CAPÍTULO 28
Yunho había esperado que fuera doloroso. Vio la luceria caer. Se había preparado para la agonía que sabía estaba llegando, pero nada pasó. Jaejoong había utilizado tanto poder que ya no latía nada en su interior, intentando despedazarlo.
Iba a morir,
pero al menos no sería tan doloroso. Estaba agradecido por ello.
Yunho lo tomó
entre los brazos y lo abrazó mientras su cuerpo se recuperaba. Los otros Amaterasu
les habían encontrado y estaban corriendo hacia ellos. Vio a Hyesung, junto con
los demás que habían bajado allí con él. Estaban a salvo. Un poco polvorientos,
pero a salvo.
Yunho inclinó
la cabeza de alivio. Todo el mundo había logrado salir con vida. Habían rescatado
a Victoria, y los restos del hermano de Jaejoong estaban a buen recaudo en la
bolsa de lona. Con todo, fue un éxito total. Lástima que no tuviera ganas de
celebrarlo.
Donghae se
inclinó y comprobó el pulso de Jaejoong.
— ¿Está bien?
—Eso creo. Sólo
sobrecargado.
Por el rabillo
del ojo, vio a Eric aplastando a su hija en un desesperado abrazo. Hyesung se
quedó atrás, observando, retorciéndose las manos como si estuviera ansioso de
unirse a ellos. No lo hizo.
—Sé lo que es
eso —dijo Donghae. Metió una mano en la hierba y cogió la luceria—. Parece que
perdiste esto.
A Yunho le
tembló la mano cuando la cogió. Los colores se arremolinaban dentro del collar,
aún mas azules, pero no completamente.
Jae no podía
siquiera darle otra semana. Sólo una hora. Por mucho que tuviera la esperanza
de más, lo entendió. Había cometido errores con él, algunos imperdonables. No
se merecía otra semana y lo sabía. Jae también.
Se abrochó la
luceria alrededor del cuello y sintió la primera hoja caer de la marca de vida.
Se agitó sobre las costillas, y antes de que dejara de caer, otra se le unió.
Luego otra.
Vivir hasta la
salida del sol había sido una estimación optimista. A este ritmo, solo tendría
unas pocas horas como máximo.
Quería
pasarlas con Jaejoong, por egoísta que fuera eso. Se juró a sí mismo que no lo
dejaría verlo morir, pero se moría por estar con Jae sólo un poco más.
Sólo tenía
unos pocos momentos antes de que su alma comenzara a desvanecerse y tenía que
dejarlo. No podía confiar en sí mismo de no obligarlo a tomar la luceria de
nuevo. No podía confiar que no le haría daño o intentaría esclavizarlo como
había hecho antes. Quería un para siempre con aquel muchacho de mirada triste,
demasiado para arriesgarse. Estaría más seguro si Yunho fuera a cumplir su
destino como había planeado hacer durante décadas.
Lo levantó y
siguió a los hombres a los vehículos. Incluso manchado de tierra y pálido por
el esfuerzo, seguía siendo hermoso a la luz de la luna. Era un hombre
afortunado por haberlo conocido, aunque hubiera sido por unos pocos días.
Unos pocos
días con Jaejoong valían más la pena que toda una vida con cualquier persona.
Jaejoong sentía
resaca. Le latía la cabeza, tenía la garganta irritada, y estaba bastante
seguro que iba a vomitar. Esa idea hizo que se moviera lo suficiente para
sentarse. No quería enfermar en su cama.
Cuando se
sentó, rápidamente se dio cuenta que no estaba en su cama. Estaba en un coche
fuera de una desagradable cueva. Las puertas estaba abiertas y una brisa
veraniega se deslizaba sobre su piel. Aron y Minho montaban guardia no muy
lejos, recorriendo la zona con la mirada, hablando demasiado bajo para que les
oyera.
La noche
completa llegó, inundándolo. Lo había hecho. Les había sacado a salvo.
Había
encontrado a su hermano, también. Después de ocho años, podía finalmente poner
a Ren a descansar.
Las lágrimas
le ardieron en los ojos mientras se inclinaba y abría la cremallera de la bolsa
de lona. El andrajoso camisón rosa no era más que jirones ahora. Los huesos del
interior estaban polvorientos, y no se atrevía a tocarlos. Era el cuerpo de Ren,
pero no era todo lo que había dejado detrás. Había traído alegría a todos los
que lo rodearon. Le había dado a Jaejoong más buenos recuerdos de los que
ninguna persona se merece tener. No había vivido mucho tiempo, pero los años
que había tenido habían sido buenos, y los había utilizado para derramar más
amor en el mundo que cualquier otro ser que jamás hubiera conocido.
Las lágrimas
gotearon sobre la bolsa roja, dejando puntos oscuros.
—Te quiero,
bebé —susurró—. Puedes descansar ahora.
Con eso, cerró
la cremallera de la bolsa y dejó el pasado atrás. Ren no habría querido verlo
triste. Habría querido que viviera, riera y amara.
Yunho.
No estaba por
ninguna parte, pero cuando pasó sobre la bolsa para salir y encontrarlo, vio un
destello metálico. Su espada estaba envuelta, yaciendo bajo los huesos de Ren
en el suelo del SUV.
Nunca iba a
ninguna parte sin ella. ¿Por qué la habría dejado detrás?
A menos que no
fuera a volver.
Comenzó a
entrar en pánico e intentó alcanzarle para poder encontrarlo, pero no había
nada allí. Se llevó la mano a la garganta y sólo encontró piel desnuda. La
luceria se había ido. El tiempo de ellos había terminado.
Lo había
dejado. Pero ¿por qué?
Se arrastró
fuera del vehículo y le fallaron las piernas. Cayó al cemento y le ardieron las
manos por el impacto. Minho corrió hacia él y le ayudó a levantarse.
— ¿Estás
herido? —preguntó.
— ¿Dónde está Yunho?
—Estaba justo
aquí hace unos minutos.
Jaejoong
señaló la espada.
—La dejó
atrás. ¿Dónde está?
Minho lo miró,
con la cara inexpresiva.
—Fue a morir.
Aron le dio un
codazo en las costillas.
—No tienes que
hablar de ello. ¿Dónde infiernos está tu honor?
—Jodido honor
—gruñó Minho—. Jae merece saber el resultado.
—Si él se lo
ocultó —dijo Aron— es porque esa era su elección. No quería que supiera lo que
estaba haciendo.
Jae sufrió en
silencio durante un segundo, entonces miró a Minho.
— ¿Qué está
haciendo exactamente?
—Iba a
derribar a un montón de Yokai a su paso de regreso a la cueva.
— ¿Qué? ¿Por
qué infiernos lo haría…? —No tenía tiempo para eso. Ya le pegaría a Yunho
cuando lo encontrara—. ¿Por dónde se fue?
Minho lo
sabía. Podía verlo en sus ojos.
Jaejoong le
agarró por la camisa y le sacudió. Era demasiado grande para que lo agitara mucho,
pero él pilló el concepto.
— ¿Dónde fue?
Los ojos
verdes de Minho se movieron a la derecha, hacia la espesura de los árboles.
—El sol casi
ha salido y él se había ido con suficiente tiempo para hacer el trabajo. No lo
encontrarás a tiempo.
Infiernos que
no lo haría. Agarró el teléfono móvil de Minho de su cinturón y corrió mientras
buscaba en su guía de teléfonos. Tenía las piernas temblorosas, pero lo
sostenían porque esto era importante.
El teléfono
sonó, pero él no lo atendió. No se molestó en dejar un mensaje en el
contestador. Sólo volvió a marcar. Finalmente, en el cuarto intento, atendió.
—Déjame en
paz, hombre —gruñó Yunho.
—No —dijo Jae—.
No lo haré.
Era evidente
que no había esperado encontarlo en la línea.
—Te lo
dijeron, ¿no?
—Sí, y no voy
a dejarte hacerlo. —Estaba jadeando, apenas capaz de hacer salir las palabras.
—Eso no es una
opción, Jaejoong. No voy a permitirme vivir lo suficiente para que mi alma
muera. Te quiero tanto, que te haría daño. —Él contuvo un sibilante aliento.
—Ya he perdido
a mamá y a Ren. No puedo perderte a ti, también. —La mera idea la desgarraba.
Ya había perdido demasiado. Se merecía un poco de felicidad a cambio.
Se internó en
el bosque, utilizando el instinto para guiarse. Deseaba todavía tener esa
conexión con él, podría darle caza y capturarle con la mente.
—No quiero que
te ates a mí por obligación —dijo. La voz era cada vez más débil.
No tenía ni
idea de que quería decir él.
— ¿Qué
obligación? El amor nunca es una obligación.
La maleza y
las ramas bajas le golpeaban el rostro, pero continuó.
— ¿Me amas?
—preguntó, levantando la voz con esperanza.
Normalmente,
se habría echado atrás y puesto algo de distancia entre ellos. Todo esto iba
demasiado rápido, y todavía tenía responsabilidades que tenían que ir primero. Amar
a alguien iba a ser una complicación enorme, por no mencionar el hecho de que
si lo admitía, no podría esconderlo más. No se podría mentir más a sí mismo.
Si lo amaba,
él podría hacerle daño. Si lo amaba y moría, nunca se recuperaría.
—Sí —susurró,
aunque si era porque estaba sin aliento o porque tenía miedo de decirlo demasiado
fuerte, no estaba seguro—. Te amo.
—Ojalá lo
hubiera sabido. Es demasiado tarde ahora.
Él lanzó un
profundo gemido de dolor. Podía oírlo cerca, y una fracción de segundo después,
resonó por el teléfono. Estaba cerca.
— ¿Puedes
oírme? —gritó.
—Te… amo…
también. —Las palabras eran tan débiles que apenas podía oírlas.
Vio un atisbo
de azul que no pertenecía al bosque. Deseaba como el infierno tener los ojos
mágicos de nuevo para que la ayudaran a ver. La luz rosada del inminente
amanecer era apenas suficiente para guiarlo.
A medida que
se acercaba, vio que el azul eran sus vaqueros. Le había encontrado.
Jaejoong se
tambaleó a través de los árboles y cayó a su lado. Estaba recostado en un
tronco grueso, desplomado e inmóvil. Los cadáveres de los Yokai cubrían el
suelo a pocos metros de distancia. Docenas de ellos. Varios profundos cortes en
la carne de Yunho goteaban roja sangre. La piel estaba más pálida a cada
segundo. Tenía el pecho desnudo, con la camisa rasgada por el lado derecho
donde las garras le habían arrancado, junto con la piel.
El tatuaje
sobre el pecho estaba desnudo. Todas las hojas estaban muertas, yaciendo
amontonadas a lo largo de la cintura.
Los colores se
arremolinaban en la luceria, pero se estaban desvaneciendo rápidamente.
Rezando para
que no fuera demasiado tarde, se la arrancó del cuello y se la abrochó
alrededor del suyo. Lo extremos se cerraron, pero nada más pasó. Todavía no
podía sentirle.
No estaba
respirando.
El pánico lo
hizo temblar. Le presionó los dedos en el lateral del cuello, intentando
sentirle el pulso. Era débil y no estaba totalmente seguro de que no fuera el
de si mismo, pero le dio esperanza.
Estiró su
cuerpo, sin hacer caso a las ensangrentadas hojas y palitos que cubrían el
suelo, le insufló aire en la boca. Su pecho se expandió. Lo hizo una y otra
vez.
Entonces lo
sintió. Una chispa de poder arqueándose entre sus bocas. Todavía estaba a su
lado. Podía sentirle luchando por regresar.
—No te atrevas
a dejarme —le dijo—. Te necesito.
El total del
poder dentro de él era débil, pero Jae desvió lo que podía y lo utilizó para
unir su piel. No sabía qué estaba haciendo, pero tenía que intentar algo para
evitar que sagrara.
Le cubrió la
boca con la suya para respirar por él de nuevo, pero esta vez no necesitaba
ninguna ayuda. Le tomó el aire de los pulmones y lo besó de vuelta.
Le deslizó la
lengua sobre los labios y un bajo gemido de placer le vibró en el pecho. Sabía
tan bien. Tan vivo. El corazón se le llenó de alivio y gratitud.
Los brazos lo
rodearon y los sentó a ambos. La boca dejó la suya y pudo ver los ojos
brillando de emoción.
—Dímelo otra
vez —ordenó él.
Jae sabía lo
que quería oír. Podían sentir el indicio de inseguridad que aún permanecía en
su interior, y le amaba tanto que no pudo renegar de él.
—Te amo.
Los ojos se
cerraron de placer.
—Dios, suena
tan bien.
Cogió la
espada prestada de donde había aterrizado sobre las hojas, se arrodilló ante Jae
y se hizo un corte superficial sobre el corazón.
—Mi vida por
la tuya, Jaejoong. Por siempre y para siempre.
La sangre le
goteaba por el pecho, provocando que el estómago se le retorciera más
fuertemente.
—Realmente
desearía que dejaras de hacer eso. Acabo de remendarte.
Ignoró el
reclamo y lo miró con tal intensidad que tuvo la necesidad de apartar la
mirada.
—Dame tu voto. Lo necesito.
Lo necesitaba.
Para siempre. Eso era lo que quería, y le asustaba como el infierno.
Aun así, a
pesar que tenía miedo de atarle a una persona que había cometido tantos errores,
estaba más asustado de dejarle ir. Había visto todos sus fallos. Sabía que
había un montón de gente a la que había decepcionado. Sabía que les había
dejado morir. Y todavía lo quería. Confiaba en él.
Lo hacía
sentir humilde y sin embargo le daba fuerzas para confiar en sí mismo. No era
perfecto, pero no tenía que serlo. Siempre estaría allí para cuando Jae fuera
débil. Siempre estaría allí para Jae, y punto.
—Te necesito,
también. Así que, mientras no te canses de mí, voy a estar ahí a tu lado.
Mientras la
calidez de la promesa se apoderaba de Jae, una sonrisa de masculina
satisfacción le curvó la boca.
—Eres mío
ahora, Jaejoong, porque nunca me voy a cansar de ti.
—Entonces, tal
vez debería volver a formular mi voto —bromeó.
—Oh, no, no lo
harás. Te tengo justo donde te quiero. Para siempre. —Lo atrajo hacia sí e
inclinó la cabeza para besarlo mientras los primeros rayos del amanecer rompían
a través de los árboles.
Jaejoong contuvo la respiración. Victoria se
quedó junto a la cama de Kibum. Siwon había utilizado todo el poder que había
recogido en el ataque al Castillo Matsumoto y había dejado de ayudar a Kibum,
al menos durante otra semana, por lo que Victoria era la mejor oportunidad que
tenía ahora.
Yunho estaba a su lado, su fuerte
brazo alrededor de Jae. Su dedo pulgar le acariciaba la cintura, aliviando
algunas de las tensiones que habían ido creciendo en su interior desde que
habían llegado a casa.
Y el Castillo Matsumoto era su hogar
ahora, aunque uno extraño.
Victoria frunció el ceño y puso su
pequeña mano sobre la frente de Kibum. Un momento después, la retiró como si le
quemara.
—Pobre chico —dijo Victoria—. Si se recupera no será por tu mano.
Jaejoong se apoyó contra Yunho, débil
por la decepción. Él lo acogió en sus brazos, sólido e inflexible.
— ¿Qué quieres decir? ¿No hay nada que
pueda hacer?
—Me temo que no.
La frustración brillaba en su
interior. Se sentía impotente. Incluso con todo el poder que ahora poseía,
todavía no podía ayudar a Kibum.
—Sin embargo,
hay esperanza —dijo Victoria—. Tú me rescataste, así que yo te
ofrezco este beneficio.
— ¿Cuál? Cualquier esperanza que puedas
darme será más que bienvenida.
—No hay nadie aquí que pueda ayudarlo.
No puedo ver quién es, pero siento que él ya ha empezado el proceso.
— ¿Él? Entonces… ¿Taemin?
—No. Taemin, no. Él es un alma de
curación, y da a Kibum un gran consuelo, pero eso es todo.
— ¿Qué debo hacer, entonces? —preguntó Jaejoong.
Victoria le dirigió una sonrisa tan
llena de sabiduría que ninguna niña de ocho años debería poseer.
—Nada.
— ¿Nada?
—Ya has hecho todo lo que has podido.
Lo trajiste aquí. Que, o bien será suficiente o no lo será.
— ¿Y no puedes decirlo?
—No, no lo diré. Ya no es mi turno.
Jaejoong estaba tratando de averiguar
lo que quería decir pero estaba teniendo dificultades para seguirle la
corriente con todas esas enigmáticas palabras.
— ¿Qué quiere decir, no es tu turno?
Victoria inclinó la cabeza haciendo
que sus rizos también se inclinaran.
—Tú eres un hermano. Sabes lo que es
tener que compartir. ¿Nunca has aprendido a hacerlo por turnos?
El cuerpo de Yunho se tensó a su lado.
— ¿Estás diciendo que Amber puede ver
las cosas de la misma manera en que tú lo haces?
—No he dicho nada de eso. Eso iría contra las
reglas.
Dio media vuelta y se fue, pero se
detuvo en la puerta. Sin volverse, dijo:
—Vais a ser felices juntos. No tengo
que romper ninguna regla para decirte eso.
Después de que se hubiera marchado, la
habitación parecía extrañamente vacía.
—De acuerdo —dijo Yunho—. Es evidente que todavía hay algunas
cosas que no sé de por aquí.
—Bienvenido al club. ¡Santo cielo, esa
chica es muy rara!
—Te acostumbrarás a ella —dijo Yunho.
—Supongo que voy a tener que hacerlo,
¿no?
Él se inclinó y lo besó a un lado del
cuello, haciendo que la piel se acalorara. Sus brazos se sentían bien
alrededor. No sabía cómo hubiera sobrevivido sin él. Era tan parte de sí mismo
que apenas podía distinguir la diferencia entre la presencia de él en el
interior de su mente y la suya.
Su lengua se deslizó hacia abajo hasta
que tocó el borde de la luceria. Tan pronto como lo hizo, no fue sólo la piel
lo que se puso caliente. Jae se derretía por dentro, sólo por Yunho. Su malvada
sonrisa le dijo que lo sabía también.
Kibum se despertó de repente, como si
alguien hubiera gritado su nombre. El muchacho en la esquina de la habitación
se había quedado dormido con un jersey de punto en el regazo. Kibum no lo
conocía pero no tenía miedo.
Por primera vez en ocho años, no
estaba asustado.
La sensación lo mareó, y aunque tenía
el cuerpo débil, se levantó de la cama dejando la débil carne atrás. Tenía que
irse ahora.
Le llevó un momento acostumbrarse a la
sensación de flotar fuera del cuerpo. Estaba tan acostumbrado al hambre
insaciable y al dolor profundo que la pérdida lo ponía nervioso, casi lo hizo
sentirse solo sin su constante compañía. Kibum volvió a mirar a la cama donde
yacía la concha vacía que hacia de cuerpo para él. No reconocía a esa persona.
Ese esqueleto.
Una vez más, sintió una oleada de reconocimiento,
como si alguien lo estuviera llamando.
Tenía que ir con él. Lo necesitaba.
Kibum salió de la sala, por la puerta
que estaba enfrente, hacia un largo pasillo. No sabía dónde estaba pero sabía
adónde iba. El instinto le guiaba como una flecha, y corrió a través de los
oscuros y desiertos pasillos, flotando sobre el suelo.
Estaba cerca ahora. Podía sentirlo,
sentir su poder. Había llegado a casa, aunque no tenía ni idea de cómo sabía
que era el caso.
La puerta se parecía a todas las
demás, pero para Kibum, era un hervidero de poder. Presionó las manos contra
ella y se deslizó a través de la madera con facilidad. Él estaba allí.
Durmiendo. No quería despertarlo. Necesitaba descansar; era la única manera de
escapar de su dolor. No quería hacerle daño. Por eso necesitaba estar cerca de
él. Para calmarlo. Para llevarse su dolor.
Kibum se deslizó a través de la puerta
de la habitación que se parecía mucho a la que él mismo acababa de dejar, pero
sólo en la superficie. Ese lugar era una casa de dolor y tormento. Era una casa
de tristeza y desesperación. Aun así, era el lugar más reconfortante en el que
había estado porque él estaba allí.
Cuando flotó en la habitación y cayó
en la cama, él no se despertó. No estaba seguro de si podía sentirlo o no, pero
se arrimó a él y cubrió su cuerpo con el suyo. La calidez de su piel se unió a
la suya, ahuyentando el frío constante en las extremidades.
Como si sintiera su necesidad de
calor, él se movió en sueños. Colocó su grueso brazo alrededor del cuerpo de
Kibum, sujetándolo en el sitio con su grueso muslo. No pasó a través de Kibum.
Era como si él fuera lo único real en ese mundo etéreo.
Tenía el espíritu rodeado de su calor,
de su olor.
Esto era lo que necesitaba. Él era lo
que Kibum necesitaba. Ahuyentaba el terror que siempre le perseguía. Incluso la
más vil de las criaturas temblaba ante él. Mientras estuviera con él, no
podrían hacerle daño.
…fin…
Este fic es una adaptación, no es mío,
yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: ENCONTRANDO LO
PERDIDO - SHANNON K. BUTCHER. PAREJA
PRINCIPAL: YUNJAE
Realmente es el fin o hay mas continuacion?me dejaste re picada de la curiosidad porfavor contesta y dime que pasa relamente hay muchs cabos sueltos porfavor
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