CAPÍTULO 10
Yong Ha miró fijamente
el cielo nocturno, luchando con los celos que le embargaban y le dejaban un
amargo sabor en el fondo de la garganta. Antes, nunca había sido un hombre
celoso. No quería serlo ahora. Quería estar feliz por Eunhyuk. Él había
encontrado una mujer que podía salvarle la vida. Acabar con su sufrimiento. Eso
era algo digno de celebración.
Pero en vez de sentirse regocijado, Yong Ha se sentía herido
por Eunhyuk. Quería golpear a su amigo en el suelo y tomar a Donghae para sí
mismo. Ni siquiera importaba que no pudiese ayudarle. Parte de él quería hacerle
intentarlo -quería obligarlo a ser algo que no era. Su salvación. El pecho de
Yong Ha le dolía con el peso de los
celos y lo frotó con su amplia mano en un esfuerzo por aliviar el dolor. Esto
no le hacía ningún bien, por supuesto. Ahora nada podía ayudarle. Incluso si
hubiese otras parejas ahí fuera iguales a Donghae, Yong Ha no tenía tiempo suficiente
para encontrar una. Su tiempo se había acabado hacía cinco minutos, cuando
sintió que la última hoja caía de su marca de vida y su alma empezaba a morir.
Podía sentirlo temblando, dejando un triste y vacío
entumecimiento detrás. Todo lo que le quedaba era mirar ahora hacia delante
para no perderse a sí mismo en el pantano gris de la desalmada amoralidad.
Oyó el ligero crujido de la hierba tras él y se volvió para
ver a Ji Hyun caminando directamente hacia él con resueltos pasos.
Se había quitado la gorra de béisbol y su pálido pelo relucía
brillante bajo la luz de la luna.
Conservaba bastante de sí mismo para preocuparse de que la
había visto fácilmente, incluso en la oscuridad. Su mano derivó a su espada,
asegurándose de que estaba lista si algún Yokai los encontraba allí fuera
solos. Se cercioraría de que fuera protegida.
Ese pensamiento le facilitó un poco las cosas. Al menos no
estaba completamente ido. Aún.
— ¿Qué estás haciendo aquí? —Le preguntó—. No es seguro.
—Estaba preocupada por ti —le respondió.
Dios, era joven, apenas una mujer, pero con todos las
encantadoras trampas. Tenía ese brillo de juventud -un tipo de frescura que le
ayudaba a recordar por qué había luchado toda su vida para mantener las vidas
de otros a salvo. Toda su vida se extendía ante ella, llena de elecciones y
promesas.
Deseaba poder decir lo mismo de sí mismo.
—Estoy bien. Sólo quiero estar solo —le dijo.
Ella se sentó a su lado, compartiendo espacio sobre el árbol
caído que había encontrado bajo los viejos robles detrás de la casa.
—No creo que sea bueno para ti estar solo ahora mismo.
Yong Ha ladeó hacia
ella una interrogante mirada.
— ¿Ah, sí? ¿Y qué sabes tú de eso? Sólo eres una niña.
—Te lo dije, tengo dieciocho. No soy sólo una niña. Además,
eres tan viejo que incluso la Señorita Boa es una niña para ti. Acéptalo.
¿Que lo aceptara?
— ¿Esa es la manera en la que hablas a un Amaterasu? Se supone
que debes mostrar respeto. Obediencia.
Se encogió de hombros y esto atrajo su atención a la delgada
línea de sus brazos. Era delgada por todas partes, pero en una proporción que
dejó a Yong Ha mirándola durante
demasiado tiempo.
—Dame una orden que no sea estúpida y la seguiré.
—Aquí hay una. Vuelve adentro.
Ella bufó.
—Inténtalo otra vez, He-Man.
¿He-Man? ¿Eso no era un dibujo animado?
Yong Ha estaba empezando a sentirse un poco más que ofendido
por su casual actitud cuando ella se puso de pie y se quedó detrás de él.
— ¿Qué estás haciendo? —Le preguntó frunciendo el ceño ante
ella.
—Estás muy tenso. Voy a masajearte la espalda.
Peligro. Sintió el peligro, pero no estaba seguro de por qué.
Sólo era una niña pequeña. Una humana sangre pura, pero todavía humana. Sus
dedos se posaron sobre sus hombros y apretó profundamente en sus cansados
músculos. Se sentía bien. No podía recordar la última vez que se había sentido
tan bien. Había estado peleando durante demasiados días sin un respiro. Sobre
todo, desde que Eli había muerto. No podía descansar mientras la espada de su
amigo estuviese perdida y, hasta ahora, no se había dado cuenta del peso que
suponía eso sobre su cuerpo. Estaba dolorido de pies a cabeza, dentro y fuera.
