CAPÍTULO 2
Junsu
estaba a salvo. Yoochun apenas podía creerlo, incluso, aunque lo tenía allí
mismo, justo frente a él, tan hermoso que hacía que le picaran los ojos. Casi
había colapsado con alivio cuando llegó a la entrada del bar y lo había visto
sano y salvo. El marco de la puerta evitó que se cayera, y permaneció allí
durante un minuto completo, sólo observándolo moverse, aliviándose ante la
vista de poder verlo entero y a salvo. Cualquiera que fuera el problema en el
que estaba, lo que quiera que hubiera oído la semana pasada por teléfono, no lo
había lastimado.
Lo
había encontrado a tiempo.
A Yoochun
le llevó otro minuto completo estabilizar su respiración y conseguir el control
suficiente sobre sus emociones para siquiera pensar acercársele. No podía
joderlo ahora. No podía asustarlo y que huyera. Otra vez no.
Cuando
estuvo seguro de que no lo lastimaría con su desesperación por tenerlo en sus
brazos, finalmente se permitió ir a su encuentro. Y ahora estaba aquí,
presionado contra él, justo a donde pertenecía.
Le
acarició los brazos, intentando alejar los escalofríos que rondaban su piel. No
estaba seguro de que si esos escalofríos venían del frío o del miedo, pero de
cualquier modo, iba a encargarse de eso. Lo que quiera que quisiera, lo que
quiera que necesitara, cualquier cosa que estuviese en su poder para darle
sería suyo.
Se
sentía bien bajo sus manos. Quizás demasiado bien. Sus dedos se cerraron
alrededor de sus delgados brazos y tuvo que recordarse a sí mismo ser cuidadoso.
Ir lentamente. No asustarlo de modo que huyera otra vez.
Yoochun
había planeado este momento durante semanas —cada día desde que lo había
conocido el 20 de Julio, un día que siempre celebraría como el comienzo de su
salvación. Había pensado en su reencuentro una y otra vez —un millón de
diferentes situaciones llenó su cerebro hasta que se ahogó con las
posibilidades. En cada una de ellas, Junsu había permanecido a su lado porque
eso era lo que él quería.
Basándose
en la manera en que se mantenía inmóvil en sus brazos, aparentemente, la
realidad no iba a ser tan fácil.
Lo
había perdido una vez. Había huido. La marca de sangre que le había dejado no
había funcionado correctamente y no había podido encontrarlo. Incluso aunque se
suponía que eso era imposible, se las había arreglado para encontrar una forma de
ocultarse de él. Eso podía suceder otra vez si no tenía cuidado.
Yoochun
planeaba ser realmente cuidadoso.
—Te
he comprado algo —le dijo.
Hurgó
en su bolsillo trasero y sacó una pequeña bolsa aterciopelada. Le tomó algún
tiempo arreglárselas para abrir la cosa con una sola mano, pero no iba a
dejarlo ir de la otra mano. Si dependía de él, nunca dejaría de tocarlo otra
vez.
Sacó
una delicada cadena de oro de la bolsita y la balanceó frente a sus ojos. Las
luces de neón del bar destellaron en los eslabones, dándole un tono brillante.
— ¿Qué
es eso? —preguntó.
—Un
regalo. Para ti.
Uno
que podría asegurarle que no lo perdiera de nuevo.
—No
puedo aceptarlo —dijo Junsu.
Sus
ojos oscuros se cerraron sobre la cosa como si fuera una serpiente venenosa.
—Claro
que puedes. Fue hecho sólo para ti. No quieres herir mis sentimientos, ¿verdad?
Junsu
alzó la barbilla y lo miró. Aquellos agridulces ojos chocolate estaban llenos
de preguntas y más que un poco de aprensión, pero Yoochun se ocuparía de eso
muy pronto. Todo lo que necesitaba era algo de tiempo a solas para explicarle y
todo iría bien.
Tenía
que hacerlo. Yoochun estaba ya casi fuera de tiempo.
—Por
favor, Junsu. Sólo déjame ponértelo. Si no te gusta, te conseguiré algo más.
Junsu
miró nuevamente el brazalete, lamiéndose los labios y tirando de ellos en una
fuerte respiración. Su pecho vibró con silencioso temor.
Estaba
asustado.
Yoochun
luchó ante la urgencia arroparlo en sus brazos otra vez y sostenerlo hasta que
se acostumbrara a él y supiera que nunca le lastimaría. Desafortunadamente, esa
no era la manera en la que funcionaban las cosas. Junsu necesitaba tiempo.
Necesitaba que él le demostrara que no sólo no lo heriría sino que mataría a
cualquiera o cualquier cosa que lo intentara.
Si
las cosas funcionaban, tendría una vida para mostrarle lo que significaba para
él. Varias, de hecho.
El
dolor aguijoneaba su cuerpo, y la necesidad de proclamar su reclamo le gritaba
para que actuara, pero se contuvo. Todavía tenía algunos días más —los
suficientes para hacerlo correctamente. Ya había vivido con el dolor durante
décadas, podía vivir con ello unos pocos días más. Junsu lo merecía.
Lentamente,
le tendió el brazo. Sus brazos temblaban, pero Yoochun fingió no advertirlo. El
chico era tan menudo —de sólo un metro setenta de alto— pero su independencia
era todo menos pequeño. Junsu era un luchador, y él todavía tenía cicatrices
que lo probaban.
Cada
vez que veía la pequeña punzada de la herida en su brazo, le hacía sonreír. Una
vez lo hubiese calmado y le mostrara como usar su poder, iba a ser imparable.
Un fiero guerrero. Junsu El Vengador. Material de leyendas.
Yoochun
sujetó el brazalete alrededor de su muñeca, adorando la sensación de su
satinada piel rozando contra las yemas de sus dedos. Tenía huesos delicados, aunque
nunca se atrevería a decírselo a la cara por temor a más cicatrices.
Había
hecho que el joyero la hiciera dos veces de modo que le valiera perfectamente.
Y lo había hecho. Estaba lo bastante floja para ser cómoda, pero no colgaba
tanto como para que se la sacara de esa manera. Más importante aún, no era lo
bastante floja para que se le deslizase de la mano.
Fingió
ajustarla, estirando las dos puntas que la conectaban mientras extraía pequeñas
gotas de poder del aire que los rodeaba. Dolía como el infierno absorber más
energía, pero no tenía elección. Necesitaba activar la magia que Hyesung había
imbuido en el brazalete —la magia que haría imposible que Junsu escapase de él.
Con
un sutil clic, sintió el poder dormido dentro de los cabos de oro cobrando vida,
enviando una cascada de brillos subiendo por su brazo y bajando por su columna.
Así
como también lo hizo Junsu.
Sus
ojos oscuros se abrieron desmesuradamente y luchó contra él, intentando
separarse.
— ¿Qué
me estás haciendo? —exigió.
El
barman alzó la mirada. Su duro rostro oscurecido y su cuerpo tensándose. Estaba
buscando el arma detrás de la barra.
—Es
hora de irnos, cariño —dijo Yoochun.
Lo
cogió por la muñeca y tiró de ellos hacia la puerta.
—Quédate
dónde estás —dijo el barman—. Xiah no va a ir a ningún lado contigo a menos que
eso sea lo que quiera.
—Mantente
fuera de esto, Jong —le dijo Junsu—. Sólo conseguirás que te hagan daño.
—Yo
le enseñaré a él lo que es herir.
El
hombre acunó la escopeta en sus manos, pareciendo tan suficientemente cómodo
con esa cosa que probablemente dormía con ella por las noches. No era buena
señal. Un disparo a quemarropa dolía como el diablo, y un tiro por la espalda
podría volarle el brazo o peor. Yoochun no podía permitirse ahora mismo el
quedar incapacitado. Especialmente no cuando eso quería decir que su sangre
sería derramada, el aroma atrayendo a cada demonio Yokai en millas a la
redonda, dejando a Junsu desprotegido.
No
iba a suceder.
Movió
a Junsu tras de sí y alzó las manos.
—Tranquilo,
ahora —dijo él—. No voy a lastimarlo.
—Xiah,
vuelve aquí —le ordenó Jong.
—Estoy
bien —le dijo Junsu—. De veras. Estaré bien.
—Sólo
llamaremos al sheriff y dejaremos que él solucione esto —le dijo Jong—. Nos
cercioraremos que aquí, tu galán, no tiene ninguna desagradable historia.
Envolver
a la policía humana sólo iba a hacer las cosas más sucias. Y, ciertamente, no
tenía tiempo para sentarse en prisión mientras las hojas de su marca de vida se
marchitaban y morían.
—Tenemos
un poquito de prisa —dijo Yoochun.
Jong
se estiró a por el teléfono, ni una sola vez apartó los ojos de Yoochun.
—Siento
oír eso.
—No
lo hagas, Jong —dijo Junsu—. Sólo déjalo ir.
—Él
es un tío enorme, Xiah. No me gusta la idea de que estés solo con él.
—No
voy a hacerle daño —dijo Yoochun a través de los apretados dientes—. Moriría
antes que dejar que le sucediera algo.
—Yo
quiero estar a solas con él —la empática declaración de Junsu hizo cantar el
corazón de Yoochun.
No
estaba seguro de si era eso lo que quería decir o si estaba actuando por Jong,
pero de todas formas, a él le valía.
—
¿Estás seguro? —preguntó Jong.
Junsu
le dio a Yoochun un duro empujón, haciéndolo a un lado, de modo que pudiera
pasar frente a él. Yoochun apenas mantuvo sus manos para sí mismo. Entonces vio
el tatuaje de un leopardo sobre el hombro y se calmó instantáneamente por la
sorpresa. Lianas y estilizadas hojas empezaban en el punto donde había colocado
su marca de sangre sobre su bíceps derecho y ascendía por su brazo y sobre su
hombro. El leopardo observaba fijamente desde el follaje, mirándole
directamente por debajo de la tira de su camiseta.
Yoochun
había visto su reflejo en el espejo las suficientes veces para reconocer sus
propios ojos cuando los veía.
Era
extraño verlos en la calavera de un animal —igual que algún bizarro tipo de
cazador. Lo que era incluso más extraño era el hecho de que Junsu se marcara
permanentemente a sí mismo con alguna imagen que le recordaba a él. La última
vez que lo había visto, había intentado matarle.
Le
gustaba pensar que las pocas conversaciones que habían tenido por teléfono
desde entonces lo habían convencido de dejar sus violentos impulsos, pero
estaba seguro de no haber sido tan dulce hablando como para algo como eso.
—Estoy
seguro, Jong —dijo Junsu—. Solo déjanos ir en paz. No te molestaremos más.
Ahora
era quién hablaba. Quería besarlo por desarmar la situación antes de que
pudiera extenderse y complicar las cosas aún más.
Infiernos,
quería besarlo, constantemente.
Desafortunadamente,
eso tendría que esperar hasta que lo sacara de allí. Al menos, hasta que lo
tuviera en su camioneta.
— ¿Tienes
mi número de teléfono? —le preguntó Jong a Junsu.
—Sí.
—Úsalo.
Llámame si me necesitas. Estaré aquí toda la noche.
—Gracias,
Jong. Siento lo del suelo. Quédate lo que me debes.
Los
ojos de Jong se entrecerraron y miró con ceño a Yoochun.
—Suenas
como si no fueras a volver.
Junsu
miró a Yoochun y hubo una profunda tristeza oscureciendo sus ojos. Quería hacer
a un lado su tristeza, destruirla de modo que no pudiera volver a acecharla
nunca más. El problema era, que estaba convencido de que la mayoría de esa
tristeza era de alguna manera culpa suya.
—No
lo haré. Adiós —dijo Junsu, entonces condujo a Yoochun a través de la puerta
internándose en la noche.
El
aire nocturno era caliente y espeso, y llenó los pulmones de Yoochun con el
aroma de la tierra y el asfalto. Un par de envejecidas luces se alzaban sobre
su cabeza dibujando una nube de insectos e iluminando el agrietado parking lo
suficiente como para destruir su visión nocturna y crear profundos pozos de sombra
alrededor de los pocos coches que quedaban.
Junsu
se dirigió a su Honda y Yoochun se apresuró a sus talones. No había olvidado el
bonito culo que tenía, o la manera en que se le hacía agua la boca con la
necesidad de sentir sus manos cubriendo sus mejillas mientras lo besaba hasta
dejarlo sin sentido. Tanto como lo odiaba, arrancó los ojos de tan encantadora
visión y escaneó el área de los alrededores en busca de Yokai. No iba a dejar
que uno sólo de esos asquerosos les cogieran por sorpresa y echaran a perder
sus ocasiones de satisfacer cada una de sus fantasías con Junsu.
Y
después de tantas semanas, tenía un montón de ellas. Ahora todo lo que tenía
que hacer era conseguir que estuviese de acuerdo con sus planes.
—No
voy a montar contigo —anunció de camino a su coche.
Junsu
no sabía que el brazalete que llevaba ahora evitaba que se alejara más que unos
pocos metros de él, pero no creía que fuera diplomático decírselo todavía. Si
intentaba huir, entonces lo sabría. Y si intentaba huir, se merecía descubrirlo
de la manera difícil.
— ¿Por
qué no? —le preguntó.
—No
confío en ti.
Sus
palabras herían, pero ignoró el dolor. Estaba acostumbrado.
— ¿Por
qué no?
—Tú
sabes el por qué.
Yoochun
le agarró el brazo y tiró gentilmente para que se detuviera.
—No.
No lo sé.
Junsu
se le quedó mirando durante un largo momento. La rabia apretaba su boca,
haciendo que quisiera besarlo para alejarlo.
Le
clavó un dedo en el pecho. Con fuerza.
—Me
marcaste y me perseguiste por todo el país, haciendo casi imposible que me
quedara en un único lugar el tiempo suficiente para encontrar un trabajo.
¿Tienes idea de cuánto cuesta el carburante? Tuve que pagar casi todo lo que
poseía para mantener mi coche en movimiento de modo que no pudieras cogerme.
El
pensamiento de Junsu sufriendo de esa manera le hizo enfermar. Esa no había
sido su intención. Debido a que huyó; él lo siguió. ¿Cómo no iba a seguirlo
cuando lo necesitaba tanto?
— ¿Por
qué huiste?
Esa
era una pregunta que se había estado muriendo por hacer. ¿Por qué había estado
tan asustado de él? Nunca le había hecho daño.
— ¿Por
qué huí? ¿Hablas en serio?
Yoochun
asintió.
—Secuestraste
a Donghae. Y a la Señorita Boa. No quería ser el siguiente.
— ¿Secuestrar?
—Bueno, Yoochun imaginaba que probablemente se había visto así ahora que lo
pensaba—. Hyukjae necesitaba a Donghae. Y no podíamos dejar a la Señorita Boa
atrás para que se las arreglara por sí mismo una vez que aparecieron los Yokai.
—Ellos
aparecieron por culpa tuya —le dijo, apuntándolo otra vez.
A
este paso, le iba a herir.
—Bueno,
sí, pero no es como si pudiéramos evitarlo.
Junsu
rodó los ojos y metió la mano en el bolsillo de su delantal para recuperar las
llaves.
—Lo
que sea. Sólo dime a dónde vamos y te seguiré.
—Eso
no va a funcionar
—Estoy
enfermo y cansado de huir, Yoochun. Se acabó. Tú ganas. Me rindo.
Se
estiró hacia Junsu, queriendo aliviar el dolor que veía en las líneas de su
rostro. La fatiga. En la penumbra del bar, no había sido capaz de ver lo cansado
que se veía, pero ahora lo hacía. Tenía oscuros círculos debajo de los ojos y
estaban rojos, igual que si no hubiese dormido durante días.
Yoochun
sabía cómo se sentía. Él ni siquiera podía recordar la última vez que había
dormido. Había estado demasiado ocupado buscando a Junsu desde aquella
aterradora llamada de teléfono.
Antes
de que pudiera tocarlo, se apartó y dio un amplio paso atrás, topando con su
coche.
—Coge
lo que quieras traer contigo y lo pondré en mi coche —le dijo.
—No.
Yo conduciré.
Yoochun
no iba a luchar. Ahora eran un equipo —o al menos lo serían una vez que tuviera
a solas a Junsu y se lo explicara todo. Seguramente no se negaría a él. Lo
necesitaba demasiado incluso para considerar esa posibilidad.
—Tu
coche se ve como si fuera a hacerse pedazos.
Junsu
bajó la cabeza y miró fijamente el agrietado asfalto.
—Es
mi casa —susurró.
Yoochun
miró al interior de la oscura ventana y vio una almohada y sábanas. Remetido en
la ventana de atrás estaba un andrajoso oso de peluche al que le faltaba un
ojo. Pegados a la parte de atrás del asiento del pasajero había media docena de
fotos de una mujer que Yoochun suponía era su madre. Junsu estaba en alguna de
ellas, joven y sonriente. Su madre no había estado sonriendo en ninguna de las
fotos.
Lo
había dicho literalmente. Vivía en su coche.
A Yoochun
se le rompió el corazón. ¿Cuánto tiempo había estado viviendo de esa manera? ¿Y
cuánto de eso era culpa suya por no haberlo encontrado antes?
No
había lugar para que se apartara ahora de él con el coche a su espalda. Él
podría haberlo abrazado y dado consuelo, pero le preocupaba que esto sólo
lastimara su orgullo. Así que, fingió que no le importaba y dijo:
—Bien.
Tú conduces. Montaré contigo.
Su
corazón se disparó y le dedicó un escéptico ceño fruncido.
— ¿Lo
harás?
Yoochun
se encogió de hombros.
—Claro.
No me importa. No me matará el dejar mi coche aquí por una noche.
Este fic es una adaptación, no es mío,
yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO. ORIGINAL: HUYENDO DEL MIEDO-
SHANNON K. BUTCHER. PAREJA PRINCIPAL: YOOSU.
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