domingo, 16 de febrero de 2014

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 4



Kim YoungWoon miró alrededor de su oficina a los hombres en los que más confiaba.
No les iba a gustar lo que tenía que decirles. Pero, de nuevo, esa era la hermosa historia de sus vidas durante esos días.

Como los únicos Amaterasu enlazados cercanos, Eric, Hyukjae y Yunho eran los hombres más estables en el grupo. Su dolor se había ido, y confiaba en ellos para pensar correctamente y asegurarse de que él no tomara ningún riesgo innecesario. Los tres tenían demasiado que perder para permitirle a YoungWoon hacer algo estúpido. Los otros no eran tan afortunados. Kang Baekho estaba aguantando muy bien. Había pasado a través de algunas asquerosas luchas, lo cual podían atestiguar las múltiples cicatrices que cruzaban su cara. Pero incluso así, parecía estar manteniéndose a sí mismo de una pieza. Quizás fuera el rompecabezas de todos esos artilugios tecnológicos que adoraba lo que le ayudaban a bloquear el dolor.

Lee Jinki era otra historia completamente diferente. YoungWoon no tenía ni una pista de lo que había detrás de aquellos oscuros ojos, pero sabía que cada vez que YoungWoon lo había necesitado, Jinki había estado allí, espada en mano. El hombre era más que letal. Hacía que asesinar pareciera hermoso —algún tipo de arte exótico. Una vez que su marca de vida fuese estéril, todos ellos estarían en problemas. Le necesitaban demasiado para perderle.

Y, luego, allí estaba Siwon —un Susano. Al igual que todos los miembros de su raza, estaba hermosamente constituido. Alto y delgado, con helados ojos que YoungWoon se cuidaba de no mirar durante demasiado tiempo. Sólo por si acaso. YoungWoon no confiaba en Siwon igual que lo hacía en los otros en la habitación, pero confiaba en que mantuviese su verdadera forma.

Siwon miraba por sí mismo, y a causa de eso —porque todos ellos estaban en peligro— YoungWoon lo necesitaba a bordo.

— ¿Va a llevar mucho tiempo? —Preguntó Hyukjae—. Tengo que volver con Donghae.
— ¿Cómo está? —preguntó YoungWoon.

—Exhausto. Él y Hyesung han estado trabajando en reparar el muro durante casi una semana hasta ahora y están perdiendo el ímpetu.

—Eso es verdad —dijo Eric, el marido de Hyesung—. Sólo estamos a medio terminar la sección rota y el progreso se hace más lento cada día. Las parejas no pueden recuperar sus fuerzas lo bastante rápido para mantener la marcha de esta manera.

— ¿Qué hay de Jaejoong? —preguntó YoungWoon, mirando a Yunho.

Yunho sacudió la cabeza. Su pelo se veía como si estuviese pasando las manos a través de él, haciendo un desastre.

—Jaejoong es fantástico si quieres hacer volar algo, pero no es bueno volviendo a unir las cosas. Todavía es nuevo con sus poderes, y aunque lo ha estado intentando, todo ese trabajo de reparación lo que hace es frustrarlo y dejarlo exhausto.

—De acuerdo —dijo YoungWoon—. Sácalo del muro. Ponlo a custodiar el perímetro con los hombres. Si algo viene hacia nosotros antes de que el muro esté levantado, podrá volar todo lo que quiera.

—Gracias. Eso ayudará. De esa manera quizás sea capaz de pasar más tiempo con Kibum.

Kibum era el hermano menor de Jaejoong. Durante un ataque cuando era un niño, la conciencia de Kibum había sido fragmentada y puesta en las mentes de docenas de orochi, criaturas que los Yokai utilizaban para cazar a sus presas. Ninguno de los Susano’s había visto antes nada igual a eso y no sabían cómo sanarlo. Lo que sabían era que Kibum era capaz de salvar la vida de uno de sus hombres. Sólo que no habían adivinado a cuál. Cada hombre libre aquí había ido al lado de su cama y buscaba una señal de que quizás fuera compatible con ellos. Ninguno había visto o sentido nada. YoungWoon miró a Siwon, el cual era uno de los más dotados sanadores que tenían.

— ¿Cómo está Kibum?

—Todavía no ha recuperado la conciencia —dijo Siwon—. Pero ya no parece estar debilitándose. Si encontramos a su Amaterasu, es posible que él ayudara a que su mente sanara lo suficiente para que pudiera despertar.

Si lo encontraban. Por ahora, no habían tenido nada de suerte. Él rogaba que uno de los Amaterasu de fuera de esas paredes pudiera salvarlo. Necesitaban desesperadamente que Kibum dejara de dormir.

