CAPÍTULO 1
Chugoku, 21 de Agosto.
Después
de un tiempo evadiendo a los cazadores, Kim Junsu ya no es una presa.
Es quién golpea.
Yoochun
estaba allí. Podía sentirle cerca, acercándose más con cada latido de su
corazón, como si de algún modo se hubiese convertido en parte de sí mismo. No
estaba listo para encontrarse con él todavía. Necesitaba más tiempo para
prepararse a sí mismo para lo que tenía que hacer y lo que quizás esto le
costase.
El
fino pelo le caía a lo largo del rostro, cubriéndole los ojos y sentía un
cosquilleo corriendo por su piel. Lo había sentido antes, la noche en que Yoochun
había marcado su piel, y sabía lo que significaba. Yoochun se estaba acercando.
Junsu
no estaba seguro de poder hacerlo —mentir de manera que viniese en su búsqueda—
pero no tenía elección. El destino de toda la raza humana dependía de su
habilidad para embaucarle, haciéndole pensar que necesitaba su ayuda, que se
creía la mentira que decía, que era uno de los tipos buenos. Lo sabía mejor que
nadie. Su madre se había asegurado de eso.
En
lo que a le concernía, la mayoría de la gente no merecían el problema que se
estaba acarreando sobre sí mismo, pero Lee Donghae sí. Y los Caballeros de la
Luz lo tenían. Yoochun era su único camino para entrar en el complejo donde Donghae
era mantenido prisionero, su única manera de ayudar a Donghae a escapar.
Las
manos de Junsu temblaron mientras limpiaba las mesas de madera. El bar donde
trabajaba acababa de cerrar y estaba casi vacío. El único hombre que quedaba,
limpiaba la pequeña cocina.
Podía oírle cantando en español mientras trabajaba.
Jong, el propietario del bar, estaba en la caja, haciendo el recuento de las
ganancias de la noche. Por la sonrisa en su despejada cara y la manera en que
le dolían los pies y la espalda, estaba seguro de que estaba haciendo una
escabechina.
El
bulto de las propinas en el bolsillo de su delantal no era tan grande como
había esperado que fuera. La gente ya no pagaba tanto en efectivo como solían
hacerlo, y a Jong le gustaba agarrarse al dinero tanto como pudiera, así que no
vería esas propinas hasta el día de cobro. No es que fuera a estar allí lo
suficiente para recogerlo. Estaba seguro de que Yoochun lo encontraría antes.
La
idea hizo que se le calentara la piel y se le secara la boca; lo hacía temblar
con miedo y algo más, algo caliente e ilusorio que no podía nombrar.
Era
una lástima. Era hora de aceptarlo. Donghae lo necesitaba. Junsu tenía que
liberar a su amigo y encontrar una manera para deshacer cualquier lavado de
cerebro que Donghae hubiese sufrido.
Gracias a Dios que tenía a los Kotama de
su lado. Aquellos enormes y palurdos muchachos parecían saber lo que estaban
haciendo, incluso si eran un poco… intensos acerca de eso. Si alguien podía desprogramar
a Donghae, esos serían los Kotama.
Junsu
volvió las sillas encima de la mesa de modo que pudiera barrer y pasar la
fregona. Justamente acababa de volver la última silla cuando sintió el picor en
la piel, en la parte de atrás de su cuello, ante la intensa sensación de ser
observado. Echó un vistazo por encima del hombro para ver quién le estaba
mirando. La cabeza de Jong estaba inclinada sobre una calculadora. El espejo
detrás de él reflejaba la sala en penumbra. Captó el brillo de unos pálidos ojos
verdes en el espejo y se congeló de pánico durante una fracción de segundo, su
corazón latiendo como si urgiera a sus miembros a que se movieran. Entonces se
dio cuenta de que no era Yoochun. Eran sólo los ojos del tatuaje de leopardo
sobre su hombro que lo miraba fijamente por debajo del borde de su camiseta de
tirantes.
Yoochun
todavía no estaba allí. Aún tenía tiempo para tomarse un respiro.
El
alivio lo hizo doblarse contra la mesa. Iba a tener que encontrar una manera
para controlarse antes de que apareciera realmente. Y basándose en el
cosquilleo de su piel donde su marca brillaba bajo el tatuaje, no estaba muy
lejos. Esta vez cuando se mostrara, no huiría.
Junsu
se había pasado la mayor parte de su vida huyendo, y estaba cansado de ello.
