasta que sólo
quedó un delgado borde de color. Parecía hambriento, igual que el depredador
que era, pero Junsu no podía siquiera preocuparse.
Sus
dedos se cerraron alrededor de duro músculo, y hasta entonces, no se había dado
cuenta que se había acercado a él. Estaba sujetando sus brazos, aferrando sus
bíceps igual que un salvavidas. Él estaba vibrando con tensión bajo las puntas
de sus dedos. Sintió sus músculos abultarse e hincharse y entonces su brazo
estuvo rodeando su cuerpo, atrayéndolo cerca.
No
intentó luchar con él. No le empujó para apartarlo. Y no sabía por qué.
Su
cabeza bajó hasta que su nariz estuvo a sólo una escasa pulgada de la suya.
La
respiración de Junsu se aceleró y su corazón latió más deprisa. Iba a besarlo e
iba a dejar que lo hiciera. Dios lo ayudara, necesitaba que él lo besara. Ya no
le importaba nada en absoluto que aquello fuera un truco. Lo deseaba demasiado
como para preocuparle.
Su
mano se deslizó por su mejilla hasta la parte de atrás de su cabeza. Él lo inclinó
de modo que tuviese un mejor ángulo. Podía sentir su enorme cuerpo temblando
con necesidad. O quizás era el único que estaba creando todo el temblor. No
podía estar seguro.
—Sabes
que voy a besarte ahora, ¿verdad? —preguntó él, su profunda voz baja en la
silenciosa casa.
Junsu
no podía hablar. Le dedicó un ligero asentimiento de cabeza. No sólo lo sabía,
lo deseaba.
Yoochun
cerró la distancia un centímetro en otra fracción de minuto. Junsu cerró los
ojos y se entregó. Él era su enemigo, pero eso parecía difícilmente importarle
ya. Si era condenado, quería serlo de esta manera —besando a un hombre que
hacía que le bullera la sangre y derritiera su cuerpo.
—Bien,
estás equivocado —le dijo—. Al igual que estás equivocado en todo lo demás.
Con
eso, lo dejó ir y dio un paso atrás.
Junsu
tuvo que agarrarse a la pared para estabilizarse a sí mismo. La cabeza le daba
vueltas y el cuerpo le dolía por la pérdida de su toque. Abrió los ojos justo a
tiempo para verle cerrar la puerta de un dormitorio detrás de él. Se deslizó
hacia abajo por la pared hasta que se sentó sobre la descolorida alfombra,
abrazando sus rodillas.
Él
no volvió a salir. No lo atacó. No hizo nada.
Sólo
se quedó encerrado detrás de esa puerta.
Junsu
esperó en agonía. Temblaba con frío y confusión. ¿Por qué no lo había besado?
Le habría dejado hacerlo. Demonios, le habría dejado hacer mucho más que sólo
besarlo.
¿Y
qué había querido decir él acerca de estar equivocado en todo lo demás?
Cuando
la niebla de la lujuria se desvaneció de su mente, se dio cuenta de que eso era
una buena cosa. No quería que él lo besara o hiciera nada. Era el enemigo. Junsu
planeaba y quería matarlo.
¿Verdad?
Junsu
se cubrió la cara con las manos y dejó escapar un frustrado gruñido.
Él
le había hecho esto a propósito. Estaba utilizando su diabólica magia para
confundirlo. Para manipularlo.
Esa
era la manera en que lo hacían los Caballeros de la Luz. Ellos engañaban a su
presa en complicidad. Los utilizaban y entonces los mataban.
El
diario de su madre había sido claro en eso.
Entonces,
¿por qué se había detenido él? Yoochun lo había tenido donde quería. ¿Por qué
detenerse allí?
Junsu
se enderezó sobre sus tambaleantes piernas. Tenía que pensar —alejarse de él lo
bastante para aclararse la cabeza. No podía huir porque tenía que acabar su
misión y rescatar a Donghae, pero podía poner bastante espacio entre ellos de
modo que su cerebro empezara a trabajar otra vez.
Se
volvió para encontrar algo que pudiera cortar el brazalete de su muñeca cuando
oyó un profundo gruñido de dolor procedente tras la puerta de Yoochun. Este se
detuvo como si se cortara de golpe; entonces hubo un ruido sordo igual al de
algo pesado cayendo al suelo. ¿Quizás un hombre de más de noventa kilos?
¿Qué
si estaba herido?
Junsu
estaba estirándose hacia el pomo de la puerta antes de que se diese cuenta de
que probablemente aquello era otro truco. Descolocarlo, entonces hacer que
fuese corriendo hacia él.
Eso
no iba a funcionar. No iba a caer en una trampa así.
Su
madre le había enseñado bien, y era hora de que Junsu empezara a escucharlo.
Oyó
otro gruñido filtrándose a través de la puerta y tuvo que cubrirse las orejas.
De pronto, sentía pesados los pies y su estómago se revolvió con náuseas, pero
se las ingenió para alejarse de Yoochun sin mirar atrás.
Yoochun
se estaba muriendo.
Su
cuerpo se arqueó bajo otra ola de dolor tan intensa que le cegó.
El
sudor empapó sus ropas y la tela se adhirió contra su piel hasta que estuvo
seguro de que estaba sangrando. Intentó arrastrarse al baño, para lavarse la sangre,
de modo que esta no pudiera atraer a los Yokai hacia Junsu, pero estaba
demasiado débil.
Los
miembros le temblaban e incluso el tomar otra respiración lo dejó exhausto.
Era
tan estúpido. Nunca debería haberse alejado de Junsu de esa manera. Había estado
tan cerca de besarlo —tan cerca de reclamarlo para sí mismo— pero algo le había
hecho retroceder.
Junsu
no confiaba en él. Él quería probarle que podía, y la única manera en que
pensaba podía hacerlo era mostrándole su contención.
Mal
plan.
Y
ahora estaba pagando el precio. Había tenido su oportunidad para saborear su
dulce boca y hacerlo a un lado, y esto lo había matado. Literalmente.
Otra
pulverizante ola de dolor se estrelló en él y obligó a salir el aire de sus
pulmones. Las lágrimas se derramaban por su cara, refrescando su caliente piel.
Cada músculo en su cuerpo vibraba bajo la fuerza de resistir la agonía de su
hinchado poder. Enormes puños de energía palpitaban en su interior, exigiendo
que fuera a Junsu y lo obligara a dejarlos salir. Hacer que el dolor se
detuviera. Pero era demasiado tarde para eso. No podía ir ahora. Ni siquiera
podía alzar la cabeza. Todo lo que podía hacer era tenderse allí y escuchar los
lamentables sonidos de dolor que emergían de su garganta.
Estaba
bastante seguro que eso sería la última cosa que oyera.
Este fic es una adaptación, no es mío,
yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: HUYENDO DEL MIEDO-
SHANNON K. BUTCHER. PAREJA PRINCIPAL: YOOSU.
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