—Lo estamos buscando —dijo YoungWoon—. He enviado aviso de que está aquí a todos los guerreros. Es sólo cuestión de tiempo antes de que los Amaterasu empiecen a aparecer en tropel.

—Diles que se den prisa —dijo Siwon—. No sé cuánto tiempo más podré mantener su cuerpo vivo con su mente en su actual estado.

A YoungWoon no le gustaba la idea de un puñado de hombres extraños entrando en tropel en la habitación de Kibum, pero si esa era la manera que tenían de salvarlo, entonces lo harían. Él todavía tenía hombres en el campo que todavía no habían sido capaces de volver y ver si Kibum podía salvar alguno de ellos. Quería que ellos tuvieran primero su oportunidad antes de que empezaran a llegar Amaterasu de otros países. Si ninguno de ellos era compatible, entonces enviaría aviso más allá de los mares a las fortalezas de allí.

—Taemin ha estado ayudándonos a vigilarlo y está haciendo un gran trabajo —dijo Yunho.

—Mientras tanto —dijo YoungWoon—, teniendo en cuenta la advertencia de Siwon, daré órdenes a todos los Amaterasu que rastreen a los orochi y los maten. Si parte de su mente está en los orochi, matarlos puede ayudar a liberarlo.

—Minho ha estado haciendo eso durante días hasta ahora y parece estar ayudando —dijo Siwon—. El tiempo lo dirá.


YoungWoon quería hacer más preguntas. Quería ir a Kibum para ver si podría salvarle a él, pero no se atrevía. Él era el líder de los Amaterasu. Sus necesidades vendrían al final, después de las de todos sus hombres. Se había prometido a sí mismo que antes de llamar a los líderes de más allá de los mares, iría a Kibum.

— ¿Y los que fueron heridos en el ataque? —preguntó YoungWoon, esperando distraerse a sí mismo con trabajo.

Los ojos de Siwon se iluminaron con un helado brillo durante un rápido segundo —tan breve que YoungWoon no estaba seguro de haberlo visto.

—Junjin está todavía inconsciente. Kyuhyun, Hangeng y yo estamos haciendo todo lo que podemos, pero no se ve esperanzador. Hay algunos humanos heridos, todos los cuales se recuperarán. Pero se han perdido dos. Minam y Taekyun han muerto protegiendo a su hijo.

El peso de esa pérdida pesaba con fuerza en el corazón de YoungWoon. Se suponía que Castillo Matsumoto era un lugar de seguridad y refugio. Había prometido a todos los humanos que estarían a salvo allí.

Se había equivocado, lo cual le hacía preguntarse en qué más se estaría equivocando. ¿Cuántos otros errores habría cometido? ¿Y cuántos de esos errores iban a significar el sufrimiento y la muerte de aquellos que él había nacido para proteger?
—Si necesitas algo, házmelo saber —dijo YoungWoon.
Siwon le dio un formal asentimiento de cabeza.
—Por supuesto.
—Ahora, sobre el por qué os he reunido a todos vosotros aquí. No son buenas noticias.
Hyukjae rodó los ojos y bufó.
— ¿Cuándo lo son?
YoungWoon odiaba pronunciar las palabras, pero no tenía elección.

—Todos nosotros creímos que nuestros muros eran seguros, que los Yokai no podrían acceder a ellos a menos que viniesen a través del puente en el frente. Obviamente, estábamos equivocados.



Los hombres se movieron incómodos. Excepto Jinki, quien se sentaba inmóvil, su cara sin expresión.

YoungWoon sabía que todos ellos estaban pensando lo mismo. No había manera de mantener a los humanos a salvo aquí si esas paredes no resistían. No había suficientes de ellos para dejarlos como guardia y con todo librar una guerra. Si los muros caían, no tendrían juramento que mantener —proteger a los humanos, o matar a los Yokai y proteger la puerta.
—Las buenas noticias son que el muro no se cayó porque fuese débil o porque la magia que lo imbuye haya fallado.
— ¿Entonces por qué? —preguntó Hyukjae.
Un amargo sabor flotaba en la boca de YoungWoon.

—Alguien dentro de Castillo Matsumoto los dejó entrar. Sabotearon las piedras protectoras y crearon una abertura.

Un espeso y sofocante silencio llenó el cuarto. A YoungWoon le había llevado cuatro horas digerir las noticias que le había dado Baekho. Se imaginó que les debía a sus hombres al menos unos pocos segundos.

— ¿Quién? —preguntó Jinki, enfatizando la pregunta con el sonido siseante de acero contra acero cuando extrajo su espada.

YoungWoon alzó una mano reteniéndolo.
—Cálmate, Jinki. No lo sabemos. Aún.
— ¿Cómo lo has descubierto? —preguntó Eric.