Quería un hogar real con una cama de verdad, no el asiento de atrás de su coche
y una parada en el cuarto de baño, o quizás una habitación en un motel barato
si tenía suerte. Si no podía tener una casa de verdad, entonces lo menos que
podía hacer era conseguir que los Caballeros de la Luz sufrieran tanto como lo
había hecho. Después de lo que le habían hecho a su madre, Donghae y a muchos
otros, se merecían todo lo que obtendrían. Y algo más.
Junsu
se volvió para coger la fregona de la cocina y captó otra vez aquellos ojos
verdes del leopardo otra vez, sólo que esta vez, no lo estaba mirando fijamente
su tatuaje.
Yoochun
estaba allí. Contemplándolo.
Junsu
se congeló, incapaz de moverse, o incluso respirar.
No
estaba listo. No era lo suficientemente fuerte para enfrentarle todavía. La
urgencia de echar a correr se elevó muy dentro de su alma, y luchó contra el
desesperado pánico, apretando los dientes y los puños.
Yoochun
no hizo movimiento de atacarlo. En vez de eso, permaneció en el umbral, con el
amplio hombro apoyado de modo descuidado contra el marco. Lo miraba con la
misteriosa calma de un depredador. Su piel bronceada se mezclaba con las
sombras que caían sobre los paneles de la pared, haciendo que los brillantes
ojos destacaran aún más.
El
corazón de Junsu dio un traspié, aunque no estaba seguro de que si era porque lo
había sorprendido o porque eso era todo lo que le hacía. Incluso, en sus
sueños, había tenido la habilidad de hacerlo sudar con su ardiente mirada.
Era
más grande de lo que recordaba, o quizás, era ese recuerdo defectuoso, la única
manera en que su mente le ayudaba a enfrentarse a él, haciéndolo menos
amenazante. Su liso pelo negro estaba de diferente manera en que lo había
estado la última vez que lo había visto —atado hacia atrás, como si estuviera
listo para entrar en batalla.
Quizás
lo estaba. Junsu no tenía ni idea de que esperar ahora. Por todo lo que sabía,
estaba allí para matarlo a pesar de sus encantadoras palabras, y todos los
planes que había hecho con los Kotama podrían no servir para nada.
Te
necesito, cariño. Le había dicho dos días atrás. Lo dijo de una forma que hizo
disolver su resolución.
Tenía
que permanecer en calma y actuar normal. Moverse lentamente. Era como un
salvaje y predador animal y lo único que sentía era miedo de que si se movía
demasiado rápido, lo atacara repentinamente.
Junsu
lo miró fijamente, dejándole saber que lo había visto. Fingiendo que no estaba
asustado.
Yoochun
sonrió, mostrando sus brillantes dientes blancos. Eso no era una sonrisa de
saludo. Era una sonrisa de conquista. Victoria.
Junsu
tragó con dificultad, intentando llevar un poco de humedad de nuevo a su boca.
—Jong,
me retiro temprano —le dijo a su jefe, manteniendo los ojos fijos sobre Yoochun,
buscando movimientos repentinos.
—Infiernos
que lo harás. No hasta que estén fregados los suelos.
—Lo
siento. Tengo que irme —le dijo—. Emergencia familiar.
—Tú
no tienes familia alguna.
—Ahora
la tiene, —respondió Yoochun.
Con
su rico tono barítono hundiéndose en su piel, haciéndolo temblar.
— ¿Quién
diablos eres tú? —Preguntó Jong—. ¿Y cómo has entrado aquí? Las puertas están
cerradas.
Yoochun
no respondió. En vez de eso se apartó de la pared con un poderoso agrupamiento
de músculos y caminó directamente en mi dirección
Junsu se mantuvo clavado al suelo a base de
fuerza de voluntad. No huiría. Esta vez no.
—Relájate
—le dijo Yoochun—. Ahora estás a salvo.
Sus
ojos verdes sosteniéndolo todavía, cautivándolo como si fuera alguna clase de
presa, un tímido conejito congelado con temor. La imagen lo jodió lo bastante
para hacer a un lado algo de ese miedo.
Ahora
estaba cerca. Demasiado cerca. La respiración de Junsu se hizo más rápida hasta
el punto de darle vueltas la cabeza, y estaba seguro de que permanecía quieto.
— ¿Necesitas
ayuda, Xiah? —Le preguntó Jong.
— ¿Xiah?
—preguntó Yoochun, alzando una ceja marrón a modo de pregunta.
Junsu
intentó dedicarle un indiferente encogimiento de hombros, pero su columna
parecía tiesa y oxidada.
—Nueva
ciudad, nuevo nombre.
—También
nuevo look —dijo, sus ojos vagando por su cuerpo como si el territorio le
perteneciera—. Me gusta.
Había
tenido el pelo rubio y de punta cuando lo había conocido. Desde entonces se
había vuelto a teñir el pelo de regreso a su color natural —un normalito tono
medio marrón. También lo llevaba corto, cayéndole sobre los ojos, fino como el
de un bebé.
—Te
ves… suave. —Dijo él como si eso fuera algo bueno, y Junsu repentinamente deseó
no haberse quitado el pelo de punta. Al menos podría haberlo usado para sacarle
un ojo si se acercaba demasiado.
Lo
cual estaba haciendo ahora mismo.
—
¿Xiah? —preguntó Jong nuevamente, esta vez con más fuerza. Tenía un arma en la
parte de atrás de la barra y no tenía miedo de utilizarla. Típico ciudadano de
Chugoku.
—Estoy
bien, —le dijo a Jong, mintiendo a través de sus apretados dientes—. Sólo es un
viejo amigo.
La
sonrisa de Yoochun se ensanchó.
—Únicamente
vine para recuperar los viejos tiempos.
Se
estiró a por él, y Junsu sabía que no podía saltar a un lado. Jong sabría que
algo estaba ocurriendo, y aunque Jong no era exactamente el tío más encantador
sobre la superficie del planeta, le había dado un trabajo cuando nadie lo había
hecho. No podía pagarle con problemas. Y Yoochun era definitivamente eso. Un
problema andante y parlante de más de seis pies y doscientas libras.
La
ancha mano rodeó su muñeca, y tiró hacia él. Junsu fue, asegurándose que el
arma de Jong se mantuviera segura en un lugar apartado. Dejó que Yoochun lo
rodeara con sus brazos. No estaba seguro de que iba a hacer. ¿Estrangularlo?
¿Agarrarlo y lanzar su culo por la puerta? El cielo sabía que él era lo
bastante grande para lanzárselo al hombro y salir corriendo antes de que
cualquiera pudiera detenerle.
Pero
no hizo nada de eso. Todo lo que hizo fue engullirlo en un abrazo.
La
mente de Junsu farfulló, intentando buscarle sentido a su acción. Sus brazos
caían limpiamente a los costados. No podía siquiera encontrar la presencia de
ánimo para hacerle a un lado. Intentó convencerse a sí mismo de que eso era
porque no quería que Jong saliera herido, pero una parte muy dentro lo sabía
mejor. Tanto como le asustaba lo que Yoochun pudiera hacerle, tanto como le
odiaba a él y a los de su tipo por arruinarle la vida y las vidas de otras
incontables, todavía había algo en él que lo atraía, algo que acallaba las desenfrenadas
esquinas de su alma. Quizás sólo era su atractiva cara o su cuerpo con el que
se te hacía agua la boca. O quizás estaba ya lavándole el cerebro y no lo
sabía. Así era como funcionaba el lavado de cerebro, ¿verdad?
Sus
manos vagaron por su espalda y bajaron por los desnudos brazos. Su piel era
cálida contra la suya, áspera con los callos y completamente fuerte. Estaba
presionada fuertemente contra él, consciente de cada devastadora pulgada de
músculo de su pecho, abdomen y muslos. Sus manos hormigueaban por estirarse y
ver si lo sentía tan bien bajo sus dedos como se sentía contra su cuerpo, pero
se contuvo.
Era
su enemigo. Junsu no podía olvidar eso. El problema era, que ahora mismo era
fácil olvidarlo. No podía recordar la última vez que había sido abrazado, pero
estaba seguro que no había sido nada parecido a esto.
Su
esencia lo envolvió, deslizándose en su interior con cada respiración que
tomaba. Sintió su cuerpo relajándose y supo que esto tenía que ser algún tipo
de truco que los Caballeros de la Luz utilizaban para subyugar a su presa. Un
arma química. Una que funcionaba igual que un encantamiento.
Contra
su mejor juicio, su mejilla descansó sobre su pecho y pudo oír el fuerte y
constante latido de su corazón. El brillante collar que llevaba pulsaba con
color, remolineando en un compás casi hipnótico. Los brazos eran fuertes y
duras bandas que lo sostenían en el lugar, encerrándolo contra él, pero no lo
estaba lastimando, como había temido. De hecho era justamente lo opuesto. Podía
sentir una sutil vibración corriendo a través de sus miembros, como si se estuviese
cuidando de no machacarlo.
Junsu
se echó atrás, esperando poner fin al abrazo, pero Yoochun no lo dejó ir. Su
agarre era desesperado. Inquebrantable.
Enterró
la nariz en su pelo y respiró profundamente.
—Estás
bien —susurró como si hubiese estado preocupado—. No he llegado demasiado
tarde.
Aquellas
no eran las palabras de un loco asesino, pero Junsu tenía mejor criterio que
ser engañado.
— ¿Donghae
también está bien? —le preguntó.
Yoochun
se apartó entonces, sólo lo suficiente para mirarlo.
—Está
bien. Feliz. Al igual que lo estarás tú, una vez te lleve a casa.
Dios
querido, estaba prácticamente admitiendo que iba a lavarle el cerebro. No podía
dejar que eso sucediera. Donghae lo necesitaba.
—Dime
que sucedió —dijo Yoochun—. Cuando el teléfono se cortó la semana pasada.
Estaba seguro de que estabas muerto, seguro de que llegaría demasiado tarde.
Junsu
rogó que no pudiera ver el sonrojo de culpabilidad que podía sentir
extendiéndose sobre su cara. Que la llamada de teléfono de la semana anterior
había sido un engaño al cien por cien, diseñada por los Kotama para hacer que Yoochun
viniese corriendo. Había fingido estar en problemas, llamándole por ayuda. Su
aterrada voz, los golpes en la puerta de su habitación en el motel, la manera
en que le cortó la llamada. Había sido todo una mentira cuidadosamente ideada
para atraer a Yoochun a su lado.
Y
esta había funcionado igual que un encantamiento.
Recorrió
las manos a lo largo de sus brazos como si comprobara las heridas, o quizás
intentando convencerse a sí mismo de que estaba bien.
No
sabía qué hacer con él, y esto lo dejó en absoluta confusión.
— ¿Te
atacaron? ¿Estás herido? —le preguntó.
Junsu
sabía que tendría preguntas, y había ensayado la mentira una y otra vez, pero
con sus manos corriendo sobre su cuerpo, tan cálidas y cariñosas, difícilmente
podía recordar la línea.
—No.
Yo estaba en una habitación de un barato motel. Era sólo algún borracho
buscando a su novia.
No debería haberte llamado y molestarte, pero estaba
asustado.
Los
ojos de Yoochun se abrieron con alivio por un breve momento, y vio como movía
la boca como si ofreciera una silenciosa plegaria de agradecimiento.
—Disculpadme
—dijo Jong—. Odio interrumpir vuestra pequeña reunión, pero este suelo no va a
fregarse solo.
—Lo
siento señor —dijo Yoochun—. Pero los días de Junsu —Xiah— de pasar la fregona
se han terminado. Se viene a casa conmigo.
Jong
entrecerró los ojos con sospecha.
— ¿Eso
es verdad? —le preguntó—. ¿Te vas con este tipo?
Mejor
sacarse esto de encima cuanto antes y salir de aquí antes de que alguien
pudiera salir herido. Cuanto más pospusiera lo inevitable, peor sería.
—Sí,
Jong. Voy a irme con él.
—Has
estado huyendo de algo —dijo Jong—. ¿Es de él?
—No
—mintió—. Estaré bien.
Yoochun
todavía no lo había dejado ir. Su mano estaba extendida cruzando su baja
espalda, sosteniéndolo cerca de su calor. Entonces bajo su vista para mirarlo y
sus felinos ojos verdes prácticamente brillaron con anticipación.
—Hora
de irnos, cariño.
Cariño.
Siempre lo llamaba así, como si le importara. Como si no estuviera planeando
lavarle el cerebro y matarlo por su sangre.
Entonces
de nuevo, Junsu se imaginó el cambio radical en el juego. Su camioneta estaba
equipada con explosivos, gracias al plan de los Kotama. Una vez que Yoochun lo
llevara de vuelta a la comunidad donde vivía, y sacara a Donghae, iba a detonar
todo el C-4 y matar a cada uno de los Caballeros de la Luz que pudiera.
Incluyendo a Yoochun.
Este fic es una adaptación, no es mío,
yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: HUYENDO DEL MIEDO-
SHANNON K. BUTCHER. PAREJA PRINCIPAL: YOOSU.
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