Estaba usando el dolor -constante e intenso dolor-, pero Ji Hyun lo estaba
haciendo sentir mejor.
Dejó escapar un gemido de satisfacción.
—Me alegro que te guste —dijo ella mientras se inclinaba más
cerca.
Podía sentir la hinchazón de sus pechos contra su espalda y
esa sensación de peligro aumentó.
Ella acarició con sus manos la parte de atrás de su cuello en
una lenta y gentil caricia, y se dio cuenta que la alarma era por eso. Quería
su atención. No de la manera en la que un estudiante quería la aprobación de un
profesor, lo cual podía manejar y estaría encantado de proporcionar, sino en la
manera que una mujer quería la atención de un hombre.
Yong Ha se movió
levantándose y retrocedió lejos de ella con sorpresa, casi tropezando.
Ella sonreía y no era la sonrisa de una niña. Oh, no. Esa
sonrisa era completamente de deseo femenino y hambre adulta.
— ¿Qué pasa? —Preguntó—. ¿No me deseas?
Yong Ha se quedó con la
boca abierta, entonces la cerró de nuevo. ¿Qué se decía a algo como eso? Nunca
había considerado siquiera la idea. ¿Desearla? Sólo era una niña. Un noble y
honorable hombre como él no deseaba niñas.
Ella se adelantó, emparejando su horrorizado retraimiento paso
a paso. Sus caderas se sacudían y sus pechos saltaban y lo obligó a pensar en
ello más de lo que le gustaría. Dejarla hacerle sentir bien durante un largo
rato. Dejarla tocar más que su espalda. Dejarla tomarle en su dulce cuerpo y
perderse a sí mismo en las sensaciones de la carne.
¿Y qué si tenía sexo con ella? Obviamente lo quería y era
técnicamente una adulta según los estándares en los días modernos. Se merecía
un poco de diversión antes de morir. Mejor tomar una mujer ahora que cuando su
antigua forma diese paso a sus instintos más básicos. Ahora que todavía podía
ser gentil.
¿No es verdad?
El pensamiento hizo que su estómago se retorciera con
repugnancia. ¿Y si no podía? ¿Y si se entregaba a su lujuria y esta asumía el
control? No tenía idea de que le sucedería ahora que habían caído todas sus
hojas. Era tan fuerte que podría lastimarla fácilmente.
—No —le dijo, usando cada pizca de convicción que pudo reunir.
La persecución de Ji Hyun se detuvo en seco y alzó la mirada
hacia él con el dolor del rechazo brillando en sus ojos.
—No me deseas.
—No es eso.
—Debe serlo. He oído hablar a las mujeres humanas. No puedes
trasmitirme ninguna enfermedad y no puedes dejarme embarazada, así que la única
cosa que te detendría sería el hecho de que no me deseas. A menos que ya tengas
alguna mujer humana en algún lado y te preocupe el engañarla.
—No la tengo. Eres demasiado joven.
—Soy lo bastante mayor para saber cuándo quiero tener sexo. Y
lo quiero. Contigo.
Colocó una delgada mano sobre su pecho y dejó que se deslizara
lentamente hacia abajo.
El estómago de Yong Ha
se apretó y se mordió un gemido de necesidad.
—No es tan simple.
—Lo es, si quieres que lo sea.
Sintió como su control se deslizaba. Le estaba ofreciendo una
oportunidad de escapar de su vida, sólo por un pequeño instante y él quería
tomarlo. Después de siglos de servicio se merecía un poco de felicidad, incluso
si esta era sólo efímera.
Yong Ha ahuecó sus
hombros en las manos, inseguro de si apartarla o acercarla.
Se veía pequeña de pie frente a él. Se sentía pequeña bajo sus
dedos. Siempre le había gustado eso en las mujeres -como podían sentirse tan
delicadas y tan fuertes al mismo tiempo. Esa era una maravilla que nunca dejaba
de asombrarlo.
—Sé que estás herido —dijo ella en un tono suave, bajo—. Deja
que te haga sentir bien.
Encontró la fuerza para preguntar.
— ¿Por qué?
—Porque puedo. Porque quiero hacerlo.
Su resolución se desmenuzaba por segundos. Ella estaba
diciendo todas las cosas correctas para engañar fácilmente su conciencia. No la
forzaría. Infiernos, ni siquiera intentando seducirla. Ella lo estaba haciendo
todo por su propia voluntad.
Ji Hyun colocó sus manos alrededor de su cuello y apretó su
cuerpo contra el suyo. Podía sentir los latidos de su corazón contra sus
costillas, ver el rubor de excitación arrastrándose hacia arriba por sus
mejillas.
—Sé exactamente como hacerte sentir bien.
Algo en eso le molestó. Cerró los ojos, bloqueando su
seductora visión de modo que pudiera concentrarse en lo que estaba mal.
— ¿Cómo lo sabes? Eres demasiado joven.
Ella se rió.
—No sabes nada sobre la juventud de hoy en día, ¿no? ¿Piensas
que soy virgen o algo así?
Ciertamente, ese pensamiento había cruzado por su mente, pero
se lo guardó para sí mismo.
—Oh, tío, eso no tiene precio. Empecé a dormir con chicos
cuando tenía trece.
— ¿Trece? —Sonaba indignado, pero no podía evitarlo. Sólo
había sido un bebé entonces—. ¿Qué diablos estabas haciendo teniendo sexo a los
trece?
El cuerpo de Ji Hyun se puso rígido, dejó caer las manos y dio
un paso atrás.
—Suenas como mi tío. ¡Jezz!
No su padre, su tío.
— ¿Dónde estaba tu padre cuando su niñita estaba teniendo
sexo?
—Estás bromeando, ¿verdad? ¿Ofrezco acostarme contigo y tú
quieres hablar de mi padre? Jódete —puso los ojos en blanco y empezó a
marcharse.
Yong Ha la detuvo.
Envolvió una mano alrededor de su brazo y ella no tuvo elección excepto
detenerse.
—Dímelo —ordenó, usando su voz oficial de Amaterasu, la que
por lo general tenía a los Pami saltando para cumplir sus demandas.
Vio que ella consideraba sus opciones -intentar alejarse o
responder.
—Bien, ¿quieres saberlo? Te lo diré. Mi querido anciano padre
empezó a violarme cuando tenía ocho años. Cuando tuve diez, mamá lo descubrió e
intentó detenerlo. Él la mató por sus esfuerzos y fue a prisión. Lo cual vino a
ser justicia poética ya que acabó él mismo muriendo después de ser violado por
la cuadrilla. ¿No es una preciosa historia? Cada año lo pongo en la tarjeta de
navidad.
Yong Ha estaba atónitamente mudo. ¿Qué debía decir a algo así?
Su vida -su corta vida- había sido destruida por el hombre que se suponía la
protegería, y aquí estaba él molesto por el hecho de que después de vivir casi
cuatrocientos años, se estaba muriendo. Dios, que asno egoísta era.
—Ven aquí —susurró, y tiró de Ji Hyun hacia sus brazos.
La sostuvo apretada, negándose a dejarla ir cuando ella luchó
contra él. Lentamente, dejó de luchar y le dejó sostenerla. Él solo podía imaginarse
lo sola que se sentía en el mundo. Había sido violada, aterrorizada y quedado
huérfana. Aparentemente, su tío la había recogido, pero nunca podría reemplazar
a un padre. Y nada compensaría la traición que había sufrido en sus manos.
Yong Ha deseaba que su
padre no hubiese muerto, porque le habría encantado matar al hombre él mismo.
Lentamente.
Ella farfulló algo, el sonido fue amortiguado por su pecho.
—No voy a acostarme contigo, así que olvídalo.
Se retiró lo suficiente para poder levantarle la barbilla y
hacerla mirarlo.
—Tienes más que ofrecer al mundo que sólo sexo. Eres una Pami.
Eres importante.
Ella bufó.
—Eso es lo que dice mi tío, pero es estúpido. Apenas tengo
poder alguno que no sea el de captar cuando un Yokai está cerca, y muchos de
nosotros pueden hacerlo. Ambos, Han Kang y Yi Soo encontraron sus dones, pero
yo no tengo ninguno.
—Eso no es verdad. Es sólo que todavía no lo has descubierto.
Date tiempo.
Una cautelosa mirada se demoró en sus rasgos y pudo ver cómo
le temblaba el labio inferior antes de que lo controlara.
—Ya no tengo más tiempo. Mi tío dice que tengo que mudarme
hacia el final del verano.
—Deberías ir a la universidad. Los Caballeros de la Luz te
pagarán la matrícula.
—Nunca fui lo bastante buena en el colegio como para ir a la
universidad.
— ¿Tienes trabajo?
Sacudió la cabeza.
—No hay suficientes trabajos en el área. Mi amiga se mudó a
Shikoku City y consiguió trabajo de bailarina. Dice que podría ir a trabajar
con ella.
¿Bailando?
—Quieres decir striptease —el pensamiento de ella degradándose
a sí misma de esa manera lo enfermó.
—No es tan malo como suena. Las primas son buenas y nadie toca
a las bailarinas.
Como el infierno que iba a quitarse la ropa por dinero.
Yong Ha la cogió de la
mano y la arrastró de regreso a la furgoneta de Kyuhyun. Le tomó varios minutos
el buscar, pero finalmente encontró un pequeño bloc de notas bajo uno de los
asientos. Escribió una nota en él y firmó con su nombre, entonces sacó su
espada.
Ji Hyun dio un enorme paso atrás, pero no podía culparla. El
letal brillo de su espada era una ostensible amenaza, justo como le gustaba. Se
hizo un pequeño corte en la punta del dedo y presionó el punto sangriento sobre
su firma. Cualquier Susano sería capaz de autentificar la marca como suya.
Dobló el papel y se lo tendió.
—Quiero que me prometas dos cosas.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Porque si lo haces, voy a asegurarme que tengas un lugar
seguro en el que vivir durante el resto de tu vida y algo significativo para
hacer con ella. ¿Entendido?
Ji Hyun asintió, pero parecía escéptica. No es que pudiera
culparla. Su vida no era exactamente un desecho de buena fortuna y bondad.
—Uno, no leas la nota hasta después de que se la des a un
hombre llamado Kim Young Woon.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—Pero él es el líder de los Caballeros de la Luz. Nunca seré
capaz de conocerlo.
Su declaración sólo demostraba a Yong Ha lo poco que se valoraba a sí misma.
—Te verá. Sólo dale la nota.
—Bien. Puedo hacerlo. Siempre me he preguntado cómo sería, de
todas formas. ¿Qué más?
La primera era fácil pero la última no iba a serlo. Respiró
profundamente, esperándola para lanzar la siguiente.
—Prométeme que no tendrás sexo de nuevo hasta que te enamores.
Ella dejó escapar una áspera carcajada.
—Me habías convencido por un minuto. Lo siento, pero eso nunca
sucederá.
Yong Ha no lo dejó
pasar. Estaba obligado a encontrar una manera de protegerla -de darle una
oportunidad para sanar.
—Es tu elección. Haz que suceda. Promételo.
—Me estás pidiendo algo estúpido. No lo haré.
—Entonces ya estás perdida y no hay nada que pueda hacer para
ayudarte. Te valoras a ti misma tan poco que quieres tirar uno de los regalos
más preciosos que tienes para dar.
—Soy buena, pero no tan buena.
Capturó su barbilla y la sostuvo en su mano de modo que ella
tenía que mirarle -tenía que ver que decía la verdad.
—Sí. Lo eres. Eres todavía demasiado joven para conocer tu
propio valor y demasiado herida para ver siquiera que no puedes. Prométemelo, Ji
Hyun.
Ella guardó silencio durante tanto tiempo que Yong Ha pensó que la había perdido. Pero entonces vio
el brillo de las lágrimas en sus ojos y supo que la había alcanzado, aunque
fuera un poco, pero eso tendría que ser suficiente. No estaba seguro de si eso
la ayudaría, pero tenía que intentarlo.
—Lo prometo —dijo ella.
Yong Ha sintió el poder
de su voto rodeándoles igual que una tintineante manta y ella jadeó, habiéndolo
sentido también.
Miró alrededor como si esperara ver algo saltar fuera de ella.
— ¿Qué fue eso?
—Te has atado a nuestra palabra. Este es uno de los poderes
que poseemos los Caballeros de la Luz. Cuando nos haces una promesa, esta se
asienta.
—Hice esto cuando me convertí en una Pami, pero no fue tan…
intenso.
—Esta es una gran promesa.
—Así que nada de sexo hasta que me enamore, ¿huh? —Sonaba casi
aliviada.
—Así es.
Tragó nerviosamente, pareciendo incierta y dolorosamente
joven.
— ¿Crees que tú y yo podríamos, ya sabes, enamorarnos?
Una voz tan baja para una pregunta tan grande. Esto hacía que
se le rompiera el corazón al oír tanta ansia en sus palabras.
Yong Ha no dejó que
ninguna de las aplastantes penas que sentía atravesara su voz o su expresión.
No le regalaría ni siquiera la más desnuda indirecta de que se estaba
convirtiendo lentamente en un monstruo o que ya estaba planeando su muerte para
impedir que pasara aquella eventualidad. En su lugar, le acarició la mejilla
con los nudillos y le dijo el resto de la verdad.
—Enamorarme de ti y tener tu amor a cambio, me haría el hombre
más afortunado de la tierra. Y cualquiera al que elijas entregar tu corazón se
sentirá de la misma manera.
Junsu salió de la carretera hacia Wichita después de las
dos de la mañana. Necesitaba gasolina, cafeína y un salón de tatuajes. En ese
orden.
Le llevó cinco minutos dar con los dos primeros, pero el último
iba a ser un mayor desafío.
Había pasado demasiadas horas zigzagueando a través del
estado, esperando despistar a cualquiera que la siguiera. Por culpa de eso,
todavía tenía un largo camino hasta la frontera de Oklahoma donde un montón de
salón de tatuajes había crecido sin necesidad.
Oklahoma había sido el último estado en la nación en legalizar
el tatuar, y a causa de eso, durante años, los borrachos adolescentes habían
conducido más allá de la frontera, entrando en Shikoku, Hokkaido o Kanto para
grabarse uno. La ley de oferta y demanda dictaba que allí siempre habría
alguien esperando a tomar tu dinero, y conocía a muchos de aquellos “alguien”
por su reputación de solitaria pateadora de culos. Conocía sólo tres artistas
en la frontera quienes eran lo bastante buenos como para cubrir la marca que
Yoochun había dejado sobre su brazo. Lo único que podía usar para rastrearla.
Pero Junsu no iba a llegar tan lejos. No quería esperar otra
hora para cubrir la maldita cosa, e incluso si lo hacía, no estaba seguro de
que los salones estuvieran abiertos una vez que llegara allí. Iba a buscar un
artista local y esperaba que fuera lo bastante bueno para enmascarar la marca
de Yoochun. La marca que le había dibujado con el punzón no iba a hacer más que
retrasarlo, si lo hacía.
Junsu encendió el teléfono móvil y comprobó las llamadas de
Donghae. Le había dejado tres mensajes desde que dejaran la ciudad e incluso
había llamado a la policía para informar de un posible secuestro. Junsu deseaba
poder hacer más, pero incluso si descubría a dónde habían llevado los
Caballeros de la Luz a Donghae y a la señorita Boa, no sería capaz de hacer
nada al respecto. No tenía nada que hacer contra ese tipo de poder. El diario
de su madre estaba detallado con las cosas que podían hacer los Caballeros de
la Luz.
Estaba marcando el número del artista que había enmascarado su
marca de nacimiento sobre su espalda para ver si conocía algún local con
talento al que pudiera llamar cuando vio “Llamada desconocida”.
Durante un segundo, Junsu se debatió en dejárselo al buzón de
voz pero, ¿y si era Donghae? ¿Y si pedía ayuda?
Junsu tomó una profunda respiración y presionó el botón de
descolgar.
— ¿Hola?
Una profunda y rica voz llenó la línea.
—Hola, cariño.
Yoochun. Oh, Dios. Estaba jodido.
La mano de Junsu empezó a temblar sujetando del teléfono y
tuvo que tragar dos veces antes de que pudiera hablar. No había modo de que
hubiera sido capaz de rastrear su número de prepago.
— ¿Cómo conseguiste este número?
—Lo robé del teléfono móvil de Donghae. Pero eso no es
realmente lo que quieres saber, ¿verdad? —Su voz era profunda y perezosa, y
hacía que le pasara un escalofrío sobre la piel—. Lo que quieres saber
realmente es, ¿dónde estoy?
Se estaba burlando. Podía oír la sonrisa burlona en su voz.
Podía verlo en su cabeza -esa sonrisa que había puesto cuando le apuñaló. Lo
que quería decir que fuese lo que fuese lo que le hiciera, nunca dejaría de
perseguirle.
Trató de sonar aburrido, despreocupado.
—No me preocupa dónde estés.
—Sí, lo hace. Quieres saber si ya te he encontrado.
—Si lo hubieras hecho, no estarías hablándome por teléfono.
—Bastante cierto. Me alegro de no tener que explicarte las
cosas.
—No intentes seguirme —le dijo.
Él se rió, un sonido rico, pecaminoso, que vibraba a lo largo
de sus nervios y la hacía retorcerse en su asiento.
Esto no podía estar sucediendo. No dejaría que se saliese con
la suya. Su madre le había advertido que eso era lo que hacían -hechizando su paso en tu vida, echándole
abajo y dejándote en las ruinas, dejándote para limpiar los restos de tu vida,
asumiendo que por lo menos te dejaran con vida.
—No sólo lo intento, cariño. Tengo éxito. Imagino que estarás
bastante cansado ahora. Toda esa adrenalina ha tenido tiempo para desvanecerse
y estás empezando a desfallecer. Tendrás que dormir pronto. Yo no. Puedo pasar
días sin descansar. Será mucho más fácil para ambos si me dices dónde estás.
Durante un latido de corazón, realmente consideró
facilitárselo. Estaba cansado de huir. Todo lo que quería era detenerse.
Descansar. No había vivido en el mismo lugar durante más de seis meses desde
que tenía diecisiete. No, desde la noche en que los Caballeros de la Luz fueron
a por su madre.
Junsu apoyó la cabeza contra el volante. Tenía razón. Estaba
cansada, pero no lo suficiente para dejarle hacer con ella lo que ellos habían
hecho con su madre. Ni siquiera de cerca.
—Honshu —mintió.
Yoochun se rió entre dientes.
—Vamos, cariño. No tienes que tener miedo de mí.
—Dijo la araña a la mosca.
—Tanto como me gustaría envolverte en seda y devorarte por
completo, eso no es lo que tengo en mente —hizo una pausa y oyó que respiraba
profundamente—. Te necesito.
Esas tres palabras eran terriblemente serias, sin pizca de
broma.
Se lo había dicho antes cuando estaba luchando con él en el
restaurante, cuando le había arrinconado sobre el mostrador, antes de que lo
apuñalara. Le había mirado con esos ojos verde pálido que brillaban luminosos
en contraste con su piel oscura. Ojos de leopardo.
Se la había quedado mirando y le había dicho justo eso. Te
necesito. Estaba tan serio y suplicante que casi se entregó entonces.
Era como su madre había dicho. Los Caballeros de la Luz eran
maestros de la seducción. Yoochun sabía exactamente lo que decir.
Junsu nunca había sido necesitado antes. Por nadie. Quizás no
fuera tan malo después de todo dejar que lo encontrara.
—Eres demasiado grande y fuerte para necesitar a nadie. Sólo
intentas engañarme.
—Me alegro que adviertas al grande y fuerte hombre, pero estás
equivocado. No tienes idea de cuánto. Sólo encuéntrate conmigo. Déjame
mostrarte lo mucho que te necesito.
Oh, no. No había manera de que le dejara acercarse tanto.
—Buen intento, pero he puesto un montón de kilómetros entre
nosotros dos, así que aquí estamos.
—No huyas, Junsu. Nunca te haría daño.
Allí iba de nuevo, diciendo justo lo correcto con la cantidad
exacta de sinceridad que le hacía cuestionarse su decisión. Odiaba que pudiera
hacerle eso tan fácilmente. Era más fuerte que eso. No dejaba que nadie influyera
en su confianza.
—Mentiras. Todas ellas.
—Ninguna palabra era una mentira. Encuéntrate conmigo y te lo
probaré. Por favor.
El pecho de Junsu se oprimió. No podía quedarse durante más
tiempo. Tenía que colgar el teléfono antes de que la llevase al borde y la
convenciera simplemente de rendirse. No podía hacer eso. Le había prometido a
su madre que no lo haría.
—Lo siento. No vuelvas a llamar. No lo cogeré.
Su finalizó la llamada y lanzó el teléfono por la ventanilla
del coche de modo que no pudiera ser tentado de convertirse en un mentiroso y
responder cuando volviera a llamarle. Porque sabía que volvería a llamar. No
iba a dejar de buscarlo hasta que le encontrara.
Sus días de vivir en un sólo lugar durante seis meses se
habían acabado. Iba a tener que vivir en la carrera si quería permanecer libre.
Por primera vez en su vida, se preguntó si su libertad valía
el precio.
Este fic es una adaptación, no es mío, yo sólo lo adapto. OJO NO ES MÍO YO SÓLO LO ADAPTO.
ORIGINAL: ARIDIENDO VIVA - SHANNON K. BUTCHER
PAREJA PRINCIPAL: EUNHAE
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