Las líneas de su rostro se profundizaron con temor. Él tenía más que perder que ninguno de ellos –ambos, un esposo e hija. La única niña Amaterasu que les dejaron.
YoungWoon miró a Baekho y le dedicó un ligero asentimiento.

Baekho se puso graciosamente en pie.

—Revisé el vídeo de vigilancia del ataque. La brecha sucedió en un punto cubierto por dos cámaras. Ambas habían sido deshabilitadas.
— ¿Estás seguro de que no fue alguna clase de problema técnico? —preguntó Yunho.
—Sí. Volví a través del vídeo al punto donde las cámaras dejaron de funcionar. Fueron deshabilitadas una por una. Quien quiera que lo haya hecho habría sido visible para alguna de las cámaras ocultas, pero sabían bastante de nuestra seguridad para mantener el rostro apartado.
— ¿Quién era? —preguntó Jinki en una voz tranquila.
—No puedo decírtelo. Era un hombre que llevaba una camisa de trabajo con capucha. Conseguí algunas capturas de la parte de atrás de su cabeza.
—Muéstramelas —dijo Jinki.

Baekho lanzó una nerviosa mirada a YoungWoon. La espada de Jinki estaba todavía desenfundada, brillando con letal intención.

—Baja la espada, Jinki —le ordenó YoungWoon.
—Voy a matarlo —dijo Jinki.

Su voz más fría y tranquila, al igual que su oscura mirada.

—Nadie va a matar a nadie hasta que estemos seguros de quién es y los interroguemos. Ahora, baja la espada.
Jinki enfundó su espada.
Baekho abrió su portátil y escribió algunos comandos.

Giró el aparato dándole la vuelta de modo que el resto de la habitación pudiera ver las capturas del video.

La imagen era clara, pero no había mucho sobre lo que ir —sólo algunos flashes de la parte de atrás de la encapuchada cabeza de un hombre. Un vislumbre de una mano enguantada.

— ¿Alguien lo reconoce? —preguntó Baekho.

Nadie habló.

— ¿Estás seguro de que es alguien que vive aquí? —Le preguntó Yunho—. ¿Podría haber sido un intruso?

Baekho sacudió la cabeza.

—Es posible, pero comprobé todas las entradas a través de la puerta frontal durante los diez días encaminándome hacia el ataque y no encaja con ninguna de las personas que vinieron.

—Podría ser un humano —dijo Jinki.

—Quizás. Es difícil de decir sólo por su constitución bajo la holgada camiseta de trabajo, pero podría haberse disfrazado, hacer que pareciera más grande de modo que pensáramos que era uno de los nuestros.

Siwon había estado silencioso mientras, pero YoungWoon vio el ligero ceño estropeando su entrecejo.

— ¿En qué estás pensando, Siwon? —preguntó YoungWoon.



—Puedo averiguar si alguno de los humanos sabe acerca de esto. Todo lo que tengo que hacer es alimentarme de ellos y buscar en sus recuerdos.
—Eso quizás parezca sospechoso —dijo Baekho.
—No ahora. No cuando hay tantos todavía heridos y en necesidad de asistencia. Ponlos al tanto de una llamada por sangre, y eso ayudará a enmascarar nuestra verdadera tarea.
—No quiero que nadie más nos ayude con esto. No quiero que nadie fuera de esta habitación sepa lo que está pasando.
La boca de Siwon se apretó.
—Entonces te sugiero que no dejes que ninguno de los otros Susano te sanen. Si lo necesitas, sólo llámame, o los otros descubrirán lo que estás intentando ocultar.

A YoungWoon no le gustaba eso ni un poco. Ni tampoco a ninguno de sus hombres, a juzgar por sus miradas de disgusto.

—No tenemos privacidad con esos chupasangres alrededor —dijo Jinki.
— ¿Pero las docenas de cámaras y cerraduras electrónicas que rastrean nuestras idas y venidas son agradables? —preguntó Siwon.
—Esas no han jodido con nuestras cabezas —dijo Baekho.

Siwon alzó las manos. Sus dedos eran largos y elegantes, igual que si hubiese nacido para ser un artista o cirujano.

—Todo lo que quiero decir es que un secreto como ese no permanecerá oculto por mucho tiempo. No en un lugar como este. Tenemos que descubrir quién es ese hombre rápidamente o se habrá ido antes de que podamos hacerlo. Suponiendo que no lo haya hecho ya.
—Estoy de acuerdo —dijo YoungWoon—. Baekho, quiero que recopiles todo lo que puedas de ese tipo.
—Ya lo he hecho. También estoy trabajando en un programa que intentará identificarle basándose en sus apariciones comparando sus movimientos en este video con imagen actuales que hayan recogido las cámaras.
— ¿Puedes hacer eso? —preguntó Eric.
—Claro. No al cien por cien, pero ayudará a reducir el número de gente que posiblemente no pudiera ser nuestro tipo. Me imagino que si puedo reducir nuestra lista a un par de posibles docenas, hará las cosas mucho más fáciles.

—Bien —dijo YoungWoon—. Mientras tanto, quiero que mantengáis vuestros ojos y oídos abiertos y vuestras bocas cerradas. Eric, Yunho y Hyukjae, intentad ocultar esto de las parejas si podéis. Ya tienen bastante en sus platos ahora mismo sin tener que preocuparse por esto también.

Los tres Amaterasu vinculados asintieron en acuerdo.

—Y cuando lo encontremos —dijo Jinki en un frío tono sin emoción—, todos vosotros podréis divertiros con él y hacerle las preguntas que queráis, pero cuando lo hayáis hecho, él es mío para matarlo.


Yoochun no llevó a Junsu al complejo como había esperado. En vez de eso, tiró por el camino de una modesta granja al norte de la frontera entre Chugoku y Chubu, bien alejada del trillado camino.

— ¿Qué estamos haciendo aquí? —preguntó, mirando la casa.

El interior estaba oscuro, pero la luz del porche delantero ardía brillando a modo de bienvenida. No había forma de que esto fuese lo suficientemente grande para ser el complejo tras los que él y los Kotama estaban.
Se suponía que habría docenas de esos tíos vigilando los alrededores.
—Esta es una de nuestras casas Pami. Aquí estamos a salvo así que podremos descansar un poco —dijo Yoochun—. No sé tú, pero yo estoy molido.

Estaba cansado, pero sólo porque había estado trabajando cada momento disponible durante la última semana. Sabía que después de su llamada telefónica a Yoochun, no tendría mucho tiempo, y necesitaba bastante dinero para mantenerse a sí mismo y a Donghae a salvo una vez estuvieran libres.

—Puedo turnarme conduciendo. Sólo dime a dónde vamos.
Yoochun le lanzó una sospechosa mirada.
— ¿Quieres mis llaves de modo que puedas huir otra vez?
Junsu alzó su brazalete y lo movió ante él.
— ¿Cómo puedo huir cuando llevo esta cosa?
—No lo sé, pero si alguien puede encontrar una manera, ese eres tú. No dudo de que royeras tu propia mano si eso es todo lo que te costaría.
—No confías en mí, ¿verdad?
—Infiernos, no. He pasado demasiadas semanas cazándote como para cometer el mismo error dos veces. Pero en caso de que encuentres una manera, quiero que tengas esto —sacó la billetera de su bolsillo trasero y le entregó una pila gruesa de billetes.

Billetes de cien dólares.



Junsu contempló el dinero, mirándolo fijamente. Allí habría cerca de dos mil dólares. ¿Qué demonios?

—Si vas a irte otra vez —si algo me sucede—, no quiero que tengas que coger un trabajo en un lugar sórdido como aquel. Apuesto a que los hombres como esos se toman demasiadas libertades con tu trasero y, simplemente, no puedo soportarlo.
No sabía que decir. Nunca había tenido tanto dinero en toda su vida.
—No puedo aceptarlo —se las ingenió finalmente para farfullar.
Le tendió el dinero.
Yoochun lo tomó, lo dobló a la mitad y lo deslizó en el bolsillo delantero de su delantal.
—Quizás lo necesites. Yo no. Sólo considéralo un pago por toda la gasolina que hice que quemaras alejándote de mí.

Antes de que pudiera encontrar una respuesta a eso, él salió del vehículo y agarró su maletín de la parte de atrás. Junsu lo observó deslizar las llaves profundamente en el bolsillo delantero del pantalón. Quería saber dónde estaban en caso de que tuviera que salir de aquel lío. No es que eso fuese probable. A menos que hubiese alguna cizaña o cortador de alambre en aquella casa. El oro era tan delgado que quizás pudiera obtener incluso unas tijeras robustas en alguna parte.

E incluso si conseguía liberarse, ¿entonces qué? Esta era su oportunidad para salvar a Donghae —para derribar a un puñado de peligrosos maníacos antes de que pudieran secuestrar a alguien más. No huiría de eso. No podía dejar que Donghae se las arreglara por sí mismo.
Yoochun le abrió la puerta y le ofreció una mano para bajar. Tenía manos encantadoras. Fuertes y amplias manos con sólo bastante rugosidad para hacer su piel más sensible cuando lo tocaba.
Cuando. No sí. Había estado con él durante tres horas completas y ya había perdido eso. A este paso, le estaría besando el culo al amanecer.
Lo cual no sonaba como una cosa completamente mala. Si su trasero era tan agradable bajo sus vaqueros como parecía, realmente podría disfrutarlo.

Junsu respiró profundamente, buscando su resolución —su jodida cordura. No podía dejar que él lo consiguiera, sin importar cuánto apelara al paquete.
No podía dejar que lo abrazara nunca más. No podía dejar que lo tocara. No podía dejarle hacerle cosas que sabía no eran reales.
Donghae era real. El peligro era real. El resto de esto —las enmarañadas sensaciones que tenía cuando él lo tocaba— eran solo fingidas. Un truco de la mente.

Ignoró la mano que le ofrecía y saltó de la camioneta, aterrizando sobre los dedos de sus pies. Él ni siquiera parpadeó. En vez de eso, le dedicó una conocedora sonrisa.
— ¿Te estoy consiguiendo, cariño? ¿Quizás rayando contra esa vena de independencia tuya?
—No sabes nada acerca de mí. No finjas que lo sabes.

Él lo siguió a la puerta, alcanzando la luz del porche y sacando una pequeña caja magnética que contenía una llave.

—Te conozco en abundancia. Donghae me ha dicho todo acerca de ti.
—Donghae no me conoce tan bien. Sólo lo he conocido durante unos pocos meses.
—No dirías eso por la forma en la que habla. Juro que actúa como si hubieseis crecido juntos.
Yoochun abrió la puerta y miró detenidamente al interior antes de dejar entrar a Junsu.
—Donghae se preocupa mucho por ti, ¿sabes?

Junsu se negó a dejarle ver lo mucho que eso lo molestaba. Donghae era quién estaba en un problema, ¿y todavía se preocupaba por Junsu? No había una persona más cariñosa sobre la faz del planeta, y se sentía honrado de haber conocido a Donghae, incluso por un breve espacio de tiempo como el que había tenido. Con algo de suerte, tendrían mucho tiempo para llegar realmente a conocerse el uno a l otro.

—Deberías llamarlo y decirle que estoy llegando. Mejor aún, déjame usar tu teléfono y se lo diré yo mismo.

Yoochun la contempló durante un largo momento, haciéndolo querer retorcerse bajo su pálida mirada.
—Nada gracioso —le advirtió él.
— ¿Cómo qué?
—Como llamar a la policía. No tengo tiempo para tratar con ellos, y juro que si lo haces, te pondré sobre mis rodillas y te azotaré.

Junsu se rió. No podía evitarlo. Él estaba loco si pensaba que iba a dejar que eso sucediera. Lo mataría antes.

—Podrías intentarlo. Pero te prometo que no lo intentarías una segunda vez.
— ¿Una cosita pequeña como tú haciéndome daño? No puedo creerlo.
— ¿Deberíamos comprobar la teoría? —le desafió.
Él sonrió y le dedicó un guiño.

—Quizás más tarde. Después de que haya comido. Tengo el presentimiento de que necesitaré conservar mis fuerzas contigo, ¿no es cierto?
—Definitivamente.

Yoochun dejó la habitación, encendiendo las luces mientras se dirigía a la cocina. Junsu esperó hasta que su cabeza estuvo en el frigorífico antes de marcar el número de Donghae.

— ¿Lo encontraste, Yoochun? —respondió Donghae. Su voz vacilante con la fatiga, haciendo que Junsu se preguntara por cuánto había estado pasando—. ¿Está Junsu a salvo?
—Hey, hola, Donghae. Soy Junsu.
La exhalación de alivio de Donghae llenó la línea.
—Gracias a dios, estás bien. ¿Qué pasó?

Yoochun no le estaba prestando atención, pero suponía que estaría escuchando cada palabra que decía. No podía decirle realmente a Donghae que la aterrada llamada de teléfono que le había hecho la pasada semana había sido un truco —una manera de hacer que Yoochun viniese a su lado.
Y había funcionado. Mejor de lo que había esperado.

—Te lo diré después —dijo Junsu—. Todo lo que tienes que saber ahora es que estoy yendo hacia ti.
— ¡Eso es fantástico! Realmente te he extrañado. Como también la Señorita Boa.
— ¿Ella también está ahí?
—Sí. Los Caballeros de la Luz no podían eliminarle los suficientes los recuerdos para hacer que fuera seguro devolverla a su casa, así que la trajeron aquí. Incluso se las arreglaron para sanar algo de su artritis así que ya no necesita un andador. Increíble, ¿huh?

Junsu se quedó mudo. ¿Habían sanado a la Señorita Boa? ¿Por qué harían eso? Era demasiado vieja para pelear contra nada que ellos quisieran hacerle. Podrían haberse alimentado de ella, bebido toda su sangre y dejarla morir en su casa. Nadie siquiera habría sabido quién la había asesinado.

— ¿Junsu? ¿Estás todavía ahí?
Junsu se aclaró la garganta.
—Sí, estoy aquí.
— ¿Estás bien?
—Bien. Sólo… entendiendo algunas cosas.
Donghae bajó la voz.
— ¿Yoochun está bien? No lo estaba llevando muy bien la última vez que hablamos.

Junsu miró hacia la cocina. Estaba cortando una manzana. Mirándolo.
Se volvió y se alejó del umbral, bajando por el estrecho corredor.

—Él está bien.
—Entonces debe tener razón.
— ¿Sobre qué?
—Él es tu Hyukjae.
— ¿Qué?
—En realidad es una larga historia, pero juro que tiene un gran final. Sólo escucha tus instintos y estarás bien. Ambos lo estaréis.
—No tiene ningún sentido lo que dices, Donghae.

Ahí estaba de nuevo, ¿por qué debería? Le habían lavado el cerebro.

—Quizás ahora no, pero lo hará con algo de tiempo. Él es un buen hombre. Se merece ser feliz. Todos ellos se lo merecen.

¿Feliz? Claramente, el Donghae que Junsu había conocido se había ido. Lo habían convertido completamente, lavándole el cerebro para que creyera lo que estaba diciendo. A Junsu le tomó cada gramo de fuerza no dejar que las lágrimas cayeran de sus ojos. Era demasiado tarde. Incluso si sacaba a Donghae de allí, no estaba seguro de que pudiera salvarlo.
Los Kotama le habían advertido que quizás pasara esto, pero hasta ahora, Junsu no había querido creerlo.

—Si hay alguna cosa allí de la que no puedas separarte, empaquétala y estate listo para irnos —dijo Junsu. Su voz rota, pero contuvo las lágrimas—. Ocúpate de que la Señorita Boa haga lo mismo —no tenía idea de cómo iba a liberarlos a ambos, pero tenía que intentarlo. No podía dejar a la Señorita Boa detrás.
— ¿Qué? ¿Por qué?
—Ahora no puedo hablar. Te contaré todo cuando esté ahí —asumiendo que se las ingeniara para conseguir apartar a Donghae de su captor el tiempo suficiente para hablar en privado.
—No sé de qué estás hablando, pero no voy a dejar a Hyukjae. Le amo.
Junsu ya estaba listo para su resistencia. Sabía que no sería fácil sacar a Donghae de sus captores.
—No te haría eso —mintió Junsu—. No te preocupes.
— ¿Qué estás maquinando? —Preguntó Donghae—. Sé que estás planeando algo. Puedo oír girar los engranajes de tu cabeza desde aquí.
—No estoy planeando nada —otra mentira, pero una necesaria—. Sólo olvida lo que he dicho.
—Sé que no confías en estos tíos, pero verás cuando llegues aquí lo equivocado que estás. No son los monstruos que tú piensas. Lo juro. Yo estaba equivocado acerca de mi visión. Acerca de Hyukjae. Nunca se quedó allí de pie y observándome morir.

Por supuesto que eso era lo que diría. Probablemente habían engañado a Donghae para que creyera que su visión de muerte no era real. Ellos le hicieron creer esto, al igual que le hicieron creer que la Señorita Boa estaba viva y bien cuando probablemente estaría muerta sobre el suelo de su casa en Shikoku.
—Estoy seguro de que estás bien —dijo Junsu, sólo para apaciguar a Donghae—. Yo tengo mucho que aprender.
—No te preocupes. Hyukjae es un gran profesor. Estoy seguro de que Yoochun también lo será.
Por encima del cadáver de Junsu.
Sintió los ojos de Yoochun deslizándose sobre sí un momento antes de que el calor de su cuerpo empapara su piel. No le había oído acercarse, pero estaba justo detrás, casi tocándolo.
¿Durante cuánto tiempo? ¿Qué había oído?

—Tengo que irme, Donghae. Te veré pronto —Junsu colgó el teléfono y se lo devolvió.

Estaba cerca. Demasiado cerca. Y parecía enfadado.

— ¿Vas a ir a verlo, Junsu? —le preguntó—. ¿O estás planeando hacer algo más?
—Supongo que eso depende de ti.
— ¿Eso qué se supone que quiere decir?
—Quiere decir que si me dejas vivir el tiempo suficiente, entonces sí, voy a ver a Donghae.
— ¿Si te dejo vivir lo suficiente? —Yoochun se pasó una mano por la cara en frustración—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no te voy a hacer daño?

Él podría decirlo hasta que el sol parpadeara y todavía no le creería.
—Lo que quede de mí que sea enterrado junto a mi madre en San Antonio. Ella es la única familia que tengo. Me gustaría ser enterrada a su lado si eso no causa demasiado problema.

Su rostro se oscureció, y oyó claramente como rechinaban las muelas.
—Nadie va a enterrarte en ningún lado. No mientras yo todavía respire.
—Sí. Eso fue lo que los Caballeros de la Luz también le dijeron a mi madre.
—Mierda —murmuró Yoochun—. Realmente has pasado por el infierno, ¿no es así?


Junsu no podía siquiera obligarse a asentir. Él sabía la verdad. Probablemente había sido parte del tormento que su madre había atravesado —parte de la razón por la que Junsu había sido arrastrado de un lugar a otro desde que podía recordar.
La rabia se mezcló con sus facciones y él le ahuecó el lado de la cara en la mano. La preocupación guiñando su oscura frente y un destello iluminando sus pálidos ojos, haciéndolos brillantes. Su pulgar raspó ligeramente el hueso de su mejilla, acariciando su piel hasta que vibró.

Se sentía demasiado bien para ser real. Intentó recordarlo, pero con todo, le costaba cada onza de la voluntad que tenía no inclinarse a su toque. No perderse a sí mismo en la agradable calidez de su caricia.

Él susurró:
—Lo siento mucho, cariño. Sé que has estado pasando por mucho. Todo lo que puedo decir es que esa parte de tu vida ahora se ha acabado. No voy a dejar que nadie te vuelva a hacer daño.
Junsu dejó que la fuerza de su resolución lo bañara. Sus palabras eran una promesa dada por un hombre con poderes sobrenaturales. El diario de su madre decía que eso quería decir que él tenía que mantener esa promesa.

Pero de nuevo, quizás eso era sólo una mentira más que habían inventado para volver a los humanos confiables y manejables.

—Eso no lo sabes —le dijo.

Quería haber puesto más calor en sus palabras, pero estas habían salido con un susurro sin aire.

Él cambió su postura, cerrando la distancia entre ellos. El intoxicante calor de su cuerpo lo empapaba a través de sus ropas y entraba en su piel. Su especiada esencia se abrigaba a su alrededor, haciendo que le diera vueltas la cabeza. Tintineantes chispas de energía salían de su mano donde ahuecaba su cara. La urgencia de frotarse a sí mismo contra él para absorber más de esa energía lo estaba volviendo loco.

No podía pensar correctamente cuando estaba usando esas armas en su contra.
Todo en lo que podía pensar era en lo cerca que estaba él.

Junsu se lamió los labios secos. Los ojos de Yoochun siguieron ese pequeño movimiento. Sus pupilas dilatadas, se tragaban el pálido verde hasta que sólo quedó un delgado borde de color. Parecía hambriento, igual que el depredador que era, pero Junsu no podía siquiera preocuparse.

Sus dedos se cerraron alrededor de duro músculo, y hasta entonces, no se había dado cuenta que se había acercado a él. Estaba sujetando sus brazos, aferrando sus bíceps igual que un salvavidas. Él estaba vibrando con tensión bajo las puntas de sus dedos. Sintió sus músculos abultarse e hincharse y entonces su brazo estuvo rodeando su cuerpo, atrayéndolo cerca.
No intentó luchar con él. No le empujó para apartarlo. Y no sabía por qué.
Su cabeza bajó hasta que su nariz estuvo a sólo una escasa pulgada de la suya.

La respiración de Junsu se aceleró y su corazón latió más deprisa. Iba a besarlo e iba a dejar que lo hiciera. Dios lo ayudara, necesitaba que él lo besara. Ya no le importaba nada en absoluto que aquello fuera un truco. Lo deseaba demasiado como para preocuparle.
Su mano se deslizó por su mejilla hasta la parte de atrás de su cabeza. Él lo inclinó de modo que tuviese un mejor ángulo. Podía sentir su enorme cuerpo temblando con necesidad. O quizás era el único que estaba creando todo el temblor. No podía estar seguro.
—Sabes que voy a besarte ahora, ¿verdad? —preguntó él, su profunda voz baja en la silenciosa casa.

Junsu no podía hablar. Le dedicó un ligero asentimiento de cabeza. No sólo lo sabía, lo deseaba.
Yoochun cerró la distancia un centímetro en otra fracción de minuto. Junsu cerró los ojos y se entregó. Él era su enemigo, pero eso parecía difícilmente importarle ya. Si era condenado, quería serlo de esta manera —besando a un hombre que hacía que le bullera la sangre y derritiera su cuerpo.

—Bien, estás equivocado —le dijo—. Al igual que estás equivocado en todo lo demás.
Con eso, lo dejó ir y dio un paso atrás.

Junsu tuvo que agarrarse a la pared para estabilizarse a sí mismo. La cabeza le daba vueltas y el cuerpo le dolía por la pérdida de su toque. Abrió los ojos justo a tiempo para verle cerrar la puerta de un dormitorio detrás de él. Se deslizó hacia abajo por la pared hasta que se sentó sobre la descolorida alfombra, abrazando sus rodillas.

Él no volvió a salir. No lo atacó. No hizo nada.
Sólo se quedó encerrado detrás de esa puerta.

Junsu esperó en agonía. Temblaba con frío y confusión. ¿Por qué no lo había besado? Le habría dejado hacerlo. Demonios, le habría dejado hacer mucho más que sólo besarlo.
¿Y qué había querido decir él acerca de estar equivocado en todo lo demás?

Cuando la niebla de la lujuria se desvaneció de su mente, se dio cuenta de que eso era una buena cosa. No quería que él lo besara o hiciera nada. Era el enemigo. Junsu planeaba y quería matarlo.
¿Verdad?
Junsu se cubrió la cara con las manos y dejó escapar un frustrado gruñido.
Él le había hecho esto a propósito. Estaba utilizando su diabólica magia para confundirlo. Para manipularlo.

Esa era la manera en que lo hacían los Caballeros de la Luz. Ellos engañaban a su presa en complicidad. Los utilizaban y entonces los mataban.

El diario de su madre había sido claro en eso.

Entonces, ¿por qué se había detenido él? Yoochun lo había tenido donde quería. ¿Por qué detenerse allí?

Junsu se enderezó sobre sus tambaleantes piernas. Tenía que pensar —alejarse de él lo bastante para aclararse la cabeza. No podía huir porque tenía que acabar su misión y rescatar a Donghae, pero podía poner bastante espacio entre ellos de modo que su cerebro empezara a trabajar otra vez.

Se volvió para encontrar algo que pudiera cortar el brazalete de su muñeca cuando oyó un profundo gruñido de dolor procedente tras la puerta de Yoochun. Este se detuvo como si se cortara de golpe; entonces hubo un ruido sordo igual al de algo pesado cayendo al suelo. ¿Quizás un hombre de más de noventa kilos?
¿Qué si estaba herido?

Junsu estaba estirándose hacia el pomo de la puerta antes de que se diese cuenta de que probablemente aquello era otro truco. Descolocarlo, entonces hacer que fuese corriendo hacia él.

Eso no iba a funcionar. No iba a caer en una trampa así.

Su madre le había enseñado bien, y era hora de que Junsu empezara a escucharlo.
Oyó otro gruñido filtrándose a través de la puerta y tuvo que cubrirse las orejas. De pronto, sentía pesados los pies y su estómago se revolvió con náuseas, pero se las ingenió para alejarse de Yoochun sin mirar atrás.


Yoochun se estaba muriendo.
Su cuerpo se arqueó bajo otra ola de dolor tan intensa que le cegó.

El sudor empapó sus ropas y la tela se adhirió contra su piel hasta que estuvo seguro de que estaba sangrando. Intentó arrastrarse al baño, para lavarse la sangre, de modo que esta no pudiera atraer a los Yokai hacia Junsu, pero estaba demasiado débil.

Los miembros le temblaban e incluso el tomar otra respiración lo dejó exhausto.

Era tan estúpido. Nunca debería haberse alejado de Junsu de esa manera. Había estado tan cerca de besarlo —tan cerca de reclamarlo para sí mismo— pero algo le había hecho retroceder.

Junsu no confiaba en él. Él quería probarle que podía, y la única manera en que pensaba podía hacerlo era mostrándole su contención.
Mal plan.

Y ahora estaba pagando el precio. Había tenido su oportunidad para saborear su dulce boca y hacerlo a un lado, y esto lo había matado. Literalmente.

Otra pulverizante ola de dolor se estrelló en él y obligó a salir el aire de sus pulmones. Las lágrimas se derramaban por su cara, refrescando su caliente piel. Cada músculo en su cuerpo vibraba bajo la fuerza de resistir la agonía de su hinchado poder. Enormes puños de energía palpitaban en su interior, exigiendo que fuera a Junsu y lo obligara a dejarlos salir. Hacer que el dolor se detuviera. Pero era demasiado tarde para eso. No podía ir ahora. Ni siquiera podía alzar la cabeza. Todo lo que podía hacer era tenderse allí y escuchar los lamentables sonidos de dolor que emergían de su garganta.


Estaba bastante seguro que eso sería la última cosa que oyera.


Este fic es una adaptación, no es mío, yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: HUYENDO DEL MIEDO- SHANNON K. BUTCHER. PAREJA PRINCIPAL: YOOSU.

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