CAPÍTULO 6
Yoochun
estaba muerto. Sabía que tenía que estarlo, porque había estado vivo durante
siglos y nada que hubiera experimentado antes había sido tan bueno.
Abrió
los ojos apenas para ver la cabeza de Junsu. Su suave cabello marrón era un
completo desastre, como si él hubiera estado frotando su cara sobre las finas
hebras durante horas, revolviéndolos con su barba de tres días. Basándose en la
brillante luz del día filtrándose por entre las cortinas, ese debía haber sido
el caso.
Su
cuerpo estaba curvado sobre el suyo, tocando en tantos lugares como le era
posible. Era cálido y flexible, y la sensación de tener su dulce trasero
presionándose contra su polla dura era suficiente para hacerle creer en el
cielo. Su brazo estaba enrollado con fuera a su alrededor, manteniéndolo en el
sitio, y sus dedos se habían colado bajo su camisa para posarse sobre sus
costillas. La sensación de la piel desnuda de Junsu bajo su mano era demasiado
buena para ser cierta. Tenía que estar muerto, o soñando.
Lentamente,
la niebla que llenaba su cabeza empezó a disiparse lo suficiente para reconocer
lo que le rodeaba. No estaba muerto. Estaba tumbado en el suelo de la casa Pami
con sólo la anticuada alfombra para amortiguar sus cuerpos. No era lo
suficientemente suave para Junsu, pero no estaba muy seguro de cómo solucionar
eso. Su cerebro todavía estaba agotado y su sangre hervía con una lenta llama
de excitación sexual.
No
habían tenido sexo. Lo sabía cierto porque no había manera de que hubiera
olvidado algo así. Además, estaban ambos todavía vestidos y en el suelo. A Yoochun
le gustaba pensar que era lo suficientemente cortés como para ponerlo en la
cama antes de tomarlo.
Así
que, si no lo había seducido, ¿cómo lo había llevado ahí?
Lo
último que recordaba era el dolor. Montañas de dolor aplastándolo,
exprimiéndole la vida. No estaba seguro de cómo había sobrevivido, pero tampoco
le importaba. Mientras estuviera ahí, en sus brazos, merecía la pena sufrir.
Junsu
se movió en sueños, palpando como si estuviera buscando una almohada. Yoochun
movió su brazo para que hiciera de cojín para su mejilla, y se volvió a dormir.
Dijo
que no confiaba en él. El destello de un gran cuchillo a sus pies demostraba
que lo decía en serio. Entonces, ¿por qué estaba allí tumbado con él?
Yoochun
no cuestionó su buena suerte. Junsu estaba ahí y eso era suficiente.
Bostezó,
preparándose para pasar unas cuantas horas más descansando con el hombre de sus
sueños. La expansión de su pecho le presionó aún más contra su espalda, y Junsu
se puso rígido en sus brazos.
Mierda.
Lo había despertado.
—Lo
siento —susurró sobre su cabello—. No quería despertarte. Vuelve a dormir,
cariño.
Aparentemente,
Junsu tenía otros planes. Se impulsó hacia arriba y Yoochun lo dejó ir. Era
demasiado temprano para un combate de lucha libre, y cada músculo de su cuerpo
todavía le dolía por lo que fuera que le hubiera pasado la noche pasada.
Junsu
se revolvió apartándose de él hasta que estuvo aplastado contra la pared.
Instantáneamente, el cuerpo de él se tensó en una ola de dolor. Aspiró jadeando
y trató de relajarse, dejar que pasara a través de él. Sabía cómo tratar con el
dolor. Podía hacerlo.
En
un intento para distraerse, miró a Junsu. Su pelo era un desastre y sus ojos
estaban hinchados por dormir, pero todavía era la cosa más hermosa que había
visto jamás. Podría despertarse con una visión como esa cada día durante el
resto de la eternidad y todavía no tendría suficiente.
Junsu
se frotó los ojos y lo miró de la cabeza a los pies. Su mirada de detuvo, y sus
ojos se abrieron y se retiraron al ver su erección. Pero no había nada que él
pudiera hacer al respecto. Así al menos sabría que lo quería. No era
precisamente un gran secreto.
Una
arruga frunció su frente y se frotó el punto bajo su pecho donde la mano de él
había estado mientras dormían.
— ¿Qué
me has hecho? —preguntó.
Sus
músculos se inmovilizaron, tensos y doloridos, y su polla estaba aún peor. Pero
podía manejar todo eso. Lo que no podía manejar era la mirada de miedo que Junsu
lucía.
—No
hice nada —dijo—. Todavía llevas los pantalones, ¿no?
Junsu
tragó y sus dedos se movieron hasta la cinturilla de sus vaqueros, que estaban
todavía abotonados. Mierda, todavía llevaba puesto ese corto delantal lleno de
bolsillos de su trabajo. Varias de las monedas se habían caído en la alfombra
mientras dormía, así que Yoochun las recogió y se las tendió.
Junsu
no las cogió. Miró su mano y se quedó quieto, poniendo aún más distancia entre
ellos.
Genial.
De vuelta a la primera base.
—Junsu,
no, por favor —le dijo.
Había
un rastro de ruego en su voz y lo odió. Nunca había rogado por nada en su vida.
—Podía
haberte hecho cualquiera de las cosas horribles de las que me crees capaz ésta
noche si hubiera querido, pero no lo hice. ¿No te demuestra eso que no voy a
hacerte daño?
—Es
una trampa. Tu piel es venenosa. Narcótica. Por eso se siente tan bien.
Yoochun
se quedó colgado en la parte de hacerlo sentir bien durante un segundo más de
lo que debería. La idea de que podía hacerle eso hacía hervir su sangre.
Involuntariamente le había contado cómo llegar a él, y tenía todas las
intenciones de explotar esa debilidad.
Se
suponía que Junsu era suyo, y ahora también sabía cómo convencerlo de que eso
era cierto.
Trató
de esconder su sonrisa de vencedor, pero teniendo en cuenta la manera en que
sus ojos se abrieron, estaba seguro de que no lo había conseguido.
—No
es veneno, cariño. Es química. Tú y yo estamos destinados a estar juntos y esa
sensación es el modo que tiene la naturaleza de hacérnoslo saber.
—Mentiroso.
Yoochun
ignoró el insulto y se incorporó. Junsu movió las caderas, advirtiendo de su
intención de correr, pero él se movió rápido para bloquearlo. Estaba atrapado
entre la pared y su cuerpo, y no lo dejaría marchar.
Lo
enjauló con un brazo mientras deslizó el dedo con suavidad por su mejilla. Era
demasiado suave para ser real, y sus ojos se cerraron para poder absorber más. Pequeñas
chispas de poder saltaron entre ellos, sangrando una diminuta porción de
energía que se agitaba dentro de Yoochun. Parte del dolor se fue con ellas. Su
dedo se deslizó hacia abajo hasta que hizo camino sobre su garganta, donde su
luceria estaría pronto.
Junsu
dejó escapar un suave gemido, aunque él no sabría decir si era de placer o de
miedo. Podía escuchar su agitada respiración, y sentía la tensión endureciendo
sus miembros. Sus manos se abrieron sobre su cuello hasta que podía sentir las
delicadas crestas de su clavícula bajo sus dedos.
Más
chispas se retorcieron hacia su cuerpo, y Junsu jadeó agitado.
Yoochun
bajo su vista para mirarlo. Su oscura piel destacaba en marcado contraste
contra la palidez de Junsu. Incluso en la tenue luz, Yoochun habría sido capaz
de ver sus propias manos deslizándose por su cuerpo, dándole placer.
A
duras penas podía esperar.
Su
cabeza estaba inclinada a un lado, y sus manos eran puños cerrados. Su cuerpo
vibraba al compás de la débil corriente de poder que goteaba desde su palma
hasta Junsu.
Quería
besarlo, pero los instintos le decían que el control era la mejor manera de
conseguir su objetivo final. Una vez que fuera suyo, tendría la eternidad para
besarlo, para tocarlo.
— ¿Todavía
crees que miento? —preguntó Yoochun.
Sus
ojos eran del color del chocolate agridulce y, cuando elevó la mirada hacia él
sólo durante un momento, pensó que había visto un destello de inseguridad.
—Para,
por favor —susurró—. No puedo hacer esto.
— ¿Hacer
qué, cariño?
Junsu
rodeó su muñeca con los dedos. Sus manos eran pequeñas, pero sus dedos eran
gráciles y fuertes. Trató de tirar de su mano y apartarla, pero Yoochun no
cedió.
—No
puedo dejar que me seduzcas —dijo.
— ¿Por
qué no? Vamos a estar mejor juntos. Me aseguraré de que no te arrepientas.
Junsu
cerró los ojos y negó con la cabeza.
—No.
Yoochun
se inclinó sobre él y acercó los labios a su oído.
—Oh,
sí. Tú y yo estamos hecho el uno para el otro. Cuanto antes lo aceptes, más
tiempo tendré para hacerte disfrutar. Tú quieres eso, ¿o no?
Recalcó
la pregunta con un pulso de energía tan poderoso que pudo oírlo crepitar.
—Oh,
Dios.
Se
mordió el labio inferior, y él podía sentir su corazón martilleando con fuerza
bajo su mano.
—No
luches contra mí. Déjame mostrarte lo bueno que puede ser para nosotros.
Deslizó
la lengua por la curva de su oreja, haciéndolo temblar.
—Eso
es —lo animó—. Déjate llevar.
—Yo...
tengo que ir al baño.
Era
una táctica de escape y lo sabía. Debería haber sabido que no se lo iba a poner
fácil.
Yoochun
suspiró y retrocedió a regañadientes. Junsu huyó de sus brazos, tropezando de
camino al baño.
Su
polla dolía de necesidad, pero iba a tener que seguir doliendo de momento.
Casi
lo tenía. Estaba seguro de eso. Había sentido su determinación desmoronarse. De
hecho, estaba sorprendido de que hubiera sido capaz de alejarse. Estaba seguro
como el infierno que él no iría a ningún sitio durante un rato. No hasta que se
hubiera controlado.
Se
oyó sonar el baño, el grifo se abrió y ce cerró de nuevo. Pero todavía no
salía.
Yoochun
suspiró. Aparentemente, su persecución no había llegado a su fin. Parte de él
estaba emocionado con la idea de perseguirlo, pero el resto estaba
sencillamente exhausto y demasiado dolorido como para querer continuar con eso.
Se
frotó el pecho. La única hoja de su marca vital se había marchitado más desde
ayer. Era el momento de que Junsu cesara de huir.
Se
paró frente a la puerta y cruzó los brazos sobre el pecho. No había ventanas
allí. Ninguna otra salida más que por la que había entrado.
No
podía quedarse ahí para siempre y, cuando saliera, estaría esperándolo.
Junsu
presionó la tela húmeda contra su cara, esperando refrescar su enfebrecida
piel.
¿En
qué demonios estaba pensando para permitirle tocarlo así? ¿Estaba loco?
Sí.
Sin duda. Estaba comprobado.
Frotó
con violencia su oreja, tratando de quitarse la sensación de su cálida lengua
volando sobre su piel. Sólo el recuerdo hacía que sus rodillas flaquearan tanto
que tuvo que asegurarlas para permanecer erguido. Cualquiera que fuera la magia
que Yoochun estaba utilizando, era algo poderoso. No estaba seguro de cómo iba
a ser capaz de resistirse el tiempo suficiente como para rescatar a Donghae,
pero tendría que encontrar la manera.
Los Kotama
lo habían precavido de que sería difícil, pero hasta ahora se había imaginado
que no lo conocían lo suficientemente bien. Porque era menudo, la gente lo veía
como alguien débil y frágil. Y era todo lo contrario.
Excepto
a lo que Yoochun se refería.
Junsu
gruñó de frustración, abriendo el agua fría para meter la cabeza bajo el grifo.
El frío extrajo el aliento de sus pulmones, pero al menos lo ayudó a despejar
la cabeza de la niebla con la que Yoochun le había llenado la cabeza.
Tenía
que pensar. Organizar un plan. No era como si tuviera que resistirse a él
durante todo un año o nada parecido. Sólo lo suficiente como para que lo
llevara al recinto. Los Kotama estaban seguros de que estaba en alguna parte al
oeste, así que no tendría que llegar tan lejos con Yoochun. Quizá un día en
coche.
Sólo
un día. Podía mantener la lengua fuera de sus orejas, o de cualquier otro
lugar, durante ese tiempo.
— ¿Necesitas
que alguien te frote la espalda, cariño? —se oyó la profunda voz de Yoochun a
través de la puerta.
Incluso
su voz hacía que su cuerpo se suavizara igual que su determinación. Necesitaba
amordazarle, o quizá taponarse los oídos. Y definitivamente necesitaba llevar
más ropa. Cuanta menos piel desnuda hubiera al alcance de su mano, mejor.
—Vete
—le dijo.
—Eso
no va a pasar. ¿Algo más que pueda hacer por ti?
Tener
unos bóxers secos sería buena idea, pero no estaba dispuesto a decirle eso.
—Mi
maleta.
—Por
supuesto, cariño. Vuelvo enseguida.
No
estuvo mucho tiempo fuera antes de que oyera sus fuertes nudillos tocando a la
puerta.
—Aquí
tienes.
—Sólo
déjalo fuera de la puerta.
Una
bochornosa diversión resonó en su voz.
— ¿Tienes
miedo del que gran lobo malo te coma?
Ojalá
tuviera esa suerte. Había pasado mucho tiempo desde que había estado con alguien,
y lo que Yoochun acababa de hacerle le recordó lo mucho que se estaba
perdiendo. Incluso la idea de tenerle besándolo y lamiéndolo era suficiente
para marearlo.
Junsu
se agarró al lavadero dispuesto a mantener el equilibrio frente al bombardeo de
imágenes que él había puesto en su cabeza. Estaba seguro de que si hubiera
llegado a desnudarlo, se habría sentido la persona viva más afortunada del
mundo, justo hasta que él lo matara.
—Que
te jodan —dijo, pero sonó más como una débil pregunta que como un insulto.
—Lo
que tú quieras. Sólo abre la puerta y déjame el resto a mí.
—Ni
lo sueñes, Yoochun.
Su
voz bajó de tono tanto que tuvo que esforzarse por escucharlo.
—Sólo
es cuestión de tiempo, cariño. Puedes luchar contra mí todo lo que quieras,
pero los dos sabemos cómo serán las cosas al final.
^
Sí,
él y todos sus amiguitos iban a ser pequeños restos de carne sanguinolenta
tintando el paisaje.
Por
alguna razón, ese plan no parecía tan bueno como lo había sido la noche
anterior.
Este fic es una adaptación, no es mío,
yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: HUYENDO DEL MIEDO-
SHANNON K. BUTCHER. PAREJA PRINCIPAL: YOOSU.
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