domingo, 9 de febrero de 2014

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 1


Chugoku, 21 de Agosto.

Después de un tiempo evadiendo a los cazadores, Kim Junsu ya no es una presa.

Es quién golpea.


Yoochun estaba allí. Podía sentirle cerca, acercándose más con cada latido de su corazón, como si de algún modo se hubiese convertido en parte de sí mismo. No estaba listo para encontrarse con él todavía. Necesitaba más tiempo para prepararse a sí mismo para lo que tenía que hacer y lo que quizás esto le costase.

El fino pelo le caía a lo largo del rostro, cubriéndole los ojos y sentía un cosquilleo corriendo por su piel. Lo había sentido antes, la noche en que Yoochun había marcado su piel, y sabía lo que significaba. Yoochun se estaba acercando.

Junsu no estaba seguro de poder hacerlo —mentir de manera que viniese en su búsqueda— pero no tenía elección. El destino de toda la raza humana dependía de su habilidad para embaucarle, haciéndole pensar que necesitaba su ayuda, que se creía la mentira que decía, que era uno de los tipos buenos. Lo sabía mejor que nadie. Su madre se había asegurado de eso.

En lo que a le concernía, la mayoría de la gente no merecían el problema que se estaba acarreando sobre sí mismo, pero Lee Donghae sí. Y los Caballeros de la Luz lo tenían. Yoochun era su único camino para entrar en el complejo donde Donghae era mantenido prisionero, su única manera de ayudar a Donghae a escapar.

Las manos de Junsu temblaron mientras limpiaba las mesas de madera. El bar donde trabajaba acababa de cerrar y estaba casi vacío. El único hombre que quedaba, limpiaba la pequeña cocina. 

Podía oírle cantando en español mientras trabajaba. Jong, el propietario del bar, estaba en la caja, haciendo el recuento de las ganancias de la noche. Por la sonrisa en su despejada cara y la manera en que le dolían los pies y la espalda, estaba seguro de que estaba haciendo una escabechina.

El bulto de las propinas en el bolsillo de su delantal no era tan grande como había esperado que fuera. La gente ya no pagaba tanto en efectivo como solían hacerlo, y a Jong le gustaba agarrarse al dinero tanto como pudiera, así que no vería esas propinas hasta el día de cobro. No es que fuera a estar allí lo suficiente para recogerlo. Estaba seguro de que Yoochun lo encontraría antes.
La idea hizo que se le calentara la piel y se le secara la boca; lo hacía temblar con miedo y algo más, algo caliente e ilusorio que no podía nombrar.

Era una lástima. Era hora de aceptarlo. Donghae lo necesitaba. Junsu tenía que liberar a su amigo y encontrar una manera para deshacer cualquier lavado de cerebro que Donghae hubiese sufrido. 

Gracias a Dios que tenía a los Kotama de su lado. Aquellos enormes y palurdos muchachos parecían saber lo que estaban haciendo, incluso si eran un poco… intensos acerca de eso. Si alguien podía desprogramar a Donghae, esos serían los Kotama.

Junsu volvió las sillas encima de la mesa de modo que pudiera barrer y pasar la fregona. Justamente acababa de volver la última silla cuando sintió el picor en la piel, en la parte de atrás de su cuello, ante la intensa sensación de ser observado. Echó un vistazo por encima del hombro para ver quién le estaba mirando. La cabeza de Jong estaba inclinada sobre una calculadora. El espejo detrás de él reflejaba la sala en penumbra. Captó el brillo de unos pálidos ojos verdes en el espejo y se congeló de pánico durante una fracción de segundo, su corazón latiendo como si urgiera a sus miembros a que se movieran. Entonces se dio cuenta de que no era Yoochun. Eran sólo los ojos del tatuaje de leopardo sobre su hombro que lo miraba fijamente por debajo del borde de su camiseta de tirantes.
Yoochun todavía no estaba allí. Aún tenía tiempo para tomarse un respiro.

El alivio lo hizo doblarse contra la mesa. Iba a tener que encontrar una manera para controlarse antes de que apareciera realmente. Y basándose en el cosquilleo de su piel donde su marca brillaba bajo el tatuaje, no estaba muy lejos. Esta vez cuando se mostrara, no huiría.
Junsu se había pasado la mayor parte de su vida huyendo, y estaba cansado de ello. Quería un hogar real con una cama de verdad, no el asiento de atrás de su coche y una parada en el cuarto de baño, o quizás una habitación en un motel barato si tenía suerte. Si no podía tener una casa de verdad, entonces lo menos que podía hacer era conseguir que los Caballeros de la Luz sufrieran tanto como lo había hecho. Después de lo que le habían hecho a su madre, Donghae y a muchos otros, se merecían todo lo que obtendrían. Y algo más.

Junsu se volvió para coger la fregona de la cocina y captó otra vez aquellos ojos verdes del leopardo otra vez, sólo que esta vez, no lo estaba mirando fijamente su tatuaje.

Yoochun estaba allí. Contemplándolo.



Junsu se congeló, incapaz de moverse, o incluso respirar.

No estaba listo. No era lo suficientemente fuerte para enfrentarle todavía. La urgencia de echar a correr se elevó muy dentro de su alma, y luchó contra el desesperado pánico, apretando los dientes y los puños.

Yoochun no hizo movimiento de atacarlo. En vez de eso, permaneció en el umbral, con el amplio hombro apoyado de modo descuidado contra el marco. Lo miraba con la misteriosa calma de un depredador. Su piel bronceada se mezclaba con las sombras que caían sobre los paneles de la pared, haciendo que los brillantes ojos destacaran aún más.

El corazón de Junsu dio un traspié, aunque no estaba seguro de que si era porque lo había sorprendido o porque eso era todo lo que le hacía. Incluso, en sus sueños, había tenido la habilidad de hacerlo sudar con su ardiente mirada.

Era más grande de lo que recordaba, o quizás, era ese recuerdo defectuoso, la única manera en que su mente le ayudaba a enfrentarse a él, haciéndolo menos amenazante. Su liso pelo negro estaba de diferente manera en que lo había estado la última vez que lo había visto —atado hacia atrás, como si estuviera listo para entrar en batalla.

Quizás lo estaba. Junsu no tenía ni idea de que esperar ahora. Por todo lo que sabía, estaba allí para matarlo a pesar de sus encantadoras palabras, y todos los planes que había hecho con los Kotama podrían no servir para nada.

Te necesito, cariño. Le había dicho dos días atrás. Lo dijo de una forma que hizo disolver su resolución.

Tenía que permanecer en calma y actuar normal. Moverse lentamente. Era como un salvaje y predador animal y lo único que sentía era miedo de que si se movía demasiado rápido, lo atacara repentinamente.

Junsu lo miró fijamente, dejándole saber que lo había visto. Fingiendo que no estaba asustado.

Yoochun sonrió, mostrando sus brillantes dientes blancos. Eso no era una sonrisa de saludo. Era una sonrisa de conquista. Victoria.

Junsu tragó con dificultad, intentando llevar un poco de humedad de nuevo a su boca.

—Jong, me retiro temprano —le dijo a su jefe, manteniendo los ojos fijos sobre Yoochun, buscando movimientos repentinos.
—Infiernos que lo harás. No hasta que estén fregados los suelos.
—Lo siento. Tengo que irme —le dijo—. Emergencia familiar.
—Tú no tienes familia alguna.
—Ahora la tiene, —respondió Yoochun.
Con su rico tono barítono hundiéndose en su piel, haciéndolo temblar.
— ¿Quién diablos eres tú? —Preguntó Jong—. ¿Y cómo has entrado aquí? Las puertas están cerradas.

Yoochun no respondió. En vez de eso se apartó de la pared con un poderoso agrupamiento de músculos y caminó directamente en mi dirección

 Junsu se mantuvo clavado al suelo a base de fuerza de voluntad. No huiría. Esta vez no.
—Relájate —le dijo Yoochun—. Ahora estás a salvo.
Sus ojos verdes sosteniéndolo todavía, cautivándolo como si fuera alguna clase de presa, un tímido conejito congelado con temor. La imagen lo jodió lo bastante para hacer a un lado algo de ese miedo.



Ahora estaba cerca. Demasiado cerca. La respiración de Junsu se hizo más rápida hasta el punto de darle vueltas la cabeza, y estaba seguro de que permanecía quieto.
— ¿Necesitas ayuda, Xiah? —Le preguntó Jong.
— ¿Xiah? —preguntó Yoochun, alzando una ceja marrón a modo de pregunta.
Junsu intentó dedicarle un indiferente encogimiento de hombros, pero su columna parecía tiesa y oxidada.
—Nueva ciudad, nuevo nombre.
—También nuevo look —dijo, sus ojos vagando por su cuerpo como si el territorio le perteneciera—. Me gusta.

Había tenido el pelo rubio y de punta cuando lo había conocido. Desde entonces se había vuelto a teñir el pelo de regreso a su color natural —un normalito tono medio marrón. También lo llevaba corto, cayéndole sobre los ojos, fino como el de un bebé.
—Te ves… suave. —Dijo él como si eso fuera algo bueno, y Junsu repentinamente deseó no haberse quitado el pelo de punta. Al menos podría haberlo usado para sacarle un ojo si se acercaba demasiado.
Lo cual estaba haciendo ahora mismo.
— ¿Xiah? —preguntó Jong nuevamente, esta vez con más fuerza. Tenía un arma en la parte de atrás de la barra y no tenía miedo de utilizarla. Típico ciudadano de Chugoku.
—Estoy bien, —le dijo a Jong, mintiendo a través de sus apretados dientes—. Sólo es un viejo amigo.
La sonrisa de Yoochun se ensanchó.
—Únicamente vine para recuperar los viejos tiempos.

Se estiró a por él, y Junsu sabía que no podía saltar a un lado. Jong sabría que algo estaba ocurriendo, y aunque Jong no era exactamente el tío más encantador sobre la superficie del planeta, le había dado un trabajo cuando nadie lo había hecho. No podía pagarle con problemas. Y Yoochun era definitivamente eso. Un problema andante y parlante de más de seis pies y doscientas libras.

La ancha mano rodeó su muñeca, y tiró hacia él. Junsu fue, asegurándose que el arma de Jong se mantuviera segura en un lugar apartado. Dejó que Yoochun lo rodeara con sus brazos. No estaba seguro de que iba a hacer. ¿Estrangularlo? ¿Agarrarlo y lanzar su culo por la puerta? El cielo sabía que él era lo bastante grande para lanzárselo al hombro y salir corriendo antes de que cualquiera pudiera detenerle.

Pero no hizo nada de eso. Todo lo que hizo fue engullirlo en un abrazo.
La mente de Junsu farfulló, intentando buscarle sentido a su acción. Sus brazos caían limpiamente a los costados. No podía siquiera encontrar la presencia de ánimo para hacerle a un lado. Intentó convencerse a sí mismo de que eso era porque no quería que Jong saliera herido, pero una parte muy dentro lo sabía mejor. Tanto como le asustaba lo que Yoochun pudiera hacerle, tanto como le odiaba a él y a los de su tipo por arruinarle la vida y las vidas de otras incontables, todavía había algo en él que lo atraía, algo que acallaba las desenfrenadas esquinas de su alma. Quizás sólo era su atractiva cara o su cuerpo con el que se te hacía agua la boca. O quizás estaba ya lavándole el cerebro y no lo sabía. Así era como funcionaba el lavado de cerebro, ¿verdad?

Sus manos vagaron por su espalda y bajaron por los desnudos brazos. Su piel era cálida contra la suya, áspera con los callos y completamente fuerte. Estaba presionada fuertemente contra él, consciente de cada devastadora pulgada de músculo de su pecho, abdomen y muslos. Sus manos hormigueaban por estirarse y ver si lo sentía tan bien bajo sus dedos como se sentía contra su cuerpo, pero se contuvo.



Era su enemigo. Junsu no podía olvidar eso. El problema era, que ahora mismo era fácil olvidarlo. No podía recordar la última vez que había sido abrazado, pero estaba seguro que no había sido nada parecido a esto.

Su esencia lo envolvió, deslizándose en su interior con cada respiración que tomaba. Sintió su cuerpo relajándose y supo que esto tenía que ser algún tipo de truco que los Caballeros de la Luz utilizaban para subyugar a su presa. Un arma química. Una que funcionaba igual que un encantamiento.

Contra su mejor juicio, su mejilla descansó sobre su pecho y pudo oír el fuerte y constante latido de su corazón. El brillante collar que llevaba pulsaba con color, remolineando en un compás casi hipnótico. Los brazos eran fuertes y duras bandas que lo sostenían en el lugar, encerrándolo contra él, pero no lo estaba lastimando, como había temido. De hecho era justamente lo opuesto. Podía sentir una sutil vibración corriendo a través de sus miembros, como si se estuviese cuidando de no machacarlo.

Junsu se echó atrás, esperando poner fin al abrazo, pero Yoochun no lo dejó ir. Su agarre era desesperado. Inquebrantable.

Enterró la nariz en su pelo y respiró profundamente.

—Estás bien —susurró como si hubiese estado preocupado—. No he llegado demasiado tarde.

Aquellas no eran las palabras de un loco asesino, pero Junsu tenía mejor criterio que ser engañado.

— ¿Donghae también está bien? —le preguntó.

Yoochun se apartó entonces, sólo lo suficiente para mirarlo.

—Está bien. Feliz. Al igual que lo estarás tú, una vez te lleve a casa.

Dios querido, estaba prácticamente admitiendo que iba a lavarle el cerebro. No podía dejar que eso sucediera. Donghae lo necesitaba.
—Dime que sucedió —dijo Yoochun—. Cuando el teléfono se cortó la semana pasada. Estaba seguro de que estabas muerto, seguro de que llegaría demasiado tarde.
Junsu rogó que no pudiera ver el sonrojo de culpabilidad que podía sentir extendiéndose sobre su cara. Que la llamada de teléfono de la semana anterior había sido un engaño al cien por cien, diseñada por los Kotama para hacer que Yoochun viniese corriendo. Había fingido estar en problemas, llamándole por ayuda. Su aterrada voz, los golpes en la puerta de su habitación en el motel, la manera en que le cortó la llamada. Había sido todo una mentira cuidadosamente ideada para atraer a Yoochun a su lado.

Y esta había funcionado igual que un encantamiento.

Recorrió las manos a lo largo de sus brazos como si comprobara las heridas, o quizás intentando convencerse a sí mismo de que estaba bien.

No sabía qué hacer con él, y esto lo dejó en absoluta confusión.
— ¿Te atacaron? ¿Estás herido? —le preguntó.
Junsu sabía que tendría preguntas, y había ensayado la mentira una y otra vez, pero con sus manos corriendo sobre su cuerpo, tan cálidas y cariñosas, difícilmente podía recordar la línea.
—No. Yo estaba en una habitación de un barato motel. Era sólo algún borracho buscando a su novia. 

No debería haberte llamado y molestarte, pero estaba asustado.
Los ojos de Yoochun se abrieron con alivio por un breve momento, y vio como movía la boca como si ofreciera una silenciosa plegaria de agradecimiento.
—Disculpadme —dijo Jong—. Odio interrumpir vuestra pequeña reunión, pero este suelo no va a fregarse solo.
—Lo siento señor —dijo Yoochun—. Pero los días de Junsu —Xiah— de pasar la fregona se han terminado. Se viene a casa conmigo.
Jong entrecerró los ojos con sospecha.
— ¿Eso es verdad? —le preguntó—. ¿Te vas con este tipo?
Mejor sacarse esto de encima cuanto antes y salir de aquí antes de que alguien pudiera salir herido. Cuanto más pospusiera lo inevitable, peor sería.
—Sí, Jong. Voy a irme con él.
—Has estado huyendo de algo —dijo Jong—. ¿Es de él?
—No —mintió—. Estaré bien.

Yoochun todavía no lo había dejado ir. Su mano estaba extendida cruzando su baja espalda, sosteniéndolo cerca de su calor. Entonces bajo su vista para mirarlo y sus felinos ojos verdes prácticamente brillaron con anticipación.
—Hora de irnos, cariño.

Cariño. Siempre lo llamaba así, como si le importara. Como si no estuviera planeando lavarle el cerebro y matarlo por su sangre.


Entonces de nuevo, Junsu se imaginó el cambio radical en el juego. Su camioneta estaba equipada con explosivos, gracias al plan de los Kotama. Una vez que Yoochun lo llevara de vuelta a la comunidad donde vivía, y sacara a Donghae, iba a detonar todo el C-4 y matar a cada uno de los Caballeros de la Luz que pudiera. Incluyendo a Yoochun.



Este fic es una adaptación, no es mío, yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: HUYENDO DEL MIEDO- SHANNON K. BUTCHER. PAREJA PRINCIPAL: YOOSU